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Honores1Víctor
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Tema: El papel de los Cristianos en la Ciencia

  1. #1
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    El papel de los Cristianos en la Ciencia

    Os traigo un interesante aspecto que comenzóse en el Foro Santo Tomás Moro - www.aspa.foro.st; os dejo algunos " posts ":


    Cuando hablas de "ciencia", se entiende que se trata de las ciencias empíricas, porque si se habla de otras ciencias, como la teología, la historia, la filosofía, etc. No creo que haya nadie que se le ocurra siqueiera, plantear tal objección.


    En cuanto a las ciencias empíricas,-que son las que genralmente se conocen como ciencias de la naturaleza-,y las matemáticas, durante esos presuntos diez siglos oscuros, la Iglesia, lo que hizo al principio de esos siglos, cuando los bárbaros se cargan el Imperio y su civilización, fue intentar conservar todo lo que se conocía del saber antiguo, que no fue poco. Si no llega a ser por la Iglesia, todo eso se hubiera perdido.


    Además, después muy lentamente se fue avanzando en esta clase de ciencias, gracias a los alquimistas, que pretendiendo la transmutación de otros metales en oro, -cosa que no se ha conseguido hasta el siglo XX-, fueron haciendo grandes avances en la química, no en vano los mayores alquimistas de la historia, fueron San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Beato Raimundo Lulio, hombres católicos. De la misma forma se fue avanzando en astronomía, en matemáticas, arquitectura, etc.

    Cuando se llega a la Reforma luterana, ocurre, que al considerar los luteranos que -como decía Lutero- "la razón es la gran prostituta", los protestantes despreciaran las ciencias especulativas, porque éstas se basaban en el uso de la razón principalmente, y se volcaran de lleno en las ciencias empíricas, en aquellas en que las fuentes de conocimiento, no están en la Revelación, la Tradición, ni la Razón, sino en aquello que se puede medir, ver y tocar. Pero a pesar de esto en esta época, se dan científicos de toda procedencia, Galileo, Newton, Kepler, Copérnico, etc.


    En fin,que no se ve por ningún lado que la Iglesia persiguiera el estudio de las ciencias empíricas. En niguna parte de la historia de la Iglesia encontramos persecución contra estas ciencias. Al fin y al cabo estas ciencias, como las otras, persiguen conocer la verdad, una verdad parcial, parte de la Verdad, y por tanto no son incompatibles con la fe sino complementarias.


    Ya lo decía el católico Pascal. "Porque he estudiado mucho, tengo la fe de un bretón, si hubiera estudiado más tendría la fe de una bretona."


    Pues mira, para mi la mejor contestación a dicha gilipollez es la que ha dado el Padre Stanley Jaki, Benedictino y profesor de Física en la Universidad Setton Hall en USA. El Padre Jaki (que es un monstruo con unos libros que tiran pa atras sobre el tema ciencia-religión) argumenta que la existencia de la fe cristiana no solamente no ha sido un obstáculo para el desarrollo de la ciencia sino que antes bien ha resultado esencial para dicho desarrollo. Concretamente el Padre Jaki dice que la creencia en el Misterio de la Encarnación y sus derivaciones teológicas y filosóficas tiene una influencia directa en el desarrollo de la moderna ciencia experimental.

    Como yo no me explico bien voy a tomar un párrafo de un artículo que resume muy bien los argumentos de Jaki, y donde dice hablando de de John Buridan, profesor de la Sorbona hacia 1330, al que se considera el primer físico:

    CitaLa visión que Buridan tenía del mundo estaba fundamentada en la doctrina cristiana de la creación; en concreto, Buridan rechazaba la idea aristotélica [en De Caelo] acerca de un cosmos que existía desde toda la eternidad. Desarrolló la idea del impetu donde Dios era tenido por el responsable de la puesta en movimiento inicial de los cuerpos celestes, que permanecían en movimiento sin necesidad de una acción directa por parte de Dios. Esto era distinto de la proposición aristotélica en la cual el movimiento de los cuerpos celestes no tenía principio y tampoco tendría final. El trabajo de Buridan fue continuado por su discípulo, Nicholas Oresme, hacia el año 1370. La teoría del impetu anticipó la Primera Ley de la Mecánica de Newton.


    El artículo mencionado tiene bastante más enjundia que este pequeño aperitivo pero está en inglés y no tengo tiempo de traducirlo entero. Hace una comparación con otros entornos filosóficos y religiosos (sobre todo el Islam) demostrando que al ciencia moderna no podría haber nacido en otro entorno que no fuera el cristianismo.

    Aclaro que, como muy bien puntualiza Boina Roja, aqui estamos hablando de ciencias empíricas, que por cierto para el Padre Jaki es la única ciencia posible.

    ADVERTENCIA: He editado el párrafo de arriba y donde ponía "inercia" lo he cambiado por "impetu". La palabra inglesa que se utiliza es "impetus". Tenía (y sigo teniendo la duda) de que traducción es más correcta, teniendo en cuenta que en inglés "inercia" se traduce más bien por momentum "momentum". Ya me perdonareis yo es que soy de Letras (mentira pero asi no quedo como un ignorante).







