Revista FUERZA NUEVA, nº 320, 24-Feb-1973
JUDAS: ¿EVOLUCIONÓ, SE DESTAPÓ O TRAICIONÓ?
Por el P. Venancio Marcos.
He afirmado en anteriores artículos que una pequeña parte de la Iglesia española -obispos, sacerdotes y seglares- pretende desengancharse del Régimen Franquista, o si la expresión resulta hiriente, del actual Estado español. Me pregunto, sin embargo, por qué tanto miedo a llamar a las cosas por su nombre y no hablar del Régimen del 18 de julio, del Movimiento Nacional o de la nueva Monarquía.
Me voy a referir a quienes, habiendo colaborado gustosa y hasta fervorosamente con el Régimen desde que éste se inició, o desde que fue conocido por razones de edad, han cambiado el modo de pensar en relación con él. Lo cual en unos casos debe llamarse evolución y en otros, traición. Como en unos casos hay que hablar de traidores -cuando se reniega de una causa, a la que se ha servido lealmente-, y en otros, de falsarios cuando se destapa alguien combatiendo una causa hacia la que simuló siempre afán de servicio-. El caso de Judas: ¿evolucionó, se destapó como falsario o traicionó? Ruego a los lectores que reflexionen mucho sobre el problema de los evolucionistas, los falsarios y los traidores porque, a partir de ahora, sospecho que va a multiplicarse toda esa fauna.
Las pruebas de que -incluso con buenas palabras, como las de “respetuosa independencia”, “colaboración cordial” y “separación amistosa”- se trata muchas veces un verdadero desenganche, no necesito repetirlas aquí, sino solamente recordarlas. Desenganche es no querer admitir la bandera nacional en los templos, no permitir que se toque en ellos el himno nacional, prohibir ocupar a las autoridades el lugar al que tienen derecho en los actos litúrgicos, negarse a bendecir locales dignos de bendición, rechazar asesorías religiosas en organismos oficiales, desobedecer el precepto de rezar en las mismas la oración establecida en el Concordato, lanzar desde los púlpitos soflamas claramente subversivas, profesar doctrinas abiertamente marxistas, ser activistas y simpatizantes de movimientos separatistas o exageradamente regionalistas, formar parte de asociaciones ilegales, participar en reuniones clandestinas, reclamar omnímoda libertad de expresión y asociación política, etc. Todo eso viene a ser sinónimo de desenganche, de ruptura, de hostilidad hacia el Movimiento Nacional y el régimen sobre él constituido. Y todo, contrario a la doctrina secular de la Iglesia sobre el acatamiento a los Poderes legítimamente constituidos o legitimados por su ejercicio.
Me voy a internar en un campo por el que es muy arriesgado transitar: el de la psicología, lo subjetivo, las intenciones. Si sólo Dios conoce “los riñones y los corazones”, según la expresión bíblica, y “de las cosas internas no juzga el Pretor”, según el dicho latino, ¿cómo me voy a atrever yo a juzgar las intenciones de quienes están realizando la “operación desenganche”? Pero mis reflexiones no van a señalar a nadie, sino únicamente a poner al descubierto los motivos que para el desenganche puedan alegar los responsables de la operación.
No deja de ser curioso que se venga efectuando el desenganche por esa pequeña parte de la Iglesia al cabo de treinta y cinco años de la creación del nuevo Estado, sin que éste haya desvirtuado sus leyes ni cambiado de postura en relación con la Iglesia, y cuando en el plano meramente político ha evolucionado de una manera tan patente. ¿Será que el Estado español ha ido dejando de ser católico y se quiere desenganchar de la Iglesia? ¿Quién habrá cambiado: el Estado español, o esa pequeña parte de la Iglesia española?
I. Una psicología nueva.
A raíz del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha cambiado de psicología, ha adoptado una psicología nueva. Hasta él, la Iglesia española dependía del Estado; ahora se declara independiente. Esta independencia obliga a los obispos y a los sacerdotes a desengancharse del carro del Estado.
Noble razón, si valiera. Pero no vale. Una de las cosas que han quedado bastante claras en el último documento de los obispos sobre las “Relaciones entre la Iglesia y la Comunidad política” (1973) ha sido la de que no se trata de una independencia total -por otra parte imposible porque siempre habrá entre la Iglesia y Estado una cierta interdependencia-, ni de una separación absoluta -imposible también- y, menos, de una mutua hostilidad, sino de una independencia que incluye una colaboración cordial con un Estado que se proclama oficialmente católico y qué es intérprete y representante de una comunidad política mayoritariamente católica.
