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Tema: El verdadero Che Guevara

  1. #101
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    El Che Guevara: ¿era Médico o un impostor?

    Por José Luís Fernández.
    Medicina Cubana, Octubre 07, 2007



    Un jovencísimo Ernesto Guevara, ingresante en medicina, en su clase de Anatomía I, foto ritual que se saca al iniciar la carrera.

    ¿Que fue Ernesto Guevara, realmente?

    Su existencia cobra fama después del triunfo de Fidel Castro. Era asmático y
    no soltaba el puro de los labios. No conocía a Cuba ni la forma de vivir de los cubanos y fue allá a hacer una "revolución socialista". Sin ser economista, su aventurismo lo llevo a ocupar la Presidencia del Banco Nacional. Sin ser Técnico Industrial o Ingeniero, su osadía le hace tomar la posición de Ministro de industrias. Sin haber sido agricultor quiso organizar el Instituto Nacional de la Reforma Agraria en Cuba.

    Se decía que era medico. Sin embargo, mientras se aventuró en el Banco Nacional y el Ministerio de Industrias, no se atrevió en el Ministerio de Salud Publica, ni en ningún Hospital, campos donde se suponía tuviera conocimientos y quizás experiencia. ¿Por que? ¿Seria posible que realmente tampoco fuera médico y no quería verse envuelto en decisiones con otros médicos, que rápidamente descubrirían que era un impostor?

    Hemos tratado de hacer un recorrido de su vida de estudiante. Buscamos en sus biografías, la mayoría escrita por admiradores u ordenadas por el Partido
    Comunista de Cuba. Por tal motivo no nos merecían crédito, por lo que fuimos a la fuente.

    ¿Guevara estudiante de la Universidad de Buenos Aires?

    Toda vez que los biógrafos de Ernesto Guevara que mencionaban su doctorado
    mencionaban la Universidad de Buenos Aires, se gestionaron datos en esa área.
    Recibimos copias fotostáticas (fáciles de falsificar) del recibo para el examen de Ingreso en Octubre 12 de 1947, pero con fecha Mayo 26 de un año en el que aparecen superpuestas las décadas 50 y 70.

    Una lista de desaprobaciones de Materias examinadas en los años 49, 51 y 52. Y lista de Asignaturas aprobadas en 1948, 49, 50, 51, 52 y 53. Solicitud y recibo del Certificado de Medico de la Facultad de Ciencias Medicas de Buenos Aires con fechas 22 de Mayo y 23 de Junio de 1953 respectivamente. Aparece como Ingresado en Mayo 1948 (sin día) y egresado el 11 o 14 de Abril de 1953. Siendo diplomado el 12 de Junio de 1953.

    Todo este material referente a Ernesto Guevara y su titulo de Medico.

    Tratamos de que se localizara aunque fuese un médico graduado con él, o que hubiera hecho el internado con el para tener opiniones directas sobre su época de estudiante y profesional.


    Tita Infante, Jorge y Carlos Ferrer, los tres militantes comunistas o activistas, "testimonian" haber sido compañeros de Facultad con el Ernesto Guevara al igual que el Dr. Salvador Pisani, con el cual al parecer publicó un proyecto durante sus días de estudiante titulado "Sensibilización de cobayos a pólenes por inyección de extracto de naranjos". Pero ninguno de los cuatro los dos Ferrer, Infante o el Profesor Pisani, mencionan que se haya graduado o presentan pruebas de lo mismo.

    Mas tarde informaron desde Buenos Aires que el Dr. Mariano Cantex, de Rosario había estudiado con el. Este Dr. Cantex, fue Presidente de la Asociación Medica de Medicina Interna por los años 20 cuando Ernesto Guevara no había nacido todavía.

    Esta burda falsedad nos hace dudar de los supuestos documentos de la Universidad de Buenos Aires. ¿Fueron falsificados o alguien tomo los exámenes por el?

    Se solicita entonces del Dr. Luís N. Ferreira, Decano de la Facultad de Medicina en Buenos Aires que nos verifique estos datos del graduado Ernesto Guevara.

    Su respuesta fue la siguiente: "El Señor Ernesto Guevara creo que se recibió en la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina. Nosotros no tenemos información acerca de este señor. Les ruego comunicarse con la Universidad de Córdoba".

    ¿Guevara se graduó, entonces, en la Universidad de Córdoba?

    Se indago entonces en la Universidad de Córdoba, escribiéndole al Rector.
    Prof. Dr. Eduardo Humberto Staricco, al Vice-Rector Prof. Dr. Hugo Oscar Juri, al Secretario General Ing. Ricardo Torassa, al Pro-Secretario General Dr. Hernan Faure, al Secretario de Asuntos Económicos y Financieros Lic. Sergio Obeide y a la Secretaria de Asuntos Académicos, Lic. Sofía Acuña.

    No se recibió respuesta alguna.

    Decidimos acudir a colegas periodistas en Córdoba, argentina.

    Contactamos a Alberto Saint Bonnet del periódico LA PRENSA DEL NORTE, en Jesús Maria, Córdoba, que accedió gustoso a buscar en los archivos de la Universidad la documentación necesaria, así como alguien que recordara a Guevara, o tuviera alguna foto de graduación, internado, etc.

    Al poco tiempo recibimos la respuesta del periodista Albert Saint Bonnet: "Lo
    que en apariencia se trataba de una simple colaboración, en la práctica se ha tornado en una complicada búsqueda de información, que al momento, no parece de exitosa resolución. Estamos investigando tu requerimiento y te tendremos al tanto de los resultados obtenidos, sin descuidar como limite, la fecha del próximo mes de Octubre". O sea, no encontraron nada del estudiante de Medicina Ernesto Guevara en Córdoba y sus alrededores.

    Esto nos situó de nuevo en la pregunta inicial. ¿Era médico o no?

  2. #102
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    Ernesto Guevara: Su cuestionable título de médico

    Por Enrique Ros
    Diario Las Americas

    Existe un prolongado y enigmático silencio –que no quiebran sus numerosos y amables biógrafos- sobre la presencia de Ernesto Guevara en la Universidad de Buenos Aires y, muy particularmente, sobre las materias cursadas en prodigiosos tres últimos meses de su carrera.

    Sólo se sabe que este hombre –que habiendo terminado su segundo año de Medicina ha permanecido durante ocho meses continuos fuera de Argentina, totalmente aislado, separado de la universidad; que en su recorrido por seis países no llevó con él un simple libro de texto y que, por su ausencia, no pudo haber asistido a un solo día de clases en la Facultad de Medicina aprueba, 45 días después, el examen de Clínica Pediátrica, y, a los pocos días, ya en noviembre, el gran ausente aprueba tres materias que requerían la concurrencia a clase por 30 horas cada una (Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Médicas, del 29 de marzo de 1950).

    Eso es poco. En diciembre, en menos de 22 días lectivos, aprueba once materias. Quince, -casi la mitad de los cursos necesarios para adquirir el doctorado- examinados y aprobados en apenas tres meses, sin haber asistido a clases ni a prácticas en todo el año con la probable excepción de las últimas semanas.

    Muchas dudas surgen al analizar las materias aparentemente cursadas, de octubre a diciembre, en su último año universitario.

    Para aclarar estas interrogantes nos dirigimos años atrás al Rectorado de la Universidad de Buenos Aires y, posteriormente, a la Secretaría de Asuntos Académicos de aquella universidad, solicitándoles me informaran sobre los requisitos exigidos por esa universidad en los años 1952 y 1953 para graduarse de médico.

    Luego de distintas comunicaciones recibí de esta última funcionaria la Resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Medicina sobre el ordenamiento de asignaturas y régimen de exámenes exigidos por esa universidad para graduarse de médico en los años 1952 y 53.

    Al cotejar las exigencias de ese plan de estudios con las fechas en que Ernesto Guevara de la Serna aparecía aprobando distintas materias resultaba evidente que no habría podido recibir su título de médico.

    Hubiese sido en flagrante violación de las regulaciones de la propia Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires que se le hubiese conferido tal título ya que de acuerdo a la Resolución arriba mencionada ese otorgamiento estaría en total incumplimiento de lo dispuesto por varios de sus artículos.

    Veamos, tan sólo, uno de esos:

    Artículo 13.- “Después de haber aprobado el examen de Clínica Médica, los alumnos completarán sus conocimientos prácticos durante un año, para lo cual concurrirán, obligatoriamente, durante tres meses a un servicio de Clínica Médica, tres meses a Clínica Quirúrgica, tres meses a Cirugía de Urgencia y Traumatología y tres meses a Clínica Obstétrica, con un mínimo de 24 horas semanales”.

    Es decir, que después de Clínica Médica, supuestamente aprobada por Guevara en diciembre de 1952, tenía él que concurrir, obligatoriamente, durante doce meses a un servicio en cada una de las cuatro materias aquí señaladas. Pero es sólo seis meses después de su último examen que Guevara parte, en julio de 1953, de su país natal sin jamás regresar.

    Ante esta contradicción me dirigí nuevamente a la Secretaría de Asuntos Académicos y a la Dirección General de Títulos y Planes de la Universidad de Buenos Aires señalándoles estas inconsistencias y se me informó que el plan de estudios que regía para los estudiantes que cursaban estudios en la Universidad de Buenos Aires en 1952 y 53 no se aplicaba a Ernesto Guevara porque éste se había matriculado en la Facultad de Medicina en el año 1948 cuando regía otro plan de estudios.

    Al recibir esta nueva información solicitamos de la Secretaría de Asuntos Académicos y de la Directora de Alumnos el envío de este plan de estudios vigente cuando Ernesto Guevara ingresó en la Escuela de Medicina. Lo recibimos.

    El plan de estudios vigente en 1948, cuando Guevara ingresa en la Escuela de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, requería asistencia a clases, la previa aprobación de determinadas materias y haber completado trabajos prácticos de otras asignaturas para pasar al siguiente año y, luego, para recibir el título.

    Las horas de las clases a las que debía asistir en los 66 días lectivos de octubre, noviembre y diciembre para cubrir las materias que, supuestamente, ha examinado en ese período de tiempo, que están detalladas en mi libro “Guevara: Mito y Realidad”, ascendería a 1658 horas lectivas.

    Ernesto Guevara dela Serna tendría que haber asistido 25 horas diarias!!! en cada uno de los 66 días lectivos de octubre, noviembre y diciembre de 1952 para haber cumplido con los requisitos académicos del plan de estudios de 1937 vigente en 1948 cuando se matriculó en la Escuela de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

    Ante estas nuevas contradicciones solicité copia del expediente académico de Ernesto Guevara.

    ¿Cumplió Guevara con todos los requisitos académicos para obtener su título?. Por el momento, no se sabrá. ¿Por qué?.

    Se me comunicó que la Facultad de Medicina no podía ofrecerme copia porque el expediente académico de Ernesto Guevara de la Serna había sido robado.

    Luce comprensible que el expediente académico de este prodigioso estudiante haya desaparecido.

  3. #103
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    Conclusión: en mi opinión, Guevara era un estudiante crónico más de la universidad pública argentina. Nunca terminó de rendir las materias de la carrera de medicina, y aún menos hizo su residencia obligatoria que requiere esa carrera, por lo que definitivamente no era médico.

    No es extraño, Argentina es un país en el cual los falsos títulos son frecuentes, ha habido resonantes casos. Parece que el de Guevara es uno más, un caso de usurpación de títulos y honores.

    Sería bueno que aparezca la documentación: el analítico de estudios, el diploma, algún compañero que testimonie que se graduó con él, una foto del acto de colación de grados, un certificado de residencia. Por lo visto, parece que nadie puede aportar nada de eso.

  4. #104
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    Muy interessante.
    Gracias por el debate.

  5. #105
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    Hoy murió el Ché

    Por Esteban Lijalad
    Liberpress - Buenos Airess, 2 de julio de 2008 - El Ché Guevara murió físicamente hace cuarenta años. Pero hoy, con el rescate de Ingrid Betancourt acaba de morir su fantasma.