  2. #2
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia


    Antonio María Aguilar y Vela (Madrid, 20 de noviembre de 1820 - Madrid, 5 de julio de 1882) Astrónomo español.
    Primogénito de Francisco Aguilar-Anchía y Mendoza de Sotomayor, Capitán de los Guardias de Corps de Carlos IV. Su hermano, José María Aguilar y Vela, fue coautor de la sede del Banco de España, junto a Severiano Sáinz de la Lastra y Eduardo de Adaro. Su nombre es el primero de una familia vinculada a las ciencias exactas desde entonces.
    Estudió Humanidades y Filosofía en Madrid y Alcalá, debiendo emigrar a Francia con 19 años, al término de la Primera Guerra Carlista por sus ideas políticas. En el Colegio Real de Angulema estudió Matemáticas y Física, estudios que continuó al volver a España en 1845.
    Fue Catedrático de Matemáticas de la Universidad de Valladolid, Catedrático de Cálculo en la Universidad de Santiago y de Astronomía en la Universidad Central. En 1851 fue nombrado Director del Observatorio Astronómico de Madrid, institución de la que es virtualmente fundador, debido a sus trabajos científicos y sus esfuerzos por mejorar sus instalaciones, en deplorable estado tras la invasión francesa. El proyecto de reforma y ampliación de este edificio corrió a cargo de su hermano, José María Aguilar y Vela. Antonio Aguilar se vio obligado a adquirir todos los instrumentos necesarios para su funcionamiento, así como a preparar al personal que se encargase de su manejo y puesta en estación. Habiendo calculado las coordenadas del Observatorio, redactó la Memoria sobre la latitud y posición geográfica de la Villa y Corte de Madrid. En 1854 es nombrado miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Exactas, tomando posesión al año siguiente con la medalla número 32. En 1861 pasa a ocupar el primer cargo de Secretario Perpetuo de esta institución.
    En 1871, debido a su militancia carlista es destituido fulminantemente del cargo, debiendo marchar nuevamente al exilio en Francia. Tras recuperar el cargo, en 1872, es nuevamente amenazado, por lo que el Observatorio pierde su autonomía y pasa a depender de la Universidad Central.
    Como científico, fue autor de varios trabajos astronómicos, destacando uno sobre las manchas solares, eclipses de sol y topografía de Madrid, así como sobre climatología y meteorología, disciplina ésta en la que destacaron sus aportaciones en la Exposición Universal de Viena de 1873, en la que formó parte del jurado, y especialmente en el II Congreso Meteorológico Internacional celebrado en Roma en abril de 1879. En este congreso, Antonio Aguilar -junto a Karl Jelineck- sienta las bases de la meteorología internacional organizada. Dentro del campo de las Matemáticas, Antonio Aguilar es el introductor en España del Cálculo de Probabilidades y llegó a ser una autoridad en Estadística a través de los métodos de Laplace y Lagrange. Publicó artículos en diversas publicaciones españolas y extranjeras.
    Bibliografía [editar]
    • Doscientos años del Observatorio Astronómico de Madrid. VV.AA. Madrid, 1992.
    • Historia de la Probabilidad y la Estadística, capítulo 13: Don Antonio Aguilar y Vela: su visión del estudio del Cálculo de Probabilidades. Ana Isabel Busto Caballero y María del Carmen Escribano Ródenas. Madrid, 2006.
    • Don Antonio María Aguilar y Vela, el primer probabilista español (1820-1882). Artículo de J.P. Vilaplana, profesor del Departamento de Matemáticas aplicadas de la Universidad del País Vasco, en la Revista de Matemáticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, año 1980.





    El camino de Santiago, difusor de la medicina

    Diariomedico.com
    19 de julio de 2004
    Xavier López. Santiago

    El Camino de Santiago, difusor de la medicina

    El Camino de Santiago ha sido difusor y recolector de medicina, atención sanitaria, caridad y mucha historia y sacrificios. Así lo cree Xosé Carro Otero, catedrático de la Universidad de Santiago.

    El Camino de Santiago, o mejor dicho, los Caminos de Santiago, constituyeron hace ahora 1.200 años una inmensa recolección de saberes médicos que llegaron a España desde Europa y que desde la ciudad del Apóstol se distribuyeron al resto de la cristiandad. Así lo cree Xosé Carro Otero, catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Santiago
    (...)
    Recolección
    Carro Otero está convencido de que esta primera gran recolección de saber médico medieval se llevó a cabo en Santiago, que se convirtió en una auténtica escuela de medicina "que distribuyó sus conocimientos en todas las direcciones". De ahí el origen de la tradición de la medicina compostelana, marcada por la lucha contra el dolor y la aplicación de nuevas técnicas.
    (...)
    Si hoy el Camino de Santiago -plagado de albergues, con asistencia médica y hospedera a lo largo de las distintas rutas- es todavía un sacrificio, recorrerlo en el siglo XVI era una verdadera aventura. Gracias al itinerario del viaje se podía recorrer casi toda Europa; el camino era muy largo y en muchas ocasiones los trayectos llegaban a superar los 3.000 kilómetros", en los que los peregrinos debían superar todo tipo de dificultades físicas. Carro Otero recuerda que los viajeros tenían "la posibilidad de sufrir enfermedades específicas de los que caminan, y también que se agravasen las propias". Además, en aquella época tenían que hacer frente a los frecuentes asaltos de bandoleros y también a los animales.
    (...)

    El concepto de hospital era más bien el de hospitalidad para acoger al que necesitaba ser acogido por cualquier motivo. En esos hospitalillos se hacía una medicina casera, con aceites y hierbas.
    (...)

    En el siglo XVI surgen dos grandes hospitales de corte moderno que se deben fundamentalmente a las peregrinaciones: el Hospital del Rey, de Burgos, y el Hospital Real de Santiago. Estos grandes centros se diferenciaban de los albergues por su número de camas. Los hospitales tenían entre 100 y 200, con personal especifico, "y lo que es más importante, con un equipo de profesionales médicos, cirujanos y enfermeras".
    (...)
    Hospital de San Roque
    A la entrada de lo que hoy es casco histórico de Santiago de Compostela, junto a la llamada Puerta del Camino, se encuentra el antiguo hospital de San Roque, fundado en 1577 y que funcionó como tal hasta mediado el siglo XX. El centro se especializó desde un primer momento en enfermedades venéreas, especialmente en la sífilis. Fue fundado por el arzobispo Fernando Blanco para atender estas patologías muy difíciles de curar.

