Como cada vez que hay elecciones, gana la democracia y pierde España. Sea cual sea el resultado. No importa el número de diputados de la izquierda, la derecha, los separatistas o incluso los tu partido. Porque este sistema no admite más destino que el de ser destruído y cualquier suceso que no nos ponga más cerca de su final, es una derrota. Y estas elecciones no van a dar nada de lo que podamos alegrarnos.
Cualquiera que sea tu acción política si todavía luchas sinceramente por salvar España para Dios, no olvides que no podemos identificarnos jamás con ningún proceso democrático ni sentir apego alguno por ninguna de sus instituciones ni aceptar ni siquiera parcialmente sus principios ideológicos, y que si alguna cosa consigues participando con las herramientas oficiales sea para que cuando el sistema liberal se resquebraje definitivamente, víctima de sus contradicciones, hayamos tomado las posiciones adecuadas para finiquitarlo. Otro planteamiento es una estafa a uno mismo.
A continuación copiamos un artículo del blog del Tercio Católico de Acción Política bueno para reflexionar. Aunque recomendamos el blog en su totalidad. También recomendamos visitar Ediciones Católicas.
Presentarse para perder
Ahora que ya se han cerrado las listas electorales para el Congreso y el Senado, y a la vista no de lo que se presenta, sino cómo se presenta, nos reafirmamos en la tesis de la abstención. En primer lugar no nos corresponde a nosotros hablar de otros, eso que lo hagan los analistas, los politólogos o la CEE, que están en su derecho y algunos en su inexcusable deber, y los otros mismos. Nosotros exponemos nuestra posición, la razonamos, y fuera de la Soberanía social de Jesucristo, que no es opinable, todo puede valer a cambio de que la demostración de la valía política no tiene otro refrendo que la eficacia y no la palabrería muerta del intelectual, valga ésta para la especulación filosófica, pero no para la acción.
Así las cosas, lo remarcamos otra vez: abstención. ¿Y por qué abstención? Porque es la manera de despreciar al sistema y a sus instrumentos, y además, debilita la soberanía popular y pone en jaque a las urnas. Tanto es así, que aunque el Tercio Católico de Acción Política se presentara, a nuestros militantes, simpatizantes y amigos les pediríamos para nosotros la misma abstención. Si nos presentamos a las elecciones, no es para ganarlas, sólo el liberal puede ganar unas elecciones liberales, sino para ser el sumidero de las conciencias no formadas, de los débiles, de los indefensos, de los que padecen de ignorancia invencible, a ellos van destinadas nuestras papeletas, porque gracias a ellas no perderán el alma tras las siglas de Satanás, por muy vestido de lagarterana pepera que vaya. Así que nosotros combatimos al sistema hasta en sus paradigmas: Nos presentamos a las elecciones para perderlas. Es preferible perder unos escaños que perder el alma de millones de personas.
En nuestra soberbia humana, susurrada al oído por el infame Maligno, nos creemos que de nosotros depende la consecución de todo fin, y llevados por ese ánimo para ver cumplidos nuestros deseos y razones nos saltamos los deseos y las razones de Dios, que son sus mandamientos. La moral cristiana siempre ha enseñado que morir antes que pecar, y que esa premisa se resolvía en el ejemplo de que si para salvar nuestra vida o la miles de personas hubieramos de mentir, era preferible no hacerlo. Ojo que es fuerte la recomendación. Bueno, pues esto ocurre a diario con miles de subjetivistas católicos que en su afán de verse responsables de algo, cuando no lo son de nada (muchos ni de su propia casa), se erigen en campeones de la soberanía popular, del sufragio universal y de la moral política. ¡Ay! todavía con las ilusión febril de la urna, caja de plástico, contenedor de la incultura, ojalá fueras rota, tal cual epitafio esbozó de tu destino José Antonio Prinmo de Rivera con el firme acento cristiano de "que no se rompieran las urnas, cuando el más noble destino de toda urna es el ser rota".
Hay que ser realistas. El voto católico no va a cambiar nada, y no lo va a cambiar porque no existe el pretendido voto católico, y no existe porque es la propia doctrina católica la que no se presenta tal cual es, tal cual debe creerse, tal cual debe transmitirse, de tal suerte que podemos decir que exite el catolicismo sensitivo, o sociológico, pero no el catolicismo esencial. ¿Cómo podemos influir los católicos en la sociedad cuando el catolisimo no influye en nosotros mismos? En estas fechas, los neopaganos, sacuden el cielo con sus burlas y escarnios de carnaval, y ¿cuántos católicos no verían injusta la prohibición del carnaval? Cuando en un régimen cristiano debiera ser perseguido ese espectáculo bochornoso.
En resumen, si no recomendamos que nos voten ni a nosotros, ¿cómo vamos a recomendar el voto para otros? Por desprecio al sistema: abstención.
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