    Mientras en Argentina le levantamos estatuas de cuatro metros de altura, en Colombia, donde aun trabajan sus compañeros de las FARC, un pueblo y unas instituciones democráticas acaban de propinarle un golpe histórico a esos "idealistas", cuyo emblema, referente y santo es justamente el Che Guevara.

    Los compañeros del Che, en Colombia, secuestraron a centenares de inocentes, obtuvieron rescates millonarios, comerciaron droga, jugaron a la "paz", mientras preparaban la guerra, engañaron, torturaron, se rieron de los "derechos humanos" , de la "democracia formal", mientras daban cátedra de supervivencia al resto de los idiotas latinoamericanos que admiran a esta anacrónica guerrilla.

    Pero ¿Quién puede admirar hoy al un grupo de infradotados, que se dejan infiltrar por la inteligencia militar y que dan el espectáculo de ser engañados a los ojos de todo el mundo? ¿Como, en cambio, no admirar la audacia, la inteligencia, la valentía de los que planearon y ejecutaron un operativo que sin disparar un solo tiro, liberó a quince rehenes, apresó a varios terroristas y nos mostró que la democracia puede ser fuerte, puede defenderse de sus enemigos, puede liberar rehenes, puede apresar malhechores disfrazados de idealistas?

    Hoy murió el Che, transformado en un hazmerreír, en una tropa en desbandada sin moral, sin valores, sin misiones, sin objetivos como no sean el de durar, como una especia de absurda burocracia guerrillera, enamorada de la selva y de sus armas, aislada de toda civilización.

    Hoy me emocioné viendo a Ingrid - un cuadro político extraordinario- agradecer a su adversario político, el Presidente Uribe, solo como un ser humano íntegro puede hacerlo.

    Todos sabemos que Chávez, ese otro remoto heredero del Che siempre conspiró contra Uribe y su empeñosa estrategia de presionar a las FARC. Y sabíamos que la familia de Ingrid apoyaba esos intentos de "canje humanitario" y se enfrentaba a la política "dura" de Uribe. Hoy todo eso es pasado: dijo Ingrid "agradezco los esfuerzos de Chavez, pero debe saber que los Colombianos elegimos a Uribe, no a las FARC" Más claro, agua.

    Hoy murió el Che, y hay que alegrarse

  6. #106
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    29 ene, 09
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    La promoción de Guevara como símbolo de bondad, debido a la falta de auto-indulgencia y a la frivolidad de los mimados pseudo revolucionario occidentales, habla claramente de su falta de análisis crítico objetivo, olvidando que, como indica Anthony Daniels, “La diferencia entre el ‘Che’ Guevara y Pol Pot fue que Guevara nunca estudió en París.”

  7. #107
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    En 1956, cuando el Che se asoció con Fidel, Raúl y a sus amigos cubanos en Ciudad de México, uno de ellos (actualmente en el exilio) recuerda al Che vituperando de “fascistas” a los combatientes húngaros por la libertad y aplaudiendo su exterminio por los tanques soviéticos.

    En 1962 el Che tuvo la oportunidad de hacer algo más que aplaudir desde la barrera. Tuvo una mano en lo siguiente: [B] "las unidades de la milicia cubana al mando de oficiales rusos emplearon lanza llamas para quemar los bohíos de techado de palma en la zona del Escambray. Los campesinos inquilinos fueron acusados de alimentar a los contrarrevolucionarios y los bandidos." [/ b]

    En cierto momento de 1962, uno de cada 19 cubanos era un preso político. Fidel admitió que se enfrentaron a 179 bandas de "contrarrevolucionarios" y "bandidos".

  8. #108
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    El Che Guevara y las cosas que hacen los progres

    Reflexiones en torno a una polémica surgida dentro del diario El País de Madrid Publicado en Cuadernos de pensamiento político, Número 17, Enero-Marzo 2008, FAES, Madrid

    Carlos Alberto Montaner
    Firmas Press

    La gran regla ética sobre la que se ha edificado la escala de valores occidentales es la obligación de tratar al prójimo como a uno mismo. Incluso, es posible que esa urgencia de reciprocidad, piedra angular de todo código moral, esté imbricada en la propia naturaleza humana (y en la de otros primates, afirman los etólogos) y se transmite por medio de nuestro código genético, como sospechan los especialistas. Yo no puedo desear para el otro lo que no quiero para mí sin quebrantar una norma moral básica. En todas las culturas existe un amargo reproche para los hipócritas y los cínicos que nos recuerda constantemente este principio.

    Pero la regla es aún más amplia, trasciende nuestras acciones, y debe condicionar nuestra capacidad de establecer juicios de valor. En las viejas clases de aritmética los niños solíamos comprobar si las divisiones y las multiplicaciones estaban bien hechas mediante la llamada “prueba del nueve”. De una forma que en aquella época nos parecía misteriosa, los números estaban sometidos a lo que los maestros de entonces calificaban de “congruencia”. Probablemente, en el terreno de los juicios morales ocurre más o menos lo mismo: la opinión que tenemos sobre ciertos hechos concretos validan o anulan nuestros juicios morales abstractos.

    En efecto, lo que les da consistencia moral a nuestras valoraciones éticas es la congruencia entre los principios abstractos que decimos sustentar y la aplicación práctica de esos principios ante la realidad. Si soy un enemigo de la pena de muerte y creo que debe eliminarse de manera total, no puedo aplaudir el fusilamiento de los criminales serbios o de mis adversarios. Si me opongo a la discriminación de las personas por su raza, preferencias sexuales o ideas políticas, no me es dable apoyar el apartheid sudafricano, repudiar a un hijo o a un amigo homosexual o respaldar las dictaduras de Pinochet o de Fidel Castro.

    Acerquémonos a un caso concreto.

    El caso del editorial de El País y Che Guevara

    El 10 de octubre de 2007 el diario El País de España publicó un editorial sobre el Che Guevara. El diario hacía una evaluación de este singular personaje a los 40 años de que fuera ejecutado tras su captura en combate por el ejército boliviano. Se tituló Caudillo Guevara y el sentido último de quien lo redactara -aparentemente, un diplomático con gran experiencia- era descalificar la validez de la ética de fines. Todo demócrata realmente comprometido con el Estado de Derecho y el respeto por los seres humanos tenía que suscribir la ética de medios. No es verdad que el fin, por noble que sea, justifica todos los procedimientos que se utilicen para alcanzarlo. El conocido apotegma maquiavélico suele ser la coartada de los peores criminales. Decía El País:
    “El romanticismo europeo estableció el siniestro prejuicio de que la disposición a entregar la vida por las ideas es digna de admiración y de elogio. Amparados desde entonces en esta convicción, y a lo largo de más de un siglo, grupúsculos de las más variadas disciplinas ideológicas han pretendido dotar al crimen de un sentido trascendente, arrebatados por el espejismo de que la violencia es fecunda, de que inmolar seres humanos en el altar de una causa la hace más auténtica e indiscutible.

    En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.

    El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al "hombre nuevo".

    Seducidos por la estrategia del "foquismo", de crear muchos Vietnam, la única aportación contrastable de los insurgentes seguidores de Guevara a la política latinoamericana fue ofrecer nuevas coartadas a las tendencias autoritarias que germinaban en el continente. Gracias a su desafío armado, las dictaduras militares de derechas pudieron presentarse a sí mismas como un mal menor, cuando no como una inexorable necesidad frente a otra dictadura militar simétrica, como la castrista.

    Por el contexto en el que apareció, la figura de Ernesto Guevara representó una puesta al día del caudillismo latinoamericano, una suerte de aventurero armado que apuntaba hacia nuevos ideales sociales para el continente, no hacia ideales de liberación colonial, pero a través de los mismos medios que sus predecesores. En las cuatro décadas que han transcurrido desde su muerte, la izquierda latinoamericana y, por supuesto, la europea, se ha desembarazado por completo de sus objetivos y métodos fanáticos. Hasta el punto de que hoy ya sólo conmemoran la fecha de su ejecución en La Higuera los gobernantes que sojuzgan a los cubanos o los que invocan a Simón Bolívar en sus soflamas populistas”.
    Ocho días después de publicado el editorial, la dirección de El País se vio obligada a insertar la siguiente carta de protesta suscrita por 250 redactores del periódico, cuyos nombres no aparecieron consignados:

    “La Redacción de EL PAÍS quiere mostrar su disconformidad con el editorial titulado Caudillo Guevara, publicado el pasado día 10 de octubre. Más de dos tercios de los redactores (250) consideran que el texto publicado no abordaba en su totalidad la figura de un personaje como el Che Guevara que, con sus luces y sus sombras, es lo suficientemente compleja para haberla tratado como si no hubiera una escala de grises.

    El Estatuto de la Redacción contempla la posibilidad de discrepar de un editorial siempre que se logren reunir las firmas necesarias, que cifra en un mínimo de dos tercios de los redactores. En ejercicio de este mecanismo de transparencia y democracia interna, único en la prensa española, se ha habilitado este espacio para dejar testimonio de nuestra discrepancia”.

    Curiosamente, El País, un medio de comunicación, que, como todos, sólo debe estar dedicado a informar, analizar y opinar únicamente bajo la autoridad de la verdad, el sentido común y la congruencia ética, había introducido en su reglamento interno una arbitraria disposición (¿por qué dos tercios, y no la mitad más uno o cuatro quintas partes?) que abría la puerta a que una mayoría calificada de redactores pudiera imponer su criterio sin tener en cuenta los datos objetivos y la coherencia moral de la posición adoptada por el periódico. Teóricamente, las dos terceras partes de los redactores también podían oponerse a la Ley de Gravedad o, como ocurre en ciertas regiones del sur de Estados Unidos, a las teorías evolutivas. Es lo que puede suceder cuando ciertos hechos o situaciones se someten al método democrático, como si la aritmética pudiera decidir sobre lo que es verdad o mentira.

    ¿Cómo podía El País condenar sin paliativos los atentados perpetrados por los terroristas de ETA, sin matizarlos en una “escala de grises” (por ejemplo, el factor nacionalista de los asesinos, la indudable valentía y audacia que exhiben, o el hecho de que sacrifican sus vidas en pos de un ideal), y, simultáneamente, presentar al Che como un revolucionario cuyos crímenes merecían cierto respeto y ponderación. El País, sencillamente, al enjuiciar la figura del Che por medio del discutido texto, estaba siendo coherente con su propia línea editorial en otros campos similares. Si la ética de fines era abominable en el caso de los asesinatos de la ETA, no podía ser justificable en el del Che, responsable de centenares de crímenes perpetrados en nombre de la revolución comunista[1]. En realidad, lo que los redactores estaban demandando no era que el periódico balanceara el juicio sobre Ernesto Guevara, sino que vulnerara su propia coherencia moral.
    Por la otra punta del razonamiento, si esa abrumadora mayoría de redactores estaba preocupada, realmente, por la supuesta falta de balance del editorial, “como si no hubiera una escala de grises”, ¿por qué no había protestado de igual manera cuando el periódico condenaba los asesinatos cometidos por los terroristas vascos o, por ejemplo, cuando lo que se criticaba eran las torturas cometidas por los soldados norteamericanos a los detenidos en la cárcel de Guantánamo? Como ellos no ignoraban, es posible encontrar matices atenuantes prácticamente ante casi cualquier hecho censurable que analicemos, desde el asesinato de Federico García Lorca al de Ramiro de Maeztu, y desde los crímenes de Hitler a los de Stalin.