    (...)
    Anestesia con cloroformo
    Los médicos del Hospital Real de Santiago, ubicado en las dependencias del actual Hostal de los Reyes Católicos de la capital de Galicia, siempre mantuvieron una actitud cristiana que les llevaba a evitar el dolor entre sus enfermos en el sentido más amplio. Por ello no dudaban en aplicar cualquier mejora que favoreciera a sus pacientes. Fueron los primeros en aplicar en España la anestesia con cloroformo, tan sólo 17 días después de que se aplicase con estos fines en Edimburgo y Estados Unidos. No es -cree Xosé Carro Otero- la única innovación de la anestesia compostelana, ya que está prácticamente convencido de que la primera vez que se utilizó el éter con indicaciones médicas en España fue en lo que hoy es el Hostal de los Reyes Católicos, una de las joyas de la corona de Paradores de España, cuando todavía era un hospital de peregrinos: “Lo que pasa es que se olvidaron de documentarlo”, explica el catedrático de Historia de la Medicina.
    (...)
    Lepra y la caridad de los peregrinos
    Su forma de subsistir era la caridad.Por eso, muchos optaban por buscar La solidaridad cristiana de los que peregrinaban a Santiago. Esta es la razón por la que muchos de los lazaretos se situaban a los pies de los caminos, especialmente en las rutas que dirigían a Santiago.

    De hecho, hoy en día uno de los primeros barrios de Santiago de Compostela que conoce el peregrino que llega por el camino francés es el de San Lázaro.
    (...)
    El primero y más evidente es el de San Lázaro, que corresponde a antiguas leproserías de hombres. Las de mujeres estaban dedicadas a Santa Marta.



    (...)

    El 30 de noviembre de 1803 partía de La Coruña la corbeta “María Pita” con una curiosa tripulación formada por 22 niños y dos médicos del rey
    Carlos IV, Javier Balmis y José Salvany. Su misión era llevar a las colonias españolas la vacuna de la viruela, recién descubierta. No existía ninguno de los modernos sistemas farmacéuticos, así que la única manera de conseguir transportarla era conservada en vivo, mantenida en los niños, a los que se vacunaba en un brazo produciendo la clásica erupción. La vacuna fue pasando así de un chico a otro de tal manera que, al terminar la travesía del Atlántico, todavía había alguno que mantenía fresca la marca vacunal. Con este rudimentario método, Balmis y Salvany consiguieron llevar el remedio contra la viruela a América. Allí organizaron un sistema de hospitales y centros de vacunación para que, por el mismo método, la vacuna se extendiera por el mismo continente. Tuvieron que vencer no pocas dificultades, muchas de ellas debidas al rechazo al remedio, que también causaba muchos problemas en Europa.

    El propio Jenner, que había descubierto la vacuna en 1796, afirmó: “No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como éste”.


    En el año 1409 el padre Jofré viendo que por las calles la chiquillería apedreaba a los locos, construyó un manicomio, al lado del "Portal de Torrente", donde poder internarlos, siendo el primer manicomio del mundo.
    Esto ocurre en Valencia.
    Si no me engaño, el primer hospital de sangre del mundo se creó en la campaña de Granada, auspiciado por Isabel la católica.




    Pues no sé, así a bote pronto se me vienen a la cabeza en el mundo del Derecho Francisco de Vitoria, el Digesto de Justiniano y la obra jurídica posterior en Bizancio, la oveja negra Marsilio de Padua, el genio de Leonardo da Vinci, las maravillas pictóricas, arquitectónicas y escultóricas de innumerables artífices católicos, el heliocentrismo de Nicolás Copérnico, el Opus Maius y el Opus Minor del científico franciscano Roger Bacon en el s. XIII, el método inductivo de Francis Bacon en el s. XVI, la teoría genética de G.Mendel, el avance portentoso de la náutica en los s. XIII y XIV con la notable mejora de la cartografía en Mallorca y Cataluña por obra de Abraham Cresques y después en el s. XV, la aparición de los mapamundi y los Atlas en los s. XIII a XV, la invención de la carraca (siglo XII), la carabela (hacia 1400), y el galeón español en el S. XVI, los ingenios de Juanelo Turriano, los autómatas que ya ha mencionado Cruz, la recuperación de Pedacio Dioscórides, Galeno y todos los maestros de la Antigüedad, las Universidades de Bolonia, Oxford y Alcalá, el gran médico y humanista Arnau de Vilanova, los estudios naturalistas, botánicos, lingüísticos e históricos de muchísimos cronistas de América, la proliferación de Universidades allí, Dante, Petrarca, Bocaccio, los grandes de la literatura española, etc.
    He encontrado estas otras interesantes referencias:
    - Modino de Luzzi (1275-1326), es el primer anatomista moderno, que publicó el primer tratado moderno de anatomía en 1316 y realizaba disecciones de cadáveres en público. Guy de Chaulliac fue el más famoso cirujano medieval y escribió en el s. XIV la obra Chirurgia Magna.
    - La Matemática amplía su horizonte con la solución de las ecuaciones de tercer grado (Tartaglia, 1535), los números negativos (Cardano, 1545) y las tablas trigonométricas (Rético, 1551) que propiciarán la proyección cilíndrica que Mercator presentará a Felipe II en 1568.
    - La medicina conoce la Fábrica del cuerpo humano de A.Vesalio (1543) y la circulación menor de la sangre (M.Servet, 1553), que preparan el camino a Della Porta para fundar la Academia de los Secretos de la Naturaleza en 1560, cuatro años después de que lleguen las primeras semillas de tabaco a España y cuando la caña de azúcar lleva diez años plantada en Cuba por los españoles.
    En fin, la impresión que tengo es que los que están atrofiados y estancados son los autosuficientes y anticatólicos científicos modernos.



    La labor de Celestino Mutis en el siglo XVIII en América también sería mencionable, por poner un nombre en la botánica, y Álvarez Chanca en Medicina.



  3. #3
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    La capacidad técnica en la España medieval y altomedieval creo que está fuera de cualquier duda y se podría considerar entre las mejores del mundo en aquel periodo, sino la mejor. Astilleros, técnicas de navegación, metalurgia, fabricación de armamento, ingeniería militar, pesca, ganadería, construcción civil y arquitectura, etc. Solamente por ponerte un ejemplo muy concreto (en ganadería): la Mesta y sus programas de selección de ganado hasta obtener la raza de oveja de raza merina, raza para producción de lanas finas, de una calidad nunca superada.




