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Tema: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    Artículo en "La Vanguardia" del filósofo Julián Marías, contra el aberrante término "nacionalidades" en el anteproyecto de la Constitución (18 Enero 1978)


    Nación y «nacionalidades»

    ESPAÑA ha sido la primera «nación» que ha existido, en el sentido moderno de esta palabra; ha sido la creadora de esta nueva forma de comunidad humana y de estructura política, hace un poco más de quinientos años —si se quiere dar una fecha representativa, sería 1474—. Antes no había habido naciones: ni en la Antigüedad ni en la Edad Media habían existido; ni fuera de Europa. Ciudades, imperios, reinos, condados, señoríos, califatos; naciones, no.

    Poco después de que España llegara a serlo, lo fueron Portugal, Francia, Inglaterra; con España, la primera «promoción»; más adelante, Holanda, Suecia, Prusia; en un sentido peculiar, Austria, y desde fines del siglo XVII empieza a germinar algo así como una nación dentro de Rusia. Italia y Alemania no llegan a ser naciones hasta hace un siglo —aunque se sentían ya así, social si no políticamente, mucho antes, y verdaderamente lo eran.

    Políticamente, las expresiones «Monarquía española» y «Nación española» han precedido largamente a «España». «El tesoro de la lengua castellana o española» de Sebastián de Covarrubias (1611} da esta definición: «Nación. Del nombre latino "nationis", vale reyno o provincia estendida, como la nación española».

    Ricardo de la Cierva, en un artículo impecable, acaba de recordar lo que ha sido siempre, cuantitativamente incluso, el uso constitucional de las expresiones «Nación» y «Nación española».

    Hasta hace unos días. El anteproyecto de Constitución recién elaborado arroja por la borda, sin pestañear, la denominación cinco veces centenaria de nuestro país. Me pregunto hasta dónde puede llegar la soberbia —o la inconsciencia— de un pequeño grupo de hombres que se atreven, por sí y ante sí, a romper la tradición política y el uso lingüístico de su pueblo, mantenido durante generaciones y generaciones, a través de diversos regímenes y formas de gobierno.

    En la época en que el nombre «nación» se usa abusivamente —Naciones Unidas— por todos los países que son o se creen soberanos, desde los más grandes hasta los que apenas se encuentran en el mapa, con estructuras sociales y políticas que nada tienen que ver con la de la nación, resulta que la más vieja nación del mundo parece dispuesta a dejar de llamarse —y entenderse— así. El anteproyecto recurre a cualquier arbitrio imaginable con tal de escamotear el nombre «Nación», «sociedad», «pueblo», «pueblos» y, sobre todo, «Estado español» —la denominación que puso en circulación el franquismo por no saber bien cómo llamarse, que ha ocupado tantos años los membretes de los impresos oficiales—. Pero ocurre que estos conceptos no son sinónimos; y usarlos como si lo fueran significa una falta de claridad sobre las realidades colectivas, disculpable en la mayoría de los hombres, pero no en los autores de una Constitución.

    Ahora que la Iglesia —sabiamente— ha añadido a los pecados de pensamiento, palabra y obra los de «omisión», la de la palabra Nación en el texto constitucional propuesto resulta difícilmente perdonable. En él, en efecto, nunca se dice que España es una nación, lo cual equivale a decir que «España no es una nación», ya que en ese texto era necesario decirlo. Me gustaría computar —en caliente, directamente— lo que de ello piensan los españoles, si se dan cuenta de lo que se intenta hacer con su país, es decir, con ellos— y con sus descendientes.

    Pero no es esto sólo. La idea nacional se cuela en el anteproyecto, como de pasada, en el artículo 2, que dice así: «La Constitución se fundamenta en la unidad de España y la solidaridad entre sus pueblos y reconoce el derecho a autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran». Yo no sé qué quiere decir que la Constitución «se fundamenta en la unidad de España»; entendería que la reconozca o la afirme o la proclame; pero esto no es demasiado grave. Si lo es que el texto diga que integran España «nacionalidades y regiones». Explicaré por qué me parece así. Esta Constitución, tan enemiga de toda «discriminación», la practica aquí en las más serias cuestiones. Según ella, hay en España dos realidades distintas, a saber, «nacionalidades» y «regiones». En una Constitución, habría que decir «cuáles» son —y me gustaría saber quién se atreve a hacerlo, y con qué autoridad—

    Pero lo más importante es que «no hay nacionalidades» —ni en España ni en parte alguna—, porque «nacionalidad» no es el nombre de ninguna unidad social ni política, sino un nombre abstracto, que significa una propiedad, afección o condición. El «Diccionario de Autoridades» (1734) dice: «Nacionalidad. Afección particular de alguna Nación, o propiedad de ella». Y la última edición (1970) del Diccionario de la Academia la define así: «Condición y carácter peculiar de los pueblos e individuos de una nación. 2. Estado propio de la persona nacida o naturalizada en una nación».

    Es decir, España no es una «nacionalidad», sino una nación. Los españoles tenemos «nacionalidad española» —ni ninguna otra—. Con la palabra «nacionalidad», en el uso de algunos políticos y periodistas en los últimos cuatro o cinco años, se quiere designar algo así como una «subnación»; pero esto no |o ha significado nunca esa palabra en nuestra lengua.

    El artículo del anteproyecto no sólo viola la realidad, sino el uso lingüístico.

    Algunos defensores de esa acepción espúrea de la palabra «nacionalidad» invocan el precedente del famoso libro «Las nacionalidades», publicado hace poco más de un siglo por don Francisco Pi y Margall, catalán, republicano federal, uno de los presidentes del poder ejecutivo de la efímera I República Española (febrero de 1873 a enero de 1874).

