Re: Cuba y Puerto Rico
Pero yo calculo que el Sr. Romero Robledo, que ha ocupado un puesto oficial de tanta importancia, debe dársela, y no escasa, á lo que en mi sentir la tiene, y mucha, que es á la conducta de todos los Gobiernos respecto á ambas islas; y de seguro sabrá que apenas hay una sola ley (cábele esta satisfacción ó esta gloria al Sr. Cánovas, ilustre orador de esta Cámara, único quizá que ha dado leyes comunes para Cuba y. Puerto-Rico) que no sea igual para ambas islas. Esas leyes han sido civiles, han sido las de enjuiciamiento; pero todas las demás leyes, todas sin excepción, lo mismo la de enseñanza que la-de los municipios, hasta la de cementerios, todas absolutamente se han dado distintas para Cuba y Puerto-Rico; y digo que se han dado distintas, porque se han dado para Cuba y no para Puerto-Rico.
Poro debo dejar respecto de este particular el argumento que á mi ver concluye y remata el cuadro que me he propuesto trazar de las contradicciones en que el señor Romero Robledo se halla con su voto particular. El Sr. Romero Robledo, que formaba una parte importante de la administración desde el principio de la revolución, dictó y publicó un decreto político importante: este decreto es el decreto electoral. Pues va á asombrarse la Cámara cuando sepa que ese decreto le dió distinto para Cuba que para Puerto-Rico; y que mientras la Gaceta de Cuba publicaba que tendrían derecho electoral en aquella isla todos los que pagasen 500 rs. de contribución, con asombro de propios y extraños, para la isla de Puerto-Rico decía que se necesitaba pagar 2.000 rs. de contribución para tener derecho electoral. Es decir, que sin duda ha considerado el Sr. Romero Robledo en su altísima ilustración, que la isla de Cuba era pobre, que tenia pequeños capitales y que por lo mismo debia tener un censo pequeño, como lo es el de 500 rs., mientras que para PuertoRico, que debe ser el emporio de la riqueza y de los grandes capitales, se señalaba el censo de 2.000 rs. para gozar del derecho electoral. Esto lo dice la Gaceta, no lo digo yo; y por eso en la isla de Puerto-Rico había que pagar 2.000 rs. para ser elector, mientras que en la isla de Cuba basta pagar 500 rs. Yo bien sé que después esto se enmendó; pero puede considerarse como una gran falta. Cómo se enmendó, ya nos lo dirá el Sr. Romero Robledo: lo que yo sé es que se trata de un decreto fechado en 14 de Diciembre, y que se daba de una manera para Puerto-Rico y de otra manera para Cuba, siendo así que está firmado por el mismo Ministro, en la misma fecha, con las mismas condiciones, variando tan solo en lo que antes he dicho, es decir, en que se daba de distinta manera para cada una de las dos Antillas, diciéndose, sin embargo, que era el mismo decreto.
El Sr. Romero Robledo podrá decirnos, porque mi escasa inteligencia no llega á comprenderlo, cómo se ha podido hacer este soberano milagro.
Con la reseña que acabo de indicar de las diferentes leyes que se han dado para Cuba y para Puerto-Rico, todas distitas, todas diferentes por completo, creo haber contestado satisfactoriamente á lo que nos dice el Sr. Romero Robledo respecto de que una nacionalidad tan fuertemente constituida exige una sola, legislación,, un mismo sistema de gobierno. Pero no concluiré este punto sin hacer algunas observaciones sobre eso de una nacionalidad tan fuertemente constituida. Señores, constituyen una nacionalidad tan fuertemente constituida las islas de Cuba y Puerto-Rico, que hasta hace poco, poquísimo tiempo, el tabaco de Puerto-Rico estaba prohibido en la isla de Cuba, mientras que el tabaco de Cuba entraba libremente en la isla de Puerto-Rico. Y el comercio era tan activo, y las comunicaciones tan frecuentes, que para escribir de Puerto-Rico á la Península tenían que ir las cartas á la Habana y para escribir de Puerto-Rico á Cuba tenían que venir las cartas á la Península para ir después á la Habana. Esta era la nacionalidad tan fuertemente constituida de que nos habla el Sr. Romero Robledo. Y no creáis que ha variado mucho este estado de cosas: todo está reducido á que cada ocho-ó quince dias haga el viaje de Puerto-Rico á Cuba un vapor debido á la industria particular, porque el Gobierno no ha estudiado todavía el medio de establecer comunicaciones fáciles entre estas dos Antillas. Y no quiero ocuparme de los proyectos que hay pendientes de discusión, porque la Cámara sabe los obstáculos que encuentran para hacer que aquellas dos islas con España constituyan lo que se llama la anidad nacional, que me temo que tarde mucho en ser un hecho, sobre todo respecto de la isla de Cuba.