    Me imagino que con quienes estas discutiendo confunden (o quieren confundir) conceptos. Una cosa es el “metodo cientifico”, que es un procedimiento de trabajo en investigación, otra cosa es la “técnica” y la “tecnología” (conocimiento aplicado; conocimientos cuya obtención puede provenir de la simple acumulación de experiencia práctica, del razonamiento, o del método científico, o de combinaciones de las tres vías anteriores) y otro asunto es el cientificismo (http://www.filosofia.org/enc/ece/e20852.htm).




    Normalmente se suele utilizar el cientificismo para encubrir actuaciones moralmente aberrantes. Un ejemplo, como otro cualquiera: (http://www.lavanguardia.es/lv24h/20070904/53390571043.html).


    * 1793 Comenzó el Reinado del Terror. Se suprimió la Academia de Ciencias. Se ordenó el arresto de los antiguos miembros de la Ferme Générale. Marat, poderoso cabecilla revolucionario, acusó a Lavoisier de haber participado en complots absurdos y exigió su muerte. Marat fue asesinado en julio de 1793 pero ésto no evitó que se lo tomara en cuenta. Se cree que la especial inquina con la cual Marat atacó a Lavoisier fue debida a que este había desacreditado públicamente en el pasado un tratado escrito por Marat

    * 1794 Después de un juicio poco justo, que duró menos de un día, un tribunal revolucionario condenó a Lavoisier y a otros 27 a la pena de muerte. Esa misma tarde fue guillotinado junto con su suegro y otros "granjeros de hacienda" el 8 de mayo de 1794 en la Place de la Révolution, (hoy día Plaza de la Concordia). Su cuerpo fue arrojado a una fosa común. Dos meses más tarde, los radicales fueron depuestos, por lo que su caso es considerado como la fatalidad más deplorable de la inaugurar bustos de su persona.

    * Cuatro años después de su muerte, en 1798, la Imprenta Real de Madrid publicó en castellano su Tratado elemental de química traducido por don Juan Manuel Munárriz.

