Un artículo para levantar el ánimo
Después de las elecciones. ¿Hacia dónde van los Estados Unidos?
Jorge Álvarez
La victoria de Bush en las últimas elecciones norteamericanas ha sido analizada y comentada hasta la saciedad por los analistas políticos que se asoman a las páginas y a las ondas de nuestros medios de comunicación. Sin embargo, en general, se limitan a comentar los resultados desde una perspectiva política del aquí y ahora. En definitiva, creo que han abundado los análisis repetitivos sobre por qué ganó uno y perdió otro atendiendo exclusivamente a las razones coyunturales. Sin embargo, creo que la situación política está creando un enorme cisma en la población norteamericana, diría que un abismo que a medio plazo puede llevar a la nación a algo parecido a lo que ocurrió en 1861 cuando se escindió en dos e hizo falta una guerra para volver a reunificarla.
He seguido atentamente estas elecciones al igual que he hecho en otras anteriores. No me importaba tanto el hecho de que ganara Kerry o de que ganara Bush. Sí en cambio me interesaba comprobar los márgenes de votos entre los candidatos y el apoyo a cada uno de ellos en los diferentes estados de la Unión. Porque la clave de lo que ocurrirá en los Estados Unidos en el futuro no está en quién gana o pierde sino en cómo se articulan los apoyos desde una perspectiva social y étnica, algo que, por un papanatismo políticamente correcto, casi nadie se atreve ni tan siquiera a plantear. Y para poder extraer conclusiones de este tipo es preciso analizar los resultados electorales comparándolos con los de elecciones pasadas y tratando de ver la evolución del electorado americano para poder proyectarla en el futuro.
En los Estados Unidos, los dos partidos mayoritarios son más que en ninguna otra parte maquinarias de poder bastante desideologizadas. En muchas ocasiones un individuo con vocación política se inscribe en un partido sólo porque cree que tiene más posibilidades de ser nominado candidato en ese partido que en el otro. Además, cada partido ha tenido siempre, según áreas, sectores a la izquierda o a la derecha que bien podían militar en el otro. Por ejemplo, las élites blancas racistas y conservadoras del Sur han estado votando sistemáticamente a los demócratas sólo por el hecho de que el presidente que aplastó al Sur esclavista en la Guerra de Secesión, Abraham Lincoln, era republicano. Los politólogos americanos siempre han sido conscientes de que el ala sureña del Partido Demócrata estaba, en general, más a la derecha que los republicanos de Nueva Inglaterra. Tampoco se extraña nadie de que un individuo como Joseph Kennedy, el padre del presidente John F. Kennedy, fuese técnicamente de extrema derecha y sin embargo hubiese ocupado cargos importantísimos en la administración demócrata bajo el mandato de Franklin D. Rooosevelt, el presidente más izquierdista que han tenido hasta la fecha los Estados Unidos. La connivencia y simpatía del demócrata John F. Kennedy con su “compatriota” irlandés y católico, el republicano y visceral anticomunista Joseph R. McCarthy, era un secreto a voces en el senado norteamericano. Sin embargo, las pautas de voto republicano y demócrata obedecían a ciertas constantes que rápidamente van cambiando a poco que se eche un vistazo al mapa electoral de Estados Unidos en las últimas décadas.
A finales del siglo XIX y principios del XX Estados Unidos estaba recibiendo millones de inmigrantes procedentes de Europa. Judíos que huían de las persecuciones zaristas, católicos procedentes de Italia, Polonia e Irlanda y protestantes del norte de Europa. Estos inmigrantes que, a excepción de los judíos, pasaban normalmente a engrosar las filas de los obreros manuales que se instalaban en las zonas industriales del norte, fueron en gran medida incorporándose al grupo de votantes demócratas. Los republicanos contaban con el voto de los americanos descendientes de los colonos y que en general, al llevar más tiempo allí, ocupaban posiciones más altas en el escalafón social. También los americanos de las vastas zonas rurales del interior, la América profunda, apoyaban a los republicanos. Y después de la Guerra de Secesión, los blancos del Sur se pasaron en masa a las filas demócratas. Este último hecho explica por qué, durante décadas de gobierno del Partido Demócrata, teóricamente más progresista que el republicano, como ocurrió durante el larguísimo mandato del presidente Franklin D. Roosevelt, la administración no avanzó un milímetro en el tema de la igualdad de derechos de los negros.
Sin embargo, a mediados de los años sesenta, un nuevo fenómeno comenzó a revolucionar las tendencias de voto de la población americana: la inmigración masiva de individuos de habla española procedentes en su mayoría de México. Estos inmigrantes, a diferencia de los europeos que habían llegado antes procedentes de países distantes miles de kilómetros y separados por el océano, se establecieron en zonas próximas a sus lugares de origen y crearon colonias de individuos que conservaron su lengua y sus costumbres. No se integraron en la sociedad anglosajona ni se mezclaron con ella. Mantuvieron y mantienen una tasa de natalidad altísima y poco apoco están repoblando los territorios del Suroeste que Estados Unidos había arrebatado a México en la guerra de agresión de 1848. Este fenómeno está provocando que poco a poco, los estados del Suroeste se estén despoblando de blancos anglosajones.
