4 - Carlos V y su política de la Lengua. Difusión del español por América; americanismos del mismo. Difusión por Italia: hispanismos del italiano. Difusión por Flandes. Por Alemania. Por Francia. Por Inglaterra.
En esta evolución de la lengua española una tarea importantísima estaba reservada a nuestro Emperador Carlos V: la de la imposición del español como lengua de las cancillerías, y todavía más: la de su difusión como lengua universal, por tierras muy anchas y diversas, para convertir así en realidad el sueño imperial de Nebrija y de los Reyes Católicos.
Esta tarea sólo era posible con un nuevo César, un nuevo Alejandro, cuyo propósito fuese hacer del mundo una sola patria universal, cuyas gentes viviesen en mutua amistad y concordia, con una sola lengua y regidos por una sola ley religiosa y política, que alumbrara a todos como la luz del sol.
Nadie, desde luego, podría sospechar que quien hubiera de convertir el español en un nuevo latín fuese aquel joven monarca que, en Villaviciosa, en 1517, pisaba por vez primera la tierra de su madre: era entonces un muchacho que, si bien hablaba francés y flamenco, y conocía algo el alemán e italiano, ignoraba el español. Tanto él, como los hombres de confianza que trajo consigo tenían que servirse de intérpretes.
Al año siguiente, en las primeras Cortes, los procuradores, alarmados, le suplicaban “que fuese servido de hablar castellano porque haciéndolo así, lo sabría más presto y podía mejor entender a sus vasallos y ellos a él”. El Emperador respondía “que se esforzaría a lo hacer”. Pero en 1520 el problema persistía, ante la desesperación de los españoles: “Si el rey daba audiencia –decían- estaba Xevres presente, y, como no entendía bien la lengua española, era como si no le hablaran”, escribía fray Prudencio de Sandoval.
Pocos años después, las cosas cambiaban por completo: los emperadores romanos –pensaría el monarca- se abstenían de hablar otra lengua que la latina (16). Y por eso, sin duda, ante el Senado genovés comenzó una vez su discurso con estas palabras: “Aunque pudiera hablaros en latín, toscano, francés y tudesco, he querido preferir la lengua castellana porque me entiendan todos”.
Más impresionantes todavía fueron las palabras que en Roma pronunció, el 17 de abril de 1536, ante el papa Paulo III, desafiando al rey de Francia como enemigo de la cristiandad y retándole a singular combate, armado, desarmado o en camisa con espada y puñal.
El emperador dijo su discurso en español, con aquel sosiego y gravedad propios de su gloriosa abuela Isabel. El obispo de Mâcon, allí presente, representante del rey de Francia, se atrevió a interrumpirle, so pretexto de no entender el español. El Emperador, súbitamente, le impuso silencio con estas lapidarias frases (17): Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana”.
Forzoso era también que quien viniese a tratar con el que señoreaba la tierra le hubiese de tratar en lengua española. Por eso -como cuenta el licenciado Villalón-, cuando el Emperador “venció al Landgrave y al Duque de Sajonia, junto al río Albis, y todas las señorías y principados de Alemania vinieron a le sujetar y obedecer y a demandarle perdón, todos le hablaban en español” (Villalón, Gramática castellana, Proemio). Su Majestad “les respondía en español hablándoles mansa y agradablemente, como ellos dicen, llamándole príncipe gracioso, de la cual respuesta quedaron tan contentos, cuanto era razón” (18).
Sus embajadores, en fin, seguían el ejemplo del Emperador, y así, su representante en Venecia hacíase escuchar tan sólo en la lengua española, mientras los embajadores de las demás potencias hablaban por medio de intérpretes (19).
Como consecuencia de esta política, el Emperador y luego su hijo Felipe II pudieron contemplar el espectáculo grandioso de la difusión por el mundo entero de la lengua española (20). En América los indios iban olvidando poco a poco sus propias lenguas, para aprender la de nuestros exploradores, conquistadores y colonizadores, la cual había de ser pronto, no sólo un providencial poderoso instrumento de comunicación, sino también el vínculo indisoluble de fraternidad entre millones de hispanoamericanos.