  4. #4
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    How the Catholic Church Built Western Civilization THOMAS E. WOODS, JR. From the role of the monks to art and architecture, from the university to Western law, from science to charitable work, from international law to economics, How the Catholic Church Built Western Civilization delves into just how indebted we are as a civilization to the Catholic Church, whether we realize it or not.
    By far the book’s longest chapter is "The Church and Science." We have all heard a great deal about the Church’s alleged hostility toward science. What most people fail to realize is that historians of science have spent the past half-century drastically revising this conventional wisdom, arguing that the Church’s role in the development of Western science was far more salutary than previously thought. I am speaking not about Catholic apologists but about serious and important scholars of the history of science such as J.L. Heilbron, A.C. Crombie, David Lindberg, Edward Grant, and Thomas Goldstein.
    It is all very well to point out that important scientists, like Louis Pasteur, have been Catholic. More revealing is how many priests have distinguished themselves in the sciences. It turns out, for instance, that the first person to measure the rate of acceleration of a freely falling body was Fr. Giambattista Riccioli. The man who has been called the father of Egyptology was Fr. Athanasius Kircher (also called "master of a hundred arts" for the breadth of his knowledge). Fr. Roger Boscovich, who has been described as "the greatest genius that Yugoslavia ever produced," has often been called the father of modern atomic theory.
    In the sciences it was the Jesuits in particular who distinguished themselves; some 35 craters on the moon, in fact, are named after Jesuit scientists and mathematicians.
    By the eighteenth century, the Jesuits
    had contributed to the development of pendulum clocks, pantographs, barometers, reflecting telescopes and microscopes, to scientific fields as various as magnetism, optics and electricity. They observed, in some cases before anyone else, the colored bands on Jupiter’s surface, the Andromeda nebula and Saturn’s rings. They theorized about the circulation of the blood (independently of Harvey), the theoretical possibility of flight, the way the moon effected the tides, and the wave-like nature of light. Star maps of the southern hemisphere, symbolic logic, flood-control measures on the Po and Adige rivers, introducing plus and minus signs into Italian mathematics — all were typical Jesuit achievements, and scientists as influential as Fermat, Huygens, Leibniz and Newton were not alone in counting Jesuits among their most prized correspondents [Jonathan Wright, The Jesuits, 2004, p. 189].
    Seismology, the study of earthquakes, has been so dominated by Jesuits that it has become known as "the Jesuit science." It was a Jesuit, Fr. J.B. Macelwane, who wrote Introduction to Theoretical Seismology, the first seismology textbook in America, in 1936. To this day, the American Geophysical Union, which Fr. Macelwane once headed, gives an annual medal named after this brilliant priest to a promising young geophysicist.
    The Jesuits were also the first to introduce Western science into such far-off places as China and India. In seventeenth-century China in particular, Jesuits introduced a substantial body of scientific knowledge and a vast array of mental tools for understanding the physical universe, including the Euclidean geometry that made planetary motion comprehensible. Jesuits made important contributions to the scientific knowledge and infrastructure of other less developed nations not only in Asia but also in Africa and Central and South America. Beginning in the nineteenth century, these continents saw the opening of Jesuit observatories that studied such fields as astronomy, geomagnetism, meteorology, seismology, and solar physics. Such observatories provided these places with accurate time keeping, weather forecasts (particularly important in the cases of hurricanes and typhoons), earthquake risk assessments, and cartography. In Central and South America the Jesuits worked primarily in meteorology and seismology, essentially laying the foundations of those disciplines there. The scientific development of these countries, ranging from Ecuador to Lebanon to the Philippines, is indebted to Jesuit efforts.
    The Galileo case is often cited as evidence of Catholic hostility toward science, and How the Catholic Church Built Western Civilization accordingly takes a closer look at the Galileo matter. For now, just one little-known fact: Catholic cathedrals in Bologna, Florence, Paris, and Rome were constructed to function as solar observatories. No more precise instruments for observing the sun’s apparent motion could be found anywhere in the world. When Johannes Kepler posited that planetary orbits were elliptical rather than circular, Catholic astronomer Giovanni Cassini verified Kepler’s position through observations he made in the Basilica of San Petronio in the heart of the Papal States. Cassini, incidentally, was a student of Fr. Riccioli and Fr. Francesco Grimaldi, the great astronomer who also discovered the diffraction of light, and even gave the phenomenon its name.
    I’ve tried to fill the book with little-known facts like these.
    To say that the Church played a positive role in the development of science has now become absolutely mainstream, even if this new consensus has not yet managed to trickle down to the general public. In fact, Stanley Jaki, over the course of an extraordinary scholarly career, has developed a compelling argument that in fact it was important aspects of the Christian worldview that accounted for why it was in the West that science enjoyed the success it did as a self-sustaining enterprise. Non-Christian cultures did not possess the same philosophical tools, and in fact were burdened by conceptual frameworks that hindered the development of science. Jaki extends this thesis to seven great cultures: Arabic, Babylonian, Chinese, Egyptian, Greek, Hindu, and Maya. In these cultures, Jaki explains, science suffered a "stillbirth." My book gives ample attention to Jaki’s work.
    Economic thought is another area in which more and more scholars have begun to acknowledge the previously overlooked role of Catholic thinkers. Joseph Schumpeter, one of the great economists of the twentieth century, paid tribute to the overlooked contributions of the late Scholastics — mainly sixteenth- and seventeenth-century Spanish theologians — in his magisterial History of Economic Analysis (1954). "[I]t is they," he wrote, "who come nearer than does any other group to having been the ‘founders’ of scientific economics." In devoting scholarly attention to this unfortunately neglected chapter in the history of economic thought, Schumpeter would be joined by other accomplished scholars over the course of the twentieth century, including Professors Raymond de Roover, Marjorie Grice-Hutchinson, and Alejandro Chafuen.
    The Church also played an indispensable role in another essential development in Western civilization: the creation of the university. The university was an utterly new phenomenon in European history. Nothing like it had existed in ancient Greece or Rome. The institution that we recognize today, with its faculties, courses of study, examinations, and degrees, as well as the familiar distinction between undergraduate and graduate study, come to us directly from the medieval world. And it is no surprise that the Church should have done so much to foster the nascent university system, since the Church, according to historian Lowrie Daly, "was the only institution in Europe that showed consistent interest in the preservation and cultivation of knowledge."
    The popes and other churchmen ranked the universities among the great jewels of Christian civilization. It was typical to hear the University of Paris described as the "new Athens" — a designation that calls to mind the ambitions of the great Alcuin from the Carolingian period of several centuries earlier, who sought through his own educational efforts to establish a new Athens in the kingdom of the Franks. Pope Innocent IV (1243–54) described the universities as "rivers of science which water and make fertile the soil of the universal Church," and Pope Alexander IV (1254–61) called them "lanterns shining in the house of God." And the popes deserved no small share of the credit for the growth and success of the university system. "Thanks to the repeated intervention of the papacy," writes historian Henri Daniel-Rops, "higher education was enabled to extend its boundaries; the Church, in fact, was the matrix that produced the university, the nest whence it took flight."
    As a matter of fact, among the most important medieval contributions to modern science was the essentially free inquiry of the university system, where scholars could debate and discuss propositions, and in which the utility of human reason was taken for granted. Contrary to the grossly inaccurate picture of the Middle Ages that passes for common knowledge today, medieval intellectual life made indispensable contributions to Western civilization. In The Beginnings of Western Science (1992), David Lindberg writes:
    [I]t must be emphatically stated that within this educational system the medieval master had a great deal of freedom. The stereotype of the Middle Ages pictures the professor as spineless and subservient, a slavish follower of Aristotle and the Church fathers (exactly how one could be a slavish follower of both, the stereotype does not explain), fearful of departing one iota from the demands of authority. There were broad theological limits, of course, but within those limits the medieval master had remarkable freedom of thought and expression; there was almost no doctrine, philosophical or theological, that was not submitted to minute scrutiny and criticism by scholars in the medieval university.
    "[S]cholars of the later Middle Ages," concludes Lindberg, "created a broad intellectual tradition, in the absence of which subsequent progress in natural philosophy would have been inconceivable."
    Historian of science Edward Grant concurs with this judgment:
    What made it possible for Western civilization to develop science and the social sciences in a way that no other civilization had ever done before? The answer, I am convinced, lies in a pervasive and deep-seated spirit of inquiry that was a natural consequence of the emphasis on reason that began in the Middle Ages. With the exception of revealed truths, reason was enthroned in medieval universities as the ultimate arbiter for most intellectual arguments and controversies. It was quite natural for scholars immersed in a university environment to employ reason to probe into subject areas that had not been explored before, as well as to discuss possibilities that had not previously been seriously entertained.
    The creation of the university, the commitment to reason and rational argument, and the overall spirit of inquiry that characterized medieval intellectual life amounted to "a gift from the Latin Middle Ages to the modern world…though it is a gift that may never be acknowledged. Perhaps it will always retain the status it has had for the past four centuries as the best-kept secret of Western civilization."
    Here, then, are just a few of the topics to be found in How the Catholic Church Built Western Civilization. I’ve been asked quite a few times in recent weeks what my next project will be. For now, it’ll be getting some rest.

  5. #5
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    El católico francés Pierre Duhem (1861-1916), físico, químico y filósofo e historiador de las ciencias dejó una obra monumental en diez tomos (Le système du monde) en la que demuestra la ingente labor de investigación científica y avances tecnológicos durante la católica Edad Media que prepararon el camino para los descubrimientos e inventos del Renacimiento. No es que de pronto la humanidad despertara después de la noche medieval. Para justificarse, la Reforma tuvo que denigrar la época más cristiana de la historia. Desgraciadmente, ni Le système du monde ni ninguna otra obra de Duhem están traducidas al español, ni he encontrado apenas información sobre él en castellano.


