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Tema: ¿Un capitalismo católico?

  1. #1
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    ¿Un capitalismo católico?

    Sigo desde hace tiempo con curiosidad los patéticos intentos del profesor Velarde Fuertes por hacernos creer que la encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus “abre la puerta a un capitalismo católico” (Velarde Fuertes, Juan: “Reflexiones de un economista sobre la doctrina social de la Iglesia”, en Acerca de Centesimus Annus. Madrid, Espasa-Calpe, 1991; pág. 288). Significativos son, en este sentido, sus últimos artículos en el diario ABC, especialmente “La Pascua florida de los economistas católicos” (ABC, 23-4-2000; pág. 48), muy en la línea de otros economistas también presuntamente “católicos” como Siricco, que llevan tiempo tratando de justificar groseramente una improbable -si no imposible- entente entre el pensamiento social de la Iglesia y la tradición de la teoría económica liberal.

    Líbreme Dios de poner en duda la cualificación de nuestro ilustre Premio Príncipe de Asturias (1992) y de sus colegas en lo tocante a economía; pero permítaseme al menos relativizar su lucidez en lo que atañe a la doctrina social católica: es cierto que la Centesimus Annus (C.A.), como todas las anteriores encíclicas sobre el tema -también por cierto la Rerum Novarum (que Velarde considera sin embargo tocada de peligrosas “proclividades historicistas y corporativistas”)-, afirma el derecho del hombre a la propiedad privada; pero también que no considera ese derecho como absoluto (C.A., 30), sino ligado estrechamente a lo que llama “el destino universal de los bienes” (C.A., 31).

    Para el Papa Juan Pablo II, como para todos los pontífices desde León XIII, “la propiedad de los medios de producción [...] resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su comprensión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral” (C.A., 43).

    Por otro lado, para definir un sistema como “capitalista” no basta con aludir a la propiedad. De hecho -como muy bien debería saber el profesor Velarde, dados sus antecedentes ideológicos- “cuando se habla del capitalismo no se hace alusión a la propiedad privada; estas dos cosas no sólo son distintas, sino que casi se podría decir que son contrapuestas” (son palabras de José Antonio Primo de Rivera, una de las primeras influencias de Velarde, en el Círculo Mercantil de Madrid, el 9 de abril de 1935). Somos muchos los que pensamos que precisamente la esencia del capitalismo está en malbaratar y anular la propiedad privada (que, por cierto, precede en muchos siglos al capitalismo) y sustituirla por grandes aparatos de dominación “donde la presencia humana directa está sustituida por la presencia helada, inhumana del título escrito, de la acción, de la obligación, de la carta de crédito” (José Antonio Primo de Rivera, en el Cine Europa de Madrid, 2 de febrero de 1936).

    La realidad es que el capitalismo viene definido, de forma mucho más precisa que por la existencia o no de propiedad privada, por la introducción en la vida económica de las sociedades de un reduccionismo moral de primera magnitud, con estas dos características determinantes:

    *la pretensión de hacer de la vida humana un inmenso “mercado”, mero ámbito de relaciones económicas de producción y consumo.

    *la institucionalización de la avaricia, el riesgo económico y la “ley del más fuerte”, como tríada moral y único motor de dicho “mercado”.

    No quisiera imaginar mala fe en las pretensiones mixtificadoras del profesor Velarde y sus colegas, por más que me empuje a ello tercamente su contrastada cualificación intelectual, que excluye la ignorancia. Supongo que ellos mismos se han hecho -y se han contestado- la pregunta que se hace la Centesimus Annus: “¿Se puede decir quizá que, después del fracaso del comunismo, el sistema vencedor sea al capitalismo? [...] ¿Es quizá éste el modelo que es necesario proponer a los países del tercer mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil?” (C.A., 42).

    Temo, sin embargo, que su respuesta difiera notablemente de la que se da el propio Juan Pablo II: “Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, AUNQUE QUIZÁ SERÍA MÁS APROPIADO HABLAR DE ‘ECONOMÍA DE EMPRESA’, ‘ECONOMÍA DE MERCADO’ O SIMPLEMENTE DE ‘ECONOMÍA LIBRE’ [la mayúscula es mía]. Pero si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta es absolutamente negativa” (C.A., 42).

    No hace falta ser profesor universitario para entender que Juan Pablo II, en el texto precedente, prefiere identificar el término “capitalismo” con la segunda transcripción, que no puntualiza, cosa que sí hace significativamente con la primera, para la que ofrece incluso un abanico de términos alternativos. Lo que evidencia inequívocamente que, para la Centesimus Annus, “capitalismo” es un concepto preñado de connotaciones negativas.

    Es negativo, por ejemplo, ese sentido “mercantilizador” (nada que no pueda ser “balanceado” existe o es relevante) que el liberalismo económico confiere a la vida humana entera, y que convierte las relaciones sociales en una verdadera “selva” sometida a la “lucha por la supervivencia”. Olvida el capitalismo que, como afirma la Centesimus Annus, “el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral” (C.A., 29) y que “la economía es sólo un aspecto y una dimensión de la compleja actividad humana” (C.A., 39). De hecho, “existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado” (C.A., 34), “necesidades colectivas y cuantitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar” (C.A., 40). Claro que tal vez esto sea difícil de entender para quien se pasa la vida entre prolijas explicaciones econométricas.

    Y es negativa también, para Juan Pablo II, aquella pretensión de reducir todos los valores del mercado a los de la pura avaricia, el riesgo económico y la “ley del más fuerte”, por encima de la Dignidad que es inherente al hombre por el simple hecho de serlo, y de otros valores propios del “mercado tradicional”, como la fidelidad a la palabra dada, el amor al trabajo bien hecho, o la solidaridad dentro de la vida comunitaria. Como bien afirma la Centesimus Annus, “los beneficios no son el único índice de las condiciones de la empresa. Es posible que los balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad” (C.A., 35).

    El capitalismo, en este sentido, se conforma como un modelo perverso, en el que “la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro” (C.A., 39), y donde prevalece una inmoralidad profunda e inherente, la que pretende que todo se mueva naturalmente de acuerdo a la libre ley de la oferta y la demanda, y se rija por el monstruoso mecanismo del egoismo humano puesto en juego, tal como definiera a finales del siglo XVIII Adam Smith.

    Y aun más: Juan Pablo II no sólo rechaza, como vemos, el capitalismo de una forma teórica, sino que pide a las sociedades católicas ¡un esfuerzo revolucionario!: “Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. DEMOLER TALES ESTRUCTURAS Y SUSTITUIRLAS POR FORMAS MÁS AUTÉNTICAS DE CONVIVENCIA ES UN COMETIDO QUE EXIGE VALENTÍA Y PACIENCIA” (C.A., 38).

    Y no sólo eso: según la Centesimus Annus, “puede hablarse justamente de lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto de la libre subjetividad del trabajo del hombre. En la lucha contra este sistema no se pone, como modelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado” (C.A., 35).

    No cabe duda de a qué “sistema” se refiere Juan Pablo II: al capitalismo, único “método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto de la libre subjetividad del hombre”. Sólo así tiene sentido el rechazo que hace del sistema socialista “en cuanto que es un capitalismo de Estado”. De hecho, “queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica” (C.A., 35).

    Resulta inexplicable, por tanto, que sesudos y laureados profesores como Velarde se empeñen en identificar tan pertinazmente el pensamiento social de Juan Pablo II con el capitalismo, como no sea para confundir maliciosamente las conciencias. Tal vez suponen -desgraciadamente, con no poca razón- que no seremos muchos los que acudamos a las fuentes para cotejarlas, y que al final acabará prevaleciendo el poso de un “discurso secundario” convenientemente dirigido.

    Como católico, ciertamente, me niego a ello. La verdad, como decía Machado, es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, y ya es hora de que alguien levante la voz para avisar de que “el rey va desnudo”.

    http://es.geocities.com/miguelargaya...o_catolico.htm
    Trifón dio el Víctor.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  2. #2
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    EN HONOR A LA VERDAD

    De igual modo que en el cuento, por encima del temor o la estupidez de todos, tiene que ser la inocencia de una niña la que proclame la desnudez del rey, así también parece haber correspondido al que suscribe, más allá de sus obvias incapacidades, desmadejar las trampas de un sector de la ciencia económica que se ha dado últimamente en propugnar un sedicente "capitalismo católico"(?).

    Vale la pena recordar que ya hace poco más de un año me vi obligado a denunciar públicamente ("¿Un capitalismo católico?", en ABC de Toledo, 2 y 3 de mayo de 2000) ciertos intentos de enajenar y desvirtuar el claro mensaje antiliberal de la Encíclica Centesimus Annus. Si ahora hago lo propio, no es por anhelo ninguno de notoriedad, sino por puro apego a la verdad y a la justicia, eso tan malbaratado y escaso -a lo que se ve- en los tiempos que vivimos.