América, a su vez, enriqueció a España con nuevas cosas y, por tanto, con nuevos vocablos. Por Sevilla, el puerto del Nuevo Mundo, fueron introduciéndose cosas y palabras vistas y oídas con curiosidad creciente. Del taino, lengua de los caribes de las Antillas, vinieron las voces primeras, las que ya conocieron la Reina Isabel y Nebrija: batata, cacique, caníbal, canoa, carey, guayaba, hamaca, macana, maíz, tabaco, tiburón; del nahuatl, de Méjico, lengua de los aztecas, vinieron: aguacate, cacahuete, cacao, chocolate, hule, jícara, nopal, petaca, petate, tomate, tiza; del quichua, del Perú, lengua de los incas: alpaca, cóndor, llama (rumiante), mate, pampa, papa, patata, puma, vicuña y otras (21).
Del Mundo Antiguo, Italia fue donde con mayor intensidad arraigó el español, más que por motivos políticos, por afinidades de raza y cultura y por mutua simpatía. Castiglione juzgaba a los españoles admirables por la “gravedad reposada”, que les era peculiar, y por sus costumbres, que, según él, eran más convenientes y conformes a las italianas, que no las de los franceses.
Y, en efecto, de la hermandad estrecha entre españoles e italianos son reflejo sus respectivas literaturas, no ya sólo por estar inspiradas simultáneamente en una misma clásica cultura, sino también por ser recíprocamente admiradas e influidas, gracias al conocimiento del italiano por los españoles y al prestigio del castellano en Italia, que ya en el siglo XV había penetrado allí “siguiendo –como decía Nebrija- a los infantes que enviamos imperar en aquellos reinos”.
Un testimonio de ese ascendiente y difusión de nuestra lengua nos proporciona Juan de Valdés, al asegurar que en su tiempo en Italia, “así entre damas como entre caballeros, se tenía por gentileza y galanía saber castellano”, sin duda por seguir el consejo de Castiglione, quien consideraba como ideal del cortesano el conocimiento del español.
Rara era la ciudad en que no se oyese hablar la lengua de España: tanto en Venecia y Roma, donde Pedro Bembo, el árbitro lingüístico de Italia, la empleaba en sus versos dedicados a Lucrecia Borgia, como en Lombardía, Cerdeña y Sicilia y sobre todo en Nápoles, cuyos habitantes decíase que eran “quasi piu spagnuoli che napolitani” y donde
“non era in uso quel baciar di mani
quel sospirare forte alla spagnuola” (G. Mauro, Opere burlesche)
A la difusión de nuestra lengua por Italia contribuían las imprentas de Venecia y Roma, al mismo tiempo que las francesas y flamencas, estampando infinitas ediciones de obras españolas. Nuestro teatro y canciones populares se escuchaban allí lo mismo que en la Península.
Maestros de español enseñaban, además, nuestra lengua. Como tal pudiéramos considerar a Juan de Valdés, aunque nunca regentara cátedra abierta al público, pues tan sólo a sus amigos italianos y españoles reunía los domingos en su quinta de la ribera de Chiaja para hablar con ellos sabiamente del castellano, en conversaciones por él reproducidas en su Diálogo de la Lengua.
En Venecia, la explicaba Giovanni Miranda con su gramática, publicada en 1569, y era famoso también el “Diccionario de la lengua toscana y castellana”, de Cristóbal de las Casas, muchas veces impreso desde 1570 en Venecia y Sevilla (22). En fin, todavía en 1600 existían en Roma “estudios de lengua española, como de latina, griega y hebrea, y los nobles procuraban dar a sus hijos ayos españoles, a fin de enseñarles la lengua”.
“Y esto no es de agora –decía Ximénez Patón-, que parece está la lengua en el estado, colmo o cumbre de su perfección, como la latina en los tiempos de Cicerón...” (23).