    Tomado deVoci per un Dizionario del Pensiero Forte:

    Lo storico della scienza e il Système du monde
    Duhem ritiene di riconoscere quella faticosa ricerca d’ordine e d’unità, che caratterizza, quasi come "un desiderio irresistibile", il lavoro scientifico, nella storia delle dottrine fisiche. Animato dalla sola intenzione di svolgere un’indagine storica, senza finalità direttamente apologetiche, egli intraprende, agli inizi del secolo XX, una ricerca archivistica di proporzioni che, ancor oggi, lasciano esterrefatti. Senza assistenti, senza nessuno degli odierni ausili della ricerca, afflitto da un tremore progressivo alla mano destra, compila in breve tempo centoventi quaderni di duecento pagine ciascuno, con brani estratti da un centinaio di manoscritti medievali, rintracciati nelle più svariate biblioteche e librerie francesi, specialmente parigine, individuate con estrema difficoltà per l’assenza di cataloghi e di repertori generali. Da questo materiale vedrà la luce il monumentale Le Système du monde. Histoire des doctrines cosmologiques de Platon à Copernic, pensato in dieci volumi, lasciato incompiuto all’ottavo per la morte dell’autore, pubblicato dal 1913 al 1954 con lunghi intervalli. La documentazione storica duhemiana veniva a smentire uno dei cliché più consolidati della storiografia progressista, quello secondo cui il cristiano "distacco dal mondo" avrebbe congelato l’interesse per l’indagine naturale che fu proprio del mondo greco. Duhem avverte, invece, che la scienza greca aveva già perduto molto della sua vivacità al tempo in cui il cristianesimo era diventato un fattore socio-culturale importante e che, in genere, il mancato sviluppo della scienza presso tutte le culture antiche, quella greca inclusa, doveva avere una causa estranea al cristianesimo. E il tratto comune a quelle civiltà era la concezione circolare del tempo, che rinchiudeva il cosmo e l’esistenza umana in un perpetuo ciclo di nascita-morte-rinascita, senza inizio né fine e sostanzialmente privo di senso, ovvero l’esatto opposto di quanto può suscitare curiosità scientifica: "Per condannarlo e gettarlo a mare come una mostruosa superstizione, doveva venire il cristianesimo", scrive Duhem. Nel 1913, quando pubblica il terzo volume degli Études sur Léonard de Vinci, ceux qu’il a lus et ceux qui l’ont lu, è ormai consapevole che la sua indagine storica gli ha fornito la prova documentale delle radici medievali della scienza di Isaac Newton (1642-1727), radici ritrovate nella dottrina non aristotelica dell’impetus professata alla Sorbona dai doctores parisienses e riportata dal più eminente fra loro, Giovanni Buridano (1300 ca.-1358 ca.), nei commentari al De Cœlo e alla Fisica di Aristotele (384-322 a. C.). In essa Duhem riconosce chiaramente un’anticipazione della prima legge di Newton, o legge del moto inerziale, e nella meccanica parigina del secolo XIV il segno della fecondità del tradizionale atteggiamento cristiano verso il cosmo, che, dall’Antico Testamento fino ai Padri e alla Scolastica, ha posto le condizioni del sapere scientifico dei secoli successivi: "Come potrebbe un cristiano non essere grato a Dio per tutto questo?".

  6. #6
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    Duhem: físico, filósofo, historiador y católico
    Esto nos lleva de la mano al caso de Duhem. Se trata de un personaje muy conocido, aunque no siempre bien interpretado, en el ámbito de la filosofía de la ciencia, y totalmente desconocido para la opinión pública. Sin embargo, vale la pena saber qué hizo.
    Pierre Duhem fue un físico francés de gran talla intelectual. Nació en 1861 y murió en 1916. La lista de sus artículos y libros ocupa 17 páginas de un libro de buen tamaño. Escribió mucho sobre temas científicos muy especializados, y también se ocupó de filosofía e historia de la ciencia. Algunas de sus obras son libros en varios volúmenes, y una de ellas tiene 10 volúmenes de 500 páginas cada uno. Sin duda, fue uno de los físicos más importantes de su época. Fue un católico convencido y llevó una vida realmente ejemplar en todos los aspectos.
    Que yo sepa, ninguna obra de Duhem, al menos de las más importantes, está traducida al castellano. Hay, en cambio, algunas traducidas a otros idiomas; incluso una de ellas, «La teoría física», fue traducida al alemán dos años después de su aparición, con un prefacio muy favorable de Ernst Mach, otro importante físico-filósofo, cuyas ideas tenían poco de católico.

    EL origen de la ciencia moderna

    Duhem es el pionero de los estudios históricos acerca de la ciencia medieval, tema que tiene una importancia cada vez mayor en la actualidad. Este es el aspecto en el que me voy a detener.
    Duhem era un trabajador infatigable que, a pesar de su gran talla, no llegó a ser profesor en París, quizá debido a obstáculos ideológicos. Esto le permitió trabajar mucho por su cuenta. Estaba interesado en la historia de la ciencia y se puso a investigar en el pasado. Ante su sorpresa, fue encontrando en los archivos franceses muchos manuscritos antiguos nunca publicados, que arrojaban nuevas luces acerca del nacimiento de la ciencia moderna.
    Según el cliché generalmente admitido, la ciencia moderna parecía haber nacido en el siglo XVII prácticamente de la nada. La Edad Media habría sido una época oscurantista, dominada por la teología y enemiga de la ciencia. El nacimiento de la ciencia moderna se habría producido sólo cuando el librepensamiento se emancipó de la Iglesia y de la teología. Pues bien, Duhem encontró una documentación abundantísima que deshacía ese cliché, y la fue publicando, comentada, en los 10 grandes tomos de su obra «El sistema del mundo».
    Para comprender la situación, conviene tener en cuenta que la imprenta no existió hasta el siglo XV. Las obras anteriores, y por-tanto, las obras de los medievales, eran manuscritos. Cuando se descubrió la imprenta, muchos manuscritos quedaron en el olvido de los archivos. Los pioneros de la nueva ciencia no se preocuparon de señalar sus deudas intelectuales con los autores anteriores, sino más bien de subrayar la novedad de sus trabajos. La Edad Media quedó en la penumbra.
    Duhem trabajó directamente con muchos manuscritos medievales inéditos. Su trabajo le llevó al convencimiento de que la Edad Media, especialmente en la Universidad de París, pero también en la de Oxford y en otros centros intelectuales, fue una época en la que paulatinamente se fueron desarrollando los conceptos que permitieron el nacimiento sistemático de la ciencia experimental moderna en el siglo XVII.

