Revista FUERZA NUEVA, nº 591,6-May-1978
La ofensa a la bandera
(…) Realmente, si el Parlamento se ocupa de legalizar los delitos o atenuarlos dentro del más claro concepto libertario, ¿puede sorprender que la plebe -eso sí, dirigida y aleccionada- convierta Villalar, o sea, un pueblo de Castilla, y la fecha conmemorativa de un hecho histórico españolísimo, en un lugar de escarnio e indignidad y la efemérides en un crimen de lesa patria? Porque eso y no otra cosa es la ofensa a la bandera.
Creo que pocas veces, por no decir ninguna, se había llegado a tanto en España. El agravio se hace deliberadamente a todo lo que la enseña rojigualda representa, y muy especialmente al Ejército. No nos engañamos. Es una total provocación a las Fuerzas Armadas, cuyo juramento de honor se hace sobre la bandera nacional.
Nunca un Ejército del mundo fue sometido a una prueba tan dura como la que hoy (1978) padece el nuestro. Creo recordar que cuando nuestros Tercios hacían temblar a Europa y al mundo, el César Carlos definió el temple de nuestros soldados diciendo: “Todo lo sufren en cualquier asalto; sólo no sufren que les hablen alto”. Nuestros mílites han demostrado históricamente que han sufrido en el combate, en la acción guerrera, todo con tal de vencer o morir, en defensa de Dios y la Patria. Cualquier calamidad o infortunio ha sido soportado por el militar español a lo largo de los siglos, con abnegación, paciencia y heroísmo. En las huestes de Ponce de León y en las del Duque de Alba, a las órdenes del marqués de Spínola o del Gran Capitán, en Otumba o en Lepanto, en los Sitios de Zaragoza o en el fuerte de Baler, en el Alcázar de Toledo o el lago Ilmen. El aguante es un verbo exclusivamente español, intraducible a otro idioma.
Pero lo que no he podido aguantar jamás un guerrero español es “que le griten alto”, es decir, que le ofendan o vilipendien su honor y menos cuando se sublima en una enseña. Por eso estremece pensar que ahora, en este dramático período de la Historia, verdadera noche secular del tiempo, se le esté sometiendo a tan dura prueba. Los atentados y agresiones a las Fuerzas Armadas, que todavía siguen; las humillaciones de parlamentarios marxistas que fisgonean en centros castrenses o desde los escaños se meten con la justicia militar; la resurrección de Guernica como acta de acusación histórica, absolutamente falaz; la legalización del Partido Comunista y, finalmente, esa quema de banderas nacionales que, sin embargo, a algunos periódicos progubernamentales les parece justificada porque quienes las llevaban eran de “derechas”, está colmando la paciencia de unos hombres disciplinados. (…)
Además, a esa bandera no se la ofende únicamente con el hecho material de pisotearla y quemarla, sino con esas algaradas separatistas de Barcelona, Zaragoza y otras capitales españolas donde se esgrimen otras banderas espurias.
Pedro RODRIGO
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