    La deconstrucción de Ernesto Guevara

    No vale la pena contar, otra vez, la vida de Guevara. El propósito de este ensayo es otro: utilizar sus acciones y afirmaciones para construir una especie de test de coherencia moral. Hay, por lo menos, tres buenas biografías del Che Guevara: la de Pierre Kalfon, la de Jon Lee Anderson y la de Jorge Castañeda. Prefiero la de Castañeda, que me parece más incisiva, pero los tres libros tienen detrás una larga y meritoria investigación. Hay, también, otros dos excelentes ensayos biográficos cargados de una inteligente valoración crítica: La máquina de matar: el Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista, escrito por Álvaro Vargas Llosa, publicado en inglés por New Republic en noviembre de 2005, texto que les abrió los ojos a muchos norteamericanos ingenuos, luego reproducido en español en numerosos diarios del mundo, y Ernesto Che Guevara de Fernando Díaz Villanueva, el joven e iconoclasta historiador vinculado a Libertad Digital.

    La lectura desapasionada de esos papeles, por mucho que sus autores deseen conservar una distancia crítica del personaje, y a veces, como sucede en algunas páginas de Anderson y Kalfon, hasta traten de encontrar justificaciones a hechos que no las tienen, pone de manifiesto la existencia de un ser humano profundamente autoritario y violento, capaz de escribir que está “en la manigua (selva) cubana vivo y sediento de sangre”[2], actitud, perfectamente congruente con quien, en su adolescencia, le gustaba firmar su correspondencia con el pseudónimo de Stalin II, o, como reveló recientemente su primo Alberto Benegas Lynch, economista y pensador argentino en las antípodas de su pariente: “muy de chico el Che se deleitaba con provocar sufrimientos a animales”[3].


    Pero, para entender a Ernesto Guevara, situémonos, primero, muy brevemente, en su etapa de formación y veamos luego cuál fue su desempeño. Provenía de una familia de la entonces muy próspera clase media alta argentina, como pone de manifiesto la magnífica casa -para la época- en que nació en la ciudad de Rosario. Ciertos elementos de su carácter adolescente apuntan al desarrollo de una personalidad con rasgos marcadamente neuróticos. Es muy desaseado y le gusta vanagloriarse por ello. Además de autocalificarse como Stalin, le divierte ser llamado cerdo (Kalfon). Cuando sale de los ascensores siempre se empeña en dar el décimo paso con el pie izquierdo (Benegas Lynch). Padece asma y, tal vez, de alguna manera, su carácter se curte en la lucha contra esta enfermedad. Su primer frente de batalla es su propio organismo. Es inteligente y propenso al mundo de las ideas. Desde muy joven, nada raro en la Argentina de su tiempo (“Braden -el embajador americano- o Perón” es el lema que sacude al país), es seducido por el antiamericanismo y por las ideas contrarias a la libertad económica. Estudia medicina, da muestras de sentir un fuerte compromiso con las personas desvalidas -leprosos, por ejemplo-, y recorre medio continente en moto, pero pronto se decanta por la militancia política y se convierte en un joven de la izquierda antiimperialista, como entonces se decía.

    A mediados de la década de los cincuenta lo encontramos en la Guatemala de Jacobo Arbenz, donde es testigo de uno de los conflictos de la Guerra Fría librados en territorio hispanoamericano. En 1954, tras un golpe orquestado por la CIA, el coronel Arbenz, que había sido democráticamente electo, fue depuesto y marchó al exilio. Washington contribuyó decisivamente a su derrocamiento porque el presidente guatemalteco había adquirido abundante armamento en Checoslovaquia y los comunistas eran muy prominentes en su gobierno. Acabada de terminar la guerra de Corea, y dentro de los códigos binarios de la época (con Estados Unidos o con la URSS), desde la suspicaz pupila americana Arbenz “se había pasado al enemigo”. Ese factor, además de la reforma agraria que afectaba intereses norteamericanos, determinó que el presidente Eisenhower diera la orden de sustituir a ese gobierno por otro mucho más favorable a su país. La CIA se encargó de hacerlo.

    Este episodio radicalizó tremendamente a Guevara y lo endureció de una forma significativa, aunque lo vivió con una mezcla de temeridad, diversión y pasión política, que se desprende de una carta que le escribe a su madre: “Aquí (Guatemala) estuvo muy divertido con tiros, bombardeos, discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía”. Pero en una nota escrita a una ex novia de la primera juventud lamenta que Arbenz no hubiese exterminado a tiempo a unos cuantos enemigos: “Si se hubieran producido esos fusilamientos, el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes”. Por eso, a fines de 1956, cuando se adiestra junto a los exiliados cubanos en México, antes del desembarco del yate Granma en la Isla, el Che es partidario de la violenta intervención soviética en Hungría para aplastar el levantamiento popular. Para él el sostenimiento de la dictadura comunista, a cualquier costo, era más importante que el deseo de ser libres que mostraban los húngaros[4]. “No sorprende -agrega Vargas Llosa, de donde saco la cita-, que durante la lucha armada contra Batista, y luego tras el ingreso triunfal en La Habana, Guevara asesinara o supervisara las ejecuciones en juicios sumarios de muchísimas personas: enemigos probados, meros sospechosos y aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado”. Se había vuelto un partidario fanático de la mano dura.

    Para la historia de Cuba, esos sucesos guatemaltecos, más el fortuito encuentro en México de Guevara con los hermanos Castro, fueron decisivos. Esta experiencia centroamericana es lo que precipita (no decide, sino acelera) el destino comunista y prosoviético del gobierno. Fidel, Raúl y el Che, las tres personas que en 1959 determinarían el rumbo del país, con Fidel como cabeza indiscutible del trío al que todos se subordinan, deciden actuar muy rápida y despiadadamente para atemorizar a la sociedad y no darle tiempo a reaccionar. Provisionalmente, y por muy corto tiempo, niegan que sean comunistas, pero dan todos los pasos en esa dirección y secretamente comienzan a acercarse a Moscú para plantearle un audaz quid pro quo: la vinculación de Cuba al campo comunista a cambio de protección y ayuda frente a Estados Unidos. Nikita Kruschev decide que es una buena propuesta. Si la URSS -razona- está rodeada de bases norteamericanas, ¿por qué no darles a los gringos un poco de su propia medicina?

    El Che en el poder

    Guevara comienza a ejercer el poder desde que manda una de las columnas guerrilleras en la lucha contra Batista. En ese periodo el suyo es sólo un poder militar. ¿Cómo se hace obedecer? Impone su autoridad por dos vías: mediante la intimidación (personalmente ejecuta a unas cuantas personas) y por el ejemplo. No tiene ni acepta privilegios. Comparte todas las penalidades y riesgos con sus soldados. Es notablemente valiente en los combates. Hace años le pregunté a Dariel Alarcón Ramírez (Benigno)[5], uno de sus lugartenientes en Sierra Maestra, y luego su compañero de aventuras internacionales -lo acompañó en las guerrillas de Bolivia y sobrevivió y escapó milagrosamente-, por qué obedecía ciegamente al argentino, y la respuesta que me dio fue interesante. Se quedó pensando un buen rato y luego me dijo: “yo creía que lo admiraba mucho, pero con el tiempo comprendí que, en realidad, lo temía”.

    Guevara había descubierto una de las claves del poder dentro de los sistemas totalitarios: infundir miedo y ser implacable. Lo expresó con toda claridad en su Mensaje a la Tricontinental de 1967, definiendo cómo debe ser la actitud de un buen revolucionario: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Al Che le gustaba ser una fría máquina de matar. Cuando relata cómo asesinó en Sierra Maestra a un rebelde llamado Eutinio Guerra, acusado de ser un agente de Batista, anota, simplemente, en su diario: “Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola calibre 32 en la sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho … sus pertenencias pasaron a mi poder”.

    Después del triunfo, tras los primeros meses al frente de La Cabaña -una prisión militar asentada en una vieja fortaleza colonial española-, ejecuta o hace ejecutar a cientos de prisioneros. Sus instrucciones a los fiscales y jueces son claras: “ante la duda, mátalo”[6]. Terminado ese trabajo sucio, Fidel Castro lo convierte en presidente del Banco Nacional de Cuba y luego en Ministro de Industria. Su paso por ambos cargos es devastador. El peso cubano, que durante décadas había mantenido la paridad con el dólar, comienza a hundirse en medio de un creciente proceso inflacionario, mientras la industrialización a marcha forzada que había prometido y decretado, naufraga en medio de un terrible caos administrativo y gerencial que incluye, entre otros disparates, la importación de máquinas quitanieve. No obstante, con esa mezcla letal de arrogancia y desconocimiento que caracterizaban al Che y a todos los dirigentes revolucionarios -personas, además, sin la menor experiencia empresarial-, se atreve a asegurar, en Uruguay, en 1961, que en 1980 el per cápita de los cubanos sería superior al de los estadounidenses.
    ¿En qué basaba Guevara su optimismo? Primero, en la ignorancia. No tenía la menor idea sobre cómo, realmente, se creaba o se destruía la riqueza, pero quizás más graves eran sus absurdas convicciones sobre la naturaleza humana. Guevara, como buen aprendiz de marxista, creía que al desaparecer las viejas relaciones de propiedad, mágicamente se modificaría la psicología profunda de los cubanos y surgiría el hombre nuevo, una criatura desinteresada y generosa capaz de trabajar con entusiasmo sin que mediara una remuneración adecuada. De acuerdo con su visión, los verdaderos incentivos no deberían ser de carácter material sino moral. Los cubanos trabajarían incansable y eficazmente, sacrificando alegremente toda compensación sustancial, a cambio del placer revolucionario de construir un futuro maravilloso para gloria de la humanidad.

    ¿Pero hubo alguna vez un hombre nuevo en Cuba? Por supuesto: el propio Guevara. Para él los incentivos materiales carecían de atractivo. Por otra parte, estaba convencido de que ese rasgo de su personalidad era el único que debería exhibir la especie humana. Como un auténtico apóstol de la revolución, Guevara se percibía a sí mismo como el arquetipo de lo que debía ser un revolucionario e intentaba clonarse entre los que lo rodeaban. Les exigía que fueran austeros, arrojados, y siempre dispuesto al sacrificio. Quien no tenía esos atributos (o quien no sabía cómo simularlos) merecía su desprecio y debía ser castigado, excluido o reeducado.

    Guevara, además, era homofóbico, y suponía que el hombre nuevo no podía tener otras preferencias que las heterosexuales, convencido de que cualquier desviación homosexual, rezago de los viejos tiempos de la corrompida burguesía, podía ser corregida con privaciones y castigos severos hasta que se erradicara ese maligno comportamiento. En consecuencia, a mediados de la década de los sesenta se crearon unas unidades especiales de confinamiento y maltrato, orwellianamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), en las que internaron en campos de trabajo forzado a miles de homosexuales, junto a otras personas que tenían el pelo largo u otros rasgos “sospechosos” a los ojos de los celosos revolucionarios, con el objeto de curarlos de esas enfermedades sociales[7].

    El Che vuelve a la batalla

    ¿Por qué Guevara abandonó rápidamente las responsabilidades de gobierno y volvió a las actividades subversivas en otras partes del mundo hasta que fue ejecutado en Bolivia en octubre de 1967? Tal vez, en primer término, por la sensación de fracaso que debió haber sentido como encumbrado funcionario de un régimen que se hundía en el terreno económico. Era mucho más fácil dirigir un pelotón de fusilamientos o atacar un cuartel que lograr un mínimo de eficiencia en la dislocada economía de un país que en 36 meses liquidó a la clase empresarial y le puso fin a la economía de mercado, sustituyéndola por una variante colectivista de la planificación centralizada, daño terrible al que se agregó, por recomendación del propio Che, el fin de la contabilidad de costos, dado que esa vital cautela administrativa, según el guerrillero argentino, era innecesaria en el socialismo, lo que en poco tiempo acabó por pulverizar las finanzas del país.