    Ahora bien, al invocar ese libro demuestra «no haberlo leído». Porque Pi y Margall no llamó nunca «nacionalidades» a ningún tipo de unidades político-sociales, ya que sabía muy bien la lengua española en que escribía —en qué escribió tan copiosamente—. Las «nacionalidades» de que habla son, no Francia, España, Alemania, Suiza o los Estados Unidos, sino la nacionalidad francesa, la española, la alemana, la suiza, la norteamericana, etc. Usa la expresión en el sentido en que todo el siglo XIX habló del «principio de las nacionalidades». A las naciones, Pi y Margall las llamaba «naciones»; y a lo que solemos llamar «regiones», así siempre las denominaba con la vieja palabra romana, de amplísima significación, «provincias». Lo que pasa es que resulta más cómodo leer títulos que libros —y los antiguos, ni siquiera solían tener las socorridas solapas que tantas veces simulan un conocimiento inexistente.

    Al hablar —con entusiasmo— del principio federalista, que Pi y Margall pretendía aplicar a todos los niveles, desde el municipio hasta Europa, escribe, por ejemplo: «Yerra el que crea que por esto se hayan de disolver las actuales «naciones». ¿Qué había de importar que aquí en España recobraran su autonomía Cataluña, Aragón, Valencia y Murcia, las dos Andalucías, Extremadura, Galicia, León, Asturias, las Provincias Vascongadas, Navarra, las dos Castillas, las islas Canarias, las de Cuba y Puerto Rico, si entonces como ahora había de unirlas un poder central, armado de la fuerza necesaria para defender contra propios y extraños la integridad del territorio, sostener el orden cuando no bastasen a tanto los nuevos Estados, decidir las cuestiones que entre éstos surgiesen y garantizar la libertad ide los individuos? «La nación continuaría siendo la misma». Y ¿qué ventajas no resultarían del cambio? Libre el poder central de toda intervención en la vida interior de «las provincias y los municipios», podría seguir más atentamente la política de los demás pueblos y desarrollar con más acierto la propia, sentir mejor «la nación» y darle mejores condiciones de vida, organizar con más economía los servicios y desarrollar los grandes intereses de la navegación y el comercio; libres por su parte «las provincias» de la sombra y tutela del Estado, procurarían el rápido desenvolvimiento de todos sus gérmenes de prosperidad y de riqueza: la agricultura, la industria, el cambio, la propiedad, el trabajo, la enseñanza, la moralidad, la justicia. "En las naciones federalmente constituidas la ciudad es tan libre dentro de la provincia como la provincia dentro del cuerpo general de la república".»

    Pi y Margall extiende la misma consideración a otras naciones: «Otro tanto sucedería en Francia sí se devolviese a sus "provincias" la vida de que disfrutaron, y en Italia, si se declarase autónomos sus antiguos reinos y repúblicas, y en la misma Inglaterra, si lo fuesen Escocia e Irlanda... Inglaterra, Italia y Francia seguirían siendo "las naciones de ahora". Pi y Margall habla constantemente de «grandes naciones» y «pequeñas naciones»: ni a unas ni a otras se le pasa por la cabeza llamar «nacionalidades». Y el libro III de «Las nacionalidades se titula «La Nación española». (...)

    Julián Marías


    ---------

    El artículo completo puede leerse aquí:

    https://hemeroteca-paginas.lavanguar...780118-007.pdf
    Última edición por ALACRAN; 05/06/2024 a las 13:35
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    En la transición, los privilegios a la nueva Cataluña “oficial” constituían el mayor disolvente de España


    Revista FUERZA NUEVA, nº 578, 4-Feb-1978

    Cataluña, disolvente de España

    Lo que más se hace patente, como secuela de las sinceras, pero desafortunadas palabras del señor Tarradellas, es el hecho de que la Cataluña oficial de hoy (1978) se ha convertido en el más poderoso disolvente de la nación española. ¡Así paga Tarradellas la última y antidemocrática merced que el Gobierno “centralista” de Madrid ha hecho a Cataluña: el de darle un gobierno preautonómico liberal-burgués a una región electoralmente copada por el socialismo marxista!

    La Cataluña oficial -contra los verdaderos intereses de la Cataluña real- no se ha convertido sólo en disolvente de España, por el mero hecho de reclamar y obtener un Gobierno autónomo, una gobernación separada, potencialmente separatista, sino, sobre todo, porque imponiendo la clase política catalana la separación de Madrid, ha inducido en el resto de las regiones españolas el afán autonomista, dígase lo que se diga, más o menos separatista, como si los españoles, retrógrados, yendo contra la corriente de la historia y de los imperativos económicos culturales y políticos, pudiéramos en esta coyuntura mundial conseguir separados y enfrentados lo que no somos capaces de lograr juntos y concertados.

    La reacción de Tarradellas, doliéndose, por un lado, de que el proceso autonómico de otras regiones pueda perjudicar a Cataluña y extrañándose, por otro lado, de que otras regiones demanden la autonomía, revela no sólo la torpeza y la miopía del presidente de la Generalidad, sino, lo que es peor, su egoísmo, su egocentrismo y su estrechez de miras, dos componentes que difícilmente pueden hacer grande un pueblo que pretende separarse (…)

    Eulogio RAMÍREZ


    Última edición por ALACRAN; 19/06/2024 a las 15:45
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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    “Proceso autonómico”: troceo inaudito de la Piel de Toro como si fuera una “ternera muerta”



    Revista FUERZA NUEVA, nº 578, 4-Feb-1978

    A LAS PREAUTONOMÍAS

    Como ustedes habrán ido viendo, a la primera fase del destrozo nacional, o sea, la monomanía de la democratización, ha sucedido la segunda: el troceo inaudito de la Piel de Toro como si fuera una ternera muerta.

    Lo que se está haciendo alegremente con el territorio nacional NO se ha visto en la historia, y además, como si realmente se hiciera algo con el menor síntoma de quehacer positivo.

