Revista FUERZA NUEVA, nº 161, 7-Feb-1970
SINDICALISMO NACIONAL: AYER HOY Y MAÑANA
José Antonio Primo de Rivera: “El capital es un instrumento económico, y no debe servir al bienestar personal de nadie… porque concebimos a España en el trabajo, como un gigantesco sindicato de productores”.
La revolución industrial y las leyes antigremiales alteraron económicamente la vida social. La concentración del capital y el desamparo legal y asociativo de los trabajadores bifurcaron las clases sociales con la creación de un creciente proletariado –“yo no pago que soy noble, que pague la canalla…”, pone en la boca de uno de sus personajes Anatole France- y la concentración del capital en pocas manos, desposeyendo de propiedad a grandes muchedumbres. El liberalismo, con todas sus facetas, dejó desarmada la sociedad. La descristianización y las injusticias sociales provocaron la creciente lucha de clases.
Decía José Antonio: “Si se tiene la seria voluntad de impedir que lleguen los resultados previstos en el vaticinio marxista, no hay más remedio que desmontar el armatoste cuyo funcionamiento lleva implacablemente a esas consecuencias: desmontar el armatoste capitalista que conduce a la… dictadura comunista”.
El sindicalismo en España ha tenido varias versiones: la UGT, dirigida por el Partido Socialista; la CNT bajo la influencia de la Federación Anarquista Ibérica, y el sindicalismo doctrinalmente católico. Los “Círculos Católicos” del padre Vicent, la “Unión Profesional de Dependientes y Empleados del Comercio”, del padre Palau en Barcelona, la “Confederación Nacional Católico -Agraria”, notablemente extendida por el norte de España y en Castilla, y los Sindicatos Católicos Libres.
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La lucha social durante muchos años fue agria, sanguinaria, debatiéndose entre el egoísmo de unos y las violencias ácratas por otra parte. Hay que reconocer, a pesar de que algunos movimientos sindicales católicos agruparan a millares de obreros y campesinos, principalmente en el ambiente agrario, que el tono y la iniciativa de lucha social estaban en manos subversivas.
Hasta que, a finales de 1919, una legión de círculos Tradicionalistas de Barcelona y su provincia, cuyo mayor contingente era obrero, fundaron los Sindicatos Libres de España, cuya doctrina procedía del ideario tradicionalista, explicitado y puesto al día por Vázquez de Mella. El presidente de los Sindicatos Libres fue Ramón Sales Amenós, mártir de nuestra Cruzada, y a cuya vida, lucha y gesta, como a la de sus compañeros asesinados o caídos en los frentes de batalla, todavía no se ha hecho no tan sólo justicia, sino que faltan los más elementales reconocimientos, a pesar de ser la única fuerza obrera que, como tal, se sublevó en Cataluña el 19 de julio de 1936.
Así como los sindicatos católicos en general tuvieron muy poco arraigo y fueron muchas veces inculpados y, quizás no siempre injustificadamente, de amarillismo, de señoritismo, o de cobrar de fondos patronales, los Sindicatos Libres, que estaban inspirados en la doctrina católica, como dice el actual obispo auxiliar de Sevilla, doctor Antonio Montero, se distinguieron por la “plena independencia de los elementos patronales y absoluta libertad de los asociados en lo referente a prácticas religiosas”.
Los Sindicatos Libres de España encontraron sus grandes dificultades en los titulares del Gobierno Civil de Barcelona de aquellos años. Los gobiernos liberales se pirraban para conectar con el socialismo y con los hijos de Santiago Carrillo y La Pasionaria. La autenticidad sindical de Ramón Sales y Amenós y de la que después fue Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España, la glosó, con su prosa impoluta y batalladora Juan Laguía Lliteras en su libro “Sindicalismo Integral”, cuando escribe:
“El jesuita padre Palau emprendió una obra social de altos vuelos. Nadie como él tuvo elementos ni contó con tales ayudas económicas. Nació rápidamente un gran aparato de organización: una casa social espléndida, con ficheros y “bureau” a la americana, con gráficos comparativos de dimensiones imponentes sobre los grandes muros, con estadísticas y archivos impresionantes, con un periódico escrito por los mejores sociólogos teorizantes, con un anuario que era una cosa seria…¡ Todo vacío de obreros!... Tiempos después, los hombres que fundaron el sindicalismo libre, allá por el año 1919, bastante antes que hubiera nadie con valor para auxiliarlos, se metieron a trabajar en la masa hostil, apenas salidos del alfabetismo por un esfuerzo prodigioso de su voluntad, desde luego iletrados y desnudos de teorizaciones. Pero antes de 1921 tenían una organización con treinta y siete Sindicatos, once casas sociales y 165.000 cotizantes en sólo la ciudad de Barcelona”. Fundaron el semanario “Unión Obrera”, la revista “La Protesta”, adquirieron la propiedad del diario “La Razón” y pusieron en marcha el “Ateneo Sindicalista Libre”.
La República del 14 de abril de 1931 disolvió la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España. Persiguió y encarceló a sus dirigentes, se incautó de sus bienes y cincuenta y seis trabajadores fueron vilmente asesinados por los agentes de la policía del gobernador civil Luis Companys.
Los Sindicatos Libres colaboraron decisivamente en la implantación de los Jurados o Comisiones Mixtas y de los Comités Paritarios y bosquejaron un sistema de relaciones económico-sociales, que son el más verdadero, serio y real antecedente del sindicalismo nacional logrado con la victoria del Alzamiento Nacional de 1936.