    Se produjo, también, cierto distanciamiento entre el Che y Fidel por culpa de las relaciones con la URSS, y esas fricciones contribuyeron a alejar a Guevara de Cuba. El Che tenía algunos reparos ante la Unión Soviética, pero no por el carácter represivo de Moscú, ni por los atropellos imperiales que les infligía a los satélites, sino porque el argentino parecía inclinarse más hacia el experimento maoísta, en la medida en que los chinos siempre estaban dispuestos a ayudar a los movimientos revolucionarios con armas y pertrechos, mientras la URSS veía muchas de esas actividades como muestras de un peligroso aventurerismo condenado al fracaso, más cercanas al putsch que a una verdadera revolución marxista. Fidel, en cambio, prefería el patrocinio más prudente de los soviéticos, y en su momento llegó a tener un encontronazo público con Mao.

    También debe haber pesado en el ánimo del Che su carácter de condottiero moderno. De la misma manera que en 1954 se fue a la aventura guatemalteca, y dos años más tarde a la cubana, más allá de sus ideales comunistas, que sin duda los tenía, acaso había descubierto su verdadera vocación en la lucha armada, como tantos mercenarios que se enrolan en sucesivos conflictos por el íntimo placer que les proporciona la emoción de la guerra y las constantes descargas de adrenalina, sin ni siquiera detenerse a pensar en sus responsabilidades como padre de una joven familia constituida en Cuba, más la hija que había tenido con la peruana Hilda Gadea, su primera mujer.

    En todo caso, al Che pronto se le vio en el Congo organizando las guerrillas, pero sin ningún éxito. El territorio africano le resultaba extraño y ajeno, y los líderes a los que debía formar en la lucha armada no resultaron peleadores y disciplinados, como él deseaba, sino desorganizados, hedonistas y dados a la corrupción. Su librito, Guerra de guerrillas, resultaba totalmente inútil en el continente negro. Frustrado, fue entonces cuando el Che comenzó a pensar en regresar a América, a un escenario que conocía mucho mejor, mientras Fidel Castro, que prefería mantenerlo alejado de la Isla[8], lo alentó a que siguiera ese camino. Más tarde, cuando la pequeña expedición fue derrotada por el ejército boliviano, los soldados ocuparon un diario de campaña, escrito con gran amargura, en el que Guevara daba cuenta de su fracaso, y de cuya lectura inevitablemente se deducía que desde el principio se trataba de un plan totalmente disparatado. ¿A quién se le podía ocurrir que un grupo de cubanos, junto a unos cuantos bolivianos, dirigidos por un médico blanco argentino, carentes de cualquier expresión de arraigo nacional, iban a convertirse en una fuerza política capaz de congregar a Bolivia tras la bandera revolucionaria?

    El Che y los progres

    Vuelvo al origen de estas reflexiones: con semejante biografía, ¿dónde está el asidero moral o la línea lógica de argumentación para que 250 redactores de El País hayan rechazado el editorial Caudillo Guevara? Quienes firmaron esa carta no son muchachos confundidos y deslumbrados con la foto de Korda, incapaces de saber si Guevara es un cantante de rock o un actor de cine, sino profesionales bien informados, presumiblemente comprometidos con la verdad, la libertad y la democracia. Recapitulemos en seis aspectos fundamentales:

    · Estamos ante una persona violenta dispuesta a asesinar con sus propias manos o a ordenar la ejecución de cualquiera que le pareciera un enemigo de la revolución (“ante la duda, mátalo”). Alguien que tenía (o debía tener) sobre su conciencia dos centenares de muertos, y a quien le parecía que un buen revolucionario debía ser una “fría máquina de matar”.
    · El objetivo declarado de Guevara para tratar de crear “un Vietnam, dos Vietnam, muchos Vietnam” no era luchar por una humanidad más justa, sinoreproducir en todas partes un mundo infinitamente más injusto que el occidental: el modelo de sociedad maoísta o soviética que tanto luto y dolor les trajo a los seres humanos.
    · Apoyó la persecución y la reeducación forzosa de homosexuales, creyentes religiosos y jóvenes aquejados por conductas extravagantes como tener el pelo largo o escuchar música americana. Fue un represor extremista y fanático a quien le parecía que la compasión con el enemigo era una expresión de debilidad.
    · Tenía e impuso ideas económicas absurdas que empobrecieron a los cubanos terriblemente. Casi medio siglo después de su paso por el Banco Nacional de Cuba y por el Ministerio de Industrias continúan vigentes la libreta de racionamiento y la miseria. Ni siquiera hizo el menor aporte serio al pensamiento político de la izquierda comunista.
    · Invocando unas ideas equivocadas y unos valores torcidos, fue un pésimo padre de familia. Abandonó a su primera mujer e hija para marchar a la aventura cubana. Abandonó a la segunda y a sus dos hijos para dirigir las guerrillas en el Congo y luego en Bolivia, donde perdió la vida.
    · Ni siquiera fue un extraordinario estratega al que se pueda reivindicar por su genialidad militar. Sólo tuvo éxito cuando peleó bajo las órdenes de Fidel Castro.

    ¿Dónde están, pues, esas luces, esos grises que supuestamente debían estar y no aparecen en el editorial de El País? ¿Que era un hombre audaz hasta la temeridad? De acuerdo: los asaltantes de bancos y los traficantes de droga también suelen serlo. ¿Que estaba dispuesto a morir por sus ideales? Cierto: como Hitler, que resistió en el bunker hasta el último minuto y luego se quitó la vida. ¿Que tenía un fortísimo compromiso con una causa política y por ella estaba dispuesto a entregar la vida? Naturalmente: como los etarras que volaron un supermercado lleno de gente en Barcelona o como los terroristas islámicos que asesinaron a decenas de españoles en la estación de Atocha.

    En realidad, si de algo sirve la figura del Che a estas alturas del siglo XXI es para medir la integridad moral de las personas y su coherencia ética. Nadie que se considere un verdadero demócrata, respetuoso de la dignidad humana, puede invocar su ejemplo sin incurrir en una grave y descalificadora contradicción. ¿Quién puede, en cambio, ser genuinamente guevarista? Sin duda, las personas que creen en las virtudes y ventajas de las sociedades totalitarias y están dispuestas a admitir cualquier método para lograr establecerlas, incluido el asesinato. ¿Cuántos de los 250 firmantes de la carta de marras responden a ese perfil? Sospecho que no demasiados. Tal vez una docena. ¿Por qué, en ese caso, se prestaron a ello? No sé. Supongo que son cosas que hacen los progres.

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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    La cara oculta del Ché

    París, 22 de diciembre de 2007.
    Mi querida Ofelia,

    Jacobo Machover, es una de las principales personalidades disidentes cubanas de la Ciudad Luz. No sólo es un brillante profesor universitario, sino también, escritor, periodista y traductor. Su actividad disidente por hacer conocer la verdad sobre lo que ha ocurrido a lo largo de este casi medio siglo en la antaño conocida como La Perla de las Antillas y hogaño convertida en Isla del Dr. Castro, lo han llevado a escribir un nuevo libro: La face cachée du Ché.

    No se trata de una biografía más del argentino convertido en mito y en producto de la sociedad de consumo, sino de un trabajo profundo realizado con rigor intelectual, mediante el análisis de la correspondencia con familiares y amigos, las declaraciones y discursos, a lo cual se agregan los testimonios de personas que trabajaron o vivieron junto al Dr. Guevara de la Serna.

    Hay anécdotas que hoy nos pueden hacer sonreír o disgustar, como las declaraciones del filósofo francés Jean Paul Sartre, que lo consideraba como “el hombre más completo de su época”. La celebérrima canción de Carlos Puebla “Hasta siempre, Comandante”, convertido en himno para turistas de la habanera Bodeguita del Medio, donde éstos la escuchan mientras brindan con mojitos acompañados de sus jineteras ( “las prostitutas más cultas del mundo” según declaraciones del Coma-Andante en Jefe). La canción del reeducado en las U.M.A.P. Pablo Milanés: “Si el poeta eres tú (...) Comandante”. Hasta la declaraciones de la Sra. Régine Deforges, escritora francesa de best-sellers que calificó al Ché como: “El poeta de la Cabaña”.

    Machover había publicado entre otras obras aquí en Francia : “Cuba totalitarisme tropical”(Paris, Buchet/Chastel, 2004 ) y “L’An prochain à...La Havane”(Paris, Les Éditions de Paris-Max Chaleil, 2001).

    Este libro que desmonta el mito Guevara , Jacobo lo dedica: “A Moisés, el que había creído en esta historia, antes de ser aplastado por ella”

    A continuación te envío la traducción al castellano de algunas páginas del excelente libro de Machover, el cual le ha costado tantos insultos y amenazas por los admiradores del Ché Guevara y del régimen de Castro en estos lares.

    Los fusilamientos
    “Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando.”


    “En varias oportunidades el Ché venía, sutilmente. Se subía a aquel muro. No era difícil subirlo porque tenía una escalera. Se acostaba boca arriba allí a fumar un habano y a ver los fusilamientos. Eso se comentaba en toda la soldadesca de La Cabaña. Los soldados míos me decían: “Cuando estábamos en el pelotón de fusilamiento, veíamos al Ché fumándose un tabaco arriba en el muro.” Les daba fuerza a los que iban a disparar. Para aquellos soldados que nunca antes habían visto al Ché, era una cosa importante. Les daba mucho valor.”

    He aquí el testimonio de Dariel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, uno de los más antiguos y fieles compañeros de armas del Ché Guevara, sobreviviente de la guerrilla en Bolivia, exiliado político en Francia desde 1996. “Benigno” siguió ciegamente al Ché en todas sus aventuras, primero en la guerrilla contra Batista, luego cuando era miembro del Gobierno en Cuba, por fin en el Congo o en Bolivia. En aquella época, no se cuestionaba absolutamente nada. Para él, todas esos actos formaban parte de un mismo objetivo: un combate planetario contra la injusticia. Revolución y represión eran indisolublemente complementarias. Tardó años antes de atreverse a criticar la figura del Ché y a aceptar de que no era solamente el guerrillero rebelde contra la dictadura de Batista sino también uno de los principales responsables de la represión llevada a cabo por el Gobierno revolucionario[1].

    Tribunales revolucionarios y paredón

    El Ché Guevara ejerció su primer puesto de mando en la prisión de La Cabaña, que domina el costado oriental de la bahía de La Habana, detrás del castillo del Morro cuyo faro brinda la primera imagen de la ciudad. Allí supervisó los fusilamientos ordenados por el nuevo poder revolucionario. Se trata de una imponente fortaleza, construida por los españoles en los tiempos de su dominación colonial, que servía para proteger la entrada de la ciudad de las incursiones enemigas, de los corsarios o piratas, sobre todo ingleses. Siempre fue una prisión, una cárcel primitiva, anacrónica, donde podían producirse todo tipo de exacciones, al amparo de cualquier mirada u observación, lejos del centro de la capital. La revolución no falló a la regla.

    Aquel puesto de mando constituyó una de las principales responsabilidades militares del Ché. Resulta difícil imaginarse al que ha sido presentado como un eterno rebelde en la piel de un verdugo implacable. Ésa fue, sin embargo, la imagen indeleble que dejó entre aquellos cubanos que perdieron a algún familiar en el transcurso de ese período. La memoria del Ché no es la misma para todos.

    Como “comandante en jefe” de la prisión de La Cabaña, puesto que ocupó desde el 3 de enero de 1959 hasta el mes de julio, y como responsable de la Comisión Depuradora (según su denominación oficial), el Ché dio la orden de ejecutar cerca de ciento ochenta sentencias de muerte. Los tribunales revolucionarios funcionaban sin parar dentro de la fortaleza. Las órdenes, sin embargo, llegaban desde más arriba, de Fidel Castro en persona.