    Solamente pido a Dios que el remedio también sea inaudito y como tampoco se ha visto en la historia

    Este es el adjetivo para el señor Suárez: inaudito.

    Ramón Castells Soler


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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    …“No se cuente con nosotros a la hora de las taifas…”


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 581, 25-Feb-1978

    “NO SE CUENTE CON NOSOTROS A LA HORA DE LAS TAIFAS”

    (…) El germen de la unidad

    En Toledo, cobijados bajo la sombra del Alcázar, que desde que contemplamos, y la proximidad inmediata del paseo de Recaredo, que nos circunda, queremos en la mañana de hoy hacer patente nuestra profesión pública y privada de estos dos máximos valores: el amor a Dios y el amor a España una y unida.

    Porque no podemos olvidar que España como nación es hija del concepto cristiano de la vida y de los valores de la civilización mediterránea, faros que desde los primeros años de la historia conocida no han dejado de iluminar al mundo.

    La evangelización de España por el apóstol Santiago, la tradicional devoción a la Virgen, la influencia social de los concilios de Toledo, toda la épica de los reconquista de nuestro suelo frente a la invasión musulmana, marcan el sentido religioso de los primeros pasos de nuestra nacionalidad. Esta profunda cristianización operada sobre la primitiva población aborigen, que ya había recibido huellas indelebles de las culturas mediterráneas y muy especialmente de la romana, constituyó la primitiva unidad de nuestro pueblo, el principal aglutinante hispánico que ha perdurado durante más de un milenio.

    ***
    Durante la Edad Media se fragua lentamente la unidad política de los pueblos peninsulares al calor de una fe y de un quehacer comunes. En coyunturas como las Navas de Tolosa se reúnen en un mismo empeño de supervivencia todos los reinos españoles. La culminación de la epopeya de la Reconquista coincide en el tiempo con el comienzo de la hazaña nacional más grande de la historia, inigualada aún por pueblo alguno: el descubrimiento, la cristianización y la civilización de todo un continente, de un nuevo mundo.

    En la nación española están profundamente unidos elementos indisociables, pero de espíritu a veces muy diverso. Son sus regiones. Separad de España a Cataluña, Vascongadas, Galicia, Andalucía o Castilla y prescindiréis de un aspecto fundamental de la nacionalidad española. No comprenderéis ya la historia de España, limitando gravemente sus posibilidades futuras. Se podrá hablar de una cultura catalana, vasca, gallega, andaluza o castellana, pero esas culturas regionales serán siempre una parte de lo que el mundo conoce por cultura española, cuya acción civilizadora, cuyo admirable conjunto se basa en un perfecto equilibrio nacional que al cristalizarse permitió llevar a cabo grandes hazañas históricas.

    Los que amamos el destino de nuestra empresa en común somos tildados de opresores, pero es que, llevado al terreno de la práctica, ¿puede un padre contemplar cómo un mal hermano rompe la unidad fraternal de la familia?, ¿o defenderá la unidad en aras de la libertad familiar?

    El fomento de todo libertinaje taifista que atente contra el sentido nacional es un suicidio estúpido. No es ya un problema de instrumentación política. Así como el sentimiento de la Justicia envuelve el concepto de la ley, el sentimiento nacional envuelve el contorno de lo regional.

    El sentido regional es constructivo cuando aporta al sentido nacional nuevos motivos de unión y engrandecimiento; sin embargo, si se crea para atentar contra él, es la más descarriada de las licencias. Todo aquello que desarrolle los méritos del sentimiento local a favor de la causa nacional es positivo, y por eso nosotros, en este sentido, imitando a Joaquín Costa diremos: “por ser castellano soy español dos veces”.

    Es loable digno y justo defender el patrimonio espiritual y cultural de una región, siempre que esa defensa se haga a favor del enriquecimiento de la cultura nacional (…). Lo que realmente desune y separa es la mala política que manipula torpe y aviesamente a la cultura como órgano de segregación.

    No se puede vivir la historia a contrapelo del destino universal y si nuestro destino apunta hacia la unión de los pueblos ibéricos en comunión con la Hispanidad, el separatismo es un necio genocidio que se incubará en minorías, pero no en la generalidad de los españoles que han adquirido una clara conciencia de que las naciones sólo pueden alcanzar la verdadera libertad a través de la grandeza que sanciona la fusión de los pueblos en el respeto cristiano hacia la natural variedad de los hombres.

    El separatismo local es signo de decadencia que surge cuando se olvida que una patria no es aquello inmediato, físico, que podemos percibir hasta en el estado más primitivo de espontaneidad. Una patria es una empresa en común, es una misión en la Historia (…). No nos dejemos engañar y tengamos conciencia exacta del concepto de patria. (…)

    Ricardo ALBA



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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    La casi cotidiana e impune quema, desgarro y pisoteo de banderas nacionales, especialmente en la periferia, acompañado de banderas regionales espurias coincidiendo con los respectivos "procesos autonómicos", ante el silencio de un Ejército estupefacto e impertérrito...


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 591,6-May-1978

    La ofensa a la bandera

    (…) Realmente, si el Parlamento se ocupa de legalizar los delitos o atenuarlos dentro del más claro concepto libertario, ¿puede sorprender que la plebe -eso sí, dirigida y aleccionada- convierta Villalar, o sea, un pueblo de Castilla, y la fecha conmemorativa de un hecho histórico españolísimo, en un lugar de escarnio e indignidad y la efemérides en un crimen de lesa patria? Porque eso y no otra cosa es la ofensa a la bandera.

    Creo que pocas veces, por no decir ninguna, se había llegado a tanto en España. El agravio se hace deliberadamente a todo lo que la enseña rojigualda representa, y muy especialmente al Ejército. No nos engañamos. Es una total provocación a las Fuerzas Armadas, cuyo juramento de honor se hace sobre la bandera nacional.

