LA TAUROMAQUIA COMO CULTO
Escribe: Antonio Moreno Ruiz.- Dice Fernando Sánchez Dragó (1) -que además de escritor es licenciado en filología románica- que la tauromaquia es lo único que queda en pie del mundo antiguo, algo equiparable a la edad de los titanes, a la “Eneida” de Virgilio, y que en el sur de Francia, España e Hispanoamérica ha sobrevivido el rito más antiguo de la tierra, ya descrito por Platón en el “Critias” y en el “Timeo”. El filósofo griego, discípulo de Solón, si bien no desveló del todo el hermetismo iniciático que había escuchado sobre la Atlántida, sí dejó escrito que los doce reyes de la confederación atlante se reunían una vez al año, y que para celebrar tal acontecimiento, todo el pueblo se congregaba en un teatro circular presidido por los mentados monarcas y en el centro, un individuo armado con un trapo y un instrumento de hierro, daba muerte a un toro.
En muchos pueblos de la Antigüedad, las respectivas/primitivas religiones tenían al toro como un icono de fuerza y fertilidad, entre otras muchas características. Empero, sólo en el mundo ibérico y en sus influjos es que se ha conservado este “sacramento antiguo” que dice Sánchez Dragó, donde se para, se templa, se manda, se liga y se carga la suerte como máximos símbolos vitales.
La estética del toreo en verdad es “metaestética”: Es algo que va más allá: Es una ceremonia. En ello convergía el filósofo Gustavo Bueno (2), defendiendo que la fiesta de los toros, si bien no es algo ininterrumpido desde el amanecer de los tiempos, sí que encierra, aun en su evolución, un halo de ceremonia de religiones primarias, con una relación “especial” entre el hombre y el toro, pues el toro no se ve como un mero depósito de proteínas, sino que está dotado de una luminosidad que va más allá de la bravura física, puesto que reproduce una situación simbólicamente similar a los toros que están dibujados ya en las pinturas rupestres, y que también tuvieron su culto en Creta. No es una “mera caza”, sino una relación de respeto y de intención, que se ha ido transformando y que ya constituye todo un acto cultural.
Gustavo Bueno defendía que lo esencial de la tauromaquia no es el dolor del animal. Ni los aficionados a la fiesta van para disfrutar de un destrozo. Eso es pura demagogia. El animal es tratado, desde luego, con mucho más respeto y cuidado que los que acaban en el matadero.
Atribuir “tortura” o “barbarie”, decía el nombrado filósofo español, es una reacción ridícula de gente que no quiere ver la realidad, de una falsa sensibilidad que no quiere ver de frente ni la vida ni la muerte. Y lo interesante es que D. Gustavo no daba por válidos los argumentos “materiales” sobre los toros: Es decir, “hay que mantener los toros porque dan trabajo/dinero”; la validez de la tauromaquia está precisamente en su especificidad como arte, en su modo genuinamente hispánico de no huir ante la realidad. Como decía el poeta Gabriel Celaya, “soy un ibero, y si embiste la muerte, yo la toreo”. Y como insistía otro filósofo también, José Ortega y Gasset, la historia de los toros está íntimamente ligada a la historia de España.
Con todo, para remachar este ideal de culto taurino, acudimos al jurista Francisco Elías de Tejada (3), quien vio el mundo religioso que conlleva la tauromaquia especialmente en Andalucía, esto es, el sur de la Península Ibérica, donde existiría lo que él llamaba “la religión del dios toro:
“…Habido cargo de tan cálidos elogios, no es de extrañar que Platón colocara la utópica ensoñación de la Atlántida en las bocas del río que a Occidente riega los pastizales del culto totémico andaluz del toro. Porque, a mi manera de ver, ahí radica la explicación de esa devoción del andaluz hacia las peleas con la fiera astada, de esa predisposición especial que hace del sevillano, del cordobés o del rondeño un algo torero siempre, aunque se gane luego la vida en los prosaicos menesteres de curar enfermos, vender tejidos o arar la tierra. Así como cabe ser torero sin ser andaluz, no se concibe a un andaluz que no sea un poco torero…
…El apego a las corridas de toros y el clamor colectivo que levantan son cosas típicas de Andalucía, que únicamente por moda imitadora han arraigado, con más o menos fuerza, en otras partes, sin que en ninguna cobren el valor auténtico que a orillas del Guadalquivir poseen desde hace miles de años. Y es que, a mi ver, las corridas de toros son en Andalucía un acto religioso, el acto supremo de la religiosidad andaluza. Las gentes de allá ven encarnada en el toro toda la potencia viril, brutalmente genesíaca, de la naturaleza. Así como el oso reina en las montañas del Norte o el león en los desiertos númidas, el toro es el señor absoluto de las tierras llanas de Andalucía vecinas a aquella perdida Tartessos cuyo estilo vital viene repitiéndose de siglo a siglo en lo andaluz, por debajo de todos los cambios exteriores y políticos. La admiración hacia el toro es admiración hacia la naturaleza; la lucha con el toro es la lucha con las fuerzas naturales, tan característica de los pueblos primitivos que en el relato bíblico hizo trocar a Jacob su nombre originario por el conocido de Israel; vencer al toro es domeñar a la naturaleza, y matarle con astucia y garbo, rindiendo su violencia descompuesta al artificio elegante de la mañosa capa del torero, en un alarde de color y de gracia, es representar a lo vivo la pantomima del triunfo no violento, alegre y pinturero, lleno de sal y de color, con que el andaluz de todos los tiempos supo aprovechar los dones que le ofrecía la tierra ubérrima en que vive. El toro, señor de la naturaleza andaluza, rendido al hombre valeroso que solo, individualmente, compite contra él sin otra arma que un trapo de colores tan vivos como el sol meridional, es el ánima misma de Andalucía hecha carne de luz en una tarde de entusiasmo, de gracia y de devoción.”
Para terminar, sobre el culto taurino que Elías de Tejada cristalizó en Andalucía, no olvidemos dos broches de oro para nuestra cuestión:
-El poeta Fernando Villalón, a quien el filósofo Manuel Fernández Espinosa llama “el tradicionalista de la Atlántida” (4).
-La Andalucía atlántica como preludio de las Españas Americanas, desde la llegada de la hueste de Colón, con los posteriores viajes andaluces, hasta el siglo XVIII. No por nada en Lima hay Acho, y tanto en los Andes peruanos como en Medellín de Colombia, así como en México, y todavía también en Ecuador y Venezuela, se vive la tauromaquia con tanto fervor o más que en la Península Ibérica; porque sigue siendo un culto, que asimismo, también se mantiene en Francia y Portugal como prolongación universal de la más remota y mítica antigüedad.
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NOTAS:
(1)Sobre Fernando Sánchez Dragó y los toros, véase:
https://www.youtube.com/watch?v=hbhwdnA5D8g&t=1s
(2)Sobre Gustavo Bueno, podemos recordar: GUSTAVO BUENO, GENIO Y FIGURA - La Abeja
(3)Texto completo extraído de “Las Españas”:
MUNDIVM: ANDALUCÍA EN LAS ESPAÑAS, SEGÚN D. FRANCISCO ELÍAS DE TEJADA
(4)Véase el texto:
RAIGAMBRE: FERNANDO VILLALÓN, EL TRADICIONALISTA DE LA ATLÁNTIDA
LA TAUROMAQUIA COMO CULTO - La Abeja
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