Pero esa independencia no obliga a ningún católico, eclesiástico o seglar, a desengancharse del Estado. Obliga a todo lo contrario: a estar enganchado y bien enganchado, para que la colaboración con él no quede reducida a una palabra que esconda indiferencia y, menos, hostilidad. Solo una equivocada interpretación del Concilio puede dar lugar, por esa razón, al desenganche.
II. La Iglesia no canoniza regímenes políticos.
Hay quienes piensan que deben desengancharse del régimen vigente porque éste no se ajusta al ideal de lo que la Iglesia juzga que debe ser un régimen católico. Piensan que para que un régimen sea católico debe admitir los partidos políticos, la sindicación absolutamente libre, la libertad omnímoda de asociación de expresión y de reunión. En una palabra, que debe ser democrático, entendiendo por democrático un régimen como los que hoy están vigentes en Francia, Italia o Alemania. De un régimen que no sea como el de esos países, los buenos católicos deben desengancharse. Desengancharse para combatirlo y sustituirlo por otro democrático.
Error profundo. La Iglesia no canoniza regímenes políticos ni democráticos ni no democráticos, por lo que no ha canonizado las democracias de ningún género. Condena ciertos regímenes, pero no ha condenado el español. Este es uno de los que un pueblo puede libremente darse a la luz de la doctrina católica, y mientras el pueblo español no se dé otro distinto, la obligación de todo católico es acatarlo y procurar llevarlo a la máxima perfección, porque así como no hace falta ser santo para proclamarse cristiano, tampoco es necesario que un Régimen político se ajusta totalmente al ideal del Evangelio para poder llamarse católico.
III. Infantil ingenuidad
Hay pastores de la Iglesia -obispos y sacerdotes- que, con lo mejor buena fe la mayoría de ellos, piensan que si hasta ahora iban, como novios, del brazo de las estructuras del Régimen, a partir del Concilio y de los cambios producidos en la sociedad española de 1939 para acá, deben convertir el noviazgo en una buena amistad (amistad que a algunos todavía les parece demasiado). Dicen que todos los españoles son hijos de la Iglesia, que la Iglesia no debe hacer discriminaciones entre ellos por motivos políticos, que debe atraer a su seno aun a quienes no acatan el Poder legítimo y que todo eso les exige no dar ni la apariencia de que se entienden bien con las autoridades civiles y no ven mal las estructuras del Estado. Todo, antes que romper la unidad de fe y moral del Pueblo de Dios.
¡Qué equivocación! No se dan cuenta de que así no consiguen tampoco la unidad. Si de ese modo contentar a los enemigos del Régimen, descontentan a quienes le apoyan y le sirven. Tampoco atraerán al seno de la Iglesia a los enemigos del Régimen que se hallan fuera de su regazo; se acercaran a la Iglesia, pero no para hacerse hijos suyos, sino para servirse de ella en su lucha contra el Régimen. Lo que deben hacer es inculcarles el deber de todo buen cristiano de acatar las leyes del Estado, mientras no se demuestre por quién tenga autoridad para ello, que son evidentemente injustas. Desengancharse del Régimen para conservar la unión entre los hijos de la Iglesia y atraer a los alejados de ella, constituye una infantil ingenuidad y una incalificable torpeza.
IV. Desengancharse de España
Hay católicos que no quieren aceptar a España como su Patria, como su Patria grande. Creen que su región -llámese Cataluña, Vasconia o Galicia- no es una región de España sino una nación o una patria, ocupada, dominada y sojuzgada por otra patria, que es España. Son los llamados separatistas. Como el Régimen del 18 de julio jamás concederá ninguna región, una autonomía que suponga desmembración de la España una, puesto que profesa el dogma patriótico de la unidad de las tierras de España, esos católicos se desenganchan del llamado Régimen actual (1973) con la esperanza del advenimiento de otro Régimen que les permita ver realizado su sueño separatista.
No necesitaré refutar semejante motivo por el que esa pequeñísima parte de la Iglesia española, en la que abundan sacerdotes y quizá haya algunos obispos, quiere desengancharse del Régimen actual. En realidad, la mayoría de estos, jóvenes o viejos, nunca se sintieron dentro del Régimen, y en último término, lo que pretenden es desengancharse de España. Espero que ninguno de ellos nos vendrá con lo que ha dicho el Concilio sobre los legítimos derechos de las minorías étnicas, porque entre esos derechos no figura el de Cataluña, Vasconia o Galicia a romper con España.
