Revista FUERZA NUEVA, nº 515, 20-Nov-1976
DEL SINDICALISMO NACIONAL A LAS TRIBUS FRATRICIDAS
(Consecuencias de un trasvase)
Jaime TARRAGÓ
"Certeramente, Manuel Lizcano afirmó:
“El régimen de posguerra reconoció el hecho del sindicalismo y empalmó con él hasta llegar a hacerlo nada menos que clave de la bóveda en su propia estructura política. Condicionándolo, es cierto, y a su modo. No podía ser de otra manera. La guerra de España había sido el foco mismo de la coyuntura revolucionaria que de modo más profundo ha conmovido la conciencia occidental en lo que va de sigo XX. Una etapa entera del sindicalismo español quedaba terminada de modo trágico, y otra nueva se abría a tientas, como todo lo que nace., ”
En nuestros textos constitucionales, el sindicalismo tiene un papel de primer orden. Ya en el Fuero del Trabajo, ya en las modificaciones de la Ley Orgánica del Estado, en la Ley Sindical de 17 de febrero de 1971, con toda la representatividad que arranca desde el enlace sindical al delegado provincial, con sus hombres elegidos en los Municipios, Diputaciones, Cortes, Consejo nacional, Consejo de Estado, hasta el ministro de Relaciones Sindicales.
Órdenes y consignas
Nuestro sindicalismo se basa en la negociación, configurando una etapa, en los últimos cuarenta años, de desarrollo social y económico que auténticamente ha batido el récord de toda la historia de avances en el siglo XIX y lo que llevamos del XX. Porque el Estado no puede cruzarse de brazos ente el dilema capitalismo-comunismo. Nuestro sindicalismo superaba este binomio, y sin desconocer lo mucho que falta por conseguir, son tan enormes las ventajas y superioridad de lo alcanzado, que no se puede parangonar con lo dramático que en otro tiempo, con sangre y víctimas, lograban los sindicatos subversivos.
Digamos paladinamente que no hay ningún inconveniente doctrinal para que el Estado se arrogue una función arbitral acerca del sindicalismo. El Estado, elevando el sindicato a corporación pública institucionalizada, concede al sindicalismo un rango que jamás obtiene en el pluralismo y en competencia con las oligarquías. No quiere decir que el Estado dirija coactivamente a los sindicatos, pero sí que el Estado, para el bien común, puede juzgar conveniente la incorporación total de los obreros y de los empresarios y de los técnicos en el sistema sindical, aunque respetando la autonomía de las entidades obreras y económicas que se encuadran en el mismo.
Es curioso que los que no aceptan la unidad sindical y la obligatoriedad de la misma, aunque respetando la autonomía y participación de los empresarios, técnicos y trabajadores, ahora nos quieren entregar esposados a las Internacionales socialistas y comunistas y a las multinacionales del gran capitalismo.
Pero la ola devastadora, las consignas masónicas y sectarias han ordenado que nuestro sindicalismo sea liquidado. Y la carencia de sentido histórico, de garra social y de oportunidad ideológica nos ofrece el espectáculo tribal de las viejas CNT, UGT, multiplicadas por el SOC, USO, y toda una fronda de siglas de clanes en orden ya de batalla. Sin querer entrar en razones teóricas, nos bastará recoger sumariamente unos hechos para demostrar adónde nos llevan.
La huelga de “Motor Ibérica”
Entre las innumerables huelgas que han brotado desde la muerte del Caudillo, destaca el conflicto de “Motor Ibérica”. Despidos, encierros, sabotajes, intervenciones episcopales, amenazas, en una lucha que, aparte de sus reivindicaciones, significaba también el desafío entre diferentes sectores sindicales subversivos, según dicen. Y esto trae venganzas y la división de la clase obrera en enfrentamientos que amagan lo peor. No hablamos porque sí.