    “El Ché era jefe militar de La Cabaña. Había una plaza militar muy grande allí, con más de mil soldados”, explica “Benigno”. “Eran él y Jorge (“Papito”) Serguera, que eran comandantes los dos, los que presidían los juicios que se hacían. Se turnaban. Un día lo hacía uno, otro día lo hacía otro. Los juicios nunca comenzaban hasta que llegaba el correo militar, la entrega al oficial de guardia de un sobre manila lacrado, entre las cinco y media y las seis de la tarde. Había veces que eran las seis y media y todavía no había llegado el correo. El Ché estaba impaciente: “Miren la hora que es y todavía no ha llegado el correo.” El sobre, lo que traía era la gente que se iba a juzgar ese día. Allí venía la sentencia de cada uno. Ese papel venía del estado mayor y estaba firmado por Fidel, de eso no cabe la menor duda.

    Yo iba en muchas ocasiones a La Cabaña por mi trabajo. Era capitán en la policía militar de La Habana. Tenía que mandar del cuartel de San Ambrosio, todos los días, una escuadra de soldados que iban para los fusilamientos. Se sacaban de voluntarios.

    He alcanzado a ver a un hombre al que habían puesto ya en el paredón de fusilamiento. Detrás de las galeras, yo vi que había tres palos, tres postes clavados allí, y vi que llevaron a uno, le amarraron las manos hacia atrás y le pusieron una venda. Yo veía a ese hombre vivo, que empezaba a implorar por su madre, por sus hijos, que empezaba a corregirse y a orinarse. Vino un cura y yo me decía: “¡Coño! ¿A qué carajo viene el cura, si lo van a matar?” Le di la espalda y me fui. No he podido ver eso nunca. Cuando le tiran y le meten la descarga, se me estremece el cuerpo. A mí se me vuelve la carne de gallina. No sé si es miedo. Yo he sido sin embargo un guerrero toda la vida, y hay gente que cree que un guerrero mata a sangre fría, que la muerte es para él un alimento. Para mí, no.”

    Los fusilamientos siguieron produciéndose una vez finalizado el mando del comandante Ché Guevara al frente de la fortaleza de La Cabaña, así como en otros lugares de la isla. Él no era más que un eslabón de la cadena, pero era particularmente aplicado en la práctica de las condenas a muerte.

    El abogado José Vilasuso, hoy día exiliado, figuraba entre los que trataron los expedientes de los hombres condenados por la Comisión Depuradora. Así transcribe las instrucciones dadas por el Ché Guevara:

    “No demoren las causas, esto es una revolución, no usen métodos legales burgueses, las pruebas son secundarias. Hay que proceder por convicción. Es una pandilla de criminales, de asesinos. Además, recuerden que hay un tribunal de Apelación.”

    En cuanto al tribunal de Apelación de La Cabaña, José Vilasuso precisa:
    “El tribunal nunca declaró con lugar un recurso [2].”

    Guevara tomó solo la iniciativa, sin esperar consignas desde más arriba, de ordenar la detención, la condena a muerte y el fusilamiento de algunos miembros del régimen de Batista. Fue el caso, sobre todo, del teniente Castaño, uno de los responsables del Buró de repressión de las actividades comunistas, el BRAC, un oficial que se encargaba esencialmente de recoger información sin estar implicado en la represión directa. Fue arrestado por un comando especial inmediatamente después de la llegada de las tropas del Ché a La Habana, aislado en una celda en La Cabaña y fusilado, luego de un juicio sumario, en marzo de 1959. No se le acusó de ningún crimen de sangre.

    El comandante de la fortaleza practicó también simulacros de ejecución en los primeros meses de 1959, como con Fausto Menocal, hoy día exiliado en Madrid, quien se salvó de milagro, gracias a su condición de descendiente de un antiguo presidente de la República de Cuba, Mario García Menocal, y porque la acusación no había podido probar nada contra él. Acusado de ser chivato y de haber denunciado a un grupo de revolucionarios, fue detenido primero en la Ciudad Deportiva. Desde allí numerosos fueron los hombres llevados directamente, sin juicio, por grupos de tres, ante el paredón. Fue encarcelado después en La Cabaña entre el 5 de enero y el 30 de abril de 1959. El trato que le fue reservado fue particularmente humillante. Tuvo que quedarse de pie durante cuarenta horas, día y noche, sin comer ni beber y sin poder efectuar sus necesidades, en el despacho del comandante, un largo pasillo por el cual circulaban hombres armados y uniformados que le hacían firmar a éste las órdenes o que le traían instrucciones, burlándose abiertamente del prisionero, hasta el momento en que cayó de inanición. Guevara en persona era quien se encargaba de interrogarlo. Fue llevado luego a una pequeña celda que compartió con varias personas que dormían en el suelo. Una tarde, fue el Ché a decirle: “Mire, Menocal, lo vamos a fusilar esta noche.”

    “Me llevaron ante el paredón, cuenta Fausto Menocal. Me ataron a un poste, me vendaron los ojos y luego hubo una descarga de fusiles. Entonces vinieron a darme lo que yo creía ser el tiro de gracia. Sentí un ruido monstruoso en la sien. En realidad era un golpe dado a la culata del fusil. Me desmayé. Creí que estaba muerto hasta que, una vez que me habían vuelto a llevar dentro de la celda, oí el cantío de un gallo. Allí me di cuenta de que estaba vivo.”[2][3]

    Apología de los fusilamientos ante las Naciones Unidas

    El comandante de la fortaleza de La Cabaña no había tenido que cambiar de uniforme para pasar del rol de guerrillero que combatía contra una tiranía al de responsable de la represíón llevada a cabo por el nuevo régimen revolucionario. ¿Eran contradictorias esas dos funciones? No para Guevara, convertido en portavoz internacional del gobierno castrista, quien declarará en la tribuna de la Asamblea general de las Naciones Unidas en Nueva York, el 11 de diciembre de 1964, en respuesta a las críticas dirigidas contra Cuba por varios representantes de gobiernos latinoamericanos y el de Estados Unidos:

    “Hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba [3][4].”

    Resultaba sorprendente oir, en esos años, al portavoz de un país hacer, en el más importante foro internacional, la apología de las ejecuciones practicadas bajo su responsabilidad. Castro, por su parte, no debía apreciar particularmente que su fiel pero incontrolable lugarteniente se dejara llevar por tanto lirismo, apartándose del discurso oficial que acabababa de pronunciar, para contestar a las acusaciones que perseguían al régimen castrista desde su instauración, razón que había motivado las intervenciones de varios delegados ante la Asamblea general de la ONU. En aquella época, en efecto, los fusilamientos (que seguían vigentes y lo fueron cerca de cincuenta años) ya no aparecían en primera plana de los pocos periódicos que aún existían en Cuba, como había sido el caso a diario en los primeros meses de la revolución. Por supuesto, los contrarrevolucionarios, los que se habían manifestado, de una manera u otra, en contra de la política del régimen y los que habían tomado el camino del exilio (unánimamente designados como “gusanos”) no merecían ninguna consideración por parte del régimen y menos aún por parte de Guevara. Pero Fidel Castro había entendido que no iba a sacar ningún provecho, en términos de imagen, en seguir proclamando ante el mundo entero que la revolución continuaba a fusilar a muchos de sus opositores. La intervención improvisada del Ché Guevara sólo podía irritar profundamente al Comandante en jefe.

    Las palabras pronunciadas por Guevara, no siempre controladas por Fidel Castro, en distintas conferencias internacionales, iban a provocar su caida en disgracia y su partida de Cuba unos meses más tarde, en 1965.

    En su réplica frente a los delegados que se habían atrevido a emitir críticas al gobierno cubano, el Ché declaraba:

    “Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie [4][5].”

    Así Guevara, en un mismo discurso, unia a su reivindicación proclamada de las obras menos confesables de la revolución cubana su deseo de buscar la muerte bajo otros cielos. El sacrificio de los demás era sólo el preludio al suyo.
    Frente a la muerte


    Valgo más vivo que muerto

    “Se puso blanco como un papel. Nunca he visto a una persona perder la expresión de la cara así como la perdió él.”[5][6]

    Quien libra ese testimonio sobre los últimos instantes de la vida de Ernesto Guevara es el capitán Félix I. Rodríguez, antiguo agente de la CIA, “guerrero de las sombras”, que estuvo, desde su más temprana edad y a lo largo de su vida, implicado en todos los combates anticomunistas, en Cuba, en Bolivia, en Vietnam, en Nicaragua, en El Salvador y en otros teatros de operaciones. Fue él quien dio la orden al sargento Mario Terán de acabar con la vida del guerrillero argentino, el 9 de octubre de 1967. Con otros agentes de origen cubano, entre ellos Gustavo Villoldo, Julio Gabriel García o Mario Riverón, su misión consistía en brindarle apoyo al Ejército boliviano en su búsqueda de los miembros de la guerrilla y, luego, en interrogar a su enemigo preso.

    La captura del Ché

    El Che Guevara, después de haber errado durante meses en las selvas y montañas de Bolivia, había caído en una emboscada tendida, dentro de la quebrada del Yuro, por los rangers bolivianos al mando del capitán Gary Prado.

    “Había una tendencia fuerte en la CIA de que el Che había muerto en África, cuenta Félix I. Rodríguez. Sin embargo, cuando surgen Debray y Bustos, la CIA supo que Debray no iba a ir allí por un imbécil, además Debray había sido amigo de Guevara. La captura de Bustos y de Debray confirmó su presencia en Bolivia.

    Bustos dibujó las caras de todos los guerrilleros, incluyendo la del Ché Guevara, de la forma en que lucía en ese momento. Es entonces cuando empieza el gran dispositivo de entrenar las tropas especiales y poner a la CIA para que le diera la capacidad de Inteligencia a la octava división del Ejército boliviano. Poco después hubo un encuentro con el grupo de “Joaquín”, que había quedado separado de la tropa del Ché, en el que murieron el mismo “Joaquín”, y Tamara Bunke (“Tania”), que trabajaba para la Inteligencia de Alemania del Este. Encontraron el cadáver de “Tania” con toda la cara podrida y casi sin pelo porque se metió como cuatro días bajo el agua y cuando la sacaron estaba hecha leña ya.

    En ese grupo cogieron preso a un boliviano llamado José Castillo Chávez (“Paco”). Ya yo sabía, por las informaciones de Debray y de Bustos, que “Paco” quería irse de la guerrilla porque no era guerrillero ni mucho menos, aunque era comunista. A él lo engañaron. Lo utilizaban para que cargara las municiones y la comida de la demás gente del grupo. Le dijeron que cuando hubiera una oportunidad lo iban a dejar salir de la guerrilla. O sea, yo sabía que era un tipo que estaba dispuesto a cooperar. Entonces le pedí al general que estaba al frente del batallón que me dejara intentar sacarle información. Él se quedó mirando y pidió que me entregaran al prisionero. Cuando lo trasladábamos, “Paco” empezó a llorar, diciendo que lo íbamos a matar. Hizo un esquema del lugar donde estaban los que quedaban vivos y los cadáveres. Tenía una memoria extraordinaria, aparentemente.

    Él tenía dos balazos, que por cierto tenían gusanos, y como no lo dejaban llevar al hospital, yo contraté a una enfermera con el dinero nuestro de la CIA. Le pagué para que trajera antibióticos y lo curara. Eso fue lo que le salvó la vida.”

    Según Félix I. Rodríguez, las relaciones entre la CIA y el Ejército boliviano no eran idílicas. Los bolivianos no tenían la intención de ser indulgentes contra sus prisioneros. Los americanos, al contrario, pensaban que era más pertinente guardar al Che y a sus compañeros con vida en lugar de transformarlos en mártires.

    El Ché Guevara había entendido lo mismo cuando fue hecho prisionero por los soldados bolivianos. A ellos les gritó: “¡No disparen! Soy Che Guevara. Valgo más vivo que muerto.”

    El capitán de los rangers Gary Prado, quien figuraba al frente de los hombres que capturaron al Ché el 8 de octubre de 1967 en la quebrada del Yuro, cuenta la siguiente escena entre el prisionero, dos de sus hombres y él mismo:

    “En ese momento salió de la quebrada un soldado sangrando. Era Valentín Choque. Tenía dos heridas, una en la parte posterior del cuello y otra en la espalda. No eran graves. Sánchez rasgó una camisa que estaba en la mochila del Ché, para hacer unas vendas.

