(I)
El conflictivo tema de las relaciones entre Cataluña y las letras catalanas y castellanas, no agota nunca su interés ni su actualidad.
Ticknor, en su conocida Historia, ya comentababa en el siglo XIX la extinción de las literaturas occitánicas, y especialmente la de Cataluña, no como un cambio de idioma, sino como la desaparición de todo un continente intelectual: la parálisis del idioma, se habría traducido en parálisis del espíritu. Se habría dado entonces el espíritu doloroso de un caso de "afasia" nacional...
La lengua catalana, hasta las postrimerías del siglo XV había rivalizado fraternalmente con la producción literaria castellana ; se habían producido en Cataluña las inimitables Crónicas; se había hecho hablar por primera vez a la filosofía en la lengua romance catalana por medio de las enciclopedias de Lull y Eximenis, saliendo airosa del elemento épico, tan prodigioso en Castilla. Se había llegado al elegante humanismo de Bernat Metje, a la realista y graciosa malignidad de Jaime Roig, a la explosión del lirismo metafísico de Ausias March, a la plenitud de estilo de J. Martorell...
¿Cómo pudo, a partir del siglo XVI, hundirse bruscamente todo esa literatura catalana, cuando precisamente las auras del renacimiento greco-latino hubieran debido infundirle un mayor empuje?
Quizás porque, de buena fe, obedeciendo al espíritu de la época, se prestó Cataluña al cambio de medio linguistico, creyendo que en la lengua castellana encontraría su propio pensamiento una resonancia más poderosa y que, con esta aportación, también se resolvería la literatura castellana en un formula superior de literatura íntegramente española.
Lo que está claro es que además de desaparecer la literatura catalana, los resultados en la nueva lengua castellana fueron muy pobres: consultando el testimonio histórico de tres centurias; repasando las colecciones, las antologías, repertorios clásicos, las historias de la literatura española, las alusiones de los grandes maestros, los signos externos de las preferencias del público y de la popularidad; las bibliografías puramente eruditas desde Nicolás Antonio a Gallardo; el Teatro de la elocuencia, española de Capmany; los setenta volúmenes de la biblioteca Rivadeneyra...
Pues bien: de toda esta gran serie de testimonios, despréndense tan solo tres o cuatro nombres catalanes en castellano, siempre los mismos; solo figuran en el Rivadeneyra: Boscán, Setantí y Moncada; en el Teatro de Capmany hállanse únicamente algunas páginas de Moncada.
Cierto que los diccionarios bibliográficos puntualizarán una amplia legión de versificadores, de historiadores, de jurisconsultos, de ascéticos y de hagiógrafos). Y que si se busca en repertorios regionales como el de Torres Amat para Cataluña, el de Bover para Baleares, el de Jimeno, o Pastor y Fuster para Valencia, no se olvidará allí ni un sermón, ni una novena, ni una letrilla, ni un villancico del XVII y XVIII, (por mucho que nunca hubiesen logrado traspasar la celda conventual en que fueron engendrados).
Pero artistas puros, escritores propiamente dichos no los hay; pues es evidente que un Caresmar, un Finestres y hasta un Masdeu, no pueden entrar en esa categoría.
EL SIGLO XVI: JUAN BOSCAN
Sólo como un curioso precedente podrían citarse los poetas catalanes y valencianos anteriores a Boscán que habían rendido tributo a la poesía castellana, expresándose en castellano: pero el interés que ofrecen es puramente exterior, histórico y de fecha.
Tratábase ahí de un «dilettantismo» lingüístico, de un alarde de ingenio, igual y de signo contrario al de los castellanos, navarros y aragoneses que, como Villasandino, o Valtierra, habían trovado en catalán cuando esta era la moda y la elegancia. No puede verse en ello más que un pasatiempo y una curiosidad; no una dirección reflexiva. Era un signo de admiración e influencia, pero no todavía una conversión formal.