    La matriz cultural cristiana

    Los trabajos de Duhem abrieron un enorme campo de investigación que ha sido continuado por importantes historiadores de todo tipo de países e ideologías.
    Uno de ellos es Stanley Jaki. Nacido en Hungría en 1924, se estableció en los Estados Unidos en 1951. Es doctor en física y en teología, profesor de la Universidad de Seton Hall (New Jersey), y ha sido invitado a dar cursos en las Universidades de Edimburgo, Oxford, Princeton, Sidney y otras muchas de todo el mundo. Ha publicado cerca de 30 libros sobre las relaciones de la ciencia con la filosofía y la cultura. En 1987 recibió de manos del príncipe Felipe de Gran Bretaña el premio Templeton, como reconocimiento a sus publicaciones.
    Jaki escribió la primera biografía amplia sobre Pierre Duhem, que fue publicada en 1984 por la Editorial Nijhoff de La Haya. Ha continuado y ampliado los trabajos de Duhem sobre el nacimiento de la ciencia moderna y sus relaciones con la religión.
    Jaki afirma que en las grandes culturas de la antigüedad (Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, India, China, etc.), la ciencia experimental no encontró un terreno propicio. Más bien, los escasos intentos de nacimiento acabaron en sucesivos abortos. Un factor determinante fue que en esas culturas se representaba la naturaleza como sometida a unas divinidades caprichosas, o se pensaba en ella de modo panteísta. Jaki examina estos problemas desde el punto de vista histórico y concluye que el nacimiento de la ciencia moderna sólo fue posible en la Europa cristiana, cuando se llegó a dar lo que llama la «matriz cultural cristiana».
    Esa matriz cultural incluía la creencia en un Dios personal creador, que ha creado libremente el mundo. Porque la creación es libre, el mundo es contingente, y sólo lo podemos conocer si lo estudiamos con ayuda de la observación y la experimentación. Porque Dios es infinitamente sabio, el mundo es racional y sigue leyes; como afirma repetidamente la revelación cristiana, el mundo está lleno de orden. Porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, el hombre participa de la inteligencia divina y es capaz de conocer el mundo.
    De hecho, es fácil comprobar que los grandes pioneros de la ciencia moderna compartían estas convicciones, que las tenían porque eran cristianos y vivían dentro de una matriz cultural cristiana, y que en algunos casos ellos mismos afirmaron la importancia que esas ideas tenían para su trabajo científico.
    Por ejemplo, Kepler hizo muchos intentos durante años hasta que encontró sus famosas leyes, convencido de que tenían que existir en un universo creado por la sabiduría divina, y que tenían que estar de acuerdo con los datos observacionales establecidos por el astrónomo danés Tycho Brahe.
    Desde luego, no basta ser cristiano para hacer ciencia; la ciencia se hace con matemáticas y experimentos. Pero la ciencia moderna nació y se ha desarrollado durante siglos en un occidente cristiano que le ha proporcionado una matriz adecuada.
    Comprendo que estas afirmaciones puedan extrañar a algunos. Las obras de Duhem, las de Jaki y otros autores semejantes, no suelen estar traducidas al castellano. Además, durante mucho tiempo se ha presentado a la ciencia como si estuviera en perpetua lucha con la religión, aunque esto no se corresponda con la realidad. Pero si algo nos enseña la ciencia es a atenernos a los hechos y a superar los prejuicios.
    http://www.mercaba.org/FICHAS/IGLESI...sier_duhem.htm

  7. #7
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    Las mentiras que nos han contado


    ¿Cómo trataban a los locos en la Edad Media?

    Tópico de nuestro tiempo: el concepto de enfermedad mental es moderno; en la antigüedad, y hasta la Edad Media, a los locos se los trataba como a seres embrujados, endemoniados, según la superstición del momento. ¿Verdad? Pues no: esta es una deformación muy moderna de una realidad que era completamente distinta. El doctor Horacio Boló, un médico argentino muy destacado en su especialidad y con anchos conocimientos en otras ramas del saber, lleva algún tiempo revisando hechos perfectamente documentados, aunque poco conocidos, sobre la comunidad científica medieval. Las cosas no fueron como cree el prejuicio contemporáneo. Los antiguos eran antiguos, pero no eran estúpidos.
    ¿Cómo trataban a los locos en la Edad Media? Ante esta pregunta creo que sin excepción todo el mundo diría que se los consideraba poseídos por el diablo, que estaban embrujados y que muchas veces se los quemaba en la hoguera. Por supuesto que esta afirmación también es la que encontraríamos en casi todos los libros de historia de la psiquiatría, donde se nos dice que toda esa época estaba impregnada por la superstición y el trato de los enfermos mentales era muy cruel e incluso se abusaba de ellos, si bien se reconocen algunas excepciones. De acuerdo con la ideología que impregna la mayoría de la historiografía se afirma que recién en el siglo XVI se empieza a enfocar estas enfermedades con criterio científico.
    En 1973 comienzan a aparecer las investigaciones que demuestran que, al tratar la enfermedad mental en la Edad Media, estos pseudo-historiadores omiten y deforman las evidencias históricas. Toda la medicina de la Edad Media se basaba en las teorías de Galeno y en las universidades donde se enseñaba medicina nadie hablaba del diablo ni de la posesión diabólica. Es más, muchos religiosos afirmaban que el diablo no tenía poder para producir una enfermedad mental. En el siglo XIII, por ejemplo, Bartolomeo, que era monje franciscano y profesor de teología, atribuía la locura a causas naturales e incluso intentó localizar lesiones en el cerebro que pudieran ser la causa de las alteraciones mentales, y sus escritos eran textos muy usados por los estudiantes y no era una excepción: lo mismo pensaban Juan de Salisbury, el Arzobispo de Lyon, Agobardo, Abelardo y Pedro de España, que era médico y llegaría a ser Papa (Juan XXI).
    Es a partir del siglo XVI, pleno Renacimiento, que la posesión diabólica empieza a tener importancia y es en el siglo XVII que la caza de brujas llega a su punto más alto. En el siglo XVIII, en pleno Iluminismo, se piensa que lo que distingue al hombre del animal es la razón y que, por lo tanto, si éste pierde la razón hay que tratarlo como a una bestia. Los hospitales de Bedlam en Londres y la Salpetrière en París son un ejemplo de esta mentalidad.

