En la muerte de Alexander Solzhenitsin: lo que la derecha calla
Estaba acostumbrado a ser escupido por la izquierda mundial gracias a su denuncia del totalitarismo comunista. Pero la derecha no le trató mucho mejor. Sepan por qué.
El pasado día 4 de agosto los teletipos de todo el mundo entraban en ebullición a causa de la muerte de Alexander Isayevich Solzhenitsin.
Para la izquierda mundial, Solzhenitsin era una de las bestias negras que había voceado a los cuatro vientos el genocidio "progresista", que contaba con la conjura del silencio de todos los partidos "avanzados" de occidente. De ahí que cuando, en España, en plena época de Franco, Solzhenitsin espetara a la "oposición antifranquista" –casi totalmente monopolizada por la izquierda- que ellos no tenían la más remota idea de lo que era una dictadura, esa misma "oposición" recurriera a todo su arsenal propagandístico para denostar a Solzhenitsin, algo que aún hoy todavía reverbera en el artículo de Gabriel Albiac en La Razón con motivo de la muerte de nuestro autor. La izquierda española recurrió, como estrategia defensiva, a la falsedad propagandística que le ha otorgado la hegemonía cultural e ideológica en el planeta entero y que ha logrado hacer creer, por ejemplo, que Salvador Allende o la "revolución de los claveles" luchaban por la "democracia".
Esto es, sin embargo, una sola de las posibles respuestas a los certeros ataques de un personaje de la talla de Alexander Solzhenitsin. La otra estrategia es la que ha adoptado lo que se denomina hoy "derecha" o "centro-derecha" en Occidente para no admitir que el modelo que ellos propugnan fue igualmente atacado por Solzhenitsin. Esta otra respuesta posible es el silencio, el prescindir de lo que no interesa para reivindicar el personaje como propio.
Y es que Solzhenitsin pertenece a una de esas categorías de hombres no asimilables por la modernidad. Por eso la derecha ha preferido reivindicar, en exclusiva, al Solzhenitsin anticomunista. Así, en España los medios críticos con el poder de la izquierda se han entregado en cuerpo y alma a esta nueva vía de manipulación informativa. Así, La Razón titulaba su reportaje "Solzhenitsin: la huella del horror estalinista". José María Marco reiteraba exactamente el mismo mensaje en su artículo titulado "El azote del comunismo" y un tal Toni Montesinos nos informaba de que "Su ejemplo es el de un autor que maneja la palabra para denunciar la brutalidad política". Por su parte, ABC abría con el titular: "Muere Solzhenitsin, escritor que reveló los campos de exterminio soviéticos" y El Mundo nos informaba de que Alexander Solzhenitsin era "el hombre del ´gulag´" que había abierto "una mirilla en el Telón de Acero para que Occidente viera la tramoya sangrienta del monoteísmo" (¡?).
Todos estos textos e informaciones ocultan, invariablemente, el Solzhenitsin inasimilable, es decir, el que pensaba que, si bien el comunismo había fracasado, la versión del otro proyecto de la modernidad, el que ahora impera en Occidente, había fracasado igualmente. Este mensaje, de una u otra forma, Solzhenitsin lo transmitió siempre convirtiéndose por ello en uno de esos "malditos" que, sin embargo, son tan grandes que no se pueden obviar ni siquiera por la propaganda. Son autores cuya personalidad es necesario maquillar, en la medida de lo posible, para que sirvan a la causa y no provoquen problemas.
Y es que la realidad es muy otra y lo es, además, desde hace mucho tiempo. El jueves 8 de junio de 1978 nuestro autor pronunciaba su célebre conferencia en Harvard. El texto es un formidable toque de atención al modelo político, social e ideológico occidental que combatía al comunismo soviético; ese mismo modelo que se reivindica sin embargo hoy como el anhelo supremo de todos los pueblos de la tierra. En plena escalada de armamentos Solzhenitsin acababa su conferencia diciendo: "Supone un retroceso atarse uno mismo a las esclerotizadas fórmulas de la Ilustración. El dogmatismo social nos deja completamente indefensos ante el juicio de nuestra época. Incluso si nos salvamos de ser destruidos en una guerra, nuestras vidas tendrán que cambiar si queremos salvar nuestra vida de la autodestrucción. Nos resulta inevitable revisar las definiciones fundamentales de la vida y de las sociedades humanas. ¿Es verdad que el hombre está por encima de todo? ¿Es verdad que no hay espíritu superior por encima de él? ¿Es cierto que la vida del hombre y las actividades sociales se ven determinadas, en primer lugar, por el crecimiento material? ¿Se puede permitir promover tal expansión a expensas de nuestra integridad espiritual?"
