Maracaibo: construcción de la identidad regional en el siglo XIX





Germán Cardozo Galué


Universidad del Zulia


Resumen


Cualquier intento de abordar el tema de la identidad regional se fundamenta en los datos aportados por la geografía e historia: explican la relación dialéctica entre el hombre y su entorno. En este artículo se parte del surgimiento de la unidad regional en el Zulia y se avanza hacia la aparición de un imaginario autonomista en la élite de Maracaibo y su discurso regionalista en el siglo XIX, a objeto de aportar el análisis histórico que permita concluir sobre la presencia de una identidad regional con cobertura en el Estado Zulia, su naturaleza y fundamentos sociopolíticos.


Palabras clave: Región, localidad, identidad, Maracaibo, región marabina.





Maracaibo: Construction of regional identity in the 19th century





Germán Cardozo Galué
















INTRODUCCIÓN





La identidad regional, como toda realización material o creación espiritual del ser humano, es un producto cultural y simbólico resultante de la praxis social:


... la cultura (esa nueva dimensión de la realidad que se va constituyendo en los diferentes momentos de representación objetiva de la reproducción espiritual de la creación de la realidad humanosocial) es también una forma de praxis permanente cuya determinación radica en el pensamiento y en el conocimiento como una instancia por la cual se logra la unidad de la práctica material y la reproducción espiritual (López 1989: 84).


El hombre objetiva el espacio material en el cual se desenvuelve su cotidianidad (paisaje, actividades productivas, relaciones sociales, organización política, vías de comunicación, etc.), y de este acto cognoscitivo extrae representaciones simbólicas (verbales, escritas, icónicas, etc.) que le permiten definir su entorno social y compartirlo con sus semejantes a través del fenómeno comuni-cativo.


Este permanente y continuado estado de confrontación entre lo que la realidad le ofrece, la mente representa y la comunicación con sus semejantes transforma, origina ese producto cultural al que se ha denominado el imaginario colectivo. La percepción o conciencia de sí que tiene una sociedad, la cual se enriquece, reproduce y transmite de generación en generación, hace que una comunidad se reconozca como perteneciente a un determinado todo social, que la dota de unidad, la identifica como tal conglomerado humano y la diferencia de otros.


Esta unidad e identidad subyacentes en los imaginarios colectivos, desde una perspectiva espacial, puede surgir en el tiempo en ámbitos de diferentes tamaño y como resultado de diversos procesos sociohistóricos: desde la pequeña territorialidad de una comunidad indígena hasta la extensa y compleja grandiosidad de un Estado Nacional, pasando por todas las instancias a las que la praxis social ha denominado, a lo largo del tiempo y con diferentes connotaciones: comunidades, arrabales, barrios, poblados, parroquias, villas, ciudades, municipios, provincias, estados, naciones, bloques continentales, etc.


Cada una de estas circunscripciones sociales, producto, en ocasiones de instancias económicas y políticas y con frecuencia de similitudes étnico-culturales, constituye lo que hemos convenido en denominar, en los estudios de las ciencias sociales, "micro regiones", "sub regiones", "regiones" y "macro regiones".


Para los fines de este particular análisis el sustantivo región connota una porción de territorio determinada por caracteres étnicos o circunstancias especiales de clima y topografía, producción, administración, gobierno, etc. De allí que en el proceso histórico a qué se denomine región dependa de la variable que se tome en cuenta: tan región lo es la "macroregión andina" determinada por sus características topográficas como lo fue la "macroregión marabina" de los siglos XVI al XIX habida cuenta de las relaciones socioeconómicas, como lo es la actual "región zuliana" concebida en términos de la administración de su desarrollo, la "subregión de la Costa Oriental del Lago" resultado de la actividad productiva dominante o la "micro región de Machiques", que, según la definición del historiador mexicano Luis González y González, es "la unidad tribal culturalmente autónoma y económicamente autosuficiente, es el pueblo entendido como conjunto de familias ligadas al suelo, es la ciudad menuda en la que todavía los vecinos se reconocen entre sí ... es el pequeño mundo de relaciones personales y sin intermediarios" (González 1986: 28).


En consecuencia, la identidad regional puede estar referida a espacios de diferentes dimensiones territoriales, dependiendo su grado de mayor o menor presencia de la creación de una conciencia común y de la identificación de los distintos grupos de la población con la sociedad como un todo: es un producto histórico del regionalismo, que puede ser definido, en primera instancia, como un sentimiento de apego y de pertenencia a determinado espacio del que se es nativo o residente.


El regionalismo durante la conformación de las sociedades modernas, al igual que el nacionalismo en una esfera más amplia territorialmente, ha sido un instrumento para motivar la actividad y solidaridad políticas, para movilizar a la sociedad regional contra opositores internos o externos, o contra cualquier amenaza, es decir para crear la identidad regional. En la concepción del regionalismo se ha pasado del plano psicológico al político; de ahí que sin haber desaparecido los regionalismos circunscritos a las pequeñas comunidades de base (localidades, municipios) se hayan superpuesto en los países latinoamericanos regionalismos provinciales, departamen-tales, estadales.





...porque no se extingue la naturaleza, el genio, el sentimiento popular y esas condiciones especiales de esa comarca que llamamos Estado Zulia y que está destinada a ser en lo venidero un gran pueblo, y un gran país, acaso una nación..."





Estas modificaciones en el tiempo y espacio hacen que el regionalismo deba ser estudiado a partir del análisis de las condi-ciones de su formación y las distintas funciones que fue teniendo según la situación histórica, y no meramente en sus manifes-taciones y contenidos, es decir tomando sólo en cuenta manifestaciones culturales, destino histó-rico compartido, historia común, etc. (Cfr. König, H.-J. 1994: 25).


Dos elementos, pues, guían, necesariamente, cualquier intento de abordar el tema de la identidad regional en toda sociedad: el geográfico y el histórico, que resumen y explican la relación dialéctica entre el hombre y su entorno. Ambas constituyen claves indispensables en este intento de aportar criterios para la discusión sobre la identidad regional zuliana.


BASES GEOHISTÓRICAS DE LA IDENTIDAD REGIONAL MARACAIBERA


Desde una perspectiva geográfica, no cabe la menor duda de que el territorio que hoy ocupa el Estado Zulia se corresponde con una región natural: la parte más extensa de la hoya hidrográfica del Lago de Maracaibo; y en el pasado, antes de los sucesos de la Independencia, abarcó la casi totalidad de esta hoya como Provincia de Maracaibo, incluyendo en su jurisdicción político-administrativa al Lago, las planicies costeras aledañas y las eleva-ciones y cumbres andinas tanto occidentales como orientales.