    Me refiero, por ejemplo, al artículo que el domingo día 26 de noviembre del 2000 publica en ABC (pág. 57) el economista y flamante Premio Príncipe de Asturias don Juan Velarde Fuertes ( "Iglesia y eficacia económica" ), o el que aparece con la misma firma en la página 5 de Alfa y Omega nº 272, suplemento religioso del mismo diario ABC, de fecha 13 de septiembre del 2001 ( "La Iglesia y el dinero" ), y en los que se pretende dejar como inconcusa la idea -absurda, como veremos- de que en el origen de todo el pensamiento capitalista está nuestra bendita Escuela de Salamanca, núcleo como es sabido de la ciencia escolástica del siglo XVI y alferecía inevitable de la Reforma católica. Reproduzco un párrafo textual del último de los artículos citados: "El capitalismo naciente, que ha puesto así a su favor a la escolástica tardía, logrará pronto el apoyo de la Escuela de Salamanca. Con Domingo de Soto o Tomás de Mercado, y, por supuesto, con toda esa pléyade de discípulos de Francisco de Vitoria que encabeza Martín de Azpilcueta, al justificar el pago de intereses, se abre una comprensión nueva del fenómeno económico desde el punto de vista de la Iglesia Católica".

    Vaya por delante mi respeto intelectual al señor Velarde Fuertes, de quien no cabe esperar que yerre por ignorancia. El hecho de que la Escuela de Salamanca fijase las bases para una ciencia económica mediante la enunciación de una teoría del dinero y de los cambios no la convierte per se en teorizadora del capitalismo. "Ciencia económica" y "capitalismo" no tienen por qué ser términos sinónimos, por más que pese a algunos conspicuos liberales. Ya sabemos cuán atractivo resulta apropiarse de todo cuanto el pasado ha dado de digno a la Historia. Siempre habrá quien encuentre un nexo; siquiera el del tiempo transcurriendo por encima de nuestras cabezas.

    En todo caso, llenar tres cuartas partes de una página de ABC en letra menuda para demostrar, dato a dato, que los intelectuales y teólogos españoles del siglo XVI estudiaron con detenimiento y acierto la vida económica de su tiempo, no basta para concederles por lo mismo la cualificación de precursores de un más que presunto "capitalismo católico". Ni de Martín de Azpilcueta, llamado "doctor navarro" (1482-1586), ni de Domingo de Soto (1894-1560), ni de Tomás de Mercado (1530-1576), es posible afirmar tal cosa. Soslaya Velarde, por ejemplo, que Soto pasó por ser en su tiempo uno de los máximos defensores del orden económico bajomedieval, o que Azpilcueta y Mercado se caracterizaron públicamente por sus ataques inmisericordes a la usura y a la aplicación ilimitada de la libre concurrencia según la "ley de la oferta y la demanda".

    Muestra más que inequívoca de todo esto es el Comentario resolutorio de cambios (1556) de Azpilcueta, donde se propone con rotundidad "acabar de desterrar de sus reinos [los reinos españoles] los remolinos de las usuras" (apud Abellán, José Luis: Historia crítica del pensamiento español, vol. 2, La Edad de Oro, siglo XVI. Barcelona, Círculo de Lectores, 1979; pág. 632). Otro tanto ocurre, por otra parte, respecto de la justificación moral de la "ley de la oferta y la demanda", de la que asegura el mismo Tomás de Mercado en su Suma de tratos y contratos (1569): "Hay algunos que, viendo menesteroso al prójimo, suben el cambio, sabiendo que no puede dejar de tomar. También, si alcanzan que el otro ha de interesar mucho en Flandes o en Venecia o en Florencia, quieren, como participando de la ganancia, cargarle en los intereses, como dicen, un quintal. Y cuán torpe e ilícito sea parece claro en las ventas y compras, do no es lícito, como dijimos, llevar vendiendo más de lo que vale, aunque tenga extrema necesidad de ello el que compra o por mucho que espere ganar en ello revendiéndolo" (apud Díaz Plaja, Fernando: Historia de España en sus documentos, Siglo XVI. Madrid, Cátedra, 1988; pág. 427).

    A Domingo de Soto (en su libro Deliberación en la causa de los pobres, 1545) debemos, por su parte, una de las más firmes defensas de la actuación pública a favor de los desfavorecidos; en la misma línea, por cierto, que la trazada anteriormente por Luis Vives en De subventione pauperum (1526), donde se proclama que “lo que da Dios a cada uno no se lo da para él solo”, planteamiento notablemente similar al de la actual Doctrina Social de la Iglesia y definido por Abellán, que es de quien recojo la cita, como “claramente colectivista” (Abellán, José Luis: Historia crítica del pensamiento español. La Edad de Oro. Siglo XVI. Barcelona, Círculo de Lectores, 1992; pág. 147).

    Compruébase, por tanto, hasta qué punto es equívoco -no me atrevo a decir que mendaz por no entrar en valoraciones morales- el planteamiento de Velarde. Lo penoso, en todo caso, no son las ficciones histórico-económicas de éste, que tiene derecho a malbaratar su reputada credibilidad intelectual de la manera que le parezca; peor es que tengamos que venir los "indocumentados", los "pequeños", los "profanos", a rebatir tales maniobras y no surja respuesta más contundente ni más autorizada desde las propias aulas universitarias. Es verdad que el rey va desnudo, pero al parecer nadie en la Corte se atreve a proclamarlo. No tardaremos, sin embargo, en verle las vergüenzas. Al tiempo.

    http://es.geocities.com/miguelargaya...o_catolico.htm

    ReynoDeGranada y Trifón dieron el Víctor.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  3. #3
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Estos dos extensos y enjundiosos mensajes me han traído a la memoria un programa de Telemadrid que ví ayer mismo: "madrileños por el mundo". La edición de ayer se centraba en Manila.

    De sus 14 millones de habitantes, 3 ó 4 habitan, literalmente hablando, en unos gigantescos basureros. La mayoría son niños o adolescentes, sin la más mínima esperanza de salir jamás de su condición de "hijos de la basura". Contrastaba la opulencia de los "rascacielos", y el hecho de que en Manila los ricos "van a trabajar" en helicóptero. Es una ciudad en la que hay miles y miles de helicópteros privados. Me queda la duda de si los usan para no tropezarse con la gran miseria, o para verla mejor desde el aire.

    Eso es el capitalismo en sus dos caras. Quizás, el profesor Velarde debería dar un mitin en Manila a los habitantes de los basureros y explicarles cómo son miembros del sistema capitalista.

    ¿Cuántos días han pasado desde que SS Benedicto XVI nos ha dicho que la acumulación de riquezas materiales es un pecado capital? Y ya puestos ¿qué representaba el becerro de oro? El capitalismo es una enorme inmoralidad, además de una de las mayores injusticias contra la dignidad de las personas.
    Trifón dio el Víctor.

  4. #4
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Creo, sinceramente, que hay un problema hermenéutico entre los autores que cita Donoso. No se entienden unos a otros.

    En primer lugar, no creo que sean muchos los liberales católicos que crean en un liberalismo económico católico o capitalismo católico. Más bien, piensan que no hay incompatibilidad entre economía de mercado y catolicismo. Pero que dos cosas no sean incompatibles no quiere decir que estén unidas.

    Sobre la Escuela de Salamanca y por lo que he leído a más de un católico defensor de la economía de mercado, no se trata de atribuirle la paternidad del sistema. Simplemente, se busca una apoyatura, una argumentación que sostenga que algunos de los principios del capitalismo vienen a coincidir con afirmaciones de nuestros escolásticos. Y que, por tanto, el capitalismo como sistema económico no tiene que considerarse a la fuerza un invento protestante.

    El capitalismo no necesita de los principios del liberalismo filosófico. Si alguien los mezcla, no puede empeñarse en compatibilizarlo con la doctrina católica. Pero pienso que los más ilustres economistas liberales no piensan para nada en esos principios. Simplemente, analizan y defienden un sistema económico desde un punto de vista meramente técnico. Hablo de técnica económica.

    Y, en cuanto a Manila y sus millones de pobres, habría que preguntarse por las causas de esa pobreza. Curiosamente, se atribuye al capitalismo la culpa de la pobreza en aquellos países en los que casi no ha tenido aplicación.

    De todas formas, advirtamos que el término "capitalismo" es conflictivo. El socialismo también podría llamarse capitalismo, aunque de Estado. Y el mercantilismo (sistema imperante en toda la América hispana) también es capitalismo. Por eso, hablemos más bien, como Juan Pablo II, de economía de mercado o economía libre.

    Pues, precisamente, lo que falta en los países pobres es libertad económica. Sobran regulaciones, aranceles, subvenciones y privilegios.

    Un saludo.
    Última edición por Cirujeda; 23/04/2008 a las 18:03
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  5. #5
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Cita Iniciado por Cirujeda Ver mensaje
    Creo, sinceramente, que hay un problema hermenéutico entre los autores que cita Donoso. No se entienden unos a otros.
    En el caso de Juan Verlarde no hay confusión alguna. Yo en persona le he escuchado, en un ambiente en el que no tenía razón ninguna para "disimular", en una Universidad católica rodeado de las muy católicas autoridades y con un reducido público favorable, cargar contra Menéndez Pelayo para defender las desamortizaciones en tanto eran favorables para el libre mercado y la modernidad. Y con el aplauso del muy "católico" público. El "católico" Juan Velarde tiene muy claro quién es su dios y cual es su bando, y no cabe considerarle en otra posición que en la de enemigo liberal proactivo.
    Trifón dio el Víctor.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

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  6. #6
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Pues eso, aparte de disparatado, es una contradicción. Se supone que un buen liberal no puede apoyar los robos que supusieron las desamortizaciones.
    ¿Acaso no dicen que en un mercado libre no puede existir coacción desde el poder gubernamental?
    ¿Y existe una coacción mayor (en el ámbito económico) que el que te arrebaten tu patrimonio por la mismísima cara?
    Repito: es contradictorio. Ni como liberal ni como católico tendría que estar a favor de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos. Salvo que su liberalismo no sea simplemente económico, y entonces estamos ante un fraude. No se puede comulgar al mismo tiempo con la fe católica y con el liberalismo filosófico del siglo XVIII. Sería mentira, por tanto, que es de forma simultánea católico y liberal.
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  7. #7
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Esta es buena, ¿desde cuándo es bueno un liberal?

