Re: El Consenso en la Ciencia
Quien quiera verdades absolutas, dogmas incuestionables e inamovibles, debe mirar hacia otro lado, que no es la ciencia. Esta sólo elabora hipótesis, vacilantes aproximaciones a la verdad, que siempre pueden ser modificadas total o parcialmente por la fuerza de los hechos: pero es lo mejor que el espíritu humano es capaz de crear."
Juan Luis ARSUAGA (Co-director de Atapuerca) en El Collar del neandertal. En busca de los primeros pensadores Edit. TEIDE. Madrid 1999, pág., 40
Verdaderamente esta cuestión es muy compleja. La falta de consenso se justifica en la necesidad de una sana competencia entre investigadores a la hora de imaginar temas para elaborar hipótesis y buscar convertir éstas en teorías. Pero también obedece a una inexorable situación pasada relativa a la pobreza de los medios que transformaba al científico en un forzado del conocimiento en su búsqueda de la verdad material. Al tiempo, el científico debía ser un sabio, tenía que saber de todo, desde la matemática hasta la teología.
Pero hoy en día esta es una idea un tanto alambicada. Hoy el científico busca una seguridad vital y laboral para sí y su familia. Hoy el investigador es un funcionario que ya no es sabio, si acaso y a título personal o por puro placer de conocimiento, será un erudito y esto al margen de su trabajo en alguna institución. Mientras a las ciencias no se les encontraban aplicaciones inmediatas para las sociedades, los científicos fueron extraños seres con unas capacidades intelectuales fuera de lo común y cuyas conductas obedecían a encontrar un raro placer en dejarse la vida entre librotes llenos de polvo y alambiques de cristal rellenos de líquidos siempre sospechosos.
Pero el día en el que los Estados se empezaron a dar cuenta de la importancia técnica que aportaban las ideas y experimentos de aquéllos chiflados, la cuestión empezó a derivar hacia lo que hoy conocemos. Claro que no puede haber consenso entre los científicos. Es decir, no puede haberlo entre científicos fisicistas americanos, rusos, chinos, alemanes, franceses, hindúes, británicos. etc., porque todos trabajan para que sus respectivos Estados puedan mantener o mejorar sus estatus de potencias mediante secretos inconfesables. El espíritu libre del científico aún perdura entre los científicos sociales, los humanistas o los filósofos. Todos ellos pueden seguir haciendo lo que quieran, más aún, en el caso de aquéllos que ocupan plaza de docentes universitarios están obligados por contrato no sólo a tener una actividad docente, sino también investigadora y deben publicar resultados cada cierto tiempo si desean permanecer en su puesto.
Y entre éstos lo que hay no son ya rivalidades, sino rencores, envidias, odios, se agrupan en escuelas de pensamiento según especialidades, y tampoco en esos minúsculos reductos se libran de sus tensiones.
Sin embargo, el mismo concepto de científico puede resultar confuso o cuando menos impreciso. Es esa ausencia de consenso lo que ayuda a llegar a esta situación. Si nos ceñimos a los planteamientos de Thomas S. KHUNN, un físico norteamericano, expresados en su obra cumbre La estructura de las revoluciones científicas o en alguna de sus secuelas como Segundos pensamientos sobre paradigmas, se puede deducir que habría dos niveles de científicos: aquéllos que elaboran hipótesis, construyen teorías, las someten a contrastación y abstrayendo los resultados pueden llegar a la genialidad, es decir, los autores de las revoluciones científicas, que se producen cada vez que un paradigma nuevo (nueva teoría contrastada), sustituye a un paradigma viejo y cuyos principios han quedado obsoletos. Y aquéllos otros que sin aportar nada particular o especial al conocimiento científico, sí contribuyen al avance de las ciencias mediante su trabajo como docentes. Es decir, la formación de todo científico empieza cuando siendo muy pequeño entra en el colegio. La enseñanza de los conocimientos asentados y ciertos que se imparten en el sistema educativo han de ser transmitidos por la vía de lo que llama ciencia ordinaria, y, podemos deducir, que quienes enseñan dicha ciencia son científicos de segunda fila, más por su formación académica que por su actividad real. Lógicamente, cuanto mayor sea el nivel de dificultad en la explicación y aplicación de la ciencia ordinaria, mayor deberá ser la formación científica del docente y estará más cerca de las posiciones que corresponden a los científicos de laboratorio.
Y a modo de orientación para quien pueda sentir interés por este campo que es la epistemología, o filosofía de la ciencia, pues al final es a la conclusión a la que debemos llegar. Y es que la ciencia puede ser eminentemente práctica a efectos de resultados, pero o es filosofía en sus planteamientos teóricos más generales o no es nada. De ahí también esa ausencia de consenso, ¿alguien sabe de la existencia del consenso entre los meta-físicos? sea al tiempo espíritu de creatividad. La ciencia sin imaginación ni fantasía es nada, puro mecanicismo de laboratorio. Pues, como decía, si alguien está realmente interesado en todo este proceso le recomiendo la lectura de La Lógica de la Investigación Científica de Karl R. POPPER.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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