    · ¿Quiere que lo cure, capitán? – preguntó de pronto el Ché.
    · ¿Es usted médico acaso?
    · No -contestó el detenido. Pero entiendo de medicina. Además, en la Sierra, aprendí hasta a sacar muelas. ¿Atiendo al soldado?
    - No, deje nomás”[6][7]

    Ese diálogo con el comandante guerrillero revelaba una vez más su visión, más bien dilettante, de su formación inicial.

    Éstas son las últimas impresiones de Gary Prado sobre el Ché:

    “Era un hombre derrotado que se preguntaba cuál sería su futuro.”

    Estuvo con el Ché unas quince horas hasta que lo entregó al comandante de la división. “Lo he entregado vivo”, precisaba.[7][8]

    En los momentos decisivos, el Ché Guevara seguía afirmando sus convicciones. Pero ya no demostraba como antaño aquel desprecio hacia su propia muerte tantas veces proclamado. Había recobrado, de alguna manera, instintos y sentimientos humanos.

    Diálogo entre dos enemigos

    Cuarenta años han pasado desde la mañana del 9 de octubre en que el Ché fue asesinado. Ese día, el capitán de la CIA Félix I. Rodríguez tenía frente a él al adversario al que perseguía desde hacía meses. No obstante, la conversación que relata entre ambos no está marcada por el odio:

    “Al principio, cuando yo llegué, yo sabía que iba a ver a una persona de la cual yo tenía conocimiento de todo lo que había hecho, de lo criminal que había sido en la fortaleza de La Cabaña, de los centenares de cubanos que habían sido víctimas de él. Obviamente sentía una gran repugnancia por el individuo. Sin embargo, cuando vi a aquel ser humano tirado en el suelo, atado de pies y manos -a veces yo estaba hablando con él y mi mente se iba a la imagen que yo tenía, de aquel hombre arrogante-, y verlo allí en la escuela destruido, hecho leña... Lo que parecía era un pordiosero, no un soldado. No tenía ni siquiera botas, eran unos pedazos de cuero amarrados en los pies. La ropa raída, sucia. No era un uniforme ni mucho menos. Era un desastre. Y sentí lástima hacia esa persona. Se me olvidaron en aquel momento todas las cosas que había hecho y nos tratamos con mucho respeto los dos.”

    Los últimos intercambios verbales de Guevara tuvieron lugar con ese hombre, uno de sus más férreos enemigos desde su entrada triunfal en La Habana y, sobre todo, desde que la revolución había decidido adoptar la ideología comunista. En varias ocasiones, pudo conversar con él, recogiendo sus últimas palabras, lo que se podría considerar como su testamento no oficial.

    El Ché Guevara había entendido perfectamente quién era su interlocutor, que se hacía llamar Félix Ramos. Cuando éste había empezado a interrogarlo, le preguntó: “¿Tú no eres boliviano?” El agente de la CIA le contestó: “Comandante ¿quién cree usted que sea yo?” A lo que el Ché respondió: “Tú puedes ser puertorriqueño o cubano. Por las preguntas que tú me has hecho, tú estás trabajando para un servicio de Inteligencia.”

    Rodríguez le dijo su nombre de pila y le reveló que había formado parte de los comandos de infiltración contrarrevolucionaria que habían precedido el desembarco de Bahía de Cochinos.

    “Hemos hablado de la economía de Cuba, relata Rodríguez, y de la manera en que había sido designado presidente del Banco Nacional de Cuba. Después él me dijo que ellos fusilaban en Cuba a todos los agentes extranjeros que invadían el país. Entonces le dije: “Comandante, es irónico que usted me lo diga, porque usted es extranjero y ha invadido Bolivia.” Entonces levantó la pierna, me enseñó la herida y me dijo: “Mira, Félix, ésas son cosas que tú no entiendes porque pertenecen al proletariado. Yo estoy derramando mi sangre en Bolivia pero soy tan cubano como argentino o boliviano.””

    Frente a la muerte, Guevara hacía alarde de su fe internacionalista, como lo había hecho anteriormente en las Naciones Unidas, al responder a las críticas de varios delegados en relación con las ejecuciones en Cuba. ¿Creía en ese momento que iba a poder defenderse ante un tribunal, lo que le daría la ocasión de proclamar sus convicciones más profundas? Allí arriesgaría hasta treinta años de cárcel, ya que la pena de muerte no existía en Bolivia.

    Félix I. Rodríguez tuvo que tomar otra decisión. He aquí su versión:
    “Las consignas que me transmitió el mayor Saucedo eran claras. Me dijo: “Hay órdenes del alto mando: “500-600”. “500” era en el código sencillo que teníamos la identidad del guerrillero. “600” significaba “muerto.””

    A partir de ese momento, el destino del Ché estaba sellado.

    Cuando entró por última vez en el aula de la escuela de La Higuera donde estaba preso, Félix I. Rodríguez le anunció a Guevara que iba a ser ejecutado:

    “Comandante, lo siento. Yo he tratado. Son órdenes superiores.”

    Rodríguez prosigue: “Él estaba destruido. Pensaba que no lo iban a matar. Pensó que iba a ir preso porque había el juicio pendiente en Camiri de Régis Debray y Ciro Bustos. Además había fotos delante de todo el mundo, entre ellas una que se conservó, en la que lo rodeamos tres soldados bolivianos y yo agarrándolo del hombro. Sin embargo me dijo: “Es mejor así. Yo nunca debí haber caído preso vivo.”

    Entonces sacó una pipa que llevaba y me dijo que quería entregarla a “un soldadito que se portó bien”. En ese momento, el sargento Terán, que era el que estaba ejecutando a varios guerrilleros presos, entró pidiendo quedarse con la pipa. El Ché dijo que a él no se la daba. Le pregunté si me la dejaba a mí. Se quedó pensando y me dijo: “A ti, sí.” Le pregunté si podía hacerle llegar algún mensaje a su familia. Me dijo en una forma sarcástica: “Si puedes, dile a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América. Y si puedes, dile a mi señora que se case otra vez y que trate de ser feliz.”

    Vino adonde estaba yo, me dio la mano, me dio un abrazo. Se paró, pensando que era yo el que le iba a tirar. Salí de la escuela. Estaba eso lleno de soldados allí afuera. Le dije al sargento Terán: “Sargento, hay órdenes de su gobierno de eliminar al prisionero. No le tire para arriba, tire para abajo, que se suponga que haya muerto de heridas en combate.” Me retiré al puesto avanzado que yo tenía. A la una y veinte escuché las ráfagas. Fue la hora en que el Ché Guevara murió.
    Era la primera vez que a mí me tocaba una situación de ese tipo, nunca antes, y espero que nunca más.”

    Al entregar su pipa al capitán de la CIA Félix I. Rodríguez, el Ché reproducía el gesto del “traidor” Eutimio Guerra, cuando éste le había dado su reloj al guerrillero argentino, el que fuera su verdugo, diez años antes. Finalmente, Rodríguez le ofreció la pipa al sargento Mario Terán, que ejecutó la orden del estado mayor boliviano, pero conservó el tabaco que el Ché había fumado en parte y se apropió su reloj, un Rolex que llevó siempre en la muñeca, como trofeo de guerra.

    La versión de Fidel Castro

    El Ché no tuvo la muerte que había deseado. Para Fidel Castro era inconcebible que hubiera podido demostrar su debilidad en el momento decisivo. Tenía que hacer de él un héroe infalible. La explicación de su captura por el Ejército boliviano brindada por Castro en su “Introducción necesaria” al Diario de Bolivia de Guevara, publicado en varios idiomas en julio de 1968, hace referencia a una serie de casualidades (por cierto ¿quién se las podía haber contado?), destinadas a difundir la creencia de que la única alternativa que tenía era la detención:

    “Se ha podido precisar que el Ché estuvo combatiendo herido hasta que el cañón de su fusil M-2 fue destruido por un disparo, inutilizándolo totalmente. La pistola que portaba estaba sin “magazine”. Estas increíbles circunstanscias explican que lo hubiesen podido capturar vivo.”[8][9]

    En su texto, Castro describe, a su manera, la actitud del Ché, que tanto iba a contribuir a la expansión de su leyenda:

    “Trasladado al pueblo de Higueras permaneció con vida alrededor de 24 horas. Se negó a discutir una sola palabra con sus captores, y un oficial embriagado que intentó vejarlo recibió una bofetada en pleno rostro.”[9][10]

    Su descripción no coincide para nada con la del ex-agente de la CIA Félix I. Rodríguez, del que el Líder Máximo, en aquel momento, ignoraba la presencia en el lugar de los hechos.

    Castro cuenta luego, con una infinidad de detalles, algunos de un realismo asombroso, otros completamente inventados, los últimos instantes de su antiguo compañero de armas, embelleciendo a su antojo las palabras dirigidas por Guevara al sargento Mario Terán. Su relato sería de ahí en adelante la versión unánimemente aceptada sobre la muerte del Ché, que nadie se atrevería a cuestionar:

    “Reunidos en La Paz, Barrientos, Ovando y otros altos jefes militares, tomaron fríamente la decisión de asesinarlo. Son conocidos los detalles de la forma en que procedieron a cumplir el alevoso acuerdo en la escuela del pueblo de Higueras. El mayor Miguel Ayoroa y el coronel Andrés Selnich, rangers entrenados por los yanquis, instruyeron al sub-oficial Mario Terán para que procediera al asesinato. Cuando éste, completamente embriagado, penetró en el recinto, Ché -que había escuchado los disparos con que acababan de ultimar a un guerrillero boliviano y otro peruano- viendo que el verdugo vacilaba le dijo con entereza: “¡Dispare! ¡No tenga miedo!” Éste se retiró, y de nuevo fue necesario que los superiores Ayoroa y Selnich le repitieran la orden, que procedió a cumplir, disparándole de la cintura hacia abajo una ráfaga de metralleta. Ya había sido dada la versión de que el Ché había muerto varias horas después del combate y por eso los ejecutores tenían instrucciones de no disparar sobre el pecho ni la cabeza, para no producir heridas fulminantes. Eso prolongó cruelmente la agonía del Ché, hasta que un sargento -también ebrio- con un disparo de pistola en el costado izquierdo lo remató. Tal proceder contrasta brutalmente con el respeto del Ché, sin una sola excepción, hacia la vida de los numerosos oficiales y soldados del ejército boliviano que hizo prisioneros.”[10][11]

    En Cuba, el “día del guerrillero heroico” que, cada año, conmemora la muerte de Guevara, se festeja el 8 de octubre, día en que se produjo su captura, y no el 9 de octubre, día de su muerte, como si las autoridades castristas hubieran querido modificar el rumbo de la historia y disimular su rendición, cosa absolutamente normal frente a unos adversarios perfectamente entrenados y cuyo número era infinitamente superior al de los guerrilleros que tenían enfrente.

    La venganza

    Las condiciones sórdidas en que fue asesinado Ernesto Guevara darían de él una imagen aún más impactante, no la de un hombre muerto en combate, sino la de un mártir desarmado, asesinado a sangre fría.
    Peor, inclusive: la de un hombre mutilado. En una reunión mantenida durante la noche del 9 de octubre, el general Ovando le ordenó a uno de sus oficiales: “Si Fidel Castro negase que éste es el Ché Guevara, nosotros necesitamos una prueba fehaciente: córtenle la cabeza y pónganla en formol.” Félix I. Rodríguez, consciente del efecto que ese acto podría provocar con respecto a la imagen del Ejército boliviano y, sobre todo, a la de la CIA, le contestó: “Mi general, usted no puede hacer eso. Usted no puede presentar una cabeza como prueba. Si quiere una prueba, habría que cortarle un dedo. Tenemos las huellas digitales de la Policía federal argentina.” Ovando se quedó pensativo y dijo: “Bueno, córtenle las dos manos y pónganlas en formol.”