    Nunca un Ejército del mundo fue sometido a una prueba tan dura como la que hoy (1978) padece el nuestro. Creo recordar que cuando nuestros Tercios hacían temblar a Europa y al mundo, el César Carlos definió el temple de nuestros soldados diciendo: “Todo lo sufren en cualquier asalto; sólo no sufren que les hablen alto”. Nuestros mílites han demostrado históricamente que han sufrido en el combate, en la acción guerrera, todo con tal de vencer o morir, en defensa de Dios y la Patria. Cualquier calamidad o infortunio ha sido soportado por el militar español a lo largo de los siglos, con abnegación, paciencia y heroísmo. En las huestes de Ponce de León y en las del Duque de Alba, a las órdenes del marqués de Spínola o del Gran Capitán, en Otumba o en Lepanto, en los Sitios de Zaragoza o en el fuerte de Baler, en el Alcázar de Toledo o el lago Ilmen. El aguante es un verbo exclusivamente español, intraducible a otro idioma.

    Pero lo que no he podido aguantar jamás un guerrero español es “que le griten alto”, es decir, que le ofendan o vilipendien su honor y menos cuando se sublima en una enseña. Por eso estremece pensar que ahora, en este dramático período de la Historia, verdadera noche secular del tiempo, se le esté sometiendo a tan dura prueba. Los atentados y agresiones a las Fuerzas Armadas, que todavía siguen; las humillaciones de parlamentarios marxistas que fisgonean en centros castrenses o desde los escaños se meten con la justicia militar; la resurrección de Guernica como acta de acusación histórica, absolutamente falaz; la legalización del Partido Comunista y, finalmente, esa quema de banderas nacionales que, sin embargo, a algunos periódicos progubernamentales les parece justificada porque quienes las llevaban eran de “derechas”, está colmando la paciencia de unos hombres disciplinados. (…)

    Además, a esa bandera no se la ofende únicamente con el hecho material de pisotearla y quemarla, sino con esas algaradas separatistas de Barcelona, Zaragoza y otras capitales españolas donde se esgrimen otras banderas espurias.

    Pedro RODRIGO


    Última edición por ALACRAN; 26/11/2024 a las 18:20
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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    España, único país del mundo donde los separatismos son legales


    Revista FUERZA NUEVA, nº 591, 6-May-1978

    Inadmisible

    La pendiente destructora de la unidad nacional a la que nos está llevando el Gobierno Suárez alcanza ya cotas inadmisibles para la tolerancia de cualquier español que sienta en su alma la realidad y el amor por España.

    Un triste ejemplo de lo que decimos son las declaraciones del Ministerio del Interior, en las cuales se dice que “El Ministerio del Interior no tiene ningún inconveniente en que puedan ser legales los partidos independentistas, y prueba de ello es que hay en las Cortes dos proyectos de ley modificando la Ley de Partidos Políticos y el Código Penal. Una vez aprobados, podrían ser legales los separatistas, siempre que no utilicen la violencia”.

    “Igual criterio se ha seguido con partidos republicanos que han sido legalizados. El Ministerio no persigue a un partido por sus fines, y entiende que es lícito que una asociación diga en sus estatutos que quiere que España sea República o Monarquía, mientras defienda esto de una manera civilizada”.

    Totalmente inadmisible. En primer lugar, no se pueden comparar ambas legalizaciones. República o Monarquía son meras formas de institucionalizar el Estado, que es un ordenamiento en sí jurídico-administrativo de encuadramiento de la nación. Monarquía o República, por tanto, no afecta, en su institución o constitucionalidad, a la esencia de la patria como unidad. Por el contrario, tratar de legalizar los separatismos es tanto como aprobar, mediante una espuria legalidad, la ruptura de la unidad de la Patria, y esto, por tanto, es traición.

    Afirmar, además, que el “Ministerio no persigue a un partido por sus fines” es abiertamente ser cómplice de la traición, si este partido tiene como fin la ruptura de la Patria en su unidad.

    Creemos que ante estas declaraciones y ante tantos hechos que, desgraciadamente, estamos presenciando los españoles en donde España, como tal nación una, como patria común, se ve en peligro, es hora ya de que los responsables por patriotismo, juramento y aun obligación concreta, de acuerdo con la “aún” vigente constitucionalidad del Estado, salgan de su asepsia e impidan, de acuerdo con la misma ley, que tamaño desafuero contra España continúe impunemente.

    Ramón de Tolosa
    Última edición por ALACRAN; 03/12/2024 a las 13:15
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    El trasero constitucional de las “nacionalidades”



    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 592, 13-May-1978

    El trasero constitucional de las “nacionalidades”


    Lo que lógicamente es inviable, desde el centrismo se convierte como fruta madura de la más feroz actualidad. España, que secularmente ha mantenido su unidad nacional con los reconocimientos regionales que el liberalismo conculcó, ahora (1978), por arte de birlibirloque de pactos desconocidos, maniobrados en la sombra, nos enteramos de que “la Constitución se fundamenta en la unidad de España como patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que integran la indisoluble unidad de la nación española”, como reza el artículo 2 del título preliminar del proyecto de Ley Constitucional.

    Inmediatamente, uno debe preguntarse: ¿cómo la “nación española” integra “la autonomía de las nacionalidades”? Cómo se sostiene la “unidad de la nación española” con las “nacionalidades”? Se ha conseguido lo nunca visto: la cuadratura del círculo, que los peces vuelen y que los pájaros vivan en el fondo del océano, que los vegetales tengan sentidos y que los animales produzcan melocotones. Lo que no alcanza el talento democrático del liberalismo centrista (UCD) no lo consigue nadie.