    Creo que vamos a tener otra discusión como la de las elecciones pasadas donde se defendía el nacionalismo.

    No entiendo como puede defender la libertad de mercado cuando es la oportunidad para explotar al débil. Está claro el hombre es malo, imposible de redimirse el solo y necesita de una autoridad y una moral para marcar el camino seguro y recto.
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  8. #8
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Cita Iniciado por _segoviano Ver mensaje
    Esta es buena, ¿desde cuándo es bueno un liberal?

    No entiendo como puede defender la libertad de mercado cuando es la oportunidad para explotar al débil. Está claro el hombre es malo, imposible de redimirse el solo y necesita de una autoridad y una moral para marcar el camino seguro y recto.
    Hombre, Segoviano, intentaba ser irónico.

    Por cierto,
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  9. #9
    Avatar de In diebus illis
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    AH! pues... no lo has coseguido. Ya decía yo que San Pío V no acompañaba mucho los comentarios.
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  10. #10
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    San Pío V no era maniqueo, ¿sabes? No se le ocurriría dividir el mundo en buenos y malos. Hay liberales que son buenas personas, aún sin saber que están engañados.

    En fin, volviendo al tema de este hilo: Creo que es un error empeñarse en relacionar el libre mercado con una corriente filosófica determinada. En un doble contexto adecuado (social-cultural y jurídico-legal), el mercado libre puede dar buenos frutos. Ahora, en un ambiente como el dominante actualmente en Occidente, donde el liberalismo ha impregnado la sociedad hasta mutilarla moralmente, está claro que la ausencia de regulaciones puede hacer que el hombre se convierta en un lobo para el hombre.

    El problema, Segoviano, puede estar en lo siguiente: ¿Quién garantiza que el Estado es bueno? Más aún, ¿entre Estado malo e individuos malos, qué resulta más peligroso? Porque el Estado puede ser un monstruo que haga más daños que millones de personas por separado.

    Por eso es importante rescatar el principio de subsidiariedad, para que las personas no se vean solas frente al Estado. Es decir, hay que atacar el sistema político liberal porque, atacándolo, defendemos al hombre. El Estado no puede ser omnipotente. Los cuerpos intermedios son necesarios.

    El mercado libre es eso: un mercado libre. No es un mercado donde existan privilegios a favor de los más poderosos. Es un espacio donde los distintos agentes interactúan conforme entienden más ventajoso para sus intereses. Evidentemente, en una sociedad inmoral, habrá muchas puñaladas. Pero no en una sociedad cristiana.


    ¿Esto es liberal o disiente de San Pío V?
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  11. #11
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    ¿Puede ser católico el capitalismo liberal? Análisis de las posturas de los católicos capitalistas y refutación de sus argumentos a la luz del Magisterio de la Iglesia.


    ¿Puede ser católico el capitalismo liberal?

    No pocos economistas, empresarios, banqueros e incluso clérigos católicos, llenan las páginas de prestigiosas publicaciones católicas con alegatos a favor del capitalismo liberal, que estiman ser un régimen económico acorde con los postulados esenciales de la Doctrina Social de la Iglesia.

    Aunque no todos coinciden en todos ellos, he aquí algunos de los presupuestos y de los argumentos que tales pensadores esgrimen a favor de su tesis católico-liberal:

    - Los católico-liberales suelen definir el capitalismo compatible con el cristianismo como un sistema que defiende la propiedad privada de los medios de producción, la libre iniciativa individual y el libre mercado.

    - Consideran que este modelo es el que responde al modelo actual de capitalismo predominante en gran parte del planeta, y que está muy alejado del llamado capitalismo manchesteriano o capitalismo salvaje de aquellos lejanos tiempos en que los obreros, incluso niños y mujeres vivían hacinados en las fábricas, trabajando largas horas en condiciones pésimas. Según muchos de ellos, pues, hoy no se dan tales situaciones inhumanas.

    - Por otro lado, y no obstante la crítica a ciertos excesos del capitalismo decimonónico, suelen creer los católico-liberales que, en comparación con el estado en que vivían las gentes antes de la aparición del capitalismo, el sistema capitalista supuso una mejora para los trabajadores con respecto al orden social preexistente.

    - Algunos sostiene que, de los distintos tipos de liberalismo, sólo el liberalismo filosófico -aquel que proclamarla autonomía de la libertad frente a la verdad objetiva- sería el condenado por la Iglesia desde Pío IX en el Syllabus hasta la Octogessima Adveniens de Pablo VI; mientras que el liberalismo político de Locke, y el liberalismo económico de Adam Smith no estarían incluidos en la condena eclesial.

    - Los católico-liberales no parecen tomar en serio la posibilidad de una alternativa real entre el capitalismo y el socialismo. Para ellos todo lo que no sea capitalismo no puede ser otra cosa que socialismo, en mayor o menor medida, desde el llamado Estado del Bienestar hasta los Estados colectivistas marxistas.

    - La principal diferencia entre los socialismos y el capitalismo, consiste, para ellos, en que aquéllos, mediante el intervencionismo del Estado, ahoga la libertad de iniciativa individual, desincentivando a los productores, que aplican la ley del mínimo esfuerzo, con lo cual no se genera riqueza; mientras que el capitalismo estimula la inversión, la producción y la creación de riqueza de manera libre y espontánea

    - Tratan de demostrar, basándose sobre todo en la Encíclica Centessimus Annus de Juan Pablo II, que la Iglesia es partidaria de la economía capitalista. Para ello aducen parte de unas frases -sacadas de contexto- de la mencionada Encíclica, en las que el Papa parece justificar cierto capitalismo, si por tal se entiende un modelo económico que defienda la propiedad dentro de un contexto de libertad encuadrada dentro de un orden, modelo que, según los liberal-católicos, coincide con el que ellos defienden.

    - Los liberal-católicos aseguran que el capitalismo es consecuente los principios fundamentales de la Doctrina Social: el principio de que la propiedad privada es un derecho natural del hombre; el principio de la hipoteca social o función social de toda propiedad; y el principio de subsidiariedad.

    · En cuanto al derecho a la propiedad, sostienen que la Iglesia la defiende como un derecho natural. Ciertamente reconocen que la Iglesia nunca lo ha considerado como un derecho absoluto, sino que sobre la propiedad grava una hipoteca social, es decir, que debe cumplir una función social para estar totalmente legitimada. Ahora bien, según ellos, la propiedad capitalista cumple este requisito, pues consideran que no hay mayor beneficio social que el de la creación de empleo y la generación de riqueza, características -para los católicos-liberales- del sistema capitalista.

    · En cuanto al principio de subsidiariedad, también estiman que el capitalismo es congruente con él, pues desde su punto de vista, tal principio consistiría en que el Estado debe abstenerse de intervenir en la economía cuando la iniciativa privada funcione eficazmente, y limitarse tan sólo a crear un marco jurídico adecuado para que el mercado y la libre empresa funcionen, supliendo a la iniciativa privada únicamente en los casos en los que ésta no quiera o pueda meterse.

    - Los católico-liberales no ven ninguna relación entre la actual crisis de valores y el liberalismo económico.

    Piensan que no existe una vinculación directa entre la génesis y desarrollo del capitalismo y el nacimiento y difusión del protestantismo.

    Y no creen que tengan por que ir unidos al liberalismo filosófico, el liberalismo político y el liberalismo económico.

    - Por último, los católico-liberales admiten que el sistema capitalista liberal puede tener fallos y dar lugar a abusos, pero no por un defecto intrínseco del sistema sino por falta de educación y de asimilación de principios morales en los individuos. La solución está, para ellos, en inculcar a todos, empezando por empresarios y financieros, las virtudes humanas y cristianas.

    Vistos los razonamientos de los católico-liberales a favor de la conciliación entre capitalismo y cristianismo, cabe hacer las siguientes objeciones y puntualizaciones:

    - Es cierto que la Iglesia propugna la propiedad privada, incluso de los medios de producción, como un derecho natural de todos los hombres. Pero que la Iglesia ha enseñado en distintas ocasiones que la propiedad tiene su origen en el trabajo humano, pues como el trabajo, la propiedad es un atributo humano. Los católico-liberales, por el contrario, dan por supuesto que sólo el capital da derecho a la propiedad de los medios de producción.

    Es verdad también que la Iglesia reconoce al capitalista ese derecho a la propiedad, en tanto en cuanto considera al capital como acumulación de trabajo (concepto, por cierto, difícilmente explicable en el caso del capital no proveniente directamente el esfuerzo de su poseedor sino de la especulación). Pero en todo caso, este reconocimiento no excluye el derecho de los que sólo aportan su labor, sea física o intelectual, a la propiedad del fruto de su trabajo. Este derecho, por cierto, viene recogido en la primera Encíclica social, la Rerum Novarum de León XIII.

