Artículo de López Rodó, haciendo de Carrero Blanco la pieza clave para la "anhelada" Transición y para el fortalecimiento de Juan Carlos
DIMENSIÓN HISTÓRICA DE UN GOBERNANTE EJEMPLAR
“El almirante Carrero era una pieza singular de la magna estrategia institucional de Franco. Pese a su personal modestia, a su repugnancia a la ostentación y a la publicidad, o quizá por esas cualidades, le incumbía la misión histórica de ser el engranaje que articulara el presente con el futuro.
Tenía las condiciones idóneas para esa delicada tarea. Ningún otro político permaneció tanto tiempo al lado del Jefe del Estado. Ninguno estuvo más compenetrado con su obra. Los treinta y tantos años de colaboración inmediata con Franco, el haber sido observador directo y aun actor principal en muchas ocasiones, de los hechos más sobresalientes de un período pródigo en acontecimientos y cambios, tanto en la vida española como en la mundial, el conocimiento y trato de personas relevantes de distintos ámbitos y en muy diferentes momentos, le proporcionaron una experiencia irreemplazable. A lo largo de su trayectoria pública, tuvo no escasas oportunidades de enjuiciar los distintos problemas con los que España se enfrentaba.
Desde la perspectiva de este diciembre de 1974, es fácil comprender el gran acierto que supuso mantener a España fuera de la II Guerra Mundial resistiendo —como él mismo afirmó en un discurso— a «las instigaciones de dentro que no faltaron, pues no pocos creyeron en 1941 que era el momento de encaramarse al carro del vencedor». Siendo jefe de Operaciones del Estado Mayor de la Armada, se manifestó, contra corriente, a favor de la neutralidad, sin dejarse llevar de brillantes fantasías ni de apasionamientos bisoños, fundando su opinión en un análisis concienzudo de visión clara del curso previsible de los acontecimientos, y prudencia y sentido común para no aconsejar que el país se embarcase en aventuras que certeramente consideró condenadas al fracaso.
Esas cualidades se reforzaron con los años. Las claves de su manera de servir a España se aprecian muy especialmente en su callada y eficaz participación en la tarea de construir un nuevo Estado a partir del montón de escombros que era la España rota de 1939. El proceso institucional no ha sido corto ni ha estado libre de dificultades. Hubo de ir sorteando escollo tras escollo y, en esa navegación, el almirante Carrero dejó constancia de sus firmes convicciones políticas. Hubo de oponerse a extremismos de distinto signo, empezando por los intentos de mimetismo totalitario de los primeros —y no tan primeros— tiempos. En más de una ocasión le oí comentar el desatino de actitudes extremistas dentro del Régimen, a pesar de la buena fe de quienes las adoptasen porque —son aproximadamente sus palabras— nos llevarían a un golpe militar que equivaldría a empezar de nuevo, ¡pero sin Franco!
Hito fundamental de esta conformación del Estado orientada hacia el futuro, fue la designación del Príncipe de España comió sucesor a título de rey. La decisión sucesoria prudentemente prevista por Franco y hacia la que se encaminó de forma gradual y con paso firme, encontró también no pocos obstáculos e incomprensiones. Hasta la misma víspera del 22 de julio de 1969 no faltaron quienes alentaban a diversos pretendientes en contra de la legalidad constitucional, jugando la carta de personas carentes de la nacionalidad española, que es uno de los requisitos establecidos en la Ley de Sucesión. Tampoco faltaron los regencialistas, que pretendían erigir en sistema político lo que no es más que una figura supletoria, una excepción momentánea al orden regular de sucesión. Frente a unos y otros, el almirante Carrero adoptó siempre una actitud contundente, exenta de oportunismos, ambigüedades y dobleces.
Ahora que el Príncipe de España es el símbolo de un futuro libre de la ansiedad del «¿Qué pasará después de Franco?», no es difícil la adhesión a don Juan Carlos. Pero esto no siempre fue así de natural. El almirante Carrero colaboró decisivamente desde un principio a que el designio de Franco se hiciera realidad, dejando en la cuneta del camino la situación bélica y sus posibles derivaciones.
En circunstancias fáciles y menos fáciles se dirigió al país a través de las instituciones. No acudió a las Cortes y al Consejo Nacional a hacer recuento de éxitos y aciertos, sino a exponer con objetividad la situación política y económica, sin ocultar los problemas ni las dificultades detrás del fogonazo de rutilantes discursos. Pero tanto como sus palabras —prosa limpia y tersa—, sus hechos inequívocos y consecuentes con sus convicciones, respaldarán el juicio que la historia emita sobre sus «servicios al Estado».
El almirante Carrero tenía por vocación el hábito de los horizontes amplios de la mar. En las cubiertas de los barcos hay que afirmar el paso. Parece como si hubiese trasladado por instinto ese modo de caminar seguro a los asuntos de Gobierno que le ocuparon la mayor parte de su vida. Enemigo de piruetas y verbalismos, era consciente de que no deben hacerse experimentos a costa del pueblo. Con toda la falibilidad que acompaña siempre al hombre, puede afirmarse que no falló en las opciones políticas fundamentales de lo que ha constituido la andadura del Estado a lo largo de un tercio de siglo.
La misión histórica de Carrero quedó truncada brutalmente el 20 de diciembre de hace un año, en el preciso día en que se iba a dar el paso definitivo para la regulación del derecho de participación política de los españoles a través de las asociaciones y del proceso electoral. El encarnaba la seguridad de la transición. El blanco fue certeramente elegido por sus asesinos. Afortunadamente, las previsiones legales están claras y la sucesión se producirá en su día sin traumas ni convulsiones, haciendo vano el intento de los autores del magnicidio. Pero es indudable que algo insustituible se quebró sin remedio con su muerte. Como si al abrir su vida a la eternidad, se hubiese evaporado la serena sensación de confianza que su acusada personalidad irradiaba al país.
Para alejar toda sombra de vacilación o de duda en la solidez de nuestro sistema institucional, para mantener una fe esperanzada en el futuro de España, la evocación de la figura del almirante Carrero es un benéfico acicate. Sólo por eso vale ya la pena mirar hacia el pasado. Su ejemplaridad de gobernante, por encima de partidismos, de atolondramientos e improvisaciones, de provechos personales y de popularidades efímeras, constituye una gran lección política de valor permanente.
Laureano LÓPEZ RODO
http://hemeroteca-paginas.lavanguard...741220-009.pdf
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