Esta unidad natural, con su variedad de tierras, climas y vege-taciones, comunicadas por una enorme super-ficie de agua y sus numerosos afluentes, atrajo durante milenios a comunidades indígenas de todo el continente, que luego se llamaría América: arahuacos, caribes y chibchas, entre otros, convergieron y poblaron aquella matriz acogedora y feraz. Sus diversos asentamientos agrícolas y pesqueros originaron en un proceso milenario las primeras identidades regionales, de raigambre tan fuerte que una de ellas, la wayuu o guajira, alcanzó los niveles sociopolíticos de lo que hoy se denomina una nación, y aún pervive.


El proceso de conquista y ocupación de la cuenca del Lago de Maracaibo por parte de los adelantados de la Corona española introdujo un nuevo elemento étnico y socio cultural que modificó el rumbo histórico de aquel espacio, y en consecuencia el modo de concebirlo. Como en la antigüedad prehispánica, el espejo mágico del Lago atrajo a los invasores que habían penetrado por la Costa Firme de la que llamarían provincia de Caracas o Venezuela y a quienes ya habían tomado posesión de Santafé de Bogotá, Tunja y Pamplona: desde Coro y el Tocuyo se establecieron en Maracaibo y Trujillo, desde las cumbres andinas en San Cristóbal y Mérida, creando jurisdicciones distintas.


Sin embargo, en los comienzos mismos de este proceso, los nuevos actores sociales sentaron las bases de lo que se convertiría con el tiempo, en relación con el inmenso espacio ocupado por el Lago y sus tierras aledañas, en uno de los más fuertes elementos constitutivos del imaginario histórico regional.


En 1577, el Consejo de Indias remitió a los gobernadores, corregidores y alcaldes mayores un extenso cuestionario que tenía por propósito conocer para su mejor gobierno la ubicación, recursos, medio geográfico, poblamiento y evangelización de las posesiones españolas en América.


Ya para la época existían en el occidente de la actual Venezuela no menos de cinco o seis Ayuntamientos, con sus respectivos alcaldes y jurisdicciones independientes; sin embargo cuando, en 1579, los Alcaldes ordinarios de Maracaibo, Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga, contestaron el cuestionario de la Corona lo denominaron "Descripción de la ciudad de Nueva Zamora de Maracaibo, su término y Laguna", aportando información no sólo sobre Maracaibo y su jurisdicción sino también sobre todo el entorno de la cuenca lacustre. Resaltaron la importancia del Lago como eje operativo de dominio y de explotación de los recursos naturales; indicaron la presencia en él de varios puertos de donde salían caminos hacia los centros ya poblados y áreas productivas del interior del territorio (Trujillo, Mérida, San Cristóbal, Pamplona) como para destacar la unidad que conformaba Maracaibo con aquel espacioso anfiteatro natural (Arellano 1964) .


Los españoles radicados en Maracaibo habían detectado, a escasas décadas de las primeras correrías y fundaciones en el occidente de la actual Venezuela, la existencia de una región natural con potencialidades económicas. Fueron sus pobladores y las autoridades políticas de Maracaibo quienes al objetivar aquel espacio y sus posibilidades económicas comenzaron a alimentar el imaginario histórico con rasgos que asomaban ya la prefiguración de la unidad regional, basada en la funcionalidad económica.


El interés por parte de las autoridades maracaiberas de lograr el dominio efectivo de las jurisdicciones lacustres y andinas no tardó en hacerse notar y en consolidarse. Para ello, desde fines del siglo XVI, los vecinos de Maracaibo iniciaron un permanente acoso a la obligada navegación que debían hacer, por el canal que comunica al Lago con el Caribe, los comerciantes que ingresaban mercaderías y extraían frutos de las jurisdicciones andinas, a través de los puertos de Gibraltar y Zulia. El secuestro de barcos, el cobro de peaje y aun las incursiones bélicas de los maracaiberos sobre Gibraltar dieron resultado.


En Real Cédula de 31 de diciembre de 1676, la Corona española comunicó al Gobierno de Mérida y a las Audiencias de Santafé de Bogotá y Santo Domingo la fusión de Maracaibo y Mérida bajo una sola jurisdicción. Dos años después, Maracaibo logró que la capital de la nueva entidad administrativa, conocida como "Provincia de Mérida, La Grita y ciudad de Maracaibo", fuera traslada a su puerto y con la capitalidad la "feria de hacendados y mercadere", una de las más famosas del Caribe oriental. Maracaibo pasó a controlar en lo político y económico la totalidad de la cuenca lacustre, desde los fértiles valles y piedemonte andinos hasta las yermas tierras guajiras.


Más que su condición de capital administrativa de la Provincia, el manejo de la actividad mercantil puso en manos de Maracaibo el control efectivo del "hinterland" lacustre. La vida económica de quienes habitaban los más remotos poblados de aquel espacio danzó al compás que marcaba el reflejo de la oferta y la demanda en los mercados mundiales: la ciudad-puerto engranaba al circuito comercial externo con el regional. El tabaco de Barinas se enfardelaba como "Tabaco de Maracaibo"; a los puertos españoles y de otras colonias llegaban "Harina de Maracaibo", "Cacao de Maracaibo". Maracaibo que no producía nada lo comercializaba todo, y se imponía en el imaginario colectivo su preponderancia regional.


Aunque los nexos comerciales y el control administrativo del Ayuntamiento maracaibero no eran suficientes para afirmar la existencia del dominio efectivo del territorio, pues persistieron los espacios regionales que desde el momento mismo del contacto aborigen-hispánico habían comenzado a fraguarse como resultado de las condiciones topográficas, niveles de relacionamiento (etnias indígenas con diferentes modos de producción y de vida), actividad productiva, etc., Maracaibo, la ciudad primada, persistió en reforzar la unidad regional de su provincia e inició un discurso político en el cual ya asomaban rasgos de lo que hoy se conoce como identidad regional zuliana.


Durante un período de larga duración, casi cuatro siglos, factores naturales como la inmensidad de la hoya hidrográfica del Lago de Maracaibo, el aislamiento originado por las escarpadas cumbres andinas y la lejanía de los principales centros administrativos (Bogotá y Caracas), más otros de índole social como la implantación por parte del mercantilismo español de una economía agroexportadora, fuertemente atada a través de su circuito comercial a los mercados internacionales, habían convertido al occidente de Venezuela en una región "mediterránea" : un espacio con especificidad y ritmo históricos propios, diferente, en cuanto a su dinámica y características fundamentales, del resto de los actuales conjuntos regionales vecinos, tanto venezolanos como colombianos (Cardozo, 1991: 11).


LA ÉLITE MARACAIBERA: DE LA UNIDAD REGIONAL A LA LUCHA POR LA AUTONOMÍA


El ejemplo más notorio de la percepción de este proceso unificador se descubre en los escritos y actuación de una de las figuras más representativas de la élite maracaibera: José Domingo Rus, actor social de primera línea durante la coyuntura de la Independencia, cuando Maracaibo se convirtió en la ciudad disidente de este movimiento y proclamó su adhesión a la Monarquía española.


