Los acontecimientos contemporáneos difieren de la Historia en que no conocemos los resultados que producirán. Mirando hacia atrás, podemos apreciar la significación de los sucesos pasados y trazar consecuencias que quedaron de su tránsito. Pero mientras la Historia fluye, no es Historia para nosotros. Nos lleva hacia un país desconocido, y rara vez podemos lograr un destello de lo que tenemos delante. Diferente sería si se nos permitiera pasar por segunda vez a través de los mismos acontecimientos con todo el saber de lo que vimos antes. ¡Cuán distintas se mostrarían las cosas ante nosotros, cuán importanes y, a menudo, alarmantes nos parecerían ciertos cambios que ahora apenas advertimos! Probablemente es una suerte que el hombre no pueda alcanzar jamás esta experiancia y no conozca ninguna ley que tenga que obedecer la Historia.
Sin embargo, aunque la historia jamás se repite por completo, y precisamente porque no hay evolución inevitable, podemos hasta cierto punto aprender del pasado para evitar la repetición del mismo proceso. No se necesita ser un profeta para percatarse de los peligros inminentes. Una acciodental combinación de atención y experiencia revelará a menudo a un hombre los acontecimientos bajo aspectos que pocos alcanzan a ver.
(...) las influencias a las que está sujeta la marcha del pensamiento son, en gran parte, similares en la mayoría de los países civilizados, no operan necesariamente a la vez o a la misma velocidad. Así, trasladándose a otro país, cabe observar dos veces la evolución intelectual en fases similares. Los sentidos se vuelven entonces pecularmente agudos. Cuando por segunda vez se oye expresar opiniones o propugnar medidas que uno ya encontró hace veinte o veinticinco años, éstas asumen un nuevo significado, como signos de un rumbo definido. Sugieren, si no la necesidad, por lo menos la posibilidad de que los acontecimientos sigan un curso semejante.
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