Pero se hace aquí gran fuerza en el efecto que esto podría causar en la isla de Cuba; y francamente, me asombra que tales argumentos puedan hacerse: primero, porque se nos obligaría con esto á hablar de cosas que no queremos, ni podemos, ni debemos decir en estas circunstancias; y segundo, porque la historia viene á contestar por nosotros. No hace muchos años, apenas hace dos, que vino aquí una comisión, llamada por cierto en virtud de un decreto del Sr. Cánovas, que fué el que, cumpliendo sus graves compromisos, dió los mayores pasos en la senda de las reformas liberales de aquel país. Se reunió aquella comisión, y por cierto que se componía de elementos muy especiales todos: los unos venían, pudiera muy bien decirse, por derecho propio, porque habían sido elegidos por aquellos países, y todos ellos sin excepción fueron partidarios de las reformas liberales; los otros, que constituían la porción más numerosa, casi cuatro veces más que los elegidos por el país, fueron nombrados directamente por la Corona; y estos, dicho se está, eran el elemento más reaccionario de la comisión.
Pues bien: lo mismo el elemento liberal que el elemento reaccionario de la isla de Cuba, sostuvo desde el primer momento que aquella isla no tenia nada que ver, absolutamente nada que ver, con la de Puerto-Rico para la solución de todas las cuestiones, absolutamente de todas, así de las económicas, como de las sociales, de las políticas y de las administrativas, las cuales podían resolverse de distinta manera, según la isla de que se tratase. Es, pues, muy extraño que cuando los elementos reaccionarios de la isla de Cuba no querían entonces que se resolvieran las cuestiones por un mismo criterio, vengan hoy á exigir de la isla de Puerto-Rico, no que se resuelvan las cuestiones con el criterio suyo, sino que se resuelvan cuando ellos lo permitan, cuando ellos quieran ó puedan venir aquí.
Por consiguiente, no creo que pueda influir gran cosa'
en el Congreso esa especie de fuerza mayor que la isla de Cuba quiere ejercer sobre la pobre isla de Puerto-Rico: harta fuerza mayor ha venido ejerciendo, hasta el punto de que en España nunca se hablaba de Puerto-Rico, sino siempre de la Habana, creyéndose que la isla de Puerto-Rico era un departamento, ó cosa parecida, de la Habana Y esto es tan cierto, que he visto yo mismo listas de correos, en que se decia: «Cartas de la Habana: Fulano de Tal, de Puerto Rico: Fulano de Tal, de Filipinas: Falano de Tal, de Nueva-York »
Por lo tanto, ni la isla de Cuba aspira á ser lo qoe la isla de Puerto-Rico, ni la de Puerto-Rico ¿serlo que la isla de Cuba. Concluyo, pues, manifestando que la isla de Cuba puede reclamar para sí una autonomía mis ó menos franca; pero que la isla de Puerto-Rico tiene otra aspiración, como ya dije en mi programa al ser elegido p ra representarla; y esa aspiración no es otra que la de continuar siendo una provincia de España con iguales ó idénticos derechos que las demás de la Península.
El Sr. VICEPRESIDENTE (Montesino): El Sr. Somero Robledo tiene la palabra.
El Sr. ROMERO ROBLEDO: Empiezo por presentar á la mesa 3.000 firmas de españoles cubanos asociándose á la exposición que en un día anterior presentó á las Córtes mi particular amigo el Sr. Cánovas del Castillo, que tenia igual encargo; pero por la circunstancia de usar yo de la palabra, soy el que tiene la honra de ponerla sobre la mesa. Antes los recurrentes eran 11.000; ahora son 14.000.
Señores Diputados, jamás ha pesado sobre mi ánimo como en el dia de hoy el sentimiento de desconflania eu mi escasa inteligencia y en mi humilde palabra; jamás me he levantado en este sitio bajo más dolorosa impresión; jamás reclamé con tanta necesidad vuestra atención j vuestra benevolencia. Y es que en ninguna otra ocasión tampoco he considerado más graves intereses en litigio, más imperioso el deber del acierto, más irreparable el error si en él caemos, más indispensable el acto, no quiero decir que imposible, pero sí dificilísimo para toda Asamblea política, que yo vengo á pediros.
Yo os pido, Sres/ Diputados, que nos desnudemos de todas nuestras pasiones políticas, de toda preocupación de escuela y espíritu de partido; yo bien quisiera poder ofreceros el ejemplo, rasgando á vuestra presencia mi historia, mis antecedentes y mis compromisos, presentándome hoy ante vosotros, no como hombre de partido, ni de fracción determinada, sino como simple español que, inspirándose en noble y desinteresado patriotismo, solo ambiciona laceros oir sus más puros acentos.