Desde 1794, en su informe "Sobre la provincia de Maracaibo hecho al Consulado de Caracas ... ", Rus, como diputado consular de Maracaibo, ofreció un minucioso cuadro de los rasgos demográficos de cada una de las jurisdicciones, economía (recursos explotados y explotables, producción, mano de obra, comercio, etc.), distancias y comunicaciones de la provincia (Arellano 1964: 461-473).


La unidad regional se hacía evidente en el informe de Rus. En aquel momento el discurso no fue más allá de las descripciones de carácter económico típicas de quienes se habían formado y actuaban en el marco de la Ilustración, aunque no se dejaban de hacer observaciones que tocaban a lo político-administrativo en favor de la provincia. Pero la segunda versión de este informe, ampliada y presentada por Rus en las Cortes de Cádiz, en 1814, al fragor de la guerra de Independencia venezolana, descubre el imaginario histórico y las pretensiones autonómicas de una élite que se considera con el derecho de figurar al frente de los destinos de su provincia. El discurso sobre una supuesta identidad regional se inicia cuando solicita y argumenta la separación de la provincia de Maracaibo de la de Caracas para que sea elevada a Gobernación y Capitanía General:


Maracaibo, ni por un momento debe depender de Caracas, cuyas determinaciones y recursos negados parece se habían propuesto dar en tierra con su agricultura, comercio y defensa; y no es bien ya se deje de conocer la mejora en que debe empeñarse cada provincia, cuando por la Constitución política de la Monarquía española, que acaba de sancionarse [1812], todas tienen un interés igual para ocurrir a sus ramos y salir del abatimiento en que las habían tenido los siglos de hierro o las depravaciones de aquellos que con títulos de capitales, como Caracas, todo se lo absorbían y nada concedían a las pobres subalternas, a quienes miraban con desprecio, porque nunca consultaron sino su propio interés y el brillo de sus poseedores. Debe cesar este sistema y pasar al de oro de cada pueblo (Rus, 1969: 74-75).


Rus, consciente de aquella unidad regional, que sobrepasaba los límites establecidos de la Provincia de Maracaibo, y pensando en la fortaleza económica, política y militar de una futura Capitanía General, solicitó a las Cortes de Cádiz la anexión a aquella de las jurisdicciones de Río Hacha, Valles de Cúcuta, El Rosario, Salazar de las Palmas, San Faustino y San Cayetano (Rus 1969: 161-168).


La élite maracaibera en nombre de la provincia envuelve a todo su territorio en su propio destino, aunque ya se han separado Mérida y Trujillo para plegarse al movimiento emancipador, y el resto de sus jurisdicciones (Perijá, San Carlos, Gibraltar) se mantienen alejadas del conflicto y a la espera del devenir de los sucesos. El testimonio andino de Antonio Nicolás Briceño, diputado por Mérida ante la Convención de 1811, en estos momentos cruciales de definición nacional, es un claro indicador de las tensiones y contradicciones que se habían acumulado a lo largo del dominio español y que condujeron a sus élites a no plegarse a la actitud rebelde de Maracaibo:


... cada día se ratifican y convencen más de su acertada elección, aplaudiendo el actual sistema que ha puesto en sus manos la potestad judicial, la gubernativa y la económica, fluyendo sobre su propio país la substancia y las riquezas con que contribuyen los Pueblos mismos que reciben beneficio. Haced una comparación exacta de lo que esas ciudades de Mérida y Trujillo eran unidas a Maracaibo y lo que son hoy separadas sólo ha diez meses de una potestad distante que las degradaba... ellas permanecerían en la apatía y abatimiento que las afligía y de que hoy se ven libres ...


... Mérida y Trujillo se han separado de Maracaibo contra la expresa voluntad del Gobernador de esta plaza, tratándolo de déspota, negándole autoridad sobre ellas y sacudiendo las tropas que en su distrito mantenía ... (Briceño 1811: 30 y 32).


La conciencia de las potencialidades reales del hinterland que rodeaba a Maracaibo y de la preeminencia -no menos cierta- que había adquirido como ciudad-puerta del occidente de Venezuela, impulsó a su élite a jugarse el todo por el todo, en 1810, con la esperanza de consolidar sus pretensiones autonómicas y quizás un nuevo espacio "nacional". Durante una larga década se enfrentó a los ejércitos republicanos; pero el resultado de la guerra la obligó a claudicar; su proyecto separatista, los deseos de independencia que había alimentado su imaginario autonómico fueron castrados por una nueva dependencia, primero de la República de Colombia y luego de la República de Venezuela, más estricta y exigente que la anterior, la monárquica, pues se regía por un férreo sistema constitucional.


El Cabildo de Maracaibo, en 1821, la declaró "libre e independiente del Gobierno Español, cualesquiera que fuera su forma desde este momento en adelante; y en virtud de su soberana libertad se constituye en república democrática y se une con los vínculos del pacto social a todos los pueblos vecinos y continentales, que bajo la denominación de República de Colombia defienden su libertad e independencia, según las leyes imprescriptibles de la naturaleza" (Citado por Ortega 1991: 20. Subrayado del autor).


El Cabildo incorporaba a Maracaibo y al resto de la provincia al movimiento emancipador dejando constancia de que en su imaginario histórico estaba presente una identidad regional que le permitía representar y tomar decisiones por los pueblos "marabinos": actuaba en nombre de un colectivo que no renunciaba a su soberanía; hacía libre uso de ella para integrarse "con los vínculos del pacto social" a la unión colombiana en igualdad de circunstancias y condiciones que el resto de las entidades que la conformaban. Comportamiento que revela, en estos fundamentales momentos de transición de la sociedad monárquica a la republicana, a una élite política local que se apresta a iniciar nuevas relaciones de poder pero sin menoscabo de los fueros autonómicos y preeminencia regional adquiridos a lo largo de su proceso histórico. El asedio militar de Francisco Tomás Morales a la provincia de Maracaibo, casi inmediato a estos acontecimientos, devolvió momentáneamente a España el control de este espacio, hasta la capitulación del jefe realista en 1823.


La República de Colombia, en su Constitución de 1821, le reconoció a Maracaibo sus derechos históricos sobre el occidente venezolano al declararla capital del Departamento del Zulia, y someter a las provincias de Coro, Trujillo y Mérida a su jurisdicción militar, política y administrativa . Estrategia que aseguraba a los ejércitos libertadores el dominio sobre la provincia disidente al atarla a territorios que desde los inicios de la contienda bélica se habían declarado partidarios del proceso emancipador.