V. Infiltración marxista
Hace mucho que se viene hablando, y no a humo de pajas, sino con pruebas al canto, de que se ha producido una grave infiltración marxista dentro del clero español, en organismos dependientes de la Jerarquía eclesiástica, y nada digamos en ciertos sectores incontrolados de la Iglesia española. Diez años hace ya que en el Instituto de Estudios Políticos pronuncié yo mismo una conferencia sobre ese tema y mis afirmaciones sonaron a exageraciones de un visionario y profeta de calamidades. No podía yo suponer entonces que, diez años más tarde, me iba a haber quedado corto en las previsiones de mi denuncia, que no me atrevo a llamar profética.
Hoy ya no hay duda posible. Ha habido, y hay, en la Iglesia española, empezando por el clero, una grave infiltración marxista. Si no son muchos los que se han hecho plenamente marxistas, son bastantes los que se han impregnado de marxismo. Lo explican todo con la dialéctica materialista de la historia y quieren resolverlo todo con la lucha de clases. Si el marxismo está en contradicción irreconciliable con el cristianismo, quiere decirse que quienes se han marxistizado se hallan fuera de la Iglesia, aunque oficialmente figuren como verdaderos parásitos dentro de ella.
Esos tales ¿cómo van a colaborar con el Régimen del 18 de julio, que es esencialmente antimarxista? Es lógico que quieren desengancharse de él. Y mejor sería decir que ya se han desenganchado, aunque sigan viviendo de las ubres del Estado en cualquier cargo oficial como funcionarios, catedráticos, profesores de religión o canónigos.
VI. Como las ratas
La machacona insistencia con que ciertos sectores enemigos del Régimen, de dentro y de fuera de España, están repitiendo que la muerte de Franco será la muerte del Franquismo y la psicosis que dicha insistencia ha producido en ambientes hasta ahora fieles al Régimen, han hecho creer a una parte de la Iglesia española que a Franco no le sucederán las instituciones, sino un régimen liberal y democrático, o, en el peor de los casos, un régimen marxista.
Convencidos de ello, han optado por irse desenganchando del Régimen actual y sacar billete para cuando el nuevo tren se ponga en marcha. Es lo que dicen que hacen las ratas cuando creen que se va a hundir el barco. ¿No será que les inspira la Musa del miedo y que, por miedosos ofrecen al enemigo la entrega de la Patria? El miedo suele desembocar en el entreguismo.
¿Qué pretenden salvar con su postura? Pueden pretender dos cosas: una, propia de gente, noble; y otra, propia de cobardes y traidores. Pueden pretender salvar lo que se pueda salvar de la Iglesia española para que no perezca en la catástrofe: noble postura. Pueden pretender también, para caso de naufragio, salvar la piel: postura traidora y cobarde. Unos por equivocación y otros por traición y cobardía, ¡qué lástima, o qué asco producen esos católicos que por tales motivos se están desenganchando de un Régimen alumbrado por una Cruzada que ofreció tantos mártires a la Iglesia y tantos héroes a la patria!
VII. Los resentidos
La del resentimiento es un de las más fuertes e indominables pasiones humanas. La historia de los traidores es casi sinónima de la de los resentidos. Se ha traicionado menos veces por afán de dinero que por resentimiento, atizado por deseo de venganza y por ambición de poder y de gloria.
La Historia de la política española y de los cambios de Régimen con levantamientos militares, destronamientos, revoluciones y golpes de Estado durante el siglo XIX y lo que va del XX, avalan lo que acabamos de decir. ¿Quiénes fueron los promotores de dichos cambios? Por lo general, los resentidos de todo género. Ellos fueron quienes abrieron las puertas a los sempiternos enemigos del Régimen anterior (II República). Recuérdese, sin ir más lejos, quiénes fueron los que dieron paso a la segunda República de 1931: Alcalá Zamora, Azaña, Ossorio y Gallardo, Ortega y Gasset, etc. Todos, resentidos contra la Monarquía, el monarca o los correligionarios del Partido.
La historia se repite ahora. Nos explicamos, aunque no lo justifiquemos, que los católicos que no consiguieron aceptar la victoria de los Cruzados de 1936 continúen, si no han muerto, sin engancharse al Régimen. Pero que se desenganchen de él muchos que le acataron y sirvieron durante largos años, sólo se puede explicar por haber sucumbido a la pasión del resentimiento. Sobre todo, cuando le sirvieron desde altos puestos en la jerarquía del Estado o de la Iglesia. No queremos dar nombres, pero algunos de los principales están en la mente de todos. Ellos lo negarán, y hasta proclamarán que han evolucionado forzados por un imperativo. de conciencia patriótica y religiosa. La masa de los buenos católicos españoles, sin embargo, la reservará siempre un nombre que no es de evolucionistas, sino otro que no necesitamos pronunciar.