    - Por otro lado, la Iglesia recomienda encarecidamente e insistentemente que la propiedad se difunda entre el mayor número de personas. Pío XI enseñaba en la Quadragessimo Anno , que era muy bueno sustituir el contrato de trabajo propio del régimen de salariado por el contrato de sociedad. Juan Pablo II, en la Laborem Exercens propone introducir en las empresas fórmulas de participación de beneficios y de cogestión.

    - Es paradójico que los partidarios del capitalismo insistan en defender el derecho de los propietarios a conservar su propiedad privada y no hablen del derecho de los desposeídos a participar en alguna forma de propiedad si lo desean, incluyendo la de los medios de producción.

    - Los católico-liberales olvidan decir que, históricamente, y hasta hoy mismo, el sistema capitalista ha dado lugar a la concentración de la propiedad o el dominio del dinero en manos de cada vez menos personas, a costa de proletarizar a una enorme cantidad de pequeños artesanos, labriegos y comerciantes, que no pudieron competir con el poderío económico de los grandes capitalistas. Y en este sentido, el capitalismo no sólo no ha sido proclive a la propiedad privada, sino que, por el contrario, ha sido uno de sus mayores enemigos.

    - La propiedad privada, incluso la de los medios de producción, se hallaba más extendida entre la sociedad antes de la aparición en escena del liberalismo económico. Dos de los objetivos más codiciados por los liberales de los siglos XVIII y XIX fueron la desarticulación del sistema gremial en las ciudades, y la desamortización de los bienes de la Iglesia y de las tierras municipales comunales.

    El sistema gremial, aunque susceptible de perfeccionamiento, posibilitaba el acceso a la propiedad y a los beneficios generados en los talleres a todos los que intervenían en la producción, incluyendo al aprendiz, sin necesidad de tener que disponer de una gran cantidad de capital. Las tierras comunales, podían ser utilizadas como pastos o campos de cultivo por aquellos campesinos que no eran poseedores de su propia tierra.

    La expansión del capitalismo acabó con todo ello y fue dejando a su paso masas sumidas en la pobreza y la miseria.

    No es cierto, pues, que la situación económica y social que precedió al capitalismo liberal fuera peor que la de tiempos posteriores.

    Evidentemente el desarrollo técnico no había llegado a lograr los avances que conocemos hoy día. No existían los coches, los frigoríficos, las lavadoras, las televisiones y tantos otros inventos que hoy hacen más cómoda y confortable nuestras vidas. Pero todo esto es previsible que hubiéramos llegado a crearlo igualmente con el tiempo, sin necesidad de implantar un orden económico como el capitalista.

    - Cuando los católico-liberales afirman que el capitalismo ha creado riqueza como nunca se había creado, se están refiriendo a la situación de unas cuantas personas en unos determinados países. Pueblos enteros viven en África y en Asia, después de haber padecido en sus suelos la implantación del capitalismo, en la más absoluta indigencia, pasando hambre como no la habían pasado antes de la llegada del imperialismo económico capitalista.

    - No es razonable que los empresarios capitalistas puedan justificar la función social de sus propiedades por el solo hecho de crear puestos de trabajo.

    No lo es, primero, porque quien tiene que estimar si la propiedad cumple o no la función social, no son los propietarios, sino la sociedad misma. De lo contrario sería como si un presunto delincuente tuviera que juzgar por sí mismo si es culpable o no.

    Segundo, porque no basta con dar trabajo. Hay que tener en cuenta qué tipo de trabajo y en qué condiciones se crea.

    Si el sólo hecho de crear empleo fuera motivo suficiente para cumplir con la sociedad, los antiguos propietarios de esclavos serían unos señores muy benéficos, y la esclavitud, probablemente, la manera más eficaz de hacer justicia social y acabar con el paro.

    - Además ha de tenerse en cuenta que es doctrina pontificia que para que un salario sea justo, no basta con que éste sea libremente pactado entre el trabajador y el capitalista, ya que muchas veces el trabajador acepta las condiciones que le impone el capitalista por temor a un mal mayor. La libre contratación no es suficiente para que la retribución sea justa.

    - Hay una idea reiteradamente expuesta en la Doctrina social de la Iglesia que curiosamente los liberal-católicos no mencionan, y en la cual se encuentra la clave de la ilicitud moral y la injusticia del capitalismo. Es la idea de la primacía del trabajo sobre el capital. El trabajo, dice la Iglesia, no puede ser comprado como una vulgar mercancía. El capital, que es un factor necesario para el proceso productivo, no puede sin embargo erigirse hegemónicamente en único protagonista del mismo, ni disponer arbitrariamente el fruto del trabajo. El trabajo es un atributo humano, y por ello más merecedor de respeto que el capital.

    Siendo esto así cabe preguntarse: si el beneficio obtenido por una empresa, que es la conjunción del trabajo y del capital que cooperan en el logro de un objetivo lucrativo común, es el fruto de la concurrencia de ambos factores, ya que el uno y el otro se necesitan mutuamente, ¿por qué la parte del beneficio que corresponde a la aplicación del trabajo queda íntegramente en propiedad del capitalista, que dispone de ella a su antojo? ¿Por qué a los trabajadores no se les permite intervenir en la gestión de esa parte del beneficio que ellos mismos han generado?

    Esto no quiere decir que no se tenga en cuenta el riesgo que asume el empresario cuando invierte su dinero en la empresa. Se ha de tener en cuenta, y se le debe retribuir un interés en función de ese riesgo.

    Tampoco quiere decir que no se tenga en cuenta que los trabajadores no podrían acaso dar fruto si no fuera porque están disponiendo de unas instalaciones, una maquinaria y unos medios materiales que el empresario ha puesto a su disposición. Por eso también habría que remunerar al empresario una cantidad por ese concepto. Lo mismo que si un señor quiere abrir una tienda, y no dispone en principio de dinero y de un local, acude primero al Banco, el Banco le concede un crédito, arriesgando un dinero. Luego, con ese dinero alquila un bajo, monta el negocio, se pone a trabajar, obtiene unos beneficios, y con esos beneficios va pagando el crédito, y va pagando el alquiler. Lo que no parece justo y razonable es que el Banco o el propietario del bajo, además de cobrar el uno su interés, y el otro su mensualidad, quieran disponer también del beneficio de la actividad laboral de su cliente y arrendatario.

    En todo caso, parece lógico que no se puede obligar por fuerza al trabajador a tomar parte, para bien o para mal, en los beneficios o en las pérdidas de su empresa, y en la gestión de los mismos. Posiblemente haya muchos trabajadores que prefieran seguir siendo asalariados, por comodidad o por lo que sea. Pero lo que sí sería conveniente es que a todo trabajador se le diera la opción de poder escoger entre uno u otro modelo de contrato. Actualmente no existe esa posibilidad, con lo cual no hay tampoco verdadera libertad en ese sentido.

    - Con respecto a la misión del Estado en lo concerniente a la economía, los católico-liberales propugnan que el Estado no intervenga en el mercado, que respete el principio de subsidiariedad, y que establezca un marco jurídico adecuado para que el sistema funcione.

    Todo eso son generalidades, que así, sin más explicaciones, podrían ser perfectamente aceptadas desde una interpretación católica de la vida. Pero, en la práctica, el inmenso poder económico acumulado por los grandes capitalistas ha logrado imponer tal presión sobre los gobiernos que las legislaciones se han hecho y se hacen a favor de sus intereses y no del bien común, y en contra de los cuerpos intermedios; con lo cual, de hecho, consiguen que los Estados no se abstengan, sino que intervengan en la economía, pero a su favor, impiden la creación de marco jurídicos adecuados, y se cargan la subsidiariedad.

    - Los católico-liberales ocultan que tanto Juan Pablo II como sus predecesores han condenado explícitamente el capitalismo moderno y contemporáneo, así como el liberalismo económico y político (no sólo el filosófico), y advertido que la injusticia y el fracaso del socialismo no hace del capitalismo una alternativa válida para la construcción de un orden social cristiano



    http://es.catholic.net/empresariosca...o.php?id=12640
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  12. #12
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Yo tengo mi mini-empresa y puedo asegurar que muy, muy, pero que muy pocos asalariados están dispuestos a asumir riesgos a cambio de la expectativa de un beneficio.
    Y eso que lo intento, porque creo que un trabajador estimulado es más rentable que un conformista que sólo busca seguridad. Propongo un tipo de trato en el que la mayor retribución económica esté ligada a la productividad, en un régimen en el que los beneficios serían participados por el propio trabajador. Pero no, no hay manera. Todo el mundo quiere un sueldo lo más seguro posible y listo.
    He podido comprobar en mi propia empresa que la mayoría de la gente prefiere no sufrir la incertidumbre del mercado. Y estoy seguro de que todos ganaríamos más si aceptaran mis propuestas. Como decía Jonhson & Jonhson (salvando una distancia enorme): "Haga ricos a sus ejecutivos y ellos le harán ricos a usted". Claro está que yo no tengo ejecutivos a mi servicio, sino personal de menos vuelos a los que intento incentivar sin éxito.
    Y es que, verdaderamente, casi todo el mundo prefiere que el riesgo lo corran otros.