Cuando Venezuela se separó de la República de Colombia, en 1830, la Provincia de Maracaibo pasó a formar parte del nuevo país, no sin antes haberse convertido -según la prensa de la época- en "...teatro de discusiones y de dudas... Unos pretendían unirse a la Nueva Granada, otros formar un estado independiente o hanseático, y otros finalmente seguir el pronunciamiento de Venezuela..." (La Mariposa. Maracaibo, 14 de septiembre de 1840, número 13). Todo esto ocurría en Maracaibo, una prueba más de las vacilaciones de una élite que se resistía a aceptar las ataduras del nuevo centro de poder, y no renunciaba fácilmente a sus aspiraciones autonómicas sobre el extenso espacio del occidente venezolano.


En los avatares de este nuevo juego político, también perdió su primacía administrativa sobre el occidente venezolano al ser reconfirmadas Mérida y Trujillo, sus antiguas jurisdicciones, como provincias independientes. ¿Temor por parte del Poder Central caraqueño de que aquella vasta y rica región occidental, liderada por una ciudad con tradición de autonomía, llegara a separarse de la República?; sin embargo, la primacía económica se mantuvo. La privilegiada posición geográfica del puerto, entre la feraz región lacustre-andina y las rutas del comercio caribeño hacia Europa y los Estados Unidos de Norteamérica, la convertían en el centro nodal de uno de los movimientos mercantiles más importantes de Venezuela.


LA ÉLITE MARACAIBERA: DE LAS ASPIRACIONES AUTONÓMICAS A LA DEFINICIÓN DE LA IDENTIDAD REGIONAL





A lo largo del siglo XIX, la élite maracaibera pregonó y disputó sus menguados fueros autonómicos ante la constante reafirmación del centralismo, que no tenía cuenta de si la Constitución vigente era centro-federal o federal del todo. Reforzaron esta demanda las circunstancias particulares que rodearon el crecimiento económico, político y urbano de la ciudad-puerto y su consolidación como centro de la actividad intelectual; pero todo ello a expensas y en detrimento del resto de los centros poblados y jurisdicciones de la Provincia de Maracaibo, Estado Zulia a partir de 1864.


Maracaibo creció demográficamente en la medida en que se hacía dinámico el circuito agroexportador del cual era centro nodal; y a este circuito le daba vida la demanda de café, en permanente aumento, a partir de la década de 1830. Atraídos por las posibilidades de este nuevo rubro económico, hombres de negocio y comerciantes de origen inglés, francés e italiano, principalmente, se radicaron en la ciudad-puerto y en los centros de acopio de las áreas productivas andinas.


Igual ocurrió con las migraciones desde el interior de la provincia, cuyo crecimiento demográfico pasó por décadas de estan-camiento mientras Maracaibo cuadruplicaba y aun quintuplicaba en número de habitantes al resto de los puertos y poblados. Atraídos por las noticias de la reanimación que experimentaba la capital, emigraron hacia ella centenares de agricultores y criadores procedentes de los más apartados rincones. Así comentaba este hecho un columnista anónimo al exponer en un periódico de 1837 las causas del atraso y decadencia de la Provincia:


...Una de ellas, y acaso la principal, es el abandono en que se ven por los habitantes de esta provincia las extensas y feraces costas del lago, en que pródiga la natu-raleza ofrece precozmente mil por uno. Desconociendo que la sólida y verdadera riqueza consiste en el cultivo de la tierra y absoluta contracción al cuidado de las heredades, las abandonan por venir a vivir en la ciudad, para venir a ejercer otras profesiones de comerciante, sin tener los elementos necesarios para ellas como son el crédito, el capital y nociones exactas ...(El Constitucional de Maracaibo, número 46).


Gracias a la exportación del café, que llegaba de las áreas productivas andinas a través de los puertos del Lago, la Aduana de Maracaibo pasó, en tres décadas, de un cuarto rango al segundo para el año de 1860, multiplicando por ocho el valor de los capitales movilizados.


El alza acentuado en la movilización de capitales ocurrió durante la década de 1850, y esto tuvo que ver con la llegada a Maracaibo del comercio alemán en los primeros meses de 1842. El café se exportaba principalmente a través de Curazao y de Nueva York.


Luego del cierre de la Aduana, entre 1874 y 1878, por decreto de Guzmán Blanco, interesado en el control efectivo de las aduanas del país, principal fuente de los recursos que necesitaba para obras públicas y pago de las deudas externas e internas (Cfr. Urdaneta 1992: 81-112), la década de 1880 constituye un período de recuperación y crecimiento de las transacciones comerciales por el puerto de Maracaibo.


El alza en los precios del café a nivel mundial, cuya cifra más alta se dio a mediados de la década de 1890, señaló el momento de consolidación del Circuito agroexportador marabino. Maracaibo lucía como el principal emporio mercantil de la región y del país. Con cerca de 40.000 habitantes, contaba con 51 establecimientos de comercio por mayor y 388 de comercio al detal (Arocha 1895). Era ya la aduana venezolana que movilizaba un mayor volumen de mercancías y frutos, y por consiguiente de capitales.


Todo esto había sido posible gracias al concurso de las inversiones agrícolas en los Andes y de la mano de obra esparcida por las áreas productivas o concentradas en los pequeños puertos del Lago y sus afluentes: La Ceiba, Gibraltar, Encontrados, etc. Maracaibo creció en lo económico a expensas de la explotación de los recursos y fuerza de trabajo de las jurisdicciones andinas y de las planicies costeras del Lago.


En lo urbano, Maracaibo inició e intensificó un proceso de modernización y expansión, a medida que el comercio del café prosperaba en el último tercio del siglo XIX. La ciudad estrenó nuevos edificios públicos. En 1883, en homenaje al Libertador se inauguró el 24 de junio el Teatro Baralt; de estilo ecléctico morisco, con capacidad para mil personas. El más suntuoso de ellos lo constituyó la sede de la Escuela de Artes y Oficios, construida en 1888 como parte del homenaje a Rafael Urdaneta en el centenario de su nacimiento. En septiembre de 1890 trasladaron a éste el Poder Legislativo. Techaron con tejas algunas casas del perímetro urbano, construidas o refaccionadas según nuevos cánones arquitectónicos: altas, de largos ventanales de contrastantes y vivos colores; enlosaron algunas aceras más de sus calles. Los héroes y las efemérides patrias les dieron nuevo nombre: Libertador, Páez, Carabobo, Urdaneta. Coincidiendo también con las conmemoraciones del natalicio del héroe, quedó inaugurado el servicio telefónico, y por vez primera en el país, una población venezolana se iluminó con el alumbrado eléctrico. Por fin, Maracaibo tenía acueducto público.


El perímetro urbano se había extendido hacia el norte con el municipio Santa Lucía, y hacia el oeste surgió el de Cristo de Aranza. Su ampliación demandó mejoras en el sistema de transporte. En 1884, inauguraron la primera línea de tranvías de tracción animal: unía al céntrico sector del mercado con Los Haticos, tradicional área de esparcimiento en la ciudad, a donde las familias adineradas empezaron a trasladar su residencia habitual. Otras líneas se construyeron que conducían, también desde el centro, a El Empedrado, El Milagro, Las Delicias; y en 1891, se estrenó la de Bella Vista, de tracción mecánica a vapor.