En las elecciones de 1961, después de un doble mandato del republicano Eisenhower sufragado por una amplia mayoría, los demócratas, realmente a la desesperada, decidieron enfrentar al candidato republicano Richard Nixon al jovencísimo e inexperto John F. Kennedy. El miedo había hecho presa en el partido demócrata, pues las estadísticas de las mayorías de Eisenhower estaban detectando una alarmante fuga del voto blanco hacia el partido republicano. Considerando que la abstención entre negros e hispanos es altísima, perder el voto blanco equivalía a perder la Casa Blanca. Kennedy ganó por un estrechísimo margen a Nixon, tan estrecho que incluso hoy subsisten sospechas de que el todopoderoso padre de JFK amañó los resultados en algún Estado clave. En cualquier caso, los demócratas sólo recuperaron parcialmente el voto blanco cuando consiguieron que el vicepresidente del asesinado JFK, Lyndon B. Johnson, demócrata sureño, ganase las elecciones en 1963.
En pleno mandato demócrata, la administración de Johnson aprobó la Ley de Inmigración de 1965. El resultado de esta ley es la actual invasión pacífica pero inexorable y creciente de mexicanos que cruzan cada año la frontera Sur de Estados Unidos. La Patrulla de Fronteras norteamericana detuvo a un millón y medio de inmigrantes ilegales en los años sesenta. Quince años después de aprobarse la ley demócrata sobre inmigración, en la década de los 80, la Patrulla de Fronteras detuvo a 12 millones de ilegales y a trece en los años noventa.
Los demócratas están importando un electorado fiel. Los republicanos se están quedando con el electorado blanco. Hoy por hoy, con márgenes muy ajustados, aunque los blancos se abstienen menos, los hispanos cada vez votan más... y como también son cada vez más, al tiempo que los blancos anglosajones son cada vez menos, es fácil pronosticar que al partido republicano le costará cada vez más ganar las elecciones.
Para ello es preciso ganar en alguno de los estados que cuentan con mayor número de votos presidenciales. California otorga al ganador 55 compromisarios, el 20% del total de los votos necesarios para ser presidente. Todos los estados de la costa Oeste, incluida California, votaban republicano tradicionalmente. Hasta que la afluencia de mexicanos desequilibró la balanza. Desde 1992, cuando Clinton derrotó a Bush Sr., California, Oregón y Washington, no han dejado de votar demócrata. Junto a California, hay otros cinco estados que otorgan una cantidad importante de votos presidenciales: Texas (34), Nueva York (31), Florida (27), Illinois (21), Pensilvania (21), Ohio (20), Michigan (17). Desde 1992 hasta la actualidad los demócratas siempre han ganado en California, Nueva York, Illinois, Pensilvania y Michigan. Esto supone un fijo de 145 votos presidenciales de los 270 necesarios para llegar a la Casa Blanca. Mientras tanto, los republicanos, de los grandes estados, sólo mantienen seguro Texas. Florida votó republicano por un estrechísimo y controvertido margen en las dos últimas elecciones, pero no es en ningún sentido un feudo republicano en la forma en la que Nueva York, California o Illinois son feudos demócratas.
En el año 2005, según las proyecciones demográficas, los blancos serán ya una minoría en Texas, algo que no ocurría desde la época de El Álamo. Los demócratas cada vez acortan distancias en Texas según los inmigrantes aumentan su número. No es descabellado aventurar que para las presidenciales de 2008 o 2012 Texas haya seguido los pasos de California y haya pasado de ser un feudo republicano a convertirse en un sólido bastión demócrata... con los 34 votos presidenciales que tiene asignados. Si Kerry hubiese ganado en Texas o en Florida, hoy sería presidente. Y es que si Florida, con un gran número de ciudadanos de origen hispano, aún no ha caído del lado demócrata, se debe, además de a las posibles trampas que pueda hacer el actual gobernador y hermano del presidente, a que una gran parte de los hispanos de allí son cubanos ferozmente anticomunistas. Sin embargo, la población inmigrante de Florida está creciendo con cientos de miles de hispanos no cubanos que votan demócrata. Probablemente los republicanos tampoco retendrán por mucho tiempo este estado con sus 27 votos presidenciales.
La victoria de Clinton en 1996 fue posible porque ganó en seis de los siete estados con mayor número de inmigrantes (California, Nueva York, Florida, Illinois, Massachussets y Nueva Jersey) lo que le reportó 161 de los 270 votos presidenciales.