    Por otro lado, no busco ganar muchísimo dinero. Sólo pretendo vivir en paz, trabajando con tranquilidad, como decía San Pablo. No estoy acumulando capital, pues mantener a mi familia se lleva todas mis ganancias. Y no me vale un sueldecito corto, pues somos catorce en casa y sólo yo aporto dinero. Esa es mi situación: empresario que busca colaboradores dispuestos a compartir el riesgo y, al mismo tiempo, los beneficios. Porque, siendo más los inversores, podemos plantearnos mayores empresas. Y, si uno no puede aportar dinero, que por lo menos aporte trabajo. Y que acepte que, si la empresa gana más, él también, pero al mismo tiempo que, si la empresa gana menos, también le afecte.
    ¿Y sabéis una de la mayores pegas para que mi empresa crezca? El intervencionismo, tanto de las autoridades municipales, autonómicas y estatales como de los colegios profesionales. No nos dejan hacer. Al mismo tiempo, no dejan que la gente elija libremente. Ni dejan que los servicios que recibe la sociedad mejoren gracias a la competencia.
    Por eso quiero libertad económica. Quiero que me dejen luchar para subsistir. Quiero que se acaben las regulaciones que sólo benefician a los poderosos. Quiero un mercado en el que no me vea limitado para ofrecer servicios ni los consumidores se vean limitados para adquirirlos. No quiero precios mínimos ni máximos, ni quiero limitación de negocios por zonas, ni prohibiciones colegiales en cuanto a la publicidad. Los emergentes molestamos a los consolidados. Y éstos, para defender sus privilegios, esperan apoyo de los gobernantes, con la excusa del bien común, que en algunas ocasiones es una mentira colosal.
    Los bancos, por ejemplo, suelen ser enemigos del mercado libre. Como casi todas las grandes empresas. Llaman mercado libre a lo que no lo es. Los grandes capitalistas no son amigos de la libertad económica. Quieren un sistema neo-mercantilista. Las instituciones supranacionales (FMI, BM...) tampoco quieren libertad. Sus recetas suelen amparar derechos de los grandes.
    Última edición por Cirujeda; 29/04/2008 a las 18:26
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  13. #13
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Cita Iniciado por Cirujeda Ver mensaje
    Por otro lado, no busco ganar muchísimo dinero. Sólo pretendo vivir en paz, trabajando con tranquilidad, como decía San Pablo. No estoy acumulando capital, pues mantener a mi familia se lleva todas mis ganancias. Y no me vale un sueldecito corto, pues somos catorce en casa y sólo yo aporto dinero. Esa es mi situación: empresario que busca colaboradores dispuestos a compartir el riesgo y, al mismo tiempo, los beneficios. Porque, siendo más los inversores, podemos plantearnos mayores empresas. Y, si uno no puede aportar dinero, que por lo menos aporte trabajo. Y que acepte que, si la empresa gana más, él también, pero al mismo tiempo que, si la empresa gana menos, también le afecte.
    ¿Y sabéis una de la mayores pegas para que mi empresa crezca? El intervencionismo, tanto de las autoridades municipales, autonómicas y estatales como de los colegios profesionales. No nos dejan hacer. Al mismo tiempo, no dejan que la gente elija libremente. Ni dejan que los servicios que recibe la sociedad mejoren gracias a la competencia.
    Por eso quiero libertad económica. Quiero que me dejen luchar para subsistir. Quiero que se acaben las regulaciones que sólo benefician a los poderosos. Quiero un mercado en el que no me vea limitado para ofrecer servicios ni los consumidores se vean limitados para adquirirlos. No quiero precios mínimos ni máximos, ni quiero limitación de negocios por zonas, ni prohibiciones colegiales en cuanto a la publicidad. Los emergentes molestamos a los consolidados. Y éstos, para defender sus privilegios, esperan apoyo de los gobernantes, con la excusa del bien común, que en algunas ocasiones es una mentira colosal.
    Los bancos, por ejemplo, suelen ser enemigos del mercado libre. Como casi todas las grandes empresas. Llaman mercado libre a lo que no lo es. Los grandes capitalistas no son amigos de la libertad económica. Quieren un sistema neo-mercantilista. Las instituciones supranacionales (FMI, BM...) tampoco quieren libertad. Sus recetas suelen amparar derechos de los grandes.
    Esto es Adam Smith.

  14. #14
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Pues nunca he leído a Adam Smith. Mis conclusiones proceden, fundamentalmente, de mi propia experiencia. Y, también, de la observación.
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  15. #15
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Cita Iniciado por Cirujeda Ver mensaje
    Pues nunca he leído a Adam Smith. Mis conclusiones proceden, fundamentalmente, de mi propia experiencia. Y, también, de la observación.
    Estimado Cirujeda,

    primero un saludo, hace tiempo que no intercambiábamos opiniones.

    Por otra parte, y volviendo al post, no dudo que hayas llegado a esas conclusiones de forma autónoma, lo que afirmo es que son principios básicos del pensamiento liberal más ortodoxo.

    Una vez te comenté que debieras leer el libro LIBERTAD DE ELEGIR de Milton y Rose Friedman. Observarás que responden milimétricamente a tus planteamientos.

  16. #16
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Estimado Don Cosme:

    Saludos.

    No he seguido tu consejo porque no tengo tiempo para leer ni la décima parte de lo que me gustaría. Además, mis obligaciones me imponen, en estos momentos, otras lecturas.

    No es la primera vez que me dicen que mis ideas sobre economía coinciden con las liberales. Yo, desde luego, creo en el papel del Estado como garante de derechos. Creo en el principio de intervención obligada del Estado para corregir diversas situaciones, pero siempre que haya que corregirlas, no antes. Es decir, asigno al Estado un papel subsidiario, salvo para ser garante del ordenamiento jurídico, del orden público y de la defensa nacional. En economía, que sólo intervenga legislando de forma que se respeten las obligaciones y contratos y el resto de derechos individuales, así como el bien común.

    No comparto con los liberales algunos principios importantes. No creo, por ejemplo, en el principio "un hombre, un voto". Ni creo que el Parlamento sea la sede principal de la soberanía nacional. Ni tampoco creo que la única limitación a las libertades de la persona sean los derechos individuales de otros, pues creo que existe un bien común que debe ser defendido.

    Pero, sobre todo, no creo en la autonomía moral del hombre. Creo en el Derecho Natural. Entiendo que los principios éticos vienen de Dios. Yo no puedo decidir por mí mismo qué es bueno y qué es malo. La libertad no es el primer valor. La libertad es esclavitud si no anteponemos la Verdad. La Verdad nos hace libres.

    Por eso, no nos confundamos. Una cosa es que haya puntos de coincidencia práctica entre los liberales y yo, y otra muy distinta que comparta su apoyatura ideológica.

    Nuevamente saludos.
    "La Verdad os hará libres"

  17. #17
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    No suelo intervenir en este foro, pero he leído esta típica discusión sobre la compatibilidad del capitalismo/liberalismo y la fe católica. Hay un interesante artículo en http://www.hispanitas.org/index.php?option=com_content&task=view&id=21&Itemid=1 donde se muestra -o se intenta mostrar- su incompatibilidad a la luz del Magisterio.

    Respecto al libre mercado, yo creo que lo mejor es un mercado 'intervenido', pero no desde el Estado, sino desde los cuerpos intermedios a través de los gremios, como en la Edad Media.

  18. #18
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Estimados: Ya San Pío X dijo que no es posible separar el liberalismo económico del liberalismo filosófico. No lo hagamos nosotros. No hay más que revisar los fundamentos filosóficos de casi todos los teóricos de la economía moderna desde Adam Smith hasta Gary Becker, pasando por los marxistas, keynesianos, austríacos y monetaristas, para comprender la perniciosa filosofía que subyace. Y no es sólo un problema religioso sino de violación del orden natural, como pudo comprender E.F. Schumacher y terminó convertido al catolicismo (y un catolicismo ortodoxo y tradicional).

    Los intentos de ciertos "liberales-católicos", como los del Instituto Acton (1) o la Fundación Atlas (2) --Novak, los PP. Sirico y Neuhaus, Alejandro Chafuén, Gabriel Zanotti y una lista lamentablemente muy larga--, deben recurrir a muchos mutilaciones de textos, complicadas hermenéuticas o bizantinas disquisiciones semánticas para integrar a su "tradición liberal" (sic) a Santo Tomás de Aquino, la Escuela de Salamanca y los Papas.

    [1] Curiosamente usan el nombre del célebre apóstata liberal Lord Acton, el de "el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente" que fue dicho en ocasión de la proclamación del dogma de la Infalibilidad Papal.
    [2] Por el nombre del personaje de la célebre novela de la atea liberal Ayn Rand.


    En el mismo orden de cosas, creo que no debemos confundir capitalismo con economía de mercado. Capitalismo hace referencia al capital, a un dinero invertido para obtener una renta. Si en el capitalismo naciente ese capital se identificaba con el empresario (y, por lo tanto, dentro de los cánones morales cristianos su ganancia podía ser legítima), en la actualidad el capital no se identifica con los gestores o gerentes de la empresa convirtiendo a la renta empresaria en algo muy similar al beneficio del usurero. De hecho, la moderna teoría financiera considera al capital como una fuente de financiación entre otras; y los mecanismos de los modernos mercados de capitales exigen una cierta rentabilidad anual o trimestral (en la forma de dividendos o aumento del valor de las acciones) que se asimilan casi perfectamente al interés de un préstamo usurario.