El resto de los puertos y poblados del territorio zuliano, testigos silenciosos del enriquecimiento y buena vida de la élite maracaibera como trampolín de la producción cafetalera andina y su abastecedor de frutos y artesanía, permanecía en un estado de casi total abandono, carentes de los servicios esenciales, con una fisonomía que los asemejaba a la más retirada de las aldeas rurales. Así lo demuestran los continuos reclamos y quejas de los concejos municipales de los diferentes poblados y jurisdicciones del Estado: el gobierno maracaibero no atendía a sus demandas de presupuesto para emprender obras públicas indispensables, mejoramiento de las condiciones urbanas, educación, etc., mientras las arcas oficiales se llenaban con los aportes de los impuestos municipales y este dinero servía para modernizar y embellecer a Maracaibo: un centralismo regional.


Políticamente, en Maracaibo se consolidó a lo largo del siglo XIX, su clase dirigente en torno a un proyecto de reafirmación de su papel como entidad autónoma en el concierto de la República, reforzado por su incorporación al sistema federal a partir de 1864. Difícil conseguir en el proceso histórico venezolano de ese siglo a otra localidad que, de manera tan continua, asumiera ante el Poder Central caraqueño actitudes de rebeldía e incon-formidad.


Hasta el año de 1830, al frente de las diversas instancias políticas -gobernación, ayuntamiento o concejo municipal- estuvieron los representantes de la élite tradicional maracaibera, vinculada familiarmente con las autoridades del pasado sistema monárquico español. A partir de la creación de la República, el gobierno del general José Antonio Páez, como otra de las medidas para debilitar a aquella élite que durante los años de la Independencia asumió definidas posiciones autonomistas, colocó al frente de los organismos locales a funcionarios provenientes del militarismo vencedor.


Este vuelco en la estructura de poder ocasionó que la ciudadanía se dividiera en dos bandos: los Campesinos, "compuesto de la mayor parte de la gente notable, de toda la pudiente, de todos los gremios y de mucha parte del pueblo bajo", y los Tembleques, del sector "arribista"1 , que desautorizaban y desconocían en forma permanente a los miembros de la élite local. A mediados de 1834, durante el proceso eleccionario "nacional", los Tembleques infringieron repetidas veces la ley de elecciones; los Campesinos, colmado el vaso, reaccionaron en su contra y denunciaron los hechos ante el Poder Central.


Pero llevaron más adelante sus acciones: encarcelaron en el Castillo San Carlos al Gobernador Ramón Fuenmayor y al Alcalde Ramón Enríquez, cabecillas de los Tembleques, y asumió el gobierno Lino Celis, líder del movimiento Campesino. En sus comunicaciones a Caracas, los Tembleques acusaron a los Campesinos de revolucionarios que buscaban romper la integridad del Estado Nacional: "enemigos" del orden establecido que pretendían sustraer a Maracaibo de la dependencia de Venezuela2.


De hecho, en la ciudad habían circulado pasquines, como uno anónimo de 1833 en el que se criticaba al poder caraqueño de considerar a los maracaiberos como inferiores e incapacitados para ocupar cargos públicos de importancia: "...Se quebró el cetro de España -afirmaban- se destruyó el imperio de Bolívar y va a comenzar el de los Borbones Caraqueños, y si no ¿cómo nos están encapando poco a poco cuando no hijos natos, otros tantos como ellos, y todos nosotros considerados como imbéciles para obtener empleos?..."3 .


La situación fue considerada de tal gravedad por Páez que se vio obligado a declarar alterado el orden público en Maracaibo e ilegal el gobierno provisional de Lino Celis: sacó de su retiro en Coro a Rafael Urdaneta y lo puso al frente de un batallón que marchó sobre Maracaibo. La elección fue doblemente acertada; por una parte, dio origen a la reconciliación de Páez y Urdaneta, quien no había aprobado la disolución de la República de Colombia, y por otra a Urdaneta lo unían con los maracaiberos estrechos vínculos familiares y de amistad, nexos comerciales y aun ideológicos pues había introducido la masonería en Maracaibo, a la cual pertenecía la élite que conformaba al movimiento Campesino. Tan fue así, que dejó acantonadas sus tropas en Casigua y se presentó en Maracaibo sorpresivamente solo, reponiendo inmediatamente el orden, acción que, según informó a Páez, no fue "un acto de las armas sino de la obediencia voluntaria del Gobierno"4. Los rebeldes fueron indultados por el Poder Ejecutivo y nombrados Manuel Ramírez y Mariano Montilla, ambos identificados con los Campesinos, como Gobernador de la Provincia y Comandante de Armas, respectivamente.


En una segunda movida política, muy próxima a la anterior, fueron los Tembleques quienes, disgustados con Páez por el apoyo prestado a los Campesinos, se manifestaron en junio de 1835 como partidarios de las Reformas propuestas por Mariño y respaldaron en septiembre de 1835 a Francisco María Farías y su posterior invasión y ocupación de Maracaibo.


Pocos años después, la disolución por la fuerza armada del Congreso Nacional el 24 de enero de 1848, que ocasionó la muerte, entre otras, de Julio Salas, diputado por Maracaibo, la enfrentó nuevamente al Poder Central. Los maracaiberos, con el apoyo de la Diputación Provincial y todos los "notables" de la ciudad, hicieron la guerra, durante un año a Monagas. José Aniceto Serrano, gobernador de la provincia, denunció "la traición de Monagas al pacto suscrito por Páez para sostener el continuismo político y las prerrogativas de las provincias" (Ferrer 1996: 185). Primera y única acción militar de Maracaibo contra el Poder Central.


Quizás esto explica que durante los años de la Revolución Federal (1859-1864) Maracaibo se abstuviera de participar directamente en el conflicto. Sólo en momentos en que el triunfo indiscutible del ejército de la Federación, a principios de 1863, definió hacia qué bando se inclinaba la balanza, Maracaibo, y tras ella las principales capitales provinciales y poblados regionales, proclamaron su adhesión a la causa federal; el occidente venezolano, temeroso de quedar entre dos fuerzas políticas de diferente signo, hizo causa común con Maracaibo (Cfr. Cardozo, Quevedo 1996).


Resuelta la guerra, dos maracaiberos, Nemesio Baralt y Octaviano González afirmaban, en 1865, que era en el aislamiento del Zulia, en el desarrollo de sus industrias y sus recursos propios donde habría que buscar las razones que daban a esta región "el carácter independiente que viene demostrando desde los primeros tiempos de la República en sus diferentes evoluciones políticas... porque no se extingue la naturaleza, el genio, el sentimiento popular y esas condiciones especiales de esa comarca que llamamos Estado Zulia y que está destinada a ser en lo venidero un gran pueblo, y un gran país, acaso una nación" (Baralt, González, 1865: 3-4). Nunca se expresó de manera tan precisa e idealista el imaginario autonomista maracaibero y la presumida identidad regional.