    Pero aparte de lo paradójico, alocado e imposible de admitir que supone definir a España como “nación española” compuesta de “nacionalidades y regiones” -sin que nos digan con qué rasero distinguen las unas y las otras-, queremos avanzar que lo que entraña este malhadado proyecto del artículo 2, que comentamos, resulta, con la subversión social, con el amoralismo creciente, con el terrorismo amenazador, con el desorden económico, como la plataforma más directa para convertir a España en un satélite de la URSS. O sea, es la dialéctica marxista al servicio del comunismo en su expresión más afilada. Y no soñamos. Lo demostraremos.

    Nacionalidades y marxismo

    La civilización católica ha formado a Europa. Eminentemente a España. Tiene razón Julián Marías cuando nos dice que España es la primera nación de Europa. Y la unidad de España, cuajada en la cristiandad, sabía mantener perfectamente la simbiosis entre la concordia de todas las tierras y hombres con el respeto a sus características, fueros y costumbres. El Rey de España era el rey de Castilla, de León, de Aragón… conde de Barcelona, señor de Vizcaya, y así de otros reinos y pueblos. El centralismo es fruto del liberalismo dinástico. Y éste es el culpable del nacimiento de los separatismos más o menos encubiertos.

    Perdida la noción de España, sólo clara a la luz de la fe católica y de la monarquía tradicional, católica, social y representativa, hemos de bascular entre los mundialismos apátridas, las oligarquías multinacionales, los nacionalismos románticos, para terminar en los inevitables nacionalismos marxistas, herederos naturales de la apostasía del perjurio. Una teoría tan estrafalaria y antiespañola, como el principio de las nacionalidades, tiene que desgarrar forzosamente a España.

    Pierre Vergnaud acierta cuando nos dice: “Casi es un lugar común, que hay que colocar a la Reforma protestante en los orígenes del principio de la nacionalidades; en efecto, ella fue quien, antes de las doctrinas de la soberanía del pueblo, arruinó el equilibrio de los valores tradicionales al sustituir la autoridad de la Iglesia por la conciencia individual”. Y esto que no tiene base -la “conciencia individual” es una entelequia ante la dogmática marxista –queda arrollado por la fuerza de una ideología que es una respuesta completa a los errores de liberalismo, del sufragio universal, del constitucionalismo masónico. Y la prueba es que el odio que inflama a todos los nacionalismos jacobinos y románticos producidos por el centralismo liberal y la descristianización de la política, están al servicio del marxismo.

    Y esto, ¿por qué? Por una razón muy sencilla. Los liberales, los demócratas, los centristas -a lo Suárez- se creen muy hábiles claudicando a reformas que les permiten ir tirando, con la ilusión de que son ultralistos para no marearse. Los marxistas aprovechan estas claudicaciones con mucha más vista que los torpísimos liberales, porque saben que alimentan con estas “reformas” la fuerza motriz de otras metas que les conducen a su fin. Stalin lo explica claramente: “Para el reformista, la reforma lo es todo… Para el revolucionario, por el contrario, lo principal es el trabajo revolucionario y no la reforma; ésta, para él, solo es el producto accesorio de la revolución (…)

    El resultado de los nacionalismos no lo recogerán, en Cataluña, ni los Tarradellas, ni los Jorge Pujol, ni Trias Fargas, ni Carlos Sentís, ni otros tontos útiles semejantes. Como en el País Vasco, no es ni al Partido Nacionalista Vasco, ni Irujo, ni los beatos de cualquier cofradía que no sea exactamente el marxismo. (…)

    De ahí que los marxistas aprovechan el entontecimiento burgués nacionalista, para después arrumbar en nombre de la explotación capitalista a los que fueron sus peones y compañeros de viaje. Y esto se fabrica con esta palabra explosiva: nacionalidades. Marx decía: “Nuestra tarea consiste en utilizar todas las manifestaciones de descontento, en recoger y aprovechar todas las partículas de protesta, hasta si están en embrión”. Y a esto se presta Adolfo Suárez, que ha pactado y se ha comprometido a dar rienda suelta al término “nacionalidades” en la nueva Constitución.

    La “nacionalidades” suponen la autodeterminación

    Los marxistas y los separatistas no son hipócritas. Dicen claramente que ellos entienden que el término “nacionalidades” supone el derecho a la autodeterminación. Lo repiten constantemente, y sólo no se enteran los que son cómplices de la catástrofe que se nos avecina. (…)

    Recuérdese cuando, el 1 de octubre de 1936, se concedió el Estatuto vasco, el grito más coreado en la Diputación permanente de las Cortes republicanas fue: ¡Viva Rusia!

    Y ahora vamos por peor camino. Desde el principio, el gobierno Suárez prepara que las “nacionalidades” lleguen hasta su final. Repásese el decreto-ley de 29 de septiembre de 1977, en que se dispone así: “La Generalidad de Cataluña tiene personalidad jurídica plena… Los órganos de Gobierno y Administración de la Generalidad… Los órganos de Gobierno de la Generalidad establecidos por este real decreto-ley…”.

    Y las facultades concedidas dan pie a lo que verdaderamente estudiaba el profesor Zafra Valverde: “No hay que hacerse a este respecto demasiadas ilusiones con los resortes de seguridad que se prevén en el decreto-ley. En él se dice, efectivamente, que el Gobierno podrá suspender los acuerdos de los órganos catalanes por contrarios a la legislación vigente…”. Ya que antes escribe: “La dinámica psicológica de la euforia de reconquista, sumada a las ambiciones políticas oligárquicas de diversa índole en Cataluña y al espíritu timorato de repliegue que caracteriza al gobierno Suárez, puede conducir así a situaciones de tensión y aun de grave peligro para la integridad política de España, que indudablemente no han deseado los otorgantes del Estatuto autonómico provisional”.