    Esto por no hablar de los males derivados del anonimato del capital, del concentracionismo de la propiedad, los procedimientos publicitarios y de Marketing muchas veces violatorios de la libertad psicológica, el poderío de los mercados mundiales de capitales (recordemos la condena de Pío XI al "poder internacional del dinero" en tiempos donde maniobras como las de G. Soros contra la libra esterlina eran imposibles y hoy son pan cotidiano), y una larga lista de males derivados del moderno capitalismo.


    Muy distinto es el libre mercado (libre en sentido cristiano; i.e. como fruto de perfección, lo que en otras palabras quiere decir sujeto a la ley natural y al orden cristiano). De hecho, aún durante la Edad Media llegaron a darse formas bastante complejas de mercados libres y justos, cuyo funcionamiento virtuoso no sólo no fue condenado por la Iglesia sino que fue estudiado por los estudiosos poniendo las bases de una verdadera ciencia económica lamentablemente corrompida desde el siglo XVII (como todas las ciencias) por la peste mecanicista.

    Para la distinción entre libre mercado y capitalismo recomiendo "Capitalismo, Catolicismo y expansión económica" de Michel de Penfentenyo. Para la distinción entre el empresario/gerente y capital hay numerosísima bibliografía. Finalmente, es muy recomendable la obra de E.F. Schumacher, empezando por el texto introductorio "Lo pequeño es hermoso", pero sobre todo sus "A guide for the perplexed" y "Good work". Patricio Randle tradujo un corto pero riquísimo texto de Schumacher, "La edad de la abundancia", incorporado a la obra colectiva "La técnica puesta a prueba".

  19. #19
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    El pecado oculto del capitalismo

    EN 28 MARZO, 2016 POR LAINTEGRIDADBLOG
    El hombre moderno ha perdido la conciencia del pecado y por lo tanto la capacidad de pensar, de analizar la realidad bajo una recta cosmovisión cristiana. La actual crisis económica se debe en gran parte a una profunda crisis de virtudes, mejor dicho a la pérdida de los grandes ideales cristianos y al auge de las ideologías. Las democracias liberales propician un capitalismo salvaje que deshumaniza y degrada al hombre, esclavo del trabajo y del materialismo consumista. El sistema capitalista está corrupto desde su raíz, pues dentro de sus reglas del juego hay principios viciados como la usura, grave pecado condenado por la Iglesia y al que hoy en día no se le da la importancia que se debiera.El Profesor Daniel Marín Arribas es economista profesional y Master en Doctrina Social de la Iglesia. Está doctorando con una tesis sobre la usura y el sistema capitalista. En esta entrevista analiza en profundidad la malicia de la usura y sus consecuencias.¿Qué se entiende concretamente por usura?La usura es todo interés cobrado en virtud de un préstamo dinerario y está condenada por la Ley Natural y la Ley Divina.¿Cómo está presente la condena de la usura en la Sagrada Escritura?En la Sagrada Escritura aparecen condenas diversas. La Ley Antigua era tajante afirmando su condena. Aparece en Códigos legislativos como el Deuteronomio o el Levítico y la secundan profetas y reyes como Ezequiel o David. El Pueblo de Dios, antes el pueblo de Israel, siempre la persiguió, y el Pueblo de Dios, ahora el pueblo cristiano congregado en la Iglesia de Dios, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, también; desde el mismo Cristo, hasta los primeros Padres, los Pontífices y los Santos y Doctores.¿Dónde radica la gravedad del pecado de la usura?Es un pecado que atenta directamente contra la virtud de la Justicia, es una injusticia radical, de raíz, pues parte de la negación de la ley natural, que dicta la gratuidad del préstamo dinerario. En ella, además, van implicados otros vicios como la avaricia, la falta de templanza en la sed de riquezas materiales, o la inmisericordia. Asimismo, deja un reguero de desequilibrios en el reparto de la riqueza que provoca que unos pocos capitalistas acumulen grandes sumas de dinero a costa de una gran masa de endeudados que viven cada vez más pauperrimamente. Los datos no engañan: en las regiones donde se instala la usura como norma económica se da con mayor profusión el famoso esquema paretiano 20-80, es decir, un 20% de la población posee el 80% de la riqueza, y un 80% debe subsistir con el otro 20%. Esto no es sano y suele abrir la puerta en democracias liberales a partidos de corte socialista, que lejos de arreglar los problemas, los intensifican más con un Estado ineficiente que se sitúa como otro actor más de la iniquidad. El resultado final se ejemplifica con lo que hoy padecen nuestras sociedades occidentales: Estados hiper-endeudados que imponen a sus ciudadanos una fiscalidad extractiva de más de la mitad de sus rentas, y entidades financieras que crean una estructura de precios inflados sobre bienes tan básicos como la vivienda que no se consiguen pagar sino hasta después de esclavizarse durante décadas. Además, en estos casos las víctimas saldan al usurero al principio más intereses que capital a través de un sistema de amortización conocido como “el francés”, que no hace otra cosa que garantizar al acreedor el cobro de su usura a la vez que alarga la vida de la deuda…Sus consecuencias por tanto son tremendas…Así es y dicho esto, quiero mencionar también que la usura, en otros de sus efectos, acaba siendo una grave amenaza sobre la propiedad privada. Y ésta, precisamente era la crítica que autores como Chesterton hicieron al capitalismo y al socialismo como agresores de la misma: sistemas donde unos pocos recaban para sí todo el nervio económico de una sociedad. Igualmente otros autores sin hablar en términos modernos de “capitalismo” y “socialismo” denunciaron este hecho de cómo con la usura unos pocos iban quedándose con la mayoría de la propiedad privada. A tal caso se me vienen a la memoria Padres de la Iglesia como San Juan Crisóstomo o grandes doctores tomistas de cuño hispano como el dominico Francisco de Vitoria, quien en los albores del capitalismo en el siglo XVI denunció lapidariamente desde su cátedra de Salamanca: “¡Para que veamos cuán malo es el pecado y el oro; para que veamos cuánto mal se seguiría si por todas partes fueran permitidos los usureros! ¡Ciertamente dominarían el orbe!”¿Qué naciones o religiones la han practicado sin ningún escrúpulo a lo largo de la Historia?Sin tener grandes conocimientos de historia antigua, en la Roma pagana se debían practicar con asiduidad, pues sí es conocido que en ciertas épocas se dio un indulto general de deudas. También ocurría esto en el pueblo judío, como recordó el Papa Francisco en una de sus audiencias generales. No obstante, en la Modernidad la nación que ha llevado la bandera de la usura ha sido principalmente Inglaterra con su hijo Norteamericano, y otras, que se suman a esta cabecera son Holanda, de tradición mercantil, y Francia tras irrumpir fuertemente el liberalismo con la Revolución de la guillotina.¿Por qué en los últimos años se da también entre los católicos?Creo que principalmente se debe al desconocimiento. La grey católica al final escucha y aprende de sus párrocos, y éstos a su vez en los seminarios de sus profesores; ni unos ni otros se ponen de manera genérica a desempolvar viejos tratados que duermen en las estanterías de bibliotecas antiguas ni tampoco a estudiar documentos de hace siglos. Al final la fuente de lectura primaria es el Concilio Vaticano II y el Catecismo ordenado elaborar por el Papa Juan Pablo II. En ninguno de ellos se hace mención explícita del pecado de la usura desarrollando su significado tradicional. No obstante, sería un error buscar en estos dos elencos de textos el origen del problema. Desde los siglos XVIII y XIX se viene omitiendo por parte de las autoridades de Iglesia una predicación tan radical sobre este tema como la que hacían los Padres de la Iglesia, los mismos profetas veterotestamentarios, o los propios teólogos católicos de la Escuela de Salamanca.¿En qué casos concretos y profesiones se da la usura en nuestros días?Es sencillo de responder: En todas aquellas que tienen que ver con el sistema financiero.¿Cómo la fomenta el capitalismo liberal?La fomenta desde su esquema filosófico-moral donde coloca a la libertad por encima de la ley natural, y por supuesto de Dios legislador. Según el liberalismo económico los contratos no deben tener un sustrato de justicia natural, sino que la voluntad de la partes es suficiente constitutivo para la validez y justicia de los mismos. De ahí el sistema capitalista, de ahí la condena de la Iglesia al mismo, y de ahí que se instale la usura, entre otros diversos males, como estructura de pecado en su funcionamiento.¿Cómo debemos actuar para no ofender a Dios por ello?Uno de los primeros principios de la ley natural, y por tanto de la voluntad de Dios, es obrar el bien evitando el mal, y otro practicar obras de misericordia entre las que se encuentra la de corregir al errado. Así debemos actuar: evitando practicar las usuras, evitando que nuestros prójimos las practiquen, y enseñando que éstas son un grave pecado, un pecado mortal que conduce en la otra vida al “llanto y rechinar de dientes” tras el juicio y castigo divino (Lc 13, 28).

    Javier NavascuésFuente: El pecado oculto del capitalismo

    https://laintegridadblog.wordpress.c...l-capitalismo/
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    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: ¿Un capitalismo católico?

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Los furiosos ultraliberales de "miseshispano" entre los cuales ahora hay algunos que les da por reivindicar el Carlismo porque creen que tiene que ver con sus pajas mentales siguen intentando meter mierda por todas las partes (para justificar el capitalismo usurero, claro).

