Por supuesto, considero a Francisco legítimo pontífice hasta que alguien demuestre que no lo es. La sede no está vacante. Pero precisamente porque he vivido muchos años en el Cono Sur y ya sé cómo es Bergoglio, me lo tomo con muchas reservas. Y no sólo yo, que ya hemos visto la opinión que tiene de él el mundo de la Tradición en Argentina. Ojalá que nos dé una sorpresa. Y yo sé que Dios es más que capaz de transformar a Francisco de golpe y porrazo, como hizo con San Pablo (espero que de una forma más tranquila; no le deseo que se lleve una caída como el Apóstol de los Gentiles). Simplemente prefiero tener cautela. Esperar a ver antes de tomármelo con tanto entusiasmo. Esperar y rezar. Cuando salió el protodiácono a proclamar "Annuntio vobis gaudium magnum" y dijo a continuación el nombre latinizado de Bergoglio se me cayó el alma a los pies. Por supuesto, lo acepté, y hasta me arrodillé para recibir la bendición. Pero no me dejo impresionar por lo externo. Todas esas declaraciones y expresiones de humildad son muy mediáticas. Tienen mucho impacto. Y no juzgo en absoluto la sinceridad de Francisco. Sólo Dios y él saben qué tiene en su corazón. Hay mucha gente en este mundo que está equivocada pero cree con toda sinceridad hacer lo correcto. Dicho esto, me lo tomo con cautela y no salto de alegría. Por supuesto, voy a rezar mucho por él. Faltaría más. Lo necesita, y como católico, es mi deber. Es fácil deslumbrarse con palabras bonitas y gestos de sencillez. Pero también, cuando la sencillez afecta a cosas más profundas, no hay que dejarse arrastrar por lo novedoso y espectacular. La misma elección de Francisco como nombre del sucesor de S. Pedro me ha dado muy mala espina desde el primer momento. No puedo menos que pensar en la sencillez franciscana, pero no en la auténtica, que es algo excelente, santo y más que recomendable, sino en el franciscanismo mal entendido, que ha convertido al Poverello de Asís en una especie de ecologista y pacifista avant la lettre, o incluso en un precursor de los hippies. Está muy bien renunciar a las posesiones mundanas y llevar una vida de austeridad y sencillez, como han hecho desde el principio los frailes, las monjas y los buenos sacerdotes. Y hasta los buenos papas. Porque en realidad el Papa no vive en un palacio (aunque algunos lo hayan hecho en el pasado), sino en un modesto apartamento con su cuarto, su despacho y poco más; lo imprescindible. Sin embargo, cuando actúa como Pontífice y aparece en público, cumples funciones litúrgicas, etc., etc., etc., es un príncipe de la Iglesia. Es el embajador o representate de Cristo, que es el Rey, y debe comportarse como tal. Primero es Dios, como dice el lema carlista (supongo que entendéis que hablo a título personal, no en nombre de todos mis correligionarios). Primero está Dios, antes que la Patria y el Rey. El primer mandamiento es "amarás a Dios sobre todas las cosas" y luego "al prójimo como a ti mismo". Hay una jerarquía. Obviamente, Dios está primero. Y luego, a consecuencia de amar a Dios, amamos al prójimo por la gracia de Dios. Ya sé que el que no ama a su hermano no puede decir que ama a Dios, como explica San Juan, pero amamos al prójimo porque amamos a Dios primero y Él nos da la gracia para amar al prójimo. Esta es la verdadera caridad, al contrario del altruismo y la mera solidaridad, que son sustitutos laicos y pelagianos. Que Francisco tiene caridad, no lo dudo. Y hace bien. Pero no nos olvidemos de Dios. Como decía, está primero. Y a Dios hay que honrarlo sobre todas las cosas. Y si a un rey terrenal se lo honra y respeta, cuánto más al Rey de reyes. Todos esos gestos de humildad pueden ser muy sinceros (como digo, no los puedo juzgar), y la humildad es una excelente virtud. Pero ya estamos acostumbrados a esos gestos (no me atrevo a decir demagógicos, porque ya digo que no quiero juzgar) en los que un papa renuncia, por ejemplo, a la tiara, que luego termina malvendida y en manos de algún millonario (o a la sedia gestatoria, o a tantas otras cosas). Muchos critican el lujo de los templos y aluden a los pobres. Yo siempre les recuerdo a cuando Judas criticó a la pecadora arrepentida que ungió con un costoso