    En la pasada festividad de San Francisco de Sales, día de los periodistas, el “alter ego” de Tarradellas, Federico Rahola, se enfrentaba así comparando la historia: “En aquel momento, Maciá y Companys realizan la ruptura y después pactaron con el Gobierno central; ahora hemos pactado inicialmente, pero es posible que lleguemos a la ruptura”. Y Federico Rahola ya tiene práctica y maestro. No se olvide que José Tarradellas ha sido el primer político burgués de izquierda de Europa que ha gobernado -es un decir- con anarquistas y comunistas de Stalin. (…)

    En España se nos aplica fríamente el marxismo más rabioso en su proceso disolvente (…) Los marxistas colaborarán con el centrismo en esta etapa que consiguen gratuitamente cotas y avances que les permitirán en la hora oportuna rematar sus objetivos. Y entonces las declaraciones patrióticas ya no servirán para nada. Si se tolera que las “nacionalidades” desgarren a España, ya todo está concedido. Tarradellas ha dicho que hay cosas que son claras. Una de ellas es que “Cataluña es una nación”. Y este hombre tiene la confianza. De tales polvos tales lodos. Quien siembra vientos recoge tempestades. Los que ponen en circulación el abortivo conflicto de las nacionalidades, preparan el fin de España.

    Con la democracia centrista se está incubando la República que fácilmente se convertirá en la dictadura del proletariado. ¿Nos tildan de alarmistas? También Ortega y Gasset, Marañón, Unamuno, Pérez de Ayala, Francisco Cambó, José María Gil Robles y otros burgueses de izquierda y centristas, demócratas cristianos y catalanistas de derecha, calificaban así a los que desde 1931 adivinaban lo que estaba a las puertas. Y se equivocaron. Pero ahora es más imperdonable. Quien permite que se pulverice a España en nacionalidades es el causante de la quema de las banderas nacionales, de los insultos a la Patria y de un futuro próximo de tribus comunistas, que serán dominadas prontamente bajo la mano de hierro de un dictador sin entrañas. Esto si Dios no lo remedia y los que no somos perjuros estamos en nuestro lugar.

    Jaime TARRAGÓ

    Última edición por ALACRAN; 20/12/2024 a las 13:08
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    Blas Piñar sobre la Constitución y la unidad de España»


    Revista FUERZA NUEVA, nº 594, 27-May-1978

    «La Constitución y la unidad de España»

    «LUCHAREMOS incansablemente por la unidad de la Patria, y más aún, ahora, que está en juego.» Estas fueron palabras de nuestro presidente, Blas Piñar, el pasado día 18 (mayo, 1978), en el salón de actos de Fuerza Nueva, y dentro de su IX ciclo, en su conferencia bajo el tema «La Constitución y la Unidad de España».

    El aula, repleta de público hasta sus límites e incluso contando con que se quedaron en la calle, al hacer acto de presencia Blas Piñar gritaba enardecida y entusiasmada: «¡Valiente, valiente, valiente!» Esas palabras se hacen eco expreso del dolor que produce hoy España (como en su día dijera Unamuno), de la indignación ante la miseria que nos aguarda y, por otro lado, de la esperanza puesta en nuestro presidente.

    Blas Piñar comenzó de la siguiente manera:

    «Mientras en el Congreso se discute el proyecto constitucional, España se encuentra en una situación caótica. Al tiempo que se aprobaba el primer artículo por los diputados «sin chaqueta», las calles se bañan de sangre inocente, víctimas de balazos de las metralletas marxista-separatistas. Porque no hay otra libertad que la de asesinar; la de enterrar en tierra española; la de aplicar la justicia con el disfraz de las medallas.»

    Después de hacer un inciso, agregó:

    «Saltaremos por encima del trabalenguas democrático. El proyecto constitucional contempla de una manera distinta la unidad de España y atenta contra ella. Porque, ¿qué importa un ordenamiento jurídico, una Constitución, si España ha muerto? Se han comprometido a asesinarla, y se están saliendo con la suya. Contemplando la España real, vemos que todo ha sido un engaño palpable. Se nos decía: "Habla pueblo para que el terrorismo calle", y también: "La Reforma va a ser la continuación del régimen anterior." Y ¿cómo ha acabado?: en una absoluta ruptura.»

    Interrumpido por prolongados aplausos, el conferenciante hizo un detallado análisis del artículo segundo del proyecto constitucional, y entre otras cosas dijo:

    «Si el pueblo español es soberano, no pueden sustraerle nada; si la soberanía popular es la que decide, es evidente que la unidad no puede sustraerse de la voluntad soberana. Por lo tanto, la Constitución llega a ser un engaño más. Si el pueblo es soberano, puede legalizar todo lo que a él le venga en gana: aborto, divorcio... Pero el verdadero cristiano no puede autorizar la soberanía que se le regala, porque ésta no arranca del pueblo, sino que viene de Dios, ya que existe un Derecho divino que escapa de la voluntad decisoria del hombre; y si prescindimos de Dios, como primer principio fundamental, entonces es cuando la política naufraga y se hunde por falta de cimentación en donde apoyarse. Tenemos un patrimonio heredado, que es la Patria, y la hemos recibido para engrandecerla, enriquecerla y conservarla en bien de la comunidad política, pero nunca para abusar de ella. La política —continuó—, tiene su propia moral, y cuando se quebranta un principio hay que atenerse a sus consecuencias.»

    Blas Piñar prosiguió, refiriéndose a los asistentes:

    «Recordad cuando las Cortes franquistas acordaron la autoliquidación del régimen anterior: ese día estaba en juego la cimentación de España.»