    El articulito (lo señalado en rojo es lo que me llama la atención y lo que he puesto más grande ya es el despiporre):

    Dios, Patria, Rey, Fueros… ¡y mercados! Los orígenes de la auténtica derecha de España

    Fernando Vázquez • noviembre 6, 2017

    – I –

    La idiosincrasia española viene dando desde antaño sistemas e instituciones económicas, sociales y políticas propias y características. Así por ejemplo, en el ámbito institucional, España goza de una organización territorial del Estado única denominada “Estado Autonómico” o del las autonomías, creada ad hoc en un momento histórico determinado como algo intermedio entre un Estado unitario y un Estado descentralizado. Otra de estas creaciones propias, pero en el ámbito político, es el concepto y la idea del “conservadurismo liberal”, cuyos orígenes se remontan al siglo XIX con las Cortes de Cádiz y posteriormente con la figura de Cánovas del Castillo, y que actualmente dominan la ideología propia de la derecha española.

    Sería pues el mencionado Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) y posteriormente otros políticos como Antonio Maura y Montaner (1853-1925) y José Calvo Sotelo (1893-1936), los que desarrollarían y aplicarían una teoría política basada también en algo intermedio entre el liberalismo político y el conservadurismo social y económico. Y es que estos políticos optaron por lo peor de ambas doctrinas políticas. Ello ha llevado a que la derecha actual en España se caracterice por la defensa de un liberalismo político “afrancesado”: fuertemente nacionalista, centralista, estandarizador e igualitarista; y por un conservadurismo económico fuertemente intervencionista (asimismo estatista), partidario y defensor de la justicia social, siguiendo esa tendencia “pobrista” originaria de la Iglesia Católica, tendencia cuyo máximo exponente representó en el siglo XX la teología de la liberación.

    En comparación, observamos que el conservadurismo liberal en el resto del mundo viene marcado, desde los años setenta, por dos políticos clave como fueron Ronald Reagan (1911-2004) en EEUU y Margaret Thatcher (1925-2013) en Reino Unido, basado en una mezcla entre el liberalismo económico de Milton Friedman y el conservadurismo social de Friedrich Hayek, (a este respecto cabe recordar la anécdota que cuenta que Thatcher, al poco de ser elegida lí*der del Partido Conservador, en un mitin se dirigió a un correligionario y sacando de su bolso Los fundamentos de la Libertad de Hayek, lo interrumpió y, golpeando el libro sobre el estrado, exclamó: ¡en esto es en lo que creemos!).

    Por lo tanto para diferenciar este conservadurismo liberal en el ámbito español (basado en un liberalismo político y en un conservadurismo económico, el primero de corte centralista y ambos fuertemente estatistas), cabe usar otra terminología, concretamente la utilizada por el historiador y jurista Ángel López-Amo (1917-1956), como es el concepto de “tradicionalismo liberal” para referirnos a esa mezcla acertada entre el liberalismo económico (en concreto aquel cuyos orígenes se remontan a los escolásticos españoles del siglo XVI) y el conservadurismo político y cultural (cuyo origen se encuentra, en palabras del profesor Bastos citando a Erik von Kuehnelt-Leddihn, en el tradicionalismo carlista, auténtico representante de la derecha española y no, como popularmente se cree, por los falangistas y franquistas). Otros autores como el también jurista Álvaro d’Ors (1915-2004), seguiría en sus ensayos políticos esa tendencia tradicionalista (en lo cultural y político) y liberal (en lo económico).

    – II –

    Deviene necesario pues hacer un análisis de los orígenes de este tradicionalismo carlista y de ese liberalismo económico del siglo XVI propio de estos autores a los que podemos denominar “tradicionalistas liberales”.

    En primer lugar, el carlismo tiene su origen a principios del siglo XIX como reacción tradicionalista de los partidarios del infante Carlos Maria Isidro ante las ideas reformistas y progresistas derivadas de la Revolución francesa y defendidas en España por los partidarios de Isabel II. El carlismo se caracteriza por la defensa del trilema: Dios-Patria-Rey y de los Fueros; frente a la aconfesionalidad, el nacionalismo y la centralización de los partidarios de Isabel II (o isabelinos) y posteriormente defendido por los liberales y actualmente por la derecha española.

    Así pues, mientras los isabelinos defendían la aconfesionalidad del estado (cuando no, en algunos casos, un ateísmo radical) siguiendo esa tendencia anticatólica y anticlerical típica de la Revolución francesa que sustituyó por un lado el culto a Dios por una adoración cuasi-religiosa, fanática y mística a una nueva “diosa” que sería la razón, y por otro lado la lealtad a la religión por la lealtad al Estado; los carlistas seguían defendiendo su creencia en Dios y su catolicismo. Y es que la religión siempre fue enemiga de la uniformidad y del igualitarismo tan defendido por los liberales españoles “afrancesados” y por la actual izquierda política. Esto es debido a que la religión ha sido siempre un límite al poder temporal; que la legitimidad del poder fuese divino implicaba que este poder era limitado, ya que estaba sujeto y sometido a la ley natural o divina, una ley que ningún gobernante ni rey puede cambiar y saltarse a su antojo. Además, en el ámbito católico, la existencia del papado implicaba otro límite político y moral externo al poder temporal, junto con la propia organización eclesiástica y las comunidades religiosas dentro del Estado, que suponen otro límite interno al poder. Es por ello que el Estado moderno llevó a cabo la persecución religiosa, la separación Iglesia-Estado (relegando la primera al ámbito estrictamente personal) o la estatalización de la religión (como por ejemplo los anglicanos en Inglaterra), para tenerla totalmente anulada y controlada.

    Por otro lado, mientras los liberales españoles eran fuertemente nacionalistas, los carlistas eran defensores de un convencido patriotismo. Cabe distinguir estos dos conceptos, usados erróneamente muchas veces como sinónimos, y es que el nacionalismo es una ideología colectivista que exalta al individuo como miembro inseparable de un todo que es la nación como comunidad política o grupo de personas concretos, caracterizadados por unas características sociales, culturales e históricas propias e identitarias, en muchas ocasiones recurriendo para su justificación al misticismo y derivando normalmente en un auténtico etnicismo, racismo o xenofobia, con la única intención de constituir o mantener un Estado. Sin embargo, el patriotismo es un sentimiento individual de pertenencia o apego a la tierra natal o a un territorio físico determinado. El patriotismo da importancia al país como territorio, y por lo tanto a un patriota no le importa, e incluso es partidario, de la existencia de numerosas nacionalidades en su territorio, ya que entiende que la variedad puede enriquecer económicamente y culturalmente a su país y que sus orígenes históricos deben de ser respetados. Así pues, se observa ese patriotismo en el carlismo del siglo XIX en España, que respetaba y reconocía las diferencias culturales y costumbristas del territorio español a través de los Fueros; en el patriotismo típico de los EEUU, que reconoce la existencia de diferentes estados dentro de su país; o de las familias monárquicas y de los ultraconservadores europeos, como fue el caso de von Matternich, príncipe del imperio austriaco contrario al nacionalismo y a todo aquello que tuviese que ver con la Revolución francesa, además de enemigo declarado de Napoleón I. Y es que ese antinacionalismo suele ser propio y coherente entre monárquicos y tradicionalistas, ya que la monarquía es básicamente una institución supranacional, debido a que las familias reales y los reyes suelen ser extranjeros que reinan y/o gobiernan en países o territorios que no son los suyos propios de nacimiento u origen; véase por ejemplo la Casa de Borbón, de origen francés y que reina en España; la Casa Grimaldi, de origen italiano y que reina en Mónaco o la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, de origen alemán y que reina en Bélgica.

    Otra de las características del carlismo es la defensa de la monarquía tradicional frente a la monarquía parlamentaria o al republicanismo de los afrancesados decimonónicos; considerando a la monarquía (consustancial a la patria y al espíritu católico) como la mejor forma de gobierno. Sin embargo, los carlistas no defendían el origen divino del rey, sino el origen divino del derecho, expresado en los principios básicos de derecho natural; así el rey pasa a estar limitado por normas o instituciones de origen divino, por lo que no puede saltarse la ley discrecionalmente; de echo en la época medieval, en caso de que el propio rey vulnerase la ley, estaba justificado su deposición o hasta el tiranicidio, lo que demuestra la preeminencia de la ley sobre el rey y por lo tanto como esta constituye un límite al poder temporal. Además otros autores como Hans-Hermann Hoppe añaden que la monarquía es una forma de gobierno mucho más deseable, justa y preferible (en términos pragmáticos y económicos) que la democracia, ya que la monarquía, al ser una institución privada, esta mejor gestionada y es menos intervencionista y restrictiva de la libertad individual que el sistema democrático, por razones principalmente de preferencia temporal.

    Añadir que una consecuencia de la existencia de una monarquía es la existencia de una aristocracia o nobleza, que siempre representó límites personales al poder del monarca o del Estado, por ello gran parte de las revoluciones llevaron algún tipo de aristocidio, además del regicidio. En este sentido cabe destacar la aportación de López-Amo sobre el papel positivo de la nobleza en la sociedad como un factor de estabilidad, progreso social y referente en lo relativo al comportamiento y el establecimiento de determinadas costumbres y buenos usos; esto fue destacado también por otros autores como Hoppe y Hayek.