    Tal ensañamiento sobre el cadáver del Ché Guevara no engrandece a los que lo mataron.

    Pero no es esa última barbarie la que quedaría en las memorias sino, al contrario, la imagen de un hombre aún joven, en plena forma física, mirando de frente hacia su propia muerte.

    El final del Ché Guevara en Bolivia significó un alto en la formación de los focos guerrilleros en América latina. Castro entendió a partir de ahí que no iba a poder extender su influencia por ese medio. No obstante algunos movimientos rebeldes permanecieron activos.

    En 1969, los sobrevivientes del grupo, reagrupados en torno a la organización fundada por el Che, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), intentaron recrear la guerrilla en Bolivia. Esta vez estaban bajo las órdenes del lugerteniente del Ché Guevara, el ex-militante del Partido Comunista boliviano Inti Peredo. “Benigno” formaba parte, una vez más, de la expedición, que fracasó rápidamente. Dos de sus compañeros y él mismo lograron, sin embargo, escaparle a la muerte y regresar a Cuba.

    Entre los que habían participado, de cerca o de lejos, a la muerte del Ché, numerosos fueron los que cayeron bajo las balas, a menudo anónimas.

    Por su parte, Félix I. Rodríguez escapó a un comando que tenía por misión asesinarlo, así como al secuestro de un avión americano en el que viajaba, durante los años 70, hacia La Habana, donde hubiera corrido una suerte nada envidiable. Las operaciones de venganza contra los militares bolivianos fueron múltiples y variadas. Gary Prado, hoy día comandante y político influyente, resultó paralizado de por vida, desplazándose en silla de ruedas, a resultas de un balazo en la espalda. Otros no sobrevivieron a los disparos: el campesino Honorato Rojas, considerado como “traidor”, ejecutado personalmente por Inti Peredo, quien murió a su vez a manos del Ejército boliviano en 1969; el coronel Roberto Quintanilla, ex-jefe de la policía, considerado como uno de los estrategas que permitieron la captura del guerrillero argentino, asesinado en 1972 en Hamburgo, donde había sido nombrado cónsul, por la integrante de la guerrillera boliviana Monika Hertl (el editor izquierdista italiano Giangiacomo Feltrinelli, que estuvo en el origen de la publicación del Diario de Bolivia, había participado en los preparativos del atentado pero murió poco antes en Italia, a consecuencia de la explosión de una bomba que transportaba); el general Joaquín Zenteno Anaya, nombrado embajador en Francia, liquidado en París en 1976 por una misteriosa Brigada internacionalista Ché Guevara; y varios oficiales, entre los cuales figuraban los autores de diversos golpes de estado, de derechas o de izquierdas, en Bolivia.
    La mayoría de esos asesinatos nunca fueron esclarecidos, pero las distintas investigaciones llevadas a cabo por los gobiernos afectados vieron en ellos el sello de los enviados de los servicios secretos de Castro.[11][12]

    Mi recordada Ofelia, en cuanto salga a la venta en español, lo compraré y te lo enviaré con algún turista galo. Creo que éste es un libro que hay que leer para tener argumentos serios y así poder enfrentarnos a los admiradores de un hombre que tanto mal causó a nuestra Patria.

    Te quiere siempre,

    Félix José Hernández.

    *La Face cachée du Ché.
    Jacobo Machover
    Buchet/Chastel, 2007.
    7, rue des Canettes, 75006. Paris.
    205 páginas.
    14 Euros
    Foto portada : René Burri/Magnum Photos

    [1][12] Véase Paco Ignacio Taibo II: “El héroe que no muere. Mil caras del Ché” (El Mundo, Madrid, 8 de diciembre de 1996). El escritor mexicano, autor de novelas policiacas e historiador en sus ratos de ocio, que tiene muy buena información sobre ciertos aspectos secretos de la biografía de Guevara, sobre todo en relación con su aventura en el Congo, parece darle cierto crédito a esta hipótesis cuando relata una entrevista suya con un escritor cubano al que prefiere mantener en el anonimato, “que una vez le sugirió al historiador sonriendo: “Los servicios nuestros...” con un cierto tono de satisfacción.”
    [2][3] Entrevistas con el autor. Madrid, 2004-2006.

    [3][4] Ernesto Ché Guevara: Obra revolucionaria, op. cit., pp. 479-488.
    [5][6] Entrevista con el autor. Miami, agosto de 2006. La conversación tuvo lugar en la sede de la Brigada 2506, el cuerpo expedicionario cubano que llevó a cabo algunas infiltraciones contrarrevolucionarias y los combates de Bahía de Cochinos en 1961. Al sentarse, Félix I. Rodríguez dejaba entrever una pistola a la altura del tobillo.

    [6][7] Gary Prado: Cómo capturé al Che. Barcelona, B.S.A., 1987, p. 270.
    [7][8] Entrevista con Eduardo Febbro en Página 12, Buenos Aires, 18 de agosto de 2006: “El Ché Guevara se equivocó cuando eligió Bolivia.”

    [8][9] Fidel Castro : “Una introducción necesaria”, in Ernesto Che Guevara: Escritos y discursos (Tomo 3: Diario de Bolivia), op. cit., pp. 1-20.

    [9][10] Ibid.
    Última edición por Tamakun; 05/02/2010 a las 04:00

  10. #110
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    Una mirada incisiva sobre Ché

    Miguel Iturria Savón

    LA HABANA, Cuba – octubre 2, 2007 (Cubanet/index) - Mario Vargas Llosa,
    en un artículo El Comercio / Opinion / Domingo, 25 de febrero de 2007
    sobre
    Ernesto Guevara de la Serna, dice: “Un ser que de histórico pasa a ser
    mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y
    de ilusión. Es el caso de Ché”. Me acojo a la máxima del gran
    escritor, pero sé que el comandante guerrillero fue convertido en icono por
    intereses políticos. Su santificación aún es financiada por el gobierno
    cubano y diseñada por los propagandistas del Partido Comunista que rige
    la isla hace medio siglo. Más que un héroe fabricaron un producto de
    mercado mediante libros, fotos, coloquios, artículos, filmes y discursos
    apologéticos.

    Pero la distorsión de la biografía y de los hechos que enrolaron a
    Guevara tropieza ahora con un libro incisivo de Marcos Bravo, nombre de
    guerra de Pedro Manuel Rodríguez, quien luchó en las filas del Movimiento
    26 de julio durante la dictadura de Batista y se opuso después al
    régimen comunista instaurado por Fidel Castro. La obra de Bravo es resultado
    de una larga investigación, cotejos y reflexiones. Se titula La otra
    cara del Che. Ernesto Guevara, un sepulcro blanqueado.

    Es un texto polémico y bien escrito de 558 páginas, estructurado en
    ocho capítulos y un epílogo, lo cual permite al autor analizar cada una de
    las etapas vitales del personaje, sin magnificar su desempeño como
    hombre, guerrillero o funcionario político y gubernamental. Fue publicado
    por la editorial colombiana Solar y apareció en Bogotá en 2004. En
    Cuba ha sido prohibido pues desmonta las verdades encubiertas por los
    creadores del mito de Ché, a quien Bravo considera como “el extranjero que
    más daño ha causado a la nación cubana después del general español
    Valeriano Weyler”.

    Al exponer sus datos, el autor sacude la leyenda rosa de Ché y devela
    el rostro oculto de un embaucador, al que califica de falso economista,
    falso médico y guerrillero mediocre. Hacer un paralelo con Fidel
    Castro, no obstante la contradicción psico-social, de “riqueza sin clase en
    el cubano y de clase sin riqueza del argentino”, que deriva en ambos en
    un conflicto de odio y resentimientos contra todo lo socialmente
    establecido.

    Guevara, nos apunta Marcos, nunca se gradúa de médico, ya que no existe
    una sola entrevista a ninguno de sus compañeros de curso, ni de sus
    profesores. Tampoco hay foto alguna, ni el más mínimo testimonio de su
    graduación. Y mucho menos el expediente académico de la supuesta
    universidad donde debió cursar estudios.

    La otra cara del Che, con precioso detallismo y vigor literario,
    resalta los aspectos más negativos del biografiado. Entre ellos, el perenne
    narcisismo, puesto de relieve en el afán por ser fotografiado y que
    lleva al paroxismo en medio del naufragio del Granma. O de sus condiciones
    de verdugo desde los primeros momentos de la lucha en la Sierra, al
    dispararle en la cabeza al traidor Eutimio Guerra, acción que ejecuta sin
    pedírsela nadie y que le aporta una mayor consideración de Castro; a
    quien aprendió bien temprano a no contradecir -aunque dijera lo más
    disparatado- y dejarlo ganar siempre, en cualquier cosa o competencia.

    Guevara, resalta el autor, desconocía la historia de Cuba y el complejo
    entramado político y social del país, por lo cual planeó el asalto a
    los bancos de Santa Clara antes de tomar la ciudad, en 1958. Adoptó
    después medidas que afectaron la industria y la economía insulares. Reitera
    el afán del biografiado por criticar y ofender a quienes le rodeaban;
    su carácter impenetrable de jefe duro e indiferente, alejado de sus
    hombres en los campamentos, en los que aseguraba el mate y llenaba las
    despensas. Destaca el por qué nombran a Guevara al frente de la fortaleza
    La Cabaña, sede de la mayoría de los fusilamientos.

    Aprecia Bravo que, para la realidad cubana, la más desatinada e
    irresponsable de las aventuras de Che fue su aceptación de la investidura como
    Presidente del Banco Nacional y, después, Ministro de Industria; cargo
    del que fue defenestrado por el propio Castro, ante la incompetencia y
    fracaso de su política económica, que lo hace caer en desgracia; de
    ahí su designación como delegado de Cuba en la ONU para pronunciar un
    discurso en la Asamblea General. Acto seguido inicia un extenso recorrido
    por la Unión Soviética y por algunos países de África, con el fin de
    explorar las posibilidades de acciones revolucionarias.

    El autor valora el periplo de Guevara, su discurso en Argel, donde
    critica la política de los soviéticos y les exige que paguen el desarrollo
    de los países en vía de liberación, lo cual puso en guardia a la
    embajada de la URSS en La Habana, ante cuyas amenazas económicas se acentúa
    la desgracia del argentino. Valora que al regresar a Cuba no recibe
    cargos oficiales, hasta que parte, en el más absoluto misterio, al fracaso
    de la imposición insurreccional en África; otro descalabro como la
    guerrilla de Masseti, orientada por él en Argentina.

    La precipitada salida del Congo lo lleva a Europa, donde es sostenido
    por el gobierno cubano. De nuevo, bajo las siete llaves del más
    recóndito secreto regresa a Cuba. Se entrena con subordinados escogidos para la
    última de sus frustradas aventuras: Bolivia.

    La imposición de la guerrilla al país andino desde fuera, sin tener en
    cuenta las realidades nacionales y autóctonas trajo confrontaciones y
    dificultades que fueron incrementándose gradualmente hasta que Ché se
    entrega -para salvar la vida- a los soldados bolivianos que lo seguían,
    quienes no vacilan en matarlo días después, lo cual favorece su
    conversión en paradigma revolucionario.

    El escritor precisa al respecto, que el fusil M-1 con el que Ché se
    rinde, no es el suyo, sino el de su compañero, el guerrillero boliviano
    Willy, con quien lo cambia para justificar su entrega sin combatir, pues
    el usado por él, como el de los demás jefes, era un M-2 en buen
    estado. Su pistola de 9 milímetros disponía de todas sus balas al cederla.
    La herida en la pierna fue un rasguño a sedal que no le impedía
    caminar. Y al instante de entregarse dijo: “No disparen, soy el Che Guevara”.
    No peleó hasta la última bala, como les exigió a sus subordinados,
    quienes sí cumplieron el encargo y entregaron sus vidas en pos de una
    ilusión imposible y extranjerizante.