La influencia del español en el italiano se dejó sentir muy hondo por todas estas causas. Algunos llegaban hasta a censurar el desmesurado empleo de frases y voces españolas, las cuales se mezclaban profusamente con las italianas. Muchas pasaron definitivamente, y así, hoy mismo, hispanismos son: lindo, sfarzo, complimenti, creanza, disinvoltura, sussiego, manteca, riso, zucchero, chicchera, y otras voces, militares, como rancio, arranciarsi, ribatarsi, y marítimas, como maroma y cabrestante (24).
En lo que entonces llamaban Flandes, que para los españoles era también Holanda, además de Bélgica, y aun a veces Alemania, la lengua castellana se propagaba intensamente. Se hablaba en Gante, donde el Emperador había nacido, y en Brujas, en Bruselas, en Lovaina, donde flamencos famosos, pintores, músicos, impresores y maestros en oficios diversos vivían en íntimo contacto con españoles.
Las imprentas de aquellos dominios, especialmente las de Amberes, donde Plantino tenía su oficina, no cesaban de estampar libros en castellano, sobre todo gramáticas y diccionarios o “tesoros” de nuestra lengua. Un primer vocabulario español y flamenco se editaba en 1520, y a los dos años, lo compraba en Aquisgrán, Fernando Colón, hijo del famoso descubridor.
En varias de las muchas gramáticas en Flandes impresas, sus autores no se limitaban a enseñar la pura mecánica del lenguaje, sino que en elogio de la lengua discurrían con orgullo sobre su origen y vicisitudes. Interesantes en extremo son, por ejemplo, la del profesor Thámara, en verso, de 1550; la anónima en castellano, francés y latín, de Lovaina, de 1555; la curiosísima del licenciado Villalón, de 1558, y la “Gramática de la lengua vulgar”, de 1559, de autor desconocido (25).
Los humanistas de aquellos países no eran ajenos al desenvolvimiento o al estudio del castellano. José Escalígero, nacido en La Haya en 1540, se dedicaba a recoger más de dos mil voces no contenidas en el Diccionario de Nebrija; con todo eso –exclamaba al contemplar su obra-, “me parece que he hecho nada, siempre que leo libros españoles: es tanta la abundancia de aquel lenguaje, que cuanto más aprendo en él, tanto más se van ofreciendo cosas que sin maestro nunca las aprenderé” (26).
De los alemanes afirma el licenciado Villalón que se “holgaban de hablar castellano”, y que muchos lo hacían por complacer al Emperador Carlos, que se preciaba de español natural”, no obstante haber aprendido el castellano en sus años mozos, pues por su educación y origen era casi más alemán que español. El común linaje de uno y otro pueblo nunca como entonces se sintió tan hondo: de la ascendencia goda de la raza hispana gloriábanse, en efecto, los españoles entonces más que nunca, mientras arriba, en el Norte, hasta Cristián de Suecia ante Carlos V exclamaba: “Sumus et nos de gente gothorum” (27). Célebres maestros se entregaron asimismo en Alemania a la enseñanza del castellano. Los más conocidos fueron Henrico Doergangk, profesor de Colonia, y, en la universidad de Ingolstadt, Juan Angelo de Sumaran, noble cántabro. Los dos alcanzaron el siglo XVII (28).
En Francia, por Pierre de Bourdeille, señor de Brantôme, admirador arrebatado, en sus “Rodomontades”, de las costumbres españolas, sabemos que en tiempos de Enrique III, y aun más en los de Enrique IV, “la pluspart des françois, aujourd’huy, au moins ceux qui ont un peu veu, sçavent parler ou entendent ce langage”.
Así se comprende la edición de tantos libros españoles en Lión y París, y la avidez con que se leían, no sólo en traducciones, sino en castellano, el “Amadís de Gaula” y el “Reloj de Príncipes” de Guevara, copiado luego por La Fontaine en su “Paysan du Danube” (29).
