Los japoneses de Sevilla

El 15 de agosto de 1549 San Francisco Javier desembarca en Kagoshima, y casi por espacio de un siglo el cristianismo conocerá un periodo de gran esplendor en Japón. Gracias a la buena acogida por parte de los señores feudales en diversas provincias, gozó de una rápida expansión, de suerte que en 1582 ya se contaban 150.000 cristianos y había unas 200 iglesias y dos seminarios. En 1587 Toyotomi Hideoshi decreta la expulsión de los jesuitas. Los cristianos todavía pudieron tener relativa libertad en algunos lugares, aunque cada vez con mayores dificultades. En 1592 llegaron los franciscanos y los dominicos, y las grandes persecuciones y los martirios empiezan en 1597. En 1613, gracias a la ayuda del daimyo de Sendai, Date Masamune, favorable a los españoles y portugueses, encomendó a Hasekura Tsunenaga el mando de una expedición a Europa vía México. En todo caso, aunque Masamune toleraba a los cristianos, estaba más interesado en el comercio y no veía con tan buenos ojos el proselitismo, pero gracias a la influencia del misionero franciscano sevillano José Sotelo --que también participó en la expedición--, accedió a enviar la embajada a Roma. A fines de 1614 desembarcaron en Sevilla. La idea era entrevistarse con el rey de España con vistas a establecer relaciones comerciales oficiales y seguidamente ver al Papa a fin de recabar ayuda para los cristianos de Japón y el envío de más misioneros, en vista de que arreciaba la persecución. Ese mismo año se ordena el cierre de las iglesias y se prohíbe oficialmente la religión católica, si bien la prohibición definitiva no llegará hasta 1640. Algunas crónicas de la época describen la llegada a la capital andaluza:

<< Miércoles 23 de octubre de 1614 años entró en Sevilla el embaxador Japon Faxera Recuremon, embiado de Joate Masamune, rey de Boju. Traía treinta hombres japones con cuchillas, con su capitán de la guardia, y doce flecheros y alabarderos con lanças pintadas y sus cuchillas de abara. El capitán era christiano y se llamaba don Thomas, y era hijo de un mártyr Japón. Venía a dar la obediencia a Su Santidad por su rey y reyno, que se avía baptizado. Todos traían rosarios al cuello; y él venía a recibir el baptismo de mano de Su Santidad. Venía en su compañía fray Luis Sotelo, natural de Sevilla, religioso de San Francisco recoleto.
Salieron a Coria a recebirlo por la Ciudad, el veinticuatro don Bartolomé Lopez de Mesa, y el veinticuatro don Pedro Galindo; y junto a la puente los recibió la Ciudad. Entró por la puerta de Triana, y fué al Alcázar, donde la Ciudad lo hospedó, y hizo la costa mientras estubo en Sevilla. Vido la Ciudad, y subió a la Torre.
Lunes 27 de octubre de dicho año por la tarde, el dicho embaxador, con el dicho padre fray Luis Sotelo, entró en la Ciudad con el presente de su rey con toda la guardia, todos a caballo desde la puente. Dió su embaxada sentado al lado del asistente en su lengua, que interpretó el padre fray Luis Sotelo, y una carta de su rey, y una espada a su usanza, que se puso en el archibo de la Ciudad.
Esta espada se conservó hasta la revolución del 68 que la chusma la robó.
La embaxada para su magestad el rey don Felipe Tercero, nuestro señor, no trataba de religión, sino de amistad.
(Biblioteca Capitular Colombina 84-7-19 .Memorias..., fol.195)>>.

El siguiente es el testimonio del cronista italiano Scipione Amati, que los acompañó en el viaje y publicó un año más tarde en Roma en un libro titulado Storia del regno di Voxu:

<<(...) se llegó por fin a salvo, después de algunos peligros y tempestades al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 5 de Octubre, donde residiendo el Duque de Medina Sidonia y avisado del arribo, envió carrozas para honrarlos, recibirlos y acomodar en ellas al Embajador y a sus gentiles hombres, habiéndoles preparado un suntuoso alojamiento; y después de haber cumplido con esta obligación como correspondía, y de regalarlos con toda liberalidad, a instancias de la ciudad de Sevilla hizo armar dos galeras, las cuales llevaron a los embajadores a CORIA, donde fueron hospedados por orden de la dicha Ciudad por Don Pedro Galindo, veinticuatro, el cual se ocupó con gran diligencia en tener satisfecho el ánimo del Embajador con todos los placeres y regalos posibles, procurando este entretanto que preparasen ropas nuevas a su séquito y ayudantes para resplandecer con más decoro y pompa a la entrada en Sevilla.
Mientras se resolvía esta cuestión, la Ciudad determinó enviar a Coria a Don Diego de Cabrera, hermano del padre Sotelo, a Don Bartolomé López de Mesa, del hábito de Calatraba, a Don Bernardo de Ribera, a Don Pedro Galindo y a multitud de jurados y otros caballeros para que en su nombre besaran la mano al Embajador y lo felicitaron por su llegada a salvo. Sobre esto, quedó el Embajador contentísimo, agradeció mucho a la Ciudad que por su generosidad se complacía en honrarle, y departió con los dichos caballeros mostrando mucha prudencia en su trato>>.
<< A veintiuno de Octubre del dicho año la Ciudad hizo otra demostración de la mayor cortesía para el recibimiento del Embajador y del Padre Sotelo mandando carrozas, cabalgaduras y gran número de caballeros y de nobles que lo escoltaron formando una cabalgata de gran solemnidad.
Saliendo el Embajador de Coria, vio con sumo placer el honor que se le había preparado, la pompa de los caballeros y la gran cantidad de gente que lo acompañó durante su camino hacia Sevilla>>.
<<Cerca de Triana y antes de cruzar el puente, se multiplicó de tal manera el número de carrozas, caballos y gentes de todo género, que no bastaba la diligencia de dos alguaciles y de otros ministros de la justicia para poder atravesarlo. Finalmente compareció el Conde de Salvatierra. Asistente de la Ciudad, con gran número de titulados y con los restantes veinticuatro y caballeros; y el embajador desmontando de la carroza, montó a caballo con el Capitán de su guardia y Caballerizo, vestido sobriamente, a la usanza del Japón, y mostrando al Asistente lo obligado que quedaba de la mucha cortesía y honores que la Ciudad se servía de usar con él, fue puesto en medio del dicho Asistente y Alguaciles Mayores y prosiguiéndose la cabalgata con increíble aplauso y contento de la gente, por la Puerta de Triana se dirigieron al Alcalzar Real>>.