En “El Correo Catalán”, del 27 de junio de 1976, se especifica lo sucedido entre los obreros de “Motor Ibérica”. Dice el órgano del banquero Jorge Pujol:
“La violencia ha sido una constante, y el estado de crispación a que se ha llegado en algunos momentos hubiera podido desembocar en una verdadera tragedia. La empresa nos ha manipulado y ha convertido un problema que era de ella y de los huelguistas en un enfrentamiento entre los trabajadores (…) Desde luego los insultos han menudeado, y los gritos de esquiroles, hijos de p…, desalmados, han sido frecuentes (…) A mí me rompieron el parabrisas del coche, nos aseguró uno hablando delante de la factoría de Poble Nou. A otros les pincharon las ruedas de los coches, y algunos habían sido, según decían, agredidos físicamente. No me cogerán desprevenido. Voy preparado. Tengo que defender mi vida, aseguró otro. (…) Puedo asegurarle que el treinta por ciento de los que trabajan han sido amenazados, nos informa un alto cargo de la empresa (…)
En este clima de odio transcurre un enfrentamiento entre los mismos obreros. (…) Compárese lo que a través de la legislación del Estado, de los convenios colectivos, de la magistratura de Trabajo y de los actos de conciliación, se ha conseguido civilizadamente, sin estas escenas selváticas, a las que velozmente nos empuja el reformismo.
Muertos y heridos
El servilismo de cierta prensa ha guardado silencio de los crímenes cometidos últimamente, con motivo de las huelgas endémicas que sufrimos. El 9 de octubre de este año 1976, murió el obrero Vicente Velasco Garren, de veintinueve años de edad, fallecido a causa de las heridas que un piquete le causó al negarse a secundar la huelga general. Residía en Llodio (Álava), y falleció en el Hospital Civil de Bilbao. También en Bilbao, un muchacho de dieciséis años fue golpeado y con un rastrillo salvajemente tatuaron su rostro. Además, quedó amenazado para represalias peores. En Aranda de Duero (Burgos) Victoriano Moral Bartolomé, de diecinueve años, el 20 de septiembre pasado, fue apaleado e intentaron matarle. El médico certificó que sufría “traumatismo cráneo-encefálico, traumatismo tune-abdominal derecho, conmoción cerebral y erosión en la frente. Pronóstico grave”. Y en otros lugares se vienen sucediendo hechos semejantes.
Es el regreso del pluralismo fratricida sindical, de la homologación con Europa, de la vuelta de los brujos del saqueo, de la desvinculación del sindicalismo de toda presencia del Estado, de la lucha de clases tan cara al liberalismo y al capitalismo. Volveremos a lo que un día preparó la Semana Trágica, a la financiación internacional de revueltas en España, al terrorismo de que eran víctimas Canalejas y Dato, a las huelgas revolucionarias como la de 1917, a los “lock-out” patronales, a los complots y pistolerismo, a los atracos en que eran maestros Durruti, Suberbiola y Jover, a la ley de fugas, como en el Parque María Luisa, a los hechos de Casas Viejas, Figols, 6 de octubre de 1934…
Nada más absurdo y sangriento que la historia de las rugientes carnicerías sociales en España hasta llegar al sindicalismo nacional. Por esto resulta realmente deplorable que el actual ministro de Relaciones Sindicales, Enrique de la Mata, en Barcelona, nos hable del pacto social como “un instrumento de gran eficacia para hacer frente a la crisis económico-social”. Ya no sabemos ni en dónde estamos. El “pacto social” entre las sindicales subversivas ya está hecho. Ya en 28 de marzo de 1934, en Asturias, nació la llamada Alianza Obrera, y en su formulación apuntaban:
“Las organizaciones que suscriben, UGT y CNT, convienen, entre sí en reconocer que frente a la situación económico-política del régimen burgués en España se impone la acción mancomunada de todos los sectores obreros, con el exclusivo objeto de promover y llevar a cabo la revolución social”.
Entre las condiciones de la Alianza Obrera, se establecía:
“Primero: Las organizaciones firmantes del pacto trabajarán de común acuerdo hasta conseguir el triunfo de la revolución social en España, estableciendo un régimen de igualdad económica, política y social, fundado sobre los principios socialistas federalistas…”
Otro sindicalismo
Si esto ya funcionaba durante la República, ahora, frente a la Monarquía y con el regalo de la entrega que se les hace, ¿qué “pacto social” imaginan los reformistas que se podrá lograr, si no es desmontar la vida económica de España, organizar la huelga general revolucionaria, arruinarnos económicamente y forzar que pronto gocemos de dos o tres millones de obreros parados? Este es el “pacto social” y la “normalización de la vida política del país dentro de un sistema democrático”. Esto es lo que buscan Santiago Carrillo y sus aliados del interior. Como escribía Ángel Merino:
“La Organización Sindical nos importa y nos preocupa como realidad nacional, como organismo por cuyos conductos circula toda la vida de nuestra población activa y, directa o indirectamente, la de todo el resto que de ella depende. Y nos importa aún más como fundamento de las acciones modificadoras de nuestras estructuras económicas -cauce de socialización-. Pero todavía más porque ha reunido en una central única a todos los trabajadores. Y esto sólo sería suficiente para considerar a la Organización Sindical como el pilar de nuestra sociedad, sin que por razón alguna, en nombre de ninguna pluralidad, pueda aceptarse su desintegración”.