El castellano se aprendía también en Inglaterra, donde tanta popularidad tuvieron las obras de Guevara, consideradas, por algunos, como inspiradoras del “eufuísmo”. Esta influencia del español culminó sobre todo a fines del siglo XVI, época en la cual apareció en Londres la primera gramática y diccionario español inglés, insertos en la “Biblioteca Hispánica” de su autor, Richard Percyvall. En el mismo año y ciudad vio la luz otra gramática, de W. Stepney (The Spanish Scoolemaster). Y en 1599, John Minsheu, profesor londinense de español, volvió a imprimir las obras de Percyvall, ampliándolas con textos sacados de otros libros que divulgaban por Inglaterra la literatura y el refranero de España.
Otro profesor de castellano muy popular en Londres, a principios ya del XVII, fue un español emigrado, Juan de Luna, autor de la mejor continuación del Lazarillo de Tormes (30).
(16) Cuenta Suetonio que sabiendo Tiberio hablar bien el griego no lo usó, antes habiendo de decir en el Senado una dicción griega pidió licencia para usar de palabra extranjera... y a un soldado prohibió que dixesse su dicho como testigo sino en latín (Aldrete, “Del origen y principio de la lengua castellana”)
(17) Reproducidas por Brantôme en sus Rodomontades.
(18) Sandoval narra de esta otra manera este episodio de 1546: “Sus embaxadores le hablaron en español hincados de rodillas, allí en el campo adonde habían salido a esperar al Emperador. La causa de hablalle en español dicen que fue parecerles más acatamiento hablalle en la lengua que era más su natural y más tratable, que no en la propia de ellos... Su Majestad les respondió en español”.....
(19) B. Croce: “La Spagna nella vita italiana durante la Rinascenza”.
Recordemos a propósito de este caso , el pasaje de Ambrosio de Morales en su Discurso sobre la lengua castellana: “En Roma quasi todos los nobles sabían la lengua griega; mas quando iban a gobernar en Asia, o en Grecia, por ley se les vedaba que en público no hablasen sino en latín, mandándoles que en juicio no consintiesen usarse otra lengua, aunque hubiessen de ayudarse de intérpretes los que no la sabían; sólo para este efecto (como dice Valerio Máximo): que la dignidad y la reputación de la lengua latina se extendiese con mayor autoridad por todo el mundo: tanto cuidado tuvieron de perpetuarla y hacerla estimar”.
Desde el siglo XVII se atribuye al Emperador un dicho muy repetido en el XVIII, que se ha hecho célebre. He aquí como lo relata Larramendi: “Me acuerdo haber leído en un francés cierta conversación crítica que tuvo un caballero español con otros franceses, y dijo que en el paraíso terrenal se habían hablado lenguajes diferentes; pero con esta repartición: la serpiente habló en inglés, por lo que silba; la mujer en italiano, por zalamera; el hombre en francés, por varonil; pero Dios en castellano, por ser lengua grandiosa y divina.
“En la misma conversación se sacó lo que solía decir Carlos V, que para hablar a su caballo, siempre hablaba la lengua alemana; para hablar a una italiana, la francesa; mas para hablar a Dios, la castellana”. (M. de Larramendi, “De la antigüedad y universalidad del Bascuence en España”, Salamanca, 1728).
Otra alusión a la idea del Emperador sobre el español hay en “Los eruditos a la violeta” de Cadalso (séptima lección). Gracián, en cambio, habla de una comedia representada en Roma, en la que el Padre Eterno habló “en alemán; Adán en italiano, Eva en francés, y el diablo en español, echando votos y retos” (Criticón, III, 9).
(20) “Ya que España reina y tiene conversación en tantas partes no solamente del mundo sabido antes, pero fuera dél, que es en las Indias y tan anchamente se platica y enseña la lengua española según antes la latina, a propósito de entendella y adornalla por todas vías, como se hace de algunos años acá” (Castillejo, “Diálogo entre el autor y su pluma”).