    El loco medieval


    Veamos como eran tratados realmente los locos en la Edad Media. Cuando se declaraba que alguien estaba loco sus bienes pasaban a ser administrados por el Rey, quien se responsabilizaba de cuidarlos, siendo responsable de que no se deterioran ni destruyeran y que siguieran generando beneficios, a fin de afrontar los gastos durante la enfermedad, y le fueran luego entregados al enfermo si mejoraba. No podía tomar nada en su propio beneficio. Algo que vale la pena destacar es que estas medidas no sólo eran aplicadas a las clases acomodadas, ya que existen registros de la época donde se puede ver que el 60 % de los locos así tratados pertenecían a los artesanos, agricultores y trabajadores. No era un privilegio para pocos.

    Aquellos que se pensaba que estaban locos eran examinados por una comisión integrada por "miembros de la comunidad a la que pertenecía el presunto enfermo, los que debían ser buenas personas y leales”. Esta comisión evaluaba si el paciente se orientaba correctamente, su memoria y su capacidad intelectual. Por ejemplo, se le decía que nombrara los días de la semana, con quién estaba casado, que nombrara a las personas que conocía. Se les mostraban monedas y se les pedía que hicieran cálculos elementales con ellas. Se analizaba sus vida cotidiana y sus hábitos. En ninguno de los casos registrados aparece el más mínimo rastro de que se hablara del diablo o de cualquier otra explicación sobrenatural. Se atribuía el trastorno mental a enfermedades orgánicas, a traumatismos o a graves situaciones emocionales, por ejemplo, al temor que le inspiraba el padre o por la muerte del cónyuge o un familiar cercano. Algunas veces se pensaba que eran las bebidas alcohólicas la causa del trastorno mental. Incluso en muchos casos se hablaba de causas psicológicas como la melancolía, los problemas de conciencia, la ansiedad, etc.

    El cuidado de los locos en general estaba a cargo de la comunidad. Por ejemplo, desde antes del siglo XII en la ciudad de Gheel, ciudad de Bélgica cercana a Amberes, sus habitantes llevaban a sus casas y cuidaban a los enfermos mentales que acudían en peregrinación al santuario de St. Dympha. La Edad Media tuvo una actitud muy tolerante hacia los enfermos mentales, que en general eran cuidados por sus parientes. La Comuna se hacía cargo de los gastos muchas veces. Cuando esto no era posible, eran atendidos en los hospitales y en los monasterios.

    Pensemos que en Inglaterra, en el siglo XII, se fundaron nada menos que 166 hospitales. El primer hospital dedicado exclusivamente al cuidado de los enfermos mentales se creó en España en el año 1409. Estaba dirigido por un sacerdote y avalado por un documento del Papa. Se creó una fraternidad para recaudar fondos para su mantenimiento. En otras ciudades eran financiados por los comerciantes pudientes.

    ¡Qué lejos de lo que nos han contado y de lo que nos pintan novelas que nada tienen de históricas!


    Bibliografía: A reapprisal of Psychiatry in the Middles Ages. Archives of General Psychiatry, vol 29, agosto de 1973, págs. 287-289 y Medieval and Early Modern Theories of Mental Illness. Archives of General Psychiatry, vol 36, abril de 1979, págs. 477-483

    http://www.elmanifiesto.com/articulo...idarticulo=745

  8. #8
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    Re: El papel de los Cristianos en la Ciencia

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Pues sí, se podría decir muchísimo nada más de la medicina, no digamos de otras ciencias, tanto en cuanto a investigación y estudio como a asistencia. A propósito de asistir, etimológicamente significa estar al lado, y viene de que los monjes estaban al lado de los enfermos para atenderlos. Incluso había órdenes fundadas expresamente para atenderlos, como la del portugués San Juan de Dios o la de San Vicente de Paúl en Francia. Cuando se produjo la reforma anglicana por el pataleo de un rey contrariado porque no lo dejaban cambiarse de mujer como quien se cambia de camisa, tuvo lugar la primera gran desamortización de la historia. Al desaparecer las abadías y conventos se perdió también esa red de asistencia social, ya fuera atención médica o caritativa, lo cual fue catastrófico. Luego tendrán los anglosajones la cara de afirmar que la profesión de enfermera la creó Florence Nightingale en el siglo XIX (la cual, que no se olvide, tuvo influencias católicas ), cuando hacía mucho tiempo que había monjas que hacían de enfermeras. Me pregunto si será por esa razón por la que en alemán a las enfermeras las llaman Krankenschwester (hermanas de los enfermos). Pero claro, ¿qué iban a saber de eso en Inglaterra?

    ¿Y qué decir de las facultades de medicina de Salerno y de Montpellier, entre muchas otras? En la primera llegó a ser famosa la profesora Trótula, autora de libros de texto (para que luego digan que las mujeres no eran nada en aquella época). Sin embargo, cuando llegó el Renacimiento con su misoginismo empezaron a expurgar sus libros o a publicarlos firmados por hombres.

    No olvidemos tampoco que, a pesar de lo que digan, se hicieron autopsias antes en las universidades católicas que entre médicos laicos. Recuérdese que en Lima ya se hicieron a raíz de una epidemia, cuando todavía no se hacía en Inglaterra.
    ReynoDeGranada dio el Víctor.

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