Esto es lo sensato. Estamos en la cola del pensamiento más lúcido del mundo actual. Thomas Molnar nos ha dicho:
“… el verdadero papel político del sindicalismo es el papel opuesto al que le ha asignado la ideología marxista. El sindicalismo no es ni el elemento detractor, desinsurreccional, que piensan algunos teóricos del capitalismo liberal. El sindicalismo corresponde a una necesidad histórica de un determinado momento; como institución, el Sindicato contribuye a la tensión normal que conoce toda la sociedad y sin la que hablaríamos bien de una disociedad en la que el ciudadano es el enemigo del ciudadano, bien en un Estado totalitario donde el Estado es el enemigo de todo el conjunto de ciudadanos. Ignoramos si será ésta su evolución histórica; pero estamos seguros de que ésta debería ser su evolución moral”.
Esto inició Franco. Y ahora se pulveriza. Es más, el rey don Juan Carlos, el 8 de julio de 1971, afirmaba rotundamente:
“El sindicalismo es un órgano de acción y cauce de representación de los trabajadores españoles y es, además, uno de los pilares en que se apoya nuestro edificio constitucional”.
Luego nuestro “edificio constitucional” no se sostiene sobre la CNT, la UGT, las Comisiones Obreras y otras similares. Con ellas se asesinan obreros, se establecen batallas dentro de las propias empresas, se pierden millones de horas de producción, se ha conseguido el millón de parados, la fuga de capitales, el descenso de la Bolsa, la mínima inversión de capital en industrias con masiva mano de obra, la tasa del 20 por 100 de inflación, la erupción de huelgas, la desmoralización de todas las clases sociales. Y siguen los conflictos, y los heridos, y los despidos, y la desesperación. Y ya se calibra cómo se desmembrarán los bienes sindicales, cada uno pretendiendo llevarse lo que es patrimonio del pueblo español. Y así el aire enrarecido de la lucha de clases, del precalentamiento marxista en preparación de su ataque final, marca nuevas cotas.
El capitalismo hará su agosto
El “complejo de autodenigración” hace estragos en gran escala. Pero si el sindicalismo nacional es “uno de los pilares en que se apoya nuestro edificio constitucional”, y esto ahora se aventa, no se disuelve únicamente algo que había hecho avanzar a España en forma espectacular en lo económico-social, sino que se acaba con la paz de la nación. Una monarquía liberal como la de Isabel II o la de Alfonso XIII no interesa. Ramiro de Maeztu, audazmente, gritó:
“A pesar de este contraste, no deja de existir una conexión profunda entre el sindicalismo del señor Duguit y el de los revolucionarios del tipo de Sorel. Las ideas políticas actuales se hallan en tal estado de entrecruzamiento, que, si los señores Vázquez de Mella y Pablo Iglesias hablaran con latitud y precisión, es probable que llegaran a entenderse en puntos esenciales…”
Quizá sí… Porque mucho inconformismo social procede del escándalo capitalista. Y el capitalismo abomina del sindicalismo fuerte y nacional. Por esto hablan de “normalización democrática” y “cambio de estructuras”. Así, emborrachando con palabras falaces a una clase obrera dividida y rabiosamente politizada, el capitalismo de las multinacionales hará su agosto. A lo menos así lo piensan. Pero la réplica está en que la subversión a través del “pacto social”, con al UGT, la CNT, las Comisiones Obreras, también calculan lo suyo y preparan el asalto al Estado.
Esto sólo lo puede salvar una Monarquía tradicional, católica, social y representativa, como Franco instauró y don Juan Carlos ha jurado dos veces ante Dios y España. Pero esto es imposible con el sufragio universal, los partidos políticos, la intervención masónica, la vía libre a las multinacionales y una clase obrera desmoralizada y manipulada por los científicos de la conquista del poder y de la dictadura del proletariado. Hasta aquí puede llegar la consecuencia de barrer el sindicalismo nacional. ¡Necesitamos otro Erasmo que nos escriba una versión indígena de “Elogio de la locura”!"
Jaime TARRAGÓ
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