perfume los pies de Jesús. El traidor alegaba que se podía haber vendido ese perfume para dar el dinero a los pobres. Pasando por algo que, según el Evangelio, Judas lo decía porque era ladrón y tenía otras intenciones, lo cierto es que, como dijo Jesús, a los pobres siempre los tendremos con nosotros. Y desde luego hay que ayudar a los pobres. Está en la base de nuestra fe. Pero siempre que "en nombre de los pobres" se han hecho desamortizaciones los tesoros de la Iglesia (es decir, de Dios) han terminado en manos de descreídos que han lucrado a costa de ellos, sin ayudar a los pobres. Ya empezó en la Inglaterra de Enrique VIII, y en España hemos tenido desde la invasión francesa (aunque ya había empezado antes, sin contar la expulsión de la Compañía de Jesús), prosiguió después con el judeomasón Mendizábal, y fue peor aunque no tan notoria con Madoz. También por supuesto cuando la Republicaca. Y todo el lujo de los templos, que era para la gloria de Dios, terminó en manos los ricos y los pobres no se beneficiaron. Al contrario: conforme se extendió la peste liberal, surgió una clase obrera explotada que vivió cada vez peor. Y aun suponiendo que se vendieran todos los tesoros de la Iglesia para dar verdaderamente de comer a los pobres, sería (nunca mejor dicho) pan para hoy y hambre para mañana. No alcanzaría. Y repito que el lujo está en los templos, porque yo he estado en casa de muchos sacerdotes y se repite lo que dije del Papa: suelen vivir en casas o pisos normales, sin ningún lujo. Lo mismo que en la mayoría de las órdenes monásticas, viven en pobreza, sacrificio y abstenciones, pero la capilla está lujosamente adornada porque está destinada a honrar a Dios. Para Él es el lujo. Para Él es el incienso. Para Él los honores. Son precisamente esas tendencias modernistas, masónicas y supuestamente amigas de los pobres las que han pauperizado las iglesias y dado lugar a estos templos actuales tan horrendos, tan antiestéticos y tan pocos proclives a la devoción. Muy sencillos, mejor dicho, simplones, asépticos y repulsivos. ¿Nos vamos a extrañar de que las iglesias se hayan vaciado, de que la gente se aparte de la religión, de que se le pierda el respeto a Dios? Y así, la gente de arrodillarse ante la Presencia Real de Cristo, con lo que termina por no ser consciente de esa presencia, aunque en el fondo crea en ella. Por cierto, Francisco no se arrodilló en la misa ante la Hostia. No parece que padezca de artritis pero, en fin, le doy el beneficio de la duda. Aunque sí se arrodilló para recibir la comunión de manos de un protestante. (Recordemos que San Hermenegildo se dejó cortar la cabeza antes que recibir la comunión de manos de un arriano.) Y como se perdió el respeto a la Presencia Real, se perdió también en la música, y el órgano, que tanta devoción inspira con sus suaves sones, se abandonó en favor de las bullangueras y pachangueras guitarras. Y el reverente silencio de los templos fue roto en algunas ocasiones por aplausos al sacerdote o a los novios que se acaban de casar. Y la gente dejó de poner la boca y para recibir la Sagrada Forma alargó las manos sucias en las que previamente tosió, estornudó, se agarró a la barra del autobús o sacó dinero para echar en la colecta. (Si yo me lavo las manos para comer los alimentos perecederos, cómo voy a tocar con mis manos el sagrado Cuerpo de Cristo. Es más, ni con las manos limpios me atrevo a tocarlo.) Y ya ni los mismos sacerdotes se preocupan de que un acólito (o cualquier otra persona, que no hay que estar ordenado para eso) ponga una bandeja para que no se caiga accidentalmente el Señor al suelo. Y así podría seguir hasta mañana, pero no quiero cansaros. El caso es que todo parece indicar que nos espera mucho más de esto. Quiera Dios que me equivoque. Benedicto XVI daba la comunión a los fieles en la boca, y éstos la recibían de rodillas. ¿Seguirá Francisco haciendo igual? Ojalá que sí, pero no me hago ilusiones. Benedicto XVI nos devolvió la misa en latín, y levantó las excomuniones a la HSPX, llegando a reconocer en privado que había manejado mal aquel asunto. ¿Qué pasará ahora con Francisco? Oremos.
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