Estas preguntas, a las cuales este mundo que han construido para nosotros respondería siempre afirmativamente, revelaban que Solzhenitsin veía un profundo parentesco entre el Gulag que denunciaba en sus novelas y el Occidente de 1978 y de 2008. Tras llamarnos la atención acerca de la frase de Karl Marx, tomada del "Manifiesto Comunista", en la que decía que "el comunismo es un humanismo naturalizado", Solzhenitsin explicaba a su auditorio de Harvard que "esta frase no resultó totalmente sin sentido. Se ven las mismas piedras en los fundamentos del humanismo desespiritualizado y de cualquier tipo de socialismo: materialismo sin fin, libertad de religión y de responsabilidad religiosa, que en los regímenes comunistas alcanza el estatuto de dictadura antirreligiosa; concentración en las estructuras sociales a través de un enfoque aparentemente científico. Esto es típico de la Ilustración del Siglo XVIII y del marxismo. No es por casualidad que todos los absurdos juramentos y promesas de lealtad comunistas se dirijan al Hombre, con H mayúscula, y a su felicidad terrenal. A primera vista parece un paralelismo desagradable: ¿Rasgos comunes en la manera de pensar del modo de vida del Occidente y del Oriente modernos? Pero esta es la lógica del desarrollo materialista".
Como no podía ser de otro modo, Solzhenitsin permaneció absolutamente fuera de lo políticamente correcto. En su última entrevista con Der Spiegel (23/7/2007), imaginamos que Christian Neef y Matthias Schepp debieron sudar lo suyo cuando preguntaron a nuestro autor: "Su reciente trabajo en dos tomos Doscientos años juntos fue un intento de vencer el tabú acerca de la discusión sobre la historia común de rusos y judíos. Estos dos tomos han provocado perplejidad en Occidente. Usted dice que los judíos son la fuerza principal del capitalismo global y que se cuentan entre los principales aniquiladores de la burguesía. ¿Tenemos que concluir de su exhaustivo conjunto de fuentes que los judíos tienen más responsabilidad que otros en el fracaso del experimento soviético?" Solzhenitsin, hombre cristiano, responde como no podría ser de otro modo: "Quiero evitar precisamente lo que implica su pregunta. No hago ningún tipo de ponderación o comparación entre responsabilidades morales de un pueblo u otro. Más bien excluyo completamente la noción de responsabilidad de una nación hacia otra. Estoy llamando a la reflexión. Tiene la respuesta en el libro mismo: ´Todo pueblo debe responder moralmente por su pasado, incluido el pasado que resulta vergonzoso. Responder a lo que significa mediante el intento de comprensión. ¿Cómo se pudo permitir tal cosa? ¿En qué nos equivocamos? ¿Cómo pudo pasar? Es en este espíritu específico en el que el pueblo judío debe responder a las matanzas revolucionarias y por las fuerzas que estaban dispuestas a cometerlas. No a responder ante otros pueblos, sino ante sí mismos, ante su propia conciencia y ante Dios. Lo mismo que nosotros los rusos debemos responder por los ´pogroms´, por aquellos campesinos incendiarios sin piedad, por los revolucionarios enloquecidos, por aquellos marineros salvajes´".
Más adelante, nuestro autor declaraba a los dos periodistas alemanes que era "un crítico convencido y consistente del parlamentarismo partidista. No estoy a favor de las elecciones no partidistas de verdaderos representantes del pueblo, responsables de sus regiones o distritos y que pueden ser cesados si su trabajo no es satisfactorio. Comprendo y respeto la formación de grupos sobre la base de principios económicos, cooperativos, territoriales, educativos o industriales pero no veo nada orgánico en los partidos políticos".
Esto son solo algunos ejemplos y esperamos que sirvan de acicate a todos aquellos que buscan respuestas auténticas. Sin duda, es este el Solzhenitsin que debe reivindicarse y aquél del que la Humanidad en su conjunto sacará el máximo provecho. Es precisamente él el que nos llama la atención sobre las cosas que no queremos oír y del que nuestra inquietud intelectual puede obtener mayor beneficio. La actitud de presentar un Solzhenitsin de cartón piedra -tan falsaria como la de los ridículos y embrutecidos "progres" españoles de los años 70 – solo puede entenderse como una actitud interesada, sin duda por motivos oscuros. Ahora el hombre ha muerto y ha dejado su obra para aquellos que se atrevan honestamente a leerle con todas sus consecuencias y con el compromiso unilateral y exclusivo de la verdad que pueda haber en su obra, no con la versión edulcorada que nos quieren presentar los que no saben realmente nada de nuestro autor.
Por su parte Alexander Isayevich Solzhenitsin, el hombre, el testigo de esta época oscura, siguiendo sus propias enseñanzas tendrá que responder de todo cuanto hizo y dijo su prodigioso intelecto ante el trono del Eterno, donde ya el Gulag, oriental u occidental, jamás podrá alcanzarle. Descanse en paz.
Eduardo Arroyo.
Envío el siguiente artículo de Panorama Católico Internacional. Creo que muy acertado:
La reciente muerte de Alexander Solyenitzin nos agudiza un sentimiento de angustia por la situación espiritual de este grande pensador y apóstol cristiano del siglo XX: por momentos quisiéramos dar crédito a las doctrinas neoecuménicas de moda. En algunos casos particulares, como en el del barbado gigante profeta de los males del mundo contemporáneo, nos asalta el sentimiento de que no es justo que un hombre de su talla sea cismático.
Escribe Marcelo González
Leer más.
Saludos desde Argentinidad.
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