Mi hijo se acercó correteando, y me mostró su libro de historia abierto, pidiendome que le ayudase con la lección ya que era muy tarde y le costaba mucho estudiar solo.
El capítulo se titulaba "el siglo negro" y versaba sobre los atentados contra la humanidad producidos durante el pasado siglo, el XX. En él, se comparaban los distintos regímenes que habían hecho de la muerte una práctica legal y habitual.
Constaba dicho capítulo de tres partes. La primera, sobre las guerras entre distintas naciones y bloques, haciendo un repaso a todos los conflictos del siglo XX, desde la primera guerra mundial hasta las guerras imperialistas, pasando por la segunda guerra mundial y la guerra fría. La segunda trataba sobre las armas de destrucción, desde las bombas nucleares lanzadas en Hiroshima y Nagasaky hasta el gas sarín, entre otros. Y la tercera trataba sobre las leyes eugenésicas, genocidas y holocausticas promulgadas por los distintos sistemas de gobierno del siglo XX.
Dentro de este tercer apartado, me centré en el punto cuarto, que trataba sobre el régimen infanticida europeo y su concreción española.
Leí:



"Tras la guerra fría, y sobre todo tras la caída del muro de Berlín, Europa pareció vivir una nueva etapa esperanzadora, tras años y años de conflictos sociales.

Su sistema político era el llamado democrático, y variaba en su práctica según los países, encuadrados todos en la Unión Europea. Era un sistema de elección con sufragio universal, restringido a menores de edad. Eran elecciones representativas y en países como España cada cuatro años, a las dos cámaras. Este sistema derivó en un bipartidismo parlamentario.
Las directrices legales estaban señaladas en constituciones, prácticamente todos los países tenían una y sobre ella parecía que se asentaba la legalidad de cada régimen.

(...)

En las constituciones, inspiradas en la carta de los derechos humanos, se defendía la igualdad de las personas y el derecho a vivir, cada cual según sus oportunidades.

Sin embargo a la vez que se promulgaban leyes de igualdad y manifiestos contra genocidios anteriores (ver apartado 2 y 3), sus sistema promovía legalmente el asesinato controlado por centros de internamiento voluntario de los ciudadanos no nacidos, llamado aborto y aprobado por ley en España a principios de los 80.

Son muchos los testimonios que relatan como la población española era conocedora de estos crímenes, que ascendían en todo Europa a un millón de niños ejecutados cada año. Gracias a la excesiva burocratización de aquellos sistemas, hoy en día se tienen pruebas fehacientes de todos aquellos asesinatos, así como nombres y fotografías de la época (ver anexo 3). Sin embargo los historiadores coinciden en señalar que la sociedad, pese a ser conocedora de ello, no era contraria ni apenas se alzaban voces legales contra aquellos genocidios, y las pocas voces sociales eran acalladas mediante la represión de los órganos policiales.

La barbarie y el silencio social mayoritario es comparable a la de los también genocidios del III Reich en Alemania o la persecución kurda y su exterminio con diferentes gases letales.

Hoy en día se puede recordar la liberación de Europa de los sistemas infanticidas visitando las diferentes clínicas "abortivas" que han sido reconstruidas y redecoradas, sirviendo ahora de museo de la memoria, así como las múltiples esculturas en Europa recordando aquella trágica época, que al igual que en todo el siglo XX, se definió como genocida y lo más preocupante, sin oposición social alguna.

(...)"



Mi hijo me dijo que como podíamos ser tan salvajes hace apenas un siglo. Le dí la razón, y tras darle un beso en la nuca le acompañé a su cuarto para que se acostase.




D.M. Urioste.