ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD
BARCELONA. Cada uno de los más de diez mil espectadores que ayer acudieron a la Monumental de Barcelona portaba con su entrada un argumento en favor de la pervivencia de la Fiesta en Cataluña. Sin estridencias, con educación y pasando por taquilla. Lejos de los pitidos y caceroladas con que un centenar de «antis» recibían a los aficionados que llegaban a las puertas del coso barcelonés. El festival en Defensa de la Fiesta fue simplemente eso: la reivindicación de un espectáculo ligado a este pueblo. Una manifestación por la tolerancia y la libertad, contra la intransigencia y el espíritu abolicionista de unos pocos que no entienden y que quieren suprimir de un plumazo parte de la propia historia de Cataluña.
Por otra parte, los taurinos, los profesionales de este singular mundo, también podrían haberse esforzado un poco a la hora de ofrecer un espectáculo que sobre todo en el capítulo ganadero mereció un mejor trato. Demasiada desigualdad y, a veces, el olvido de que la Monumental es una plaza de primera.
Y frente a esta laguna, la entrega de los toreros. Serafín Marín asumió la doble responsabilidad de ser torero y catalán. Y se echó el festival a la espalda. Apechó con una «prenda» de Jandilla y no se conformó con pasaportarlo con dignidad. Regaló el sobrero de Juan Pérez Tabernero, al que cuajó en una espléndida faena de muleta. Dibujó naturales largos, poderosos y templados, siempre pasándose al animal muy cerca. Toda una declaración de intenciones refrendada con un estoconazo. Serafín Marín cortó dos orejas, igual que Rivera Ordóñez, que formó un alboroto en el tercio de banderillas al excelente tercer toro de Domingo Hernández, con el que disfrutó toreando al final del último tercio.
Muy bien El Juli con el complicado astado de Santiago Domecq, al que entendió perfectamente. Firmeza y entrega presidieron una labor que fue ganando en intensidad y mereció la rotunda aprobación del público.
Quien también tuvo una actuación plena de entrega y decisión fue el novillero Raúl Cuadrado, que vio, sin embargo, cómo su buena faena de muleta se diluía por el mal manejo de la espada.
Abrió festejo Esplá, arrogante en dos arriesgados pares de banderillas por los adentros y centrado en algunos muletazos con la mano diestra.
Finito se encontró en una encorajinada serie por el pitón derecho al segundo y Morante se estrelló con un novillote de Gavira. Con todo, dejó pinceladas de su personalísimo concepto del toreo.
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