    El conferenciante, después de asegurar que el segundo artículo del proyecto constitucional era falso, añadió:

    «NACIONALIDAD es el vínculo que me une con mi Nación, y NACIÓN es la comunidad cultural e histórica que tiene conciencia de destino, y para configurar ese destino crea su propio Estado. En realidad, entre Nación y Nacionalidad no hay diferencia alguna; luego no puede existir una Nación con Nacionalidades. Por lo tanto este artículo es una farsa, una máscara y una mentira.»

    Y añadió:

    «Este proyecto es fruto de un compromiso; incluso se ha llegado a decir que España es una Nación de Nacionalidades. El Estado es el sello político de la Nacionalidad, y ésta es, al mismo tiempo, Nación. Esto explica que algunos círculos políticos busquen su propio Estado, luchando hasta conseguirlo; tal es el caso de ETA, del Partido Nacionalista Vasco... El proyecto constitucional es inválido porque no considera Nación y Estado, sino Nación y Nacionalidades

    Razón lógica y convincente expuesta por Blas Piñar, que continuó diciendo:

    «Nos encontramos con diferentes regionalismos: 1°) regionalismos "consolidados", tales como el catalán y el vasco; 2.°) regionalismos "de emergencia", como el valenciano, por ejemplo; 3.°) regionalismos "de protesta", aragonés, andaluz, entre otros. Pero una cosa es la España auténtica integrada por sus regiones y otra la España fragmentada por ellas. Vale la pena mencionar a personas que dieron una acertada respuesta de España: Menéndez y Pelayo: "España es aquella que introdujo el Estado estabilizador." Donoso Cortés: "Es la soberanía política que corresponde al Estado." Primo de Rivera: "Es la que tiene la unidad de destino y no los pueblos que la integran."

    «Mientras tanto —prosiguió Piñar— Gutiérrez Mellado asegura la unidad entregándola en manos de aquellos que están en pro de las fragmentaciones. Pero nosotros, fieles a lo que hemos heredado, lucharemos incansablemente, aunque sea por la fuerza, por la unidad de nuestra Patria.»

    Estas frases, tan llenas de amor a España, arrancaron lágrimas y enardecieron a los oyentes por la difícil situación que se presenta. Nuestro presidente finalizó su discurso con la siguiente afirmación: «Nación es lo que nace cada día en nosotros, y no debemos dejarla abandonada porque poco me Importan los artículos que quedan de la Constitución si falla la unidad de la Patria, que es la primordial. Recordad la frase testamentaria de Franco: "Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la Patria."»

    Blas Piñar clausuró su intervención con los gritos de «¡Vivan las regiones de España!, pero sobre todo ¡Viva y Arriba España!» Con la entonación del «Cara al Sol», se dio por finalizado el acto.

    M. C. Q.

    Última edición por ALACRAN; 20/12/2024 a las 12:55
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    Re: La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España

    «LA CONSTITUCIÓN Y LA UNIDAD DE ESPAÑA» (Conferencia pronunciada por Blas Piñar el 18 de mayo de 1978)


    Revista FUERZA NUEVA, nº 595, 3-Jun-1978

    «LA CONSTITUCIÓN Y LA UNIDAD DE ESPAÑA»

    (Conferencia pronunciada por Blas Piñar en el aula de Fuerza Nueva de Madrid,el 18 de mayo de 1978)

    Mientras se discute en el Congreso sin chaqueta, porque los diputados no pueden aguantar el calor, España se deshace a pedazos.

    Suena hasta a humor negro que se haya aprobado por la Comisión correspondiente el art. 1.° del proyecto de Constitución, en el que se lee: «España se constituye en un Estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político»; y decimos que suena a humor negro porque, mientras se llegaba a esa redacción de arranque, a los padres, a las esposas y a los hijos de los guardias civiles y policías armados que morían en ese momento acribillados por las balas asesinas o por las explosiones de goma-2, la libertad no era otra que la de matar a los suyos; la justicia no era otra que la impunidad presagiada en las amnistías y en los anuncios de diálogo con la ETA; la igualdad no era otra que la de ser enterrados y recibir una medalla a título póstumo, y el pluralismo político no era otro que el caos, el desorden, el terrorismo y la violencia que están cubriendo de sangre y de pánico muchas ciudades españolas.

    Con independencia de su contenido, el anteproyecto de Constitución, examinado y discutido ahora por la Comisión correspondiente, es inviable, porque, en un clima tenso como el que España vive, falta la madurez y la serenidad de juicio que son imprescindibles para la confección de una ley constitutiva.

    Por si eso fuera poco, el intento adolece, además, de dos fallos fundamentales: uno, que, no habiendo sido convocadas las elecciones del 15 de junio de 1977 con carácter constituyente, el mandato conferido por los electores no comprende la elaboración de un texto constitucional; y sólo por ello la Constitución sería nula. Otro, que, como ha escrito Julián Marías («La Estrella de Panamá». 21-3-78), «el anteproyecto no tiene enmienda», de tal modo que «si el Congreso tiene instinto de conservación del país, de la democracia (y) de su propia función deberá rechazar la totalidad y empezar de nuevo. No importa haber perdido seis meses... Lo que importa es perder uno o dos siglos de nuestra historia futura».

    • • •
    Y es lógico, porque, como se preguntaba Gordón Paso en un artículo publicado en Buenos Aires («Faro de España», 1.ª quincena de mayo, 1978): «¿Qué compromisos son los que están jugando?» Pues tantos, que, como añade Julián Marías, el «anteproyecto parece el resultado de una serie de compromisos -en el menos grato sentido de la palabra, y entre esos compromisos se encuentra nada menos que la realidad política de España».
    Compromiso, «situación de compromiso», de la que surge una Constitución que ni va directa al espíritu del pueblo ni sabe de su clamor, dice el diputado aragonés y socialista Emilio Gastón.