El predominio de una literatura suele acarrear inseparablemente el de su idioma, como lo demuestra la turbamulta de italianizantes que, en Inglaterra, España o Francia, no contentos con haber recibido el sello del dantismo y del petrarquismo extendiéndolos a todos los vientos de la tierra, quisieron ensayar por sí mismos la delicia de la versificación toscana.
En esta condición entran, pues, las poesías castellanas de autor catalán que figuran en el cancionero de Stúñiga, en el Jardinet d'orats y en el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511). Así son también las coplas sobre las calidades de las donas, de Mosén Pedro Torrellas y las muestras castellanas de Civillar, Jordi de Sant Jordi, Crespí de Valldaura, Fenollet y tantos otros, que anuncian la preponderancia del nuevo gusto y la rápida castellanización de Valencia, región divisoria y fronteriza así en el aspecto geográfico como en el etnográfico.
La crisis definitiva y su fecha vienen simbolizadas en el nombre famoso de Juan Boscán, nacido en 1501. Aunque el barcelonés Boscán no fuera el iniciador de la desbandada castellanizante, la importancia de su figura ha hecho que, generalmente, se le atribuyera esta significación.
Las deserciones abundaban ya antes de Boscán y durante su vida, cuando la obra que desarrolló era poco menos que ignorada y no había tenido influencia ni había cristalizado en concepto a posteriori. Era la ley oculta del tiempo; y aun más que esas corrientes contemporáneas, obedeció Boscán a un hecho indidual: su larga presencia en la corte de Castilla, a la cual seguía por razón de oficio, como servidor de la casa real y ayo del duque de Alba.
Ocioso resulta hablar hoy de Boscán, después de Menéndez y Pelayo. No cabe más, so pena de petulancia, que recordar las líneas generales de su estudio: El mérito de Boscán es de orden formal, mejor que sustantivo, sin negarle por eso capacidad artística. Pertenece más á la técnica,al procedimiento que al contenido interior, si bien inclinó la balanza en sentido de una comprensión interna y más cabal de la canción petrarquista.
Aprovechando los insistentes consejos de Navaggiero, las doctas humanidades de Marineo Sículo, y el contacto con las obras de Castiglione, promovió una renovación de las formas métricas, y hasta de la misma inspiración, en sentido italiano. Esta reforma triunfó, no por medio de sus obras personales, sino en las de su amigo Garcilaso.
Rebosa por todas las páginas el afecto con que está escrito el libro de Menéndez Pelayo; representa, además, un gran esfuerzo de atracción espiritual, siguiendo el sentido ampliamente iberista y de integración que el santanderino infundió a su colosal labor.
Así enjuiciaba Menéndez Pelayo a Boscán:
«No creo haber cedido en demasía al natural afecto con que todo biógrafo suele mirar el personaje de quien trata, dedicanto tan largo estudio a un autor cuyo mérito no quisiera exagerar en lo más mínimo. Estimo que Boscán fue un ingenio mediano, prosista excelente cuando traduce, poeta de vuelo desigual y corto, de duro estilo y versificación ingrata, con raras aunque muy señaladas excepciones.
Reconozco que no tiene ni el mérito de la invención ni el de la forma perfecta. La mayor parte de sus versos no pueden interesar hoy más que al filólogo, y a nadie aconsejaré que emprenda por via de pasatiempo su lectura. Pero con toda su medianía es un personaje de capital importancia en la historia de las letras; no se puede prescindir de su nombre ni de sus obras...
Su destino fue afortunado y rarísimo: llegó á tiempo; entró en contacto directo con Italia; comprendió mejor que otros la necesidad de una renovación; encontró un colaborador de genio, y no sólo triunfó con el, sino que participa, en cierta medida, de su gloría.
¡Triunfo glorioso de la amistad, que hizo inseparables sus nombres en la memoria de las gentes! Nadie lee los versos de Boscán, pero Boscán sobrevive en los de Garcilaso, que están llenos de su recuerdo y que algo le deben, puesto que él los hizo brotar con su ejemplo y con su admiración solícita, y él los salvó del río del olvido y del silencio de la muerte.»
Marcadores