(21) El origen americano de muchas de estas palabras se fue perdiendo en la conciencia de las gentes. Así, por ejemplo, cacique, olvidada la antigua acepción, ya no evoca hoy para el gran público las narraciones sorprendentes de nuestros historiadores de Indias. En cambio, entonces sí, e incluso en el siglo XVII, cuando Lope de Vega explicaba, a lo vivo, la historia de España desde la cátedra madrileña de su teatro. Escenificando en una comedia las hazañas de los españoles y de los araucanos, ponía en boca de los indios voces americanas como madí, perper, ulpo, cocaví, muday, canoa, ambo, guacamaya, piragua, yanacona, chicha, galpones y areito, que el pueblo oía plenamente consciente de su origen americano. Véase “Arauco domado”, comedia de 1625.
Otra lista de americanismos ha gustado Lope de dar en su “Laurel de Apolo” (1630):
“Bajucos de guaquimos
camaironas de arroba los racimos,
aguacates, mageyes, achiotes,
quitayas, guamas, tunas y zapotes...”
(22) Giovanni Miranda, Osservationi della lingua castigliana divise in quattro libri, ne quali s’insegna con gran facilitá la perfetta lingua spagnuola (Venecia, 1569).
Cristóbal de las Casas, “Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana” (Sevilla, 1570 y Venecia, 1576). Fernando de Herrera lo celebra en estos versos que van al frente de la edición de 1570:
“España a tu memoria agradecida
Tu nombre cantará perpetuamente
Entre los que la hazen conocida.
Betis leuantará la altiua frente
De esmeraldas luzientes adornado.
Tu gloria murmurando en su corriente,
Y lleuando su curso al mar sagrado,
Casas resonará en el seno Mauro.
Y de allí al Indo estremo dilatado
Irá el nombre, en que Delio ilustra el lauro”.
(23) “Mercurius trimegistus sive de triplici eloquentia sacra española romana...” (Baeza, 1621, prólogo)
(24) B. Croce,“Spagna nella vita italiana (1917)”. Sobre el tema de la lengua española en Italia, léase del mismo autor, La lingua spagnuola in Italia, appunti con un’appendice di Farinelli (Roma, 1895).
(25) Thámara: “Suma y erudición de grammática en metro castellano”. Amberes 1550. “en casa de Martín Nucio; reimpresa en Madrid, 1892, por el Conde de la Viñaza.
Anónimo: “Util y breve institution para aprender los principios y fundamentos de la lengua española”, impresa en Lovaina, 1555, en casa de Bartolomé Gravio.
Villalón: “Gramática castellana, Arte breve y compendiosa para saber hablar y escribir en la lengua castellana, congrua y deçentemente”. Amberes. 1558.
Anónimo: “Gramática de la lengua vulgar de España”, impresa en Lovaina 1559. (Reimpr. Viñaza, 1892).
(26) En carta a Isaac Casaubon, humanista ginebrino (1559-1614), según Mayans, en “Orígenes de la lengua española”.
(27) La misma frase la repetía Carlos V en carta a Nils Dacke, caudillo de los revolucionarios suecos de 1540, según Strindberg.
(28) Doergangk, “Institutiones in linguam hispanicam” (Colonia, 1614)
(29) En una relación manuscrita de Juan de Hoznayo, en la Biblioteca del Escorial (Ciudad de Dios, 1913), se cuenta, al narrar cómo fue hecho prisionero Francisco I, que “a la contina topaban caualleros franceses en poder de los españoles, que ellos holgaban de ser vistos de su rey, e él los saludaba alegremente, diciéndoles por gracia que procurasen de aprender la lengua española y que pagassen bien a los maestros, que haría mucho al caso”.
(30) La redactó con el fin de proporcionar a sus alumnos un libro de lectura, y todavía hoy en países de habla inglesa se utiliza. Escribió también en inglés y español un “Arte breve y compendiosa para aprender a leer, escribir, pronunciar y hablar la lengua española (Londres, 1623). Reimpresa por Viñaza (Zaragoza, 1892). Es además autor de unos Diálogos familiares... para los que quieren aprender la lengua castellana (París, 1619)... Ticknor “Hist. de la Literatura española”.
J. Oliver Asín: Hª de la lengua española.
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