El buen racista
La doble vara de medir no es un invento de nuestro tiempo ni de los progres que, como una alferecía mala, nos aquejan. Pero fuerza es reconocerles la gran maestría con que la utilizan y el notable provecho que extraen de las mentes de sus pastoreados marcándoles con nitidez qué guerras son execrables y cuáles, simplemente, dignas de olvido; qué asesinatos odiosos (verbigracia los perpetrados por hombres contra sus prójimas) y cuáles dignos de comprensión y ayuda (si la prójima asesina al maromo: a saber lo que le estaba haciendo a la pobre); o quiénes son unos repugnantes racistas (un señor de Briviesca, pongamos, que llama moro a un moro) y quiénes, como mucho, siendo moros o negros, cuando se cargan a otros moros o negros, son meras víctimas del imperialismo y el colonialismo, porque actúan sin saberlo. Y por culpa nuestra, inductores malvados, hacen cosillas indebidas, no exageremos. Y en todo caso merecen tupidísimos velos de ocultación piadosa y ojeadas desapercibidas, si las noticias terminan filtrando alguna de las innúmeras barbaridades que a diario unos tercermundistas infligen a otros.
Hay crímenes y crímenes, porque no me negarán ustedes la infinita mayor gravedad del odioso acto del susodicho señor de Briviesca que del inocente desliz de la Gendarmería marroquí que –en Alhucemas, en la noche del 28 de abril– pincha una zodiac, a cuchilladas, con el resultado de ahogamiento de treinta negros africanos. ¡Va usted a comparar! De eso ni se habla y si algún periódico carca –bautizado y confirmado como tal a ojo de buen cubero– deja colar la poco simpática nueva (ahora lo importante es ser simpático), cumple jibarizarla cuanto posible y sumergirla rapidito en las aguas del Leteo, sin muchos comentarios pero con gran velocidad. Lo del tipo de Briviesca es imperdonable (añadan los adjetivos que gusten) en tanto lo otro ni se sabe lo que es. Y ya pueden mentes insanas acumular ejemplos malintencionados, tanto da: hace dos años, la misma Policía del sultán tirotea con alegría a las bandadas de africanos que intentaban el salto (en sentido literal) en las vallas de Ceuta y Melilla y mata a una decena; y por esos días, la antedicha guardia jerifiana trinca a varios cientos de los mentados africanos y los suelta muchos cientos de kilómetros al sur, en el desierto, sin agua ni comida, para que se den un garbeo hasta sus países, a dos o tres mil kilómetros, un tiro de piedra, como quien dice. El asunto no da para hablar mucho, a diferencia del inmundo fulano de Briviesca, que se cae con todo el equipo. Y merecido lo tiene.
Pero tampoco la tomemos con la Gendarmería marroquí: su vecina de Argelia organiza en los bosques de Nedroma vistosas, pero poco vistas, cacerías de negros emigrantes que aguardan para pasar a Marruecos y luego, si pueden, saltar la cerca de Melilla o nadar con un patito salvavidas hasta la ciudad, donde, por lo pronto, serán maltratados con mantas y tisanas hasta que el Gobierno socialista disponga su traslado a la Comunidad de Madrid. Mas no culpemos a esos policías argelinos de tales desmanes: los auténticos culpables somos los españoles, por no abolir de una vez el embeleco y simulación de que España tiene fronteras y hay que guardarlas. Si la innoble presión del PP y de toda la derechota cavernaria hispana no estuviera dificultando a Rodríguez llevar adelante su hermoso programa de Papeles para Todos, los pobres guardias marroquíes y argelinos no se verían abocados a tan, para ellos, tristes sucesos. Hasta los roquedos de Piedrafita o La Cabrera se conmoverían con el sufrimiento de esos policías imposibilitados de probar su solidaridad tercermundista a los hermanos africanos. Y es que el imperialismo, Aznar y Bush no tienen remedio.
Miro el mapa de Africa y me cercioro de que, efectivamente, hay racistas malos (los descerebrados que apalean a inmigrantes en cualquier lugar de Europa: a los tribunales con ellos, por descontado) y racistas sin denominación de origen, es decir, todos los demás. Desde los negros musulmanes sudaneses, que se dicen "blancos y árabes" (el optimismo que no decaiga) y ya han despenado a 200.000 negros musulmanes y no musulmanes en Darfur, hasta los simpáticos hutus que entablaban conversación con las tutsis con aquello tan socorrido de "¿Estudias o trabajas?". Y no hablemos de las escabechinas interraciales –de base tribal y más nada– del Congo, Sierra Leona, Kenya, Nigeria, Somalia, Etiopía y etcétera, aunque, con frecuencia, el islam echa su cuarto a espadas y decide ayudar un poquito añadiendo el siempre sabroso ingrediente religioso a los choques.
Ahora toca el turno a Sudáfrica: en Johannesburgo y Ciudad del Cabo estalla el conflicto y los míseros habitantes del famoso Soweto (canonizado por la prensa occidental cuando se trataba de oponerse a los boers) cazan y linchan a mansalva a los también míseros inmigrantes de Somalia, Zimbabwe y Mozambique. Esta es otra banlieu y no hay que tomarlo a mal, qué caramba, porque, a nada que nos esforcemos, toparemos con la sombra de Bush, del pentágono y del Banco Mundial. Así pues, chitón.
Al hilo de estas reflexiones me viene a las mientes el recuerdo de aquel efectista –y durísimo– dibujo de Castelao en que, mientras un paisano lamenta su ruina, alguien comenta: "Chora porque o cacique deixóuno a pedir, se fose un irmán labrego xa teríalle fendido o corazón". Pues sí, los seres humanos somos así. Y los progres no te digo.
Serafín Fanjul.
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