De ahí que no extrañe cómo el ambiente de Federación, que constituyó para Maracaibo el clímax de sus pretensiones autonomistas, condujese a tres declaraciones de indepen-dencia del Poder Central caraqueño. La primera, fechada el 20 de febrero de 1863 y firmada por Jorge Sutherland y Venancio Pulgar, Gobernador y Jefe de Operaciones de la Provincia respectivamente, señala el enfrentamiento de Maracaibo a Páez y su apoyo a la Federación:


¡Viva la independencia de Maracaibo...


...¿Qué lazos pueden unirnos ya a esa República contradictoria que soporta humillada con la resignación del esclavo vil una Dictadura que se organiza como para ser interminable, sin vergüenza ni temor de la historia? ¿Qué nos detiene... cuando el corazón nos dice, ¡Independizaos!


No más consideraciones, maracaiberos: la lealtad no nos ordena el suicidio. Rompamos los lazos: ¡proclamemos la independencia de Maracaibo!


Tenemos elementos para subsistir por nosotros mismos? Claro está, cuando hemos prodigado tanto dinero...


Los bienes de la independencia son incalculables; si nos detuviésemos en exponerlos, correríamos el riesgo de ser tenidos como visionarios por los que no conocen este suelo privilegiado, nido de tantas riquezas ...5


La segunda y tercera, en el contexto del fracaso del gobierno federal por parte de Caracas, lo constituyen un decreto del 30 de julio de 1868 firmado por Jorge Sutherland como gobernador del Zulia, y un acuerdo de 24 de junio de 1869 de la Legislatura del Estado, según los cuales el Zulia "reasume la soberanía" delegada en los poderes nacionales mientras los pueblos de la unión establecen un gobierno general de conformidad con la Constitución.6


El discurso regionalista aparece en boca de los dirigentes y élite maracaibera; pero, en qué medida se corresponde con la praxis social de todo el espacio zuliano, y en consecuencia denota identidad regional, se verá plasmado en los acontecimientos producidos por la movilización social que origina, a fines de 1889 y principios de 1890, el rescate de la autonomía de la que había sido privada el Estado por decreto de Guzmán Blanco.


El retorno de Guzmán Blanco al poder, en febrero de 1879, como jefe de la Revolución Reinvindicadora inauguró para la élite maracaibera un nuevo período de calamidades. Así lo presentía su población que fijó en las esquinas e hizo circular pasquines que denigraban del mandatario.


Con el propósito de debilitar al caudillismo local y demás frentes de oposición regionales, Guzmán Blanco hizo aprobar por el Congreso, el 27 de abril de 1881, una nueva Constitución que reducía a Venezuela de veinte a nueve Estados. Zulia permaneció aún como uno de estos nueve Estados autónomos de la Unión.


Un mes después, el 19 de mayo, contradiciendo a la recién aprobada Constitución, el Congreso promulgó una Ley que instaba a los Estados Falcón y Zulia a fusionarse entre sí o con otros Estados. Al día siguiente, Guzmán Blanco dictó un decreto mediante el cual designaba un Presidente en el "Grande Estado" resultante de la fusión de Falcón y Zulia; todavía ambas entidades no habían tenido tiempo de enterarse de la disposición emanada del Congreso.


El 18 de noviembre se promulgó la Constitución del Grande Estado Falcón-Zulia que dio figura jurídica al pacto de unión entre ambos Estados. Posteriormente, en abril de 1883, la nueva entidad federal pasó a denominarse simplemente Estado Falcón, y su capital se radicó en Capatárida. El Zulia, convertido en Sección, desapareció del mapa y de la división político-territorial del país. Doble descalabro para la élite dirigente maracaibera: el Zulia perdía su entidad como Estado de la Federación y Maracaibo la capitalidad regional, ejercida desde mediados del siglo XVII.


En la más pura tradición de la política moderna del siglo XIX, la élite maracaibera, a lo largo de la década de 1880 y mientras se mantuvo Guzmán Blanco en el poder, se organizó para crear un clima de opinión en la colectividad a favor de la reconquista de los derechos y fueros perdidos. La pedagogía política se puso en marcha. Simultáneamente la élite se valió de la prensa y del contacto directo con la comunidad.


Alejado Guzmán Blanco del poder y de Venezuela, el 5 de julio de 1888 asumió la Presidencia Juan Pablo Rojas Paúl. Su pronta actitud antiguzmancista y las positivas obras de gobierno despertaron en los maracaiberos francas esperanzas.


Pero, desde septiembre de 1889, los partidarios de Rojas Paúl propusieron un proyecto de reforma constitucional para mantenerlo en el poder; además, modifica-ciones en la organización político-territorial preveían, entre otras, la desaparición de las secciones Falcón y Zulia del Gran Estado Falcón para fusionarlas en una sola entidad: se haría Ley, por la nueva Constitución, lo que hasta ese momento sólo se había sostenido por el decreto guzmancista.


La noticia cayó como rayo sobre las aspiraciones de la élite maracaibera con respecto a la región; así lo manifiesta la decepción y patetismo de quienes la comentaron, al confirmarla el diputado por la Sección Zulia, Antonio Acosta Medina, en telegrama enviado, el 19 de diciembre de 1889, desde la Asamblea Legislativa del Estado Falcón, establecida por Guzmán Blanco en Capatárida:


...cuando el Zulia creía próxima la hora de aquella reintegración, siniestro rumor que llega a sus playas y que se difunde por todo su territorio como fatídico mensajero, le anuncia que su autonomía, hasta hoy sólo perdida en el hecho quedaría borrada en el Pacto Federal por virtud de las reformas (El Zulia y su autonomía ante la Nación: IV-V).


De inmediato, la élite maracaibera organizó un movimiento de protesta. El clarinazo lo lanzó el periodista Trinidad Bracho Albornoz, director de El Noticioso; propuso la estrategia a seguir:


La reducción de los Estados fue un medio de que se valió el antiguo régimen para tener más a la mano los resortes que habían de sostenerle en el poder... Por eso es necesario que el Zulia entero levante su voz para protestar contra la formación del nuevo Estado; organícense asociaciones, créense periódicos; convóquense mitings; agrúpense los individuos de cada un gremio, para que todos a una eleven su voz hasta el Jefe de la República, hasta el Congreso, hasta la Nación entera, protestando contra el inconsulto maridaje de Coro y Maracaibo (El Noticioso. Maracaibo, 18 de diciembre de 1889, núm. 15: 4. Subrayado del autor).


