Sabios, doctos y eruditos.
Resulta muy frecuente el empleo de expresiones retóricas en los discursos de muchos mensajes. Refleja la formación, buena educación y riqueza de vocabulario de quienes las emplean sin complejos, pero éstas han de ser empleadas correctamente y no siempre es así.
Por ejemplo, se suelen emplear como sinónimas las palabras sabio, docto y erudito. Pero, verdaderamente, no significan lo mismo. Así, sabio es un término que se refiere a una persona que sabe de muchas cosas, además, del sabio se espera lo que dice el refrán: "De sabios es rectificar". Todas estas ideas contienen cierta verdad, pero no definen al sabio. El término sabio, debe aplicarse a quien profesa una Ciencia, es decir, a los científicos, particularmente los grandes científicos. No obstante, Santo Tomás de Aquino no participaba de tal opinión coincidente con esta visión con cierto tono reduccionista y, así, repetía "Sapientis est ordinare": ordenar es cosa propia del sabio. De tal modo que la Ciencia no es esencial para la sabiduría, sino la conformidad del obrar y del saber.
La sabiduría es la cualidad esencial del sabio, y Sto. Tomás diferencia tres grados de sabiduría: "la intelección modeladora de la vida resultante de la meditación filosófica, sobretodo metafísica" El segundo grado como "la sabiduría procedente de la fé y de la ciencia teológica, la cual ordena todas las cosas en el conjunto del mundo sobrenatural que comprende cielo y tierra". Y ya el tercer grado constituido por "la sabiduría como don del Espíritu Santo, con ella el hombre que ama a Dios ya no comprende con el sólo esfuerzo propio, sino que a la luz de la divina inspiración, "experimentando lo divino" (cognitio per connaturalitatem), se siente adherido a ello y persigue con amoroso gozo el orden que Dios ha querido en todas las cosas".
( Entrecomillado del Diccionario de Filosofía HERDER)
Por tanto, si un hombre reune en sí esos tres grados es sabio, aunque nada tenga que ver con la Ciencia. Mientras, el docto se refiere más bien a quienes son expertos en un campo determinado de conocimiento. Será un gran conocedor de su campo, pero no un sabio. El docto es producto de nuestro tiempo, basado en la especialización. Luego, un término que ha vuelto a cobrar cierta actualidad es el de erudito. No indica ni la profundidad del conocimiento del sabio, ni la especialización del docto, sino que se refiere a la posesión de una cultura amplia, principalmente literaria, similar a una especie de enciclopedismo, basado en el interés por las cosas en general. Es un grado superior al entendido, al aficionado que ha sido generado por la sociedad de la divulgación. El erudito, supera estas etapas superficiales para ahondar en el conocimiento de las cosas, diríase que está en el camino de la sabiduría, pero lejos aún de llegar a ésta.
A todas estas categorías se suele oponer la del sabihondo, es decir, la pedantería de aquél que sin ser sabio, ni docto, ni erudito, se tiene por tal. Si tal situación no pasa de una simple pose, de una autosatisfacción, la del hombre-masa orteguiano, la cuestión no tendrá mayores consecuencias. Tal hombre es muy suyo de sentirse satisfecho con lo propio, pero tal satisfaccoión no ha de afectar a otros, si tal sucede, entonces estaremos ante el necio, ese ser imprudente y porfiado en lo que dice y hace.
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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