    Al releer este libro que circula a hurtadillas en la Isla, corroboramos
    algunas certezas. Quienes crecimos bajo consignas y prometimos ser
    como Ché desde el primer grado, ahora disfrutamos una biografía más humana
    y veraz sobre el Cid campeador exportado por los pregoneros de nuestro
    sistema. La otra cara del Che puede sacudir el hechizo de los
    seguidores de ese caballero andante en otras latitudes. Tal vez los argentinos
    –partidarios del coronel Juan D. Perón y del comandante Ernesto
    Guevara- comiencen a cansarse de tantos héroes y molinos de vientos.

  11. #111
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    En 1956, cuando el Che se asoció con Fidel, Raúl y a sus amigos cubanos en Ciudad de México, uno de ellos (actualmente en el exilio) recuerda al Che vituperando de “fascistas” a los combatientes húngaros por la libertad y aplaudiendo su exterminio por los tanques soviéticos.

    En 1962 el Che tuvo la oportunidad de hacer algo más que aplaudir desde la barrera. Tuvo una mano en lo siguiente: "las unidades de la milicia cubana al mando de oficiales rusos emplearon lanza llamas para quemar los bohíos de techado de palma en la zona del Escambray. Los campesinos inquilinos fueron acusados de alimentar a los contrarrevolucionarios y los bandidos."

    En cierto momento de 1962, uno de cada 19 cubanos era un preso político. Fidel admitió que se enfrentaron a 179 bandas de "contrarrevolucionarios" y "bandidos".

  12. #112
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    Che Guevara era monumentalmente vanidoso y épicamente estúpido. Fue superficial, grosero, cruel, y cobarde. Estaba engreído de si mismo, un consumado fraude y un intelectual vacuo. Fue intoxicado con unos pocos eslóganes insípidos, hablaba en clichés y fue un glotón para la publicidad. ¡Pero ah! salió fotogénico en un par de fotos de publicidad, con pómulos salientes y todo! ¿Y nos preguntamos por qué es un éxito en Hollywood? ? [7]

    [7] Humberto Fontova, Che Guevara: Assasin and Bumbler, The Cuban American National Foundation, Feb. 23, 2004

  13. #113
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    En 1956, cuando el Che se asoció con Fidel, Raúl y a sus amigos cubanos en Ciudad de México, uno de ellos (actualmente en el exilio) recuerda al Che vituperando de “fascistas” a los combatientes húngaros por la libertad y aplaudiendo su exterminio por los tanques soviéticos.

    En 1962 el Che tuvo la oportunidad de hacer algo más que aplaudir desde la barrera. Tuvo una mano en lo siguiente: "las unidades de la milicia cubana al mando de oficiales rusos emplearon lanza llamas para quemar los bohíos de techado de palma en la zona del Escambray. Los campesinos inquilinos fueron acusados de alimentar a los contrarrevolucionarios y los bandidos."

    En cierto momento de 1962, uno de cada 19 cubanos era un preso político. Fidel admitió que se enfrentaron a 179 bandas de "contrarrevolucionarios" y "bandidos".

  14. #114
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    Che Guevara era monumentalmente vanidoso y épicamente estúpido. Fue superficial, grosero, cruel, y cobarde. Estaba engreído de si mismo, un consumado fraude y un intelectual vacuo. Fue intoxicado con unos pocos eslóganes insípidos, hablaba en clichés y fue un glotón para la publicidad. ¡Pero ah! salió fotogénico en un par de fotos de publicidad, con pómulos salientes y todo! ¿Y nos preguntamos por qué es un éxito en Hollywood? ? [7]

    [7] Humberto Fontova, Che Guevara: Assasin and Bumbler, The Cuban American National Foundation, Feb. 23, 2004

  15. #115
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    Para enriquecer el hilo de Tamakun vamos a ver que nos dice Metapedia:

    El padre era un típico oligarca conservador

    "Ernesto Guevara Lynch (1901-1987), el padre, tenía una vida desahogada gracias a las rentas que obtenía de la herencia recibida de sus padres. Al nacer su hijo, acababa de comprar una importante plantación de yerba mate en Caraguatay, Misiones, una zona rural de la provincia de Misiones, en el área de Montecarlo, 200 km. al norte de la capital Posadas, sobre el río Paraná. En aquellos tiempos los trabajadores de los yerbatales, conocidos como mensúes, estaban sometidos a un régimen prácticamente esclavo. La novela "El río oscuro", de Alfredo Varela, sobre la que se realizó la película Las aguas bajan turbias, está ambientada en el trabajo de los yerbatales de aquellos años."

    "Celia de la Serna, la madre, pertenecía a una tradicional familia aristocrática de grandes estancieros bonaerenses."
    Su padre fue un cipayo al servicio de la judeo-masonería y espió a los nacionalistas de Córdoba


    "En aquellos años, Córdoba y Alta Gracia en particular recibieron una notable cantidad de refugiados republicanos de la Guerra Civil Española, y también alemanes vinculados al Tercer Reich. El músico Manuel de Falla se había instalado en Alta Gracia y algunos de los mejores amigos de Ernesto, los hermanos González Aguilar, eran hijos de un alto jefe militar español republicano, también refugiado allí. Por otra parte algunas localidades cordobesas como La Cumbre, La Cumbrecita y Villa General Belgrano eran centros de refugiados alemanes con evidentes simpatías al nacionalsocialismo de Adolf Hitler. El padre de Ernesto llegó a organizar durante la Segunda Guerra Mundial un pequeño grupo para espiar las actividades nacionalistas en Córdoba al servicio de la judeo-masonería internacional, en él también participó "Ernestito"."

    Sus padres eran "gorilas" (antiperonistas)

    "Los padres de Ernesto y toda su familia, por supuesto, eran abiertamente antiperonistas, como lo era la gran mayoría de la clase media y la clase alta."
    Derecho de pernada y homosexualidad


    "Carlos "Calica" Ferrer. Uno de sus primeros amigos. Lo conoció cuando ambos tenían dos/tres años. Ernesto recién llegaba a Alta Gracia. "Calica" era hijo de un rico médico especialista en enfermedades respiratorias que vivía en Alta Gracia. Uno de sus pacientes era el propio Ernesto. La primera relación sexual de Ernesto fue con la empleada doméstica de la familia Ferrer, junto con Carlos, con quien se rumorea mantuvo reiterados encuentros homosexuales (sería una constante en su vida mantener relaciones sexuales con las empleadas domésticas que trabajaban en las casas de sus conocidos y de caracter homosexual con sus compañeros marxistas)."
    Le decían el Chancho*

    "En Buenos Aires, Guevara se dedicó a jugar al rugby, deporte característico de la clase alta porteña, primero en el importante San Isidro Club (SIC) y luego, debido a sus limitaciones con el asma, en el pequeño y desaparecido Yporá Rugby Club (1948) y en el Atalaya Polo Club (1949). Editó entonces la primera revista dedicada al rugby de la Argentina, con el nombre "Tackle", y en la que también escribía crónicas bajo el seudónimo "Chang-cho", en alusión a su propio sobrenombre de "Chancho"."
    Stalinista (de la carta a una tía)

    " En el paso tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit, convenciéndome una vez más de lo terrible que son estos pulpos. He jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas. En Guatemala me perfeccionaré y lograré lo que me falta para ser un revolucionario auténtico... Tu sobrino, el de la salud de hierro, el estómago vacío y la luciente fe en el porvenir socialista. Chau. Chancho."
    Pensamiento vivo

    "El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.

    Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirle tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo donde quiera que se encuentre; hacerlo sentir una fiera acosada por cada lugar que transite. Entonces su moral irá decayendo."

    "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte. Nosotros sabemos cuál sería el resultado de una batalla perdida y también tienen que saber los gusanos cuál es el resultado de la batalla perdida hoy en Cuba."

    “Los negros, los mismos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño”.

    “en este tipo de trenes hay una tercera clase destinada a los indios de la región... es mucho más agradable el olor a excremento de vaca que el de su similar humano... la grey hedionda y piojosa... nos lanzaba un tufo potente pero calentito”.

    "Sobre el campesinado boliviano subrayó “son como animalitos”. Ni su mujer, Hilda Gadea, se salvó de sus humillaciones “Hilda Gadea me declaró su amor en forma epistolar y en forma práctica. Yo estaba con bastante asma, si no tal vez la hubiese cogido... lástima que sea tan fea”.
    Ernesto Guevara
    El canalla

    *El siguiente dato no lo incluyen los artículos: le apodaron el Chancho porque después de jugar al rugby, en vez de bañarse y cambiarse la ropa, se ponía una camisa limpia arriba de la camiseta sudada y sucia con barro y pasto y se iba a bailar; luego, en los bailes, una de sus mayores diversiones, después de beber unas cervezas, era sacar a bailar a una chica y eructarle en el oído



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  16. #116
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    "El canalla, la verdadera historia del Che"; de Nicolás Márquez, con prólogo de Armando Ribas. Para los que viven en Buenos Aires y alrededores lo pueden conseguir en los siguientes puntos de venta: Yenny, El Ateneo, Cúspide y en general en las grandes librerías.

    Envíos al interior y exterior: lamentiraoficial@yahoo.com.ar



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  17. #117
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  18. #118
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    Aunque lo intuyan por el contexto, quizás sea conveniente aclarar para los foreros españoles que en Hispanoamérica chancho es sinónimo de cerdo.

  19. #119
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    Una cosa es cierta: El deseo de Guevara para el desarrollo del nuevo hombre no emergió de su experiencia empírica de verdaderos hombres. En los Diarios de Motocicleta, él encuentra muchos excelentes y de hecho magníficos hombres, ricos y pobres por igual. El deseo de Guevara para el desarrollo del nuevo hombre, yo creo, proviene de su necesidad de controlar las vidas de los demás, su deseo de poder. Con singular falta de auto-conocimiento, con una ausencia absoluta de ironía, describe el carácter de Valdivia, el conquistador de Chile:

    “Las acciones de Valdivia simbolizan la sed infatigable del hombre para tomar control de un lugar en donde él pueda ejercer control total….Pertenecía a esa clase especial de hombres que la especie produce de vez en cuando, en quienes el anhelo de poder ilimitado es tan extremo que cualquier sufrimiento padecido para lograrlo parece natural.”

    ¿Podría haber una mejor descripción de sí mismo?

    La presentación de Guevara como una figura romántica, generosa y compasiva en lugar de cruelmente presumido y egocéntrico, y sugiriendo que él tiene algo que enseñarnos que no sea negativo, el director es culpable de mendacidad de muy alto nivel. La película es un ejercicio de frivolidad moral y exhibicionismo, auto-felicitaciones, y por supuesto, oportunismo. Debe venderse tan bien como las camisetas (remeras) de Guevara. [8]

    [8] Anthony Daniels, New Criterion, October, 2004

  20. #120
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    Respuesta: El verdadero Che Guevara

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Hace 39 años Ernesto "Che" Guevara recibió una dosis de su propia medicina. Sin juicio, fue declarado un asesino, lo pararon frente a una pared y lo fusilaron. Históricamente hablando, la justicia rara vez ha sido mejor servida. Si el dicho, “lo que pasa alrededor viene alrededor” tiene aplicación, es en este caso. El número de hombres que los “tribunales revolucionarios” del Che condenaron a muerte de la misma manera oscilan entre 800 a 1892. El número de hombres indefensos (y de muchachos) asesinados personalmente por el Che con su propia pistola suman docenas.

    El 14 de diciembre de 1964 durante su intervención en la Asamblea General de las Naciones Unidas el Che dijo: “Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte.” [9]

    Video link: YouTube - che guevara"Che Guevara: Anatomía de un mito". Este fragmento fue extraído del video “Che Guevara: Anatomía de un mito”.

    [9] Humberto Fontova, “Che Guevara 39 Years of Hype”, Guacarabuya, October 2006


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  1. 05/03/2010, 16:15
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