La prensa abrió un debate público que precisó y fundamentó los derechos que asistían a los zulianos para rescatar su autonomía y que ésta quedara formalmente definida en la Constitución. Las plazas de la ciudad fueron escenario de asambleas públicas para compartir con el colectivo maracaibero el momento de tensión que se vivía. La convocatoria, de carácter popular, motivó una respuesta igualmente popular. Los habitantes de Maracaibo se reunieron, según la tradicional figura de los gremios, y uno tras otro hicieron público en pasquines y notas a la prensa su rechazo a la decisión que el Congreso de la República estaba pronta a tomar: el Zulia debía conservar su autonomía. Los pronunciamientos fueron firmados por los miembros de cada uno de los gremios de Maracaibo. Pero no todo el Zulia entero levantó su voz para protestar contra la formación del nuevo Estado, según el llamado y a propuesta del periodista Trinidad Bracho Albornoz.


La cúpula organizadora del movimiento proautonomista se constituyó como "Junta Central Reinvindicadora de la Autonomía del Zulia", creada el 31 de diciembre de 1889 en "El Elefante Blanco", elegante salón de reuniones sociales, con representación de todos los gremios de la ciudad: abogados, médicos, dependientes, estudiantes, marinos, comer-ciantes, tipógrafos, carpinteros, ganaderos, carpinteros de rivera, pulperos, tabaqueros, corredores, queseros, albañiles, zapateros y herreros. La Junta se declaró en sesión permanente.


El 10 de febrero de 1890 sus integrantes firmaron un documento de declaración de principios dirigido al Congreso de los Estados Unidos de Venezuela; lo acompañaba la reproducción de los innumerables editoriales y artículos publicados en la prensa maracaibera, los discursos en las plazas y las manifestaciones de adhesión gremial a la causa autonomista. Titularon al expediente impreso: El Zulia y su Autonomía ante la Nación.


Algunos párrafos extraídos de los "Manifiestos" gremiales definen y funda-mentan el discurso autonomista. En el firmado por 52 miembros del gremio de herreros, se lee:


A primera vista aparecerá que litigamos por una cuestión de palabras; pero no es así, porque en el fondo es una cuestión de vida o muerte para el Zulia; es una cuestión que hiere muy profundamente nuestros intereses, nuestro más legítimo orgullo, nuestro decoro y dignidad como pueblo venezolano...


ZULIA! ... He aquí el talismán de nuestros más caros afectos, el que se enlaza con el nombre de Dios, con nuestras férvidas oraciones, el norte de nuestras más puras esperanzas y a cuyo aliento deseamos vivir y morir...


...borrar por completo del mapa venezolano la dulce palabra Zulia , destruyendo de un sólo golpe lo que ha sido, es y será el pueblo conocido con ese nombre, es a nuestro juicio una barbaridad. Sería suponer tristemente que del lado de acá del Occidente no viven sino parias: sería suponer que no hay ideas en nuestro cerebro, sangre en nuestras venas ni un rasgo de altivez en nuestros corazones ...("Desde el yunque". En: El Zulia y su Autonomía ante la Nación: 124-125).


Estas reflexiones, cargadas de emotividad sobre el Zulia y su pueblo las sustentaban los redactores del documento de presentación del alegato pertenecientes a la élite política e intelectual del momento, en el dominio de una territorialidad que englobaba a una macro región geográfica y en el proceso histórico propio de esta parte del país. Para demostrar cómo "el Zulia se basta a sí mismo y que puede por sí sólo vivir como Estado independiente de la Unión Venezolana", recordaban que "la geografía y la historia... le señalan en el espacio y el tiempo puesto aparte, como provincia o Estado entre las agrupaciones de la República" (El Zulia y su Autonomía ante la Nación: XI y VI).


Finaliza el siglo, y los actores sociales del momento retoman un discurso que se escuchó en boca de José Domingo Rus en los años de la lucha emancipadora. Es el balance de los logros alcanzados durante esas décadas de esfuerzo y superación para figurar en el concierto republicano y ser respetados como entidad territorial autónoma, de acuerdo a la especificidad de su centenario proceso histórico. En el imaginario maracaibero ser autónomo no era un capricho político; representaba una convicción histórica.


Es de notar, en primer término, la presencia durante los meses de conflicto de toda la comunidad maracaibera: élite política e intelectual y miembros de los diferentes sectores laborales. La participación de los gremios maracaiberos respondió a una válida estrategia política para presentar al Zulia ante el Congreso de Venezuela como un todo unido. Aunque la "Junta Central Reinvindicadora" y los diferentes gremios actuaron y se pronunciaron en nombre del Zulia, no participó población que no fuera maracaibera, como lo prueba la ausencia total de miembros de otras ciudades y poblados, los cuales ni siquiera se manifestaron enviando correspondencias de apoyo al movimiento autonomista. Curio-samente, sí hubo una muestra de apoyo de los maracaiberos residenciados en Cúcuta; como se sabe era numerosa esta colonia por los intereses comerciales que se manejaban entre las dos ciudades.


El 14 de abril de 1890, el Congreso declaró nulo el pacto de unión entre Falcón y Zulia; y el 3 de mayo, el Presidente Andueza Palacio firmó el decreto mediante el cual se devolvía la autonomía al Zulia. Esta pronta respuesta a un conflicto que al llegar al Congreso había durado escasos dos meses de deliberaciones constituyó un triunfo para la élite maracaibera.





CONSIDERACIONES FINALES


Maracaibo, como fenómeno urbano y hecho social, se debate durante el siglo XIX entre el realismo y la ensoñación, en una actitud vital que oscila pendularmente del éxito al fracaso y de éste hacia la superación de las contradicciones.


Su estratégica ubicación, en una de las regiones naturales más feraces y mejor comunicada del país y en la ruta del Caribe hacia el mundo Atlántico, la ha convertido en la ciudad primada del occidente venezolano y del nororiente colombiano. Su élite dirigente, a lo largo de un período de larga duración, ha tomado conciencia de lo que expresara Agustín Codazzi, en 1840, al describir las zonas agrícolas de Venezuela:


Pero lo anterior nada es en comparación de las esperanzas que prometen los países desiertos que circundan el lago de Maracaibo: parece que la providencia ha internado esta gran masa de agua para [a]cercar las costas a las tierras que están al pie de las más altas cordilleras de Trujillo y Mérida ...Si se reflexiona que apenas ribetean las playas del lago unas cuantas haciendas... y que el resto del país, donde es silvestre el árbol del cacao, se halla enteramente inculto, se vendrá en conocimiento de lo que Maracaibo debe ser en los tiempos venideros, cuando una población activa y proporcionada a su extensión, sepa sacar partido de todas sus ventajas (Codazzi, A. 1940: I, 73).