El cronista Ortiz de Zúñiga también lo cuenta en sus Anales eclesiásticos y seculares:

En la Flota de Nueva España, que aportó a ella este año de 1.614 a los fines de Septiembre, vino una solemne embaxada de Mazamune, Rey de Voxú en el Japón, para el Romano Pontífice y Rey de España; eran los embaxadores Rocuyemon Faxecura, principal caballero de aquella tierra, y el Padre Fray Luis Sotelo, de la Orden de San Francisco, Recoleto, noble hijo de esta Ciudad, y después nobilísimo Mártir de Christo. Nació este esclarecido varón en Sevilla a 6 de Septiembre del año 1.574, hijo segundo de Don Diego Caballero de Cabrera, Veinticuatro de esta Ciudad, y de doña Catalina Niño Sotelo su mujer; por su parte nieto de Diego Caballero, asimismo, Veinticuatro y Mariscal de la Isla Española por merced del Emperador Don Carlos a quien sirvió en las conquistas de las Indias; madre nieto de Don Luis Sotelo, Alguacil mayor de la Inquisición, por quien tuvo nombre y apellido, y de Doña Isabel Pinelo su mujer. Crióse incluinado a la Iglesia y a los estudios desde su niñez, efecto de la virtud en que lo crió su madre, matrona, cuya vida exemplar le adquirió el renombre de Santa; y de edad competente paso a estudios mayores a la Universidad de Salamanca, donde dexando el mundo, y esperanzas de su sangre y letras, entro Religioso Descalzo de San Francisco, en la Provincia de San Joseph de Castilla, de que no hallo señalado el año, ni el en que pasó a la de San Gregorio de las Filipinas, con deseos ardientes de emplearse en la conversión de los infieles, y merecer la laureola de martirio, a que se disponía con exercicios de oración, mortificación y penitencia en admirable grado: pasó al fin al Japón el año 1.602, donde después de varios sucesos, introducido a la amistad y privanza del referido Rey de Boxú, lo eligió para enviarlo a dar la obediencia al Sumo Pontífice, y hacer amistad y confederación con el Rey de España, y llevar nuevos obreros para la cultura de aquella nueva y fértil viña: las cartas se firmaron por el mes de Octubre de 1.613 y pasando con feliz navegación a Nueva España, pudieron venir en la Flota de esta, y estar en España antes del año cumplido de su partida: del Japón traía el Embaxador caballero orden particular de su Rey de pasar por Sevilla, y lo avisó a su cabildo por carta de 30 de Septiembre antes de desembarcarse, y de como traía carta particular, a que correspondiendo el Cabildo, le mandó prevenir hospedage magnífico en el Alcázar, y recibimiento público el día de su entrada que fue a 23 de Octubre>>.

En enero de 1615 tuvo lugar la entrevista con Felipe III. Dos semanas más tarde, Hasekura se bautizaba adoptando el nombre de Felipe Francisco Hasekura (recordemos que aunque algunos de sus acompañantes eran conversos, él era un siervo del daimyo que iba de embajador al frente de la expedición). Poco después, llegó por barco a Italia, donde solicitó al Sumo Pontifice el envío de misioneros y el establecimiento de relaciones comerciales. El sucesor de Pedro accedió al envío de misioneros pero prefirió dejar la decisión relativa a las relaciones comerciales en manos del monarca español.

De los treinta japoneses que habían llegado solo regresaron 19. El resto decidió quedarse, y raíz de ello quedan varios cientos de descendientes de rasgos levemente achinados que portan el apellido Japón. Esto sí es integración, como en América, donde nos mezclamos con toda naturalidad con indios y negros y les dimos la religión y la cultura. Igualmente, los japoneses que se afincaron en Sevilla adoptaron el catolicismo, ya fuera antes o después de su llegada y se casaron con sevillanas, quedando plenamente integrados a nuestra cultura. En cambio, los que llegan en las pateras hacen como sus antecesores del tiempo de las aljamas. Había juderías y morerías porque en general no se querían integrar, querían estar aparte. Si se convierten e integran a nuestra cultura, no hay ningún problema. Lo malo es que no lo hacen ni quieren hacerlo, y ya tenemos experiencia. No hay más que ver lo que pasó con los moriscos.

Tras el regreso de Hasekura a Japón no se volvió a saber más de él. Según algunos, murió mártir; según otros, renegó por miedo, y según otros fue criptocatólico hasta el final de su vida. En Japón es difícil encontrar documentación al respecto porque después de la gran prohibición de 1640 se quemaron todas las crónicas y a los que regresaron se les prohibió hablar de lo que habían vsto en Europa. En cuanto a fray José Sotelo, regresó de incógnito a Japón disfrazado de comerciante y murió martirizado en la hoguera en 1622. Pío IX lo beatificó en 1867.