VIII. Los envidiosos
Se ha repetido muy a menudo que uno de los más nefastos demonios familiares de nuestro entrañable pueblo español es el de la envidia. ¡Cuántos y qué grandes desastres ha provocado la envidia, en el terreno de la política a lo largo de nuestra historia! Envidia personal, de persona a persona, o envidia colectiva de grupo a grupo.
En nuestro caso, se dan los dos tipos de envidia: el de quienes se desenganchan del Régimen por envidia a otras personas que le acatan y le sirven lealmente y el de quienes lo hacen por envidia colectiva, sea de grupo político, sea de grupo generacional. Esta envidia de carácter generacional, de una generación que no vivió la guerra y no puede soportar la gloria amasada con dolor y sangre de los vencedores, constituye una verdadera epidemia, sobre todo en estos últimos años.
Jóvenes católicos -obispos, sacerdotes y seglares- que, en vez de glorificar a los mártires de la Cruzada, escupen sobre sus lápidas mortuorias y en vez de sentir gratitud hacia quienes han hecho posible la pacífica y brillante vida de que gozan, les piden cuentas por no haber sabido administrar cristianamente la victoria, o, si se trata de sacerdotes, “por no haber sabido ser ministros de reconciliación en un pueblo dividido por una guerra entre hermanos” (“Asamblea conjunta”, 1971)
Si de niños se emocionaron ante la bandera nacional y al escuchar los himnos de la Cruzada que alumbró este Régimen, se han ido desenganchando de él a medida que el gusano de la envidia personal o generacional ha ido royéndoles el corazón.
IX. La vanidad
Por último, la vanidad. Vanidad, pedantería, suficiencia, o como se la quiera llamar. Vanidad de creer que los mayores fueron unos bárbaros o unos mentecatos. Vanidad de pensar que la Iglesia de la Cruzada estaba compuesta por una Jerarquía cerril y un rebaño de trogloditas. Vanidad de ser los descubridores de una Iglesia nueva, Iglesia de los pobres, Iglesia de los oprimidos y los marginados, Iglesia independiente de los poderosos, Iglesia libre de ataduras al Estado, Iglesia posconciliar y primaveral…, frente a una Iglesia vieja, otoñal, llena de arrugas, caminando penosamente, apoyada en el brazo del Estado, incapaz ya de continuar en la tierra la obra de Cristo.
¡Cuánta vanidad! ¡Cuánto triunfalismo al revés! Por eso se desenganchan de un Estado del que tanto bien dijeran anteriores Sumos Pontífices y al que nuestros obispos, en su reciente declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y la comunidad política, acaban de reconocer los señalados servicios prestados a la Iglesia. Pero no quisiéramos que pretendieran alejarse del Régimen con la expresión, irónicamente interpretada, de “agradeciéndole los servicios prestados”, porque los servicios han sido y continúan siendo señaladísimos, mejor que señalados.
X. Seguiremos nuestro camino
Así es la pequeña parte de la Iglesia española -obispos, sacerdotes y seglares- que quiere separarse del Régimen imperante, tirando por la borda cerca de 40 años de prosperidad como no los había conocido España después de varios siglos, y soñando con otro Régimen, compuesto por un indeterminado conglomerado ideológico de liberalismo, democracia, socialismo y marxismo. Esas son las múltiples razones por las que esa pequeña minoría del pueblo de Dios ha emprendido la operación del desenganche.
Para ese conjunto de equivocaciones y aberraciones se han dado cita la angelical ingenuidad, la culpable o inculpable ignorancia de la historia y de la realidad española, la equivocada interpretación de la doctrina conciliar sobre el orden temporal, la fiebre separatista, el marxismo, el miedo injustificado, el resentimiento, la envidia individual o generacional, la soberbia y la vanidad.
No ocultamos nuestra pena por los unos y nuestras náuseas por los otros. Pero cristianos y católicos somos, por lo que pedimos a los lectores amor para todos ellos. Amor que debemos traducir en luz para sus inteligencias y medicina para sus pasiones. Mientras tanto, nosotros, los que componemos la gran mayoría del Pueblo de Dios que mora en España, seguiremos nuestro camino, fieles a la memoria de los mártires, fieles al Movimiento Nacional y al Régimen del 18 de julio.
P. Venancio Marcos
(Febrero, 1973)
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