Esa conciencia de las potencialidades reales del hinterland que rodea a Maracaibo y de la preeminencia -no menos cierta- que ha adquirido como ciudad-puerta del occidente de Venezuela, impulsó a su élite a jugarse el todo por el todo, en 1810, con la esperanza de consolidar sus pretensiones autonómicas y quizás un nuevo espacio "nacional". Durante una larga década se enfrentó a los ejércitos republicanos; pero el resultado de la guerra la obligó a claudicar; su proyecto separatista, los deseos de independencia que había alimentado su imaginario autonómico fueron castrados por una nueva dependencia, primero de la República de Colombia y luego de la República de Venezuela, más estricta y exigente que la anterior pues se regía por un férreo sistema constitucional.


En los avatares de este juego político, también perdió su primacía administrativa sobre el occidente venezolano al ser reconfirmadas Mérida y Trujillo, sus antiguas jurisdicciones, como provincias indepen-dientes ¿Temor por parte del Poder Central caraqueño de que aquella vasta y rica región occidental, liderada por una ciudad con tradición de autonomía, llegara a separarse de la República?


A lo largo del siglo XIX, la élite maracaibera pregonó y disputó ante la constante reafirmación del centralismo, que no tenía cuenta de si la Constitución vigente era centro-federal o federal del todo, sus menguados fueros autonómicos. Sin embargo debió pasar bajo sus "horcas caudinas": un plumazo Guzmán Blanco la privó de su autonomía, a lo largo de la década de 1880.


A partir de 1830 creció el movimiento mercantil del puerto aguijoneado por la demanda mundial de café; pero la dirección del comercio, las finanzas y la riqueza pasaron sucesivamente de los británicos a los alemanes: los descendientes de la élite colonial sobrevivieron de la actividad rentística inmobiliaria y de los préstamos.


El tradicional orgullo maracaibero calificó a su urbe como "segunda ciudad de Venezuela", aunque su aspecto la asemejase más a una aldea o poblado rural: la mayor parte de sus calles y edificaciones ofrecían un panorama desolador y deplorable, y careció de elementales servicios como agua y alumbrado hasta fines del siglo XIX. Los aledaños de las ordenadas instalaciones portuarias y elegantes edificaciones mercantiles que miraban al Lago en el frente de La Marina contrastaban de tal modo con el resto de la "segunda ciudad" que produjo una avalancha de ordenanzas municipales que decretaron el "fiat" de la ciudad deseada o imaginada. La casi totalidad de las disposiciones e iniciativas fueron letra muerta por largo tiempo.


Era tan fuerte el impulso de este acto volitivo que, aunque las realizaciones urbanas marchasen a paso lento, la nueva ciudad, la ciudad deseada, existió primero en el verbo iluminado de ensayistas y poetas que en la realidad.


En 1889, el escritor y jurista Jesús María Portillo describía así a Maracaibo:


Bajo un cielo el más espléndido de las regiones tropicales y sobre una llanura que besa el Coquivacoa, el más grande de los lagos de la América del Sur, se levanta gentil como una odalisca y vaporosa como el sueño de una fada, la ciudad de Maracaibo...


Difícil sería hacer una descripción que pudiera ser original en el sentido de la belleza poética que ella encierra. Los trovadores que nacieron a orillas de su laguna y otros bardos que la han visitado, han agotado, y hasta copiándose los unos a los otros, el vocabulario de la poesía y la fuente de las imágenes. TIERRA DEL SOL AMADA la llama el más egregio de sus hijos; COPIA EMBELLECIDA DE LA REINA DEL ADRIÁTICO la nombra otro ... (Portillo, J. M. 1890: 5)


La ciudad y su lago fueron el binomio poético que se multiplicaba como en un juego de infinitos espejos a lo largo del siglo XIX. La realidad virtual fue más poderosa que el diario espectáculo de un asentamiento urbano dejado muchas veces a su suerte y de un lago cuyas orillas ya contaminaban los desechos humanos y los despojos de su matadero. Los escritores crearon la ilusión de la ciudad y del entorno deseados:


Maracaibo! .... mansión encantadora


que tienes del espacio los colores,


las armónicas voces de la aurora


y del Edén las virginales flores!


En ti las hadas que el destino adora


tienen templo y altar de sus amores;


por eso tan hermosa te formaron


y con galas tan ricas te adornaron.


Como esta estrofa de J. M. Pinzón Rico, publicada en El Zulia Ilustrado, (p. 60) fueron centenares los poemas dedicados a Maracaibo y su lago, reproducidos en libros, folletos, revistas y periódicos, tantos cuantos poetas la poblaban. ¿Inspiración o evasión?


También los políticos y constructores de la ciudad soñaban. Jesús Muñoz Tébar, Presidente del Estado, se expresaba así, en 1894, al proponer la dotación de un acueducto:


Maracaibo, que es hoy la segunda ciudad de Venezuela, llegará en pocos años a ser la primera, si se le da una distribución de agua suficiente.


El número de sus habitantes crecerá con rapidez hasta alcanzar el límite para el cual se haya calculado esa distribución. Si después de llegar a ser una ciudad de cien mil habitantes, se la puede abastecer de agua ilimitadamente, crecerá, y en menos de un siglo la llamaríamos la New York de la América del Sur (Cfr. Atencio R., M. 1995: 475-476).


Esa secular lucha entre lo que Maracaibo quería ser y lo que sus condiciones económicas y vicisitudes políticas le permitían quedaron plasmadas en las estrofas de Udón Pérez que presidieron este evento como un grito de reafirmación identitaria:


"Mía", cuando ríes; "mía", cuando lloras;


"mía", cuando luchas; "mía", cuando oras;...


"mía", a todas horas, Maracaibo mía.





NOTAS


1 Informe privado del General Rafael Urdaneta al Secretario del Interior. Maracaibo, 29 de diciembre de 1834. Archivo General de la Nación. Sección de Interior y Justicia, tomo CVIII, folio 252. Este y los documentos referidos a esta coyuntura son citados por Arlene Urdaneta Quintero, La Revolución de las Reformas en Maracaibo. Campesinos y Tembleques, cuya lectura se recomienda para una información mayor y análisis de estos hechos.


2 "Averiguación oficial del Alcalde Ramón Enríquez quien informa al Gobernador sobre los últimos sucesos" e "Informe del Gobernador Ramón de Fuenmayor al gobierno de Caracas". Maracaibo, julio de 1834. Archivo General de la Nación. Sección de Interior y Justicia, tomo XCII, folios 247 y 269, respectivamente.


3 Archivo General de la Nación. Sección de Interior y Justicia, tomo XXIX, folio 266.


4 "Oficio enviado al Despacho de Guerra y Marina". Archivo General de la Nación. Sección de Interior y Justicia, tomo CVIII, folios 262-264.


5 Archivo Histórico del Zulia: año 1863, tomo 15, legajo 25, folio 2. Cfr. Rutilio Ortega González et alii: Las independencias de Maracaibo.


6 Archivo Histórico del Zulia: documentos sueltos de 1868-1869, tmo 27, legajo 6.





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