Desgraciadamente no se ha hecho justicia a los hombres de los Sindicatos Libres, y singularmente a la figura de su fundador y presidente Ramón Sales Amenós. Todavía en algunos discursos de ciertas personalidades hemos leído frases injustas, influidas por la leyenda negra que contra los Sindicatos Libres forjaron los pistoleros de la FAI, el comunismo indígena, periodistas venales y los intelectuales vendidos a la Antipatria. A estas horas (1970) sería de justicia se reconociera, se estudiara y se valorizara, con lealtad histórica, y con las debidas y consiguientes reivindicaciones, a Ramón Sales y sus hombres. Fueron los grandes precursores y adivinadores del Sindicalismo, que sólo tuvieron el inconveniente de anticiparse mucho antes al Movimiento Nacional, pero que merecen algo más que el olvido.
El sindicalismo hoy
José Antonio Primo de Rivera vislumbró lo que tenía que ser el sindicalismo con estas afirmaciones: “El trabajo es una función humana, como es un atributo humano la propiedad. Pero la propiedad no es el capital: el capital es un instrumento económico y, como instrumento, debe ponerse al servicio de la totalidad económica, no del bienestar personal de nadie… Concebimos a España, en lo económico, como un gigantesco Sindicato de Productores. Organizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales, por ramas de la producción, al servicio de la integridad económica nacional… Esta solución… asignará la plusvalía, no al capitalista, no al Estado, sino al productor encuadrado en su sindicato”.
La Organización Sindical española, durante estos treinta años, ha hecho una labor inmensa. Recientemente (1970) el ministro García Ramal -cuya procedencia de Renovación Española, primeramente, y de la Falange Española de las JONS joseantoniana hemos vivido tan de cerca- ha recordado los 1.000 Convenios Colectivos Sindicales concertados en Barcelona entre 1959 a 1969. (…)
Nuestro futuro sindical
Nuestro sindicalismo actual (1970), que es sindicalismo de participación, no ha alcanzado, ni mucho menos, sus metas y soluciones. El ideal joseantoniano, que sintetiza muy concretamente un cristianismo social sin beaterías ni al servicio de clanes capitalistas muy disimulados por tecnocracias o tinglados demócratas cristianos, va mucho más allá.
Un paso más en este avance es el proyecto de la Ley Sindical. Para ello hay que mesurar, con buen pulso, lo que nos jugamos en ella. La unidad sindical y su enlace jurídico y político con las Leyes Fundamentales y el Estado, tiene que ser salvado a todo precio. Suscribimos totalmente las palabras de Enrique García-Ramal pronunciadas en Barcelona: “Deseamos llevar la representatividad y la electividad a donde la llevan los demás sistemas sindicales del mundo occidental que, en nuestro caso, son los Consejos de Trabajadores y de Empresarios, las Secciones, las Asociaciones, los Grupos, las Federaciones… Lo que no es permisible es que se exija que la electividad se lleve también a los titulares de los órganos interclase y de composición y avenencia entre los trabajadores y empresarios, y esto porque el Estado mismo no podría hacer dejación de las funciones de composición, arbitraje y vigilancia que le corresponde como intérprete del bien común y gerente de los intereses comunitarios”.
No podemos volver ni al sindicalismo ácrata, con el que pactan ciertos sacristanes mientras ellos no se recatan de proclamar su ateísmo, ni con las “Comisiones Obreras” bien amamantadas en las ubres del Partido Comunista que las financia y dirige totalmente, ni con ciertas ingenuidades que con música de fondo de documentos respetables nos quisieran endilgar maravillosas plataformas para renovar enfrentamientos sangrientos y organizar paros obreros a millares, como los teníamos extendidos por toda la geografía española durante todos los bienios de la II República.
Don José Ortega y Gasset había registrado que “toda política, inspírela uno u otro temperamento, tendrá que ir, a la postre, inscrita dentro de ese formidable flujo… que es el magnífico movimiento ascensional de las clases obreras. Con menos énfasis, nuestro Ramiro de Maeztu enseñaba que “todos los hombres estamos obligados moralmente a cooperar en la obra de abolir el proletariado”. Para ello, en el porvenir,es necesario que nuestra futura Ley Sindical cumpla lo que vaticinaba José Antonio Primo de Rivera: “Los sindicatos… serían órganos vivos e imprescindibles… en los que el Estado se descarga de mil menesteres que ahora, innecesariamente, desempeña…Y el Estado puede ceñirse al cumplimiento de las funciones esenciales del Poder…El Estado debe tener autoridad e independencia para coordinar los intereses, casi siempre divergentes, de los cuerpos económicos y sociales (sindicatos, regiones), de arbitrar sus diferencias. Asegurar una disciplina, a la vez larga y estricta, con vistas a orientar las actividades particulares hacia el sentido del interés general”.
Con el apasionado teórico de los Sindicatos Libres, Juan Laguía Lliteras, votamos para la próxima Ley Sindical de España esta aspiración que él supo formular gráficamente y que concreta, como en un testamento y una consigna para los tiempos venideros, lo que era la entraña, la sustancia y el ideal de cuantos nos honramos en haber militado y seguido a los Sindicatos Libres acaudillados por Ramón Sales: “No hay corporaciones orgánicas sin sindicatos profesionales puros, sindicatos libres de sectarismos, cohesionados, grandes, ¡gozosos tanto en la defensa de sus derechos peculiares, como en la decisión de responsabilidad de colaboración social y de servidumbre noble el interés común!”. Y esto no sería posible sin un sindicalismo nacional estructurado de tal forma que su participación llegue hasta el mismo Gobierno de la Nación. Porque como decía García-Ramal en Barcelona: “nos conviene, porque supone disponer de un cauce directísimo y eficaz para el diálogo cotidiano entre la Organización Sindical y el Poder”. Con este futuro, a ritmo infalible, se asegurará la justicia social y la paz y la convivencia nacional en España.
Jaime TARRAGÓ
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