    Por último, mientras los liberales españoles defendían y defienden la centralización, el estatismo y la uniformidad tanto institucional como cultural; los carlistas defendían la descentralización y la diversidad de costumbres y usos a través de los Fueros (tanto regionales como locales). Si de algo se caracteriza el actual liberalismo conservador en España, que representa a la nueva derecha española, es principalmente su centralismo y estatismo, que antaño supuso una tendencia típicamente jacobina para conseguir el igualitarismo, intentando para ello acabar con los poderes regionales y locales, imponiendo una división territorial en departamentos o provincias y una lengua y educación única y estatal. Frente a esto, el carlismo defendió los Fueros, normas jurídicas que contenían las costumbres y usos, junto a otros privilegios o exenciones otorgados por el rey para un determinado territorio o lugar. Estos otorgaban autonomía legislativa y de gobierno y unos derechos a esos territorios y a sus habitantes junto al reconocimiento de sus propias instituciones histórico-culturales, siendo así el origen de los estados descentralizados y por lo tanto otro límite al poder central. Posteriormente, conservadores como el norteamericano John C. Calhoun retomarían esta idea defendiendo los derechos de los estados frente al poder centralizador del gobierno federal. Es por ello que Murray N. Rothbard reconocería los Fueros como una de las mayores aportaciones de la teoría política española a la humanidad.

    Finalmente, añadir de manera somera otros aspectos que defendía el carlismo y que suponían límites al poder temporal y a la tendencia uniformadora del estado, como son instituciones típicamente tradicionalistas como la comunidad o la familia. Y es que ambas son instituciones deseables y necesarias para la transmisión de valores, principios y costumbres, de la moral, la educación, los gustos y el conocimiento, entre otras cosas; por ello, tanto la familia como las comunidades religiosas o locales, fueron fuertemente reprimidas por la Revolución francesa y por todo movimiento de tendencia centralista, ya que suponen un límite al poder hegemonizador innato a todo Estado.

    Sin embargo, el carlismo y el tradicionalismo eran tremendamente partidarios de la doctrina social de la Iglesia y posteriormente del Estado y de la justicia social, defendiendo una visión paternalista y tremendamente intervencionista en materia económica; y ahí es donde yerran. Pero serían autores como los mencionados Ángel López-Amo o Álvaro d’Ors los que comenzaron a introducir la vertiente liberal (y no intervencionista) en lo económico a estos principios políticos y culturales de corte tradicionalista. Esto implica la defensa de la institución de la propiedad privada, como límite asimismo al poder, y de una teoría económica acertada que cree las condiciones necesarias para el desarrollo y el crecimiento económico y humano, siguiendo las teorías religiosas al respecto emanadas tras la reforma luterana y la contrarreforma católica, representada esta última a través de la Escuela de Salamanca del siglo XVI, antecedente histórico y cultural de la Escuela austriaca de economía, como hemos mencionado.

    Los escolásticos españoles fueron pues los primeros en percatarse y articular una serie de principios que serían la base de la economía de libre mercado; principios y conceptos redescubiertos y desarrollados posteriormente por los economistas austriacos, como el principio de preferencia temporal, por parte del dominico Martín de Azpilcueta, que anticipa la teoría cuantitativa del dinero; la justificación del cobro de intereses de un préstamo por riesgo de impago, enunciado por el franciscano Juan de Medina; la teoría subjetiva del valor por Diego de Covarrubias; la relación entre precios y costes, junto al análisis crítico de la banca con reserva fraccionaria, llevada a cabo por Luis Saravia de la Calle; el concepto dinámico de la competencia entendido como rivalidad entre vendedores, y el descubrimiento de que los depósitos monetarios forman parte de la oferta monetaria, por el jesuita y teórico monetario Luis de Molina; la naturaleza dinámica del mercado y la imposibilidad de alcanzar un modelo de equilibrio, o el carácter distorsionador de la inflación sobre la economía real, por parte del también jesuita Juan de Lugo; la defensa del derecho natural y la no intervención abusiva del gobierno sobre el mercado, defendida por Juan de Mariana y la teoría del precio justo, junto al establecimiento de los principios consuetudinarios del Derecho internacional, todos ellos desarrollados por el fundador y miembro de la Escuela de Salamanca, Francisco de Victoria (1).

    Estos escolásticos españoles del Siglo de Oro tendrían cierta influencia en el ámbito anglosajón en autores como John Locke, Richard Cantillon y hasta en cierta medida en Adam Smith; en al ámbito continental en algunos autores como J. B. Say, F. Bastiat, E. B. de Condillac y A. R. J.Turgot, y sobre todo y especialmente en la Escuela Austriaca de economía.

    Y es que como dijo H. M. Robertson, fueron los escolásticos españoles, y concretamente la Orden de los jesuitas, los que favorecieron el espíritu empresarial, la libertad de especular y la expresión del comercio como beneficio social. No es difícil juzgar que la religión que favoreció el espíritu del libre mercado fue la católica, tras la contrarreforma por parte de estos teóricos españoles, y no los calvinistas como erróneamente estableció Max Weber. Este origen católico y español de los principios teóricos de la economía de mercado y de los elementos básicos del liberalismo económico fue reconocido también por el propio Hayek, gracias a la influencia de Bruno Leoni, en alguno de sus trabajos y hasta mencionado en su discurso de recepción del premio Nobel de economía en el año 1974 (2).

    Por lo tanto es perfectamente compatible y coherente la defensa de un tradicionalismo político, social y cultural con la defensa de un liberalismo económico ya que, como se ha descrito y han demostrado numerosos autores, tienen hasta un mismo origen católico y español.

    – III –

    Por ello, para la actual derecha política, deviene necesario una vuelta a los orígenes y principios fundamentales de la auténtica derecha española (representada por el carlismo) en el ámbito social, político y cultural, pero adaptada a los conocimientos y desarrollos científicos de la economía, que parten desde los acertados análisis de los escolásticos de la Escuela de Salamanca y cuya heredera intelectual es la Escuela austriaca de economía. La derecha ha de volver pues a esa defensa originaria y a ultranza de la libertad y a ser la base del límite al poder temporal, además de portar los principios para el desarrollo económico y social; volver a ese antiestatismo y desconfianza al poder centralista y burocrático del Estado tan característico del tradicionalismo y que asimismo comparte el liberalismo económico, y que encuentran su contemporánea expresión en las obras de los mencionados Ángel López-Amo, Álvaro d’Ors y otros autores como Erik von Kuehnelt-Leddihn, Hans-Hermann Hoppe o el propio Murray N. Rothbard. La derecha ha de apartarse pues de la deriva izquierdista influenciada por las ideas jacobinas de centralismo, nacionalismo, estatismo y fuerte intervencionismo económico adoptadas por Cánovas del Castillo y otros políticos liberal-conservadores españoles. Y es que la auténtica derecha ha de ser realista, ha de buscar y encontrar lo enteramente válido y correcto e intentar restaurarlo, redescubriendo antiguas verdades y descubriendo y adaptándose a las nuevas, pero siempre con fidelidad a sus valores y principios. Ha de defender todo atisbo de libertad e individualidad frente al colectivismo y uniformidad tan típico de los jacobinos y del conservadurismo liberal español. La derecha ha de volver a esa tradición empírica y espontánea que da lugar al desarrollo social, económico e institucional que avanza de forma pausada pero segura, una tradición evolucionista basada en el método de prueba y error y no en el racionalismo cartesiano francés defensor de un desarrollo centralizado y dirigista que acaba siempre derivando en el más indeseable totalitarismo. Y es que aún que parezca paradójico, una próspera sociedad libre es una sociedad de ligaduras tradicionales, ya que la libertad no ha funcionado nunca sin la existencia de hondas creencias morales, normalmente aportadas por la religión. Como destaca el mencionado Kuehnelt-Leddihn:

    La derecha pide libertad, una forma de pensar libre y sin prejuicios; dispuesta a conservar los valores tradicionales (en tanto sean auténticos valores); con una visión equilibrada de la naturaleza humana, asumiendo que ni es un demonio ni un ángel, insistiendo en la particularidad de que todos los seres humanos que no puede moldearse ni ser tratada como un simple número o cifra (3)

    ————–


    1. Jesús Huerta de Soto, La escuela austriaca, mercado y creatividad empresarial (EDITORIAL SÍNTESIS, Madrid, 2012), pp. 55, 62.
    2. Huerta de Soto, La escuela austriaca, mercado y creatividad empresarial, 54, 55.
    3. Erik von Kuehnelt-Leddihn, Lefttism, From de Sade and Marx to Hitler and Marcuse (ARLINGTON HOUSE PUBLISHERS, New Rochelle – Nueva York, 1974), pp. 36, 46.


    Bibliografía:


    Hans-Hermann Hoppe, Monarquía, democracia y orden natural, UNIÓN EDITORIAL, Madrid, 2012.

    Friedrich A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, UNIÓN EDITORIAL, Madrid, 2017.
    Ángel López-Amo, El principio aristocrático, SEPREMU, Murcia, 2009.
    Álvaro d’Ors, Ensayos de teoría política, EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA S.A., Pamplona, 1979.

    ...........................................................................................

    Lo he sacado del foro de "disidencia" ( https://foro.disidencia.info/forum/m...rey-y-mercados ) cuyo cabecilla se declara orgullosamente judío y sionista y lleva años intentando meter mierda de ésta.


    En fin, no quiero ni imaginar cuantos carlistas actuales (o simplemente católicos) se están dejando influenciar por estas "marranadas".
    Kontrapoder, Vainilla y Pious dieron el Víctor.

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