En las elecciones de 2000 más del 60% de los blancos votaron a Bush y cerca del 70% de los hispanos votaron a Gore. De los quince estados con mayoría de nacidos en el extranjero, Bush perdió en diez. Pero además, entre los blancos, se está dando la circunstancia, aparentemente paradójica, de que las élites blancas más acaudaladas y cosmopolitas, profesionales liberales, “yuppies” del mundo de las finanzas, periodistas y representantes del mundo de la cultura y las artes, se están pasando con armas y bagajes a los demócratas al tiempo que los trabajadores blancos más pobres, tradicionales y fieles votantes demócratas, votan ahora cada vez más por los republicanos. Los votantes blancos con ingresos inferiores a 15.000 dólares anuales, que apoyaban masivamente al Partido Demócrata, repartieron su voto por mitades entre Bush y Gore. La razón es evidente, los blancos menos favorecidos son los que más conviven con negros e hispanos, los que comparten con ellos colegios e institutos, los que más sufren las altas tasas de delincuencia que éstos provocan y son, en consecuencia, los más reacios a que parte de sus impuestos se dedique a subvencionar a estas minorías. A finales de Agosto tuvo lugar la Convención Republicana en Nueva York para proclamar la candidatura del presidente Bush a la reelección. El diario madrileño El Mundo informaba el 31 de Agosto de la preocupación de los republicanos ante una encuesta en la que “sólo el 0’7% de los asiáticos, el 1% de los negros y el 6% de los hispanos de Estados Unidos se calificaban a sí mismos como republicanos”.
Demócratas y republicanos han calcado el mapa electoral por estados de las pasadas elecciones entre Bush y Gore. Pero si analizamos el mapa de las últimas victorias demócratas, las de Clinton sobre Bush padre y sobre Dole, vemos que la principal diferencia entre estos mapas radica en que el electorado blanco del Sur ha abandonado definitivamente a los demócratas. Hasta la fecha, esto ha bastado para que los republicanos pudiesen alcanzar las dos últimas victorias con mayorías agónicas. Sin embargo, el voto blanco es, demográficamente hablando, caballo perdedor y el voto hispano, por contra, con su altísima tasa de natalidad y la incesante entrada de nuevos inmigrantes, es una minoría emergente, una minoría que a corto plazo dará mayorías.
¿Qué ocurrirá en el futuro? Si las cosas no cambiasen, a los republicanos les acabaría resultando imposible ganar las elecciones. Se convertirían en la minoría representante de los blancos anglosajones, algo así como el partido de los blancos sudafricanos, permanentemente desbordado por las mayorías negras.
Sin embargo, es más probable que esto no llegue a ocurrir exactamente así. El Partido Republicano cambiará su discurso, ya lo está haciendo, para atraerse el voto hispano. Competirá de esta forma con los demócratas en poner en práctica políticas de ayuda a los inmigrantes que incluirán, subsidios de todo tipo, aumento de la discriminación positiva, facilidades para la educación bilingüe, etc. Mientras tanto, nuevas oleadas de inmigrantes acudirán atraídas por este panorama tan solidario y se asentarán en las zonas en las que millones de compatriotas ya estarán acomodados encontrándose un país rico en el que no tendrán que hacer el más mínimo esfuerzo por modificar sus hábitos de vida, ni su lengua, ni su cultura, a diferencia de lo que hacían los inmigrantes europeos de fínales del siglo XIX y principios del XX. Millones de blancos norteamericanos emigrarán a su vez hacia los estados del Medio Oeste, como ya lo han hecho centenares de miles de californianos (sólo en la década de los 90, medio millón de blancos abandonó Los Ángeles para siempre) y Estados Unidos sufrirá una brecha social y cultural sin precedentes. Aparecerá un tercer partido que defenderá, desde posturas rayanas en el racismo, el carácter blanco y culturalmente anglosajón del país y que se opondrá a la entrada de nuevos inmigrantes, a la naturalización de los ilegales y a la proliferación de la lengua española. La batalla entre los defensores de un solo país y una sola lengua – la inglesa - , y los partidarios del bilingüismo y el multiculturalismo se recrudecerá. Millones de blancos de los estados más tradicionales, los del Sur y los del Medio Oeste, los del rifle, la Biblia y la familia, desertarán del Partido Republicano para votar a la nueva formación minoritaria, pero incómoda y de poder creciente. Mientras tanto, la América mestiza y progresista seguirá creciendo en las dos costas y en el Suroeste. Los medios de comunicación masivos defenderán la nueva América cosmopolita y plural y propondrán que en todas las instituciones públicas federales y estatales, incluida la Cámara de Representantes y el Senado, se hable inglés y español. Ni los demócratas ni los republicanos, temerosos de perder votos, se atreverán a oponerse a estas medidas y surgirán unos Estados Unidos muy diferentes de los que fundaron y soñaron Washington, Madison y Jefferson. Y los blancos conservadores, casi aislados en sus despoblados estados agrícolas se convertirán en extraños en su propio país. Tal vez acaben viviendo en guetos, o en reservas, y puede que, paradójicamente, el destino les depare el mismo final que el que sus abuelos habían planeado para los indios de las llanuras.
Jorge Álvarez
1.XII.2004
Marcadores