(Quiera el cielo que solicitada nuestra atención por tan múltiples intereses, todos sagrados y respetables,como son los que nos ocupan, sepamos distinguir en este instante aquel que con urgencia exige nuestra esmerada solicitud, y que acertemos con el oportuno remedio!
Porque es necesario pensar bien que lo que vamos a resolver acaso no admita enmienda; es necesario tener presente que nuestro voto pudiera comprometer la integridad de la Pátria, y que lo que aquí hagamos tal vez pufl' da contribuir á que veamos abatido y cubierto de vergüenza el pabellón de Castilla en aquellos mismos parajes donde ondeó con pura y brillante gloria, con asombro, »<!• miración y envidia del mundo conocido hace tres siglos Y en vano, para justificar nuestro voto ante el mundo y ante las generaciones que nos sucedan, habremos de ampararnos en la sinceridad y pureza de nuestas intenciones; porque el error, aun de buena fé cometido, nos lo echará en rostro eternamente y como un crimen la bistoria. Traigoáesta cuestión, lo confieso, toda la pasión que cabe en mi alma; vengo dispuesto á combatir y batallar hasta donde mis fuerzas alcancen, hasta donde me lo permita el Reglamento, hasta el límite de mis medios, pocos ó muchos, buenos ó malos, para impedir que este proyecto sea ley, y que se lleve á las Antillas la perturbación que indudablemente les llevaría, y que presagia la alarma que ha sembrado el anuncio de que las Córtes Constituyentes iban á ocuparse de este asunto. Pero si tal es mi sincero convencimiento, quiero hacer constar que no me mueve espíritu de oposición al Gobierno. Si ha habido recientemente un acto de la unión liberal que algunos han calificado de oposición; si tal vez, merced á este acto, va la Asamblea á ocuparse de esta cuestión, bueno es que se tenga presente que mi voto particular estaba anteriormente formulado, y que por consiguiente, de ninguna manera puede ser la expresión de hostilidad hacia el Gobierno de S. A.
Tampoco tengo espíritu alguno de oposición al Ministro de Ultramar.
He callado en muchas ocasiones que pudiera y debiera haberle censurado, por alejar hasta el asomo de duda de venir á usar de la palabra en este sitio movido por impulsos poco levantados.
Ahora bien: en el dia de ayer me he encontrado sorprendido cuando he visto puesta á discusión la Constitución de Paerto-Rico. Me he preguntado: cuando hace ya quizás un mes que la mayoría se reunid precipitadamente en otro recinto para deliberar acerca del medio pronto y expedito de discutir las leyes orgánicas, ¿qué sucede en Puerto-Rico, qué hay, qué pasa, para que así, de repente, se anteponga esta discusión á la de aquellas urgentísimas leyes? Hace poco no se hablaba aquí más que de la necesidad de discutir y votar rápidamente las leyes orgánicas; esto era lo preferente, lo apremiante; era el principal objeto que tenia esta segunda legislatura de las Córtes Constituyentes ¿Qué sucede, pues, repito, en PuertoRico que así es necesario precipitar la discusión de su Constitución? Pero no es solo que se haya antepuesto á las leyes orgánicas. Hay sobre la mesa otro motivo de discusión urgente. Porque hace dos meses ya,que un Ministro del Gobierno de S. A., el Ministro de Ultramar, publicaba en la Gaceta un decreto destituyendo á un individuo del Tribunal dj Cuentas. Este Tribunal no dio cumplimiento al tal decreto, y acudió á las Córtes denunciando la usurpación de sus facultades, cometida por el Ministro que le dictó. Nombrada una comisión, no ya los individuos que formando parte de ella, procedían de la unión liberal, sino otro miembro de la misma, perteneciente al partido progresista, persona respetable para todos nosotros, mi amigo el Sr. Ruiz Gómez, ha formulado separadamente de aquellos un voto particular, que lo es también de censura para el Ministro de Ultramar. No os extrañará que á mí mismo me pregunte, ¿cómo el referido Ministro, á pesar de tener sobre sí este voto de censura, que debe molestarle en gran manera, ha venido aquí en estos dias á leer proyecto de ley sobre proyecto, hacinando sobre esa mesa los que por su número y por su importancia será imposible discutir, y cómo hoy aborda la discusión de la Constitución de Puerto- ttico?
La Iglesia es el poder supremo en lo espiritual, como el Estado lo es en el temporal.
Antonio Aparisi
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