    Lo que está en juego, en última instancia, como tantas veces hemos dicho, es España como nación, como criatura histórica, como entidad soberana. Y está claro que ningún gobierno, ningún Régimen, ni menos la Monarquía, cuya única legitimidad arranca del 18 de Julio, puede comprometer la existencia misma de la nación. Por eso, el mismo Gordón dice con valentía: «Cualquier cosa se podría perdonar al Gobierno de S. M. menos ésta de destrozar España», y está claro que «los políticos españoles quieren que España desaparezca... quieren matar a España.»

    • • •
    Por eso, nuestro Ciclo de Conferencias se inicia con ésta: «Constitución y unidad de España», porque si nos quedamos sin España, si España pierde su unidad, aquello que la vertebra y la vivifica, si la dejan sin alma, sin razón de ser, es inútil seguir discutiendo. Hacer una Constitución para lo que se ha desconstituido, para lo que ha dejado de existir; más aún, para aquello que se da por supuesto que no existe o, a lo sumo, que está llamado a desaparecer, sería tanto como confeccionar un vestido para un cadáver o para un enfermo de gravedad, condenado a muerte. Pero a los muertos no "se les confeccionan vestidos, sino mortajas, y para los pueblos que han dejado de existir por falta de vitalidad interna, no se elaboran constituciones, sino que, explícita o tácitamente, se suscribe una dimisión histórica.

    • • •
    Ya sé que espíritus moderados, desde la frialdad de su gabinete, desde la obediencia a consignas ocultas o desde la hipocresía de su ética torpe, nos advertirán que en ningún caso se pone en juego la unidad de España.

    Se trata —nos dicen— de una forma distinta de entender esa unidad y, por supuesto, en nada coincidente con la postura centralista del Estado recibido y con la imposición monopolística de la impronta castellana al resto de las regiones españolas. Se trata del reconocimiento de la España plural y diversa, de modo que los planteamientos constitucionales, lejos de disgregar a España, contribuyen al fortalecimiento de su unidad.

    Bastaría para deshacer el valor dialéctico y suasorio de este lenguaje recordar el que ha sido empleado hasta la fecha por los fautores del cambio político: -«Habla pueblo para que la violencia calle»; -«No a la legalización del Partido Comunista»; —«Reforma y jamás ruptura»; pero conviene emplear argumentos de fondo, es decir, contemplar no solamente el «modus operandi», sino la «opera» misma.

    • • •
    Dice el art. 2.° del proyecto aprobado por la Comisión de Actividades Constitucionales: «La Constitución se fundamenta en la indivisible unidad de la nación española, patria común e indisoluble de todos los españoles y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.»

    El texto, a primera vista, puede dejarnos tranquilos: la autonomía no sólo no contradice la unidad de la nación, sino que la fortalece por el juego de la solidaridad entre las nacionalidades y las regiones autónomas.

    Pero las cosas no son tal y como se pintan, sino tal y como son. Lo que aparece en el cuadro es materia pictórica, más o menos artísticamente configurada, mientras que aquello que se halla en el mundo de las realidades es mineral, vegetal o animal, con unas propiedades ontológicas distintas a las del material pictórico.

    Vayamos, pues, del teorema figurativo y en ocasiones abstracto, a ese mundo de las realidades; del área de las declaraciones sobre la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, a las empresas en crisis, a los obreros en paro, a la inflación creciente y a los asesinados por la ETA; de la «indivisible unidad de la nación española» a la nación española a punto de hacerse pedazos.

    • • •
    Primera contradicción que facilita la tarea sucia de deshacer España:

    En el párrafo 2.º del art. 1.° del proyecto constitucional se dice:«La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan todos los poderes del Estado.»

    Pues bien; si el pueblo es soberano, sino hay nada por encima de él que debe respetar, si todo lo que se arbitra por mayoría es bueno y debe aceptarse -pues ahí es donde se halla el peso específico, el centro de gravedad de la soberanía—, es evidente que si se acuerda que la nación española es divisible, será precisa la aceptación de esa voluntad soberana.

    Por ello, la declaración enfática del art. 2.° sobre la indivisibilidad de la nación española y la indisolubilidad de la patria común, se halla permanentemente en precario. Lo honesto, pues, sería decir claramente que esa indivisibilidad de España se mantendrá mientras la voluntad soberana del pueblo no decida otra cosa. No aclararlo así constituye una farsa, que si en todo caso es lamentable, lo es aún más en un sistema político que dice respetar la voluntad del pueblo.

    De aquí que una de dos:
    o el art. 2.º queda supeditado al 1.º , en cuyo supuesto la unidad de España es divisible por voluntad popular;
    o el art. 2.º es independiente y aún superior al 1.º, en cuyo caso la voluntad popular no se respeta y la soberanía no reside en el pueblo.

    En este sentido, era más lógico y, sobre todo, más sincero el Principio IV del Movimiento: «La unidad entre los hombres y las tierras de España es intangible.» El Principio se proclamaba, por su propia naturaleza, permanente e inalterable, siendo nula cualquier disposición contraria al mismo. Y era lógico, porque ese Principio, como los otros, formaban el haz de afirmaciones no discutibles, el fundamento sobre el cual puede elaborarse la Constitución, la filosofía básica y «sine qua non» del edificio político.

    La voluntad popular tiene autonomía muy amplia, poderes, decisiones evidentes: pero a lo que no alcanza, salvo que se admita el autogenocidio, es a destruir los presupuestos de su propia existencia. La voluntad popular puede decidir sobre las líneas maestras de la arquitectura política, lo que no puede es, a no ser que se admita el absurdo, destruir el suelo y el subsuelo sobre el cual el edificio ha de levantarse.

    Y ello es así porque la soberanía no reside en el pueblo —y ésta es la gran mentira del proyecto constitucional—, sino que viene de Dios; y hay, por ello, un derecho divino revelado o natural, que constituye el presupuesto de la dignidad y de la libertad del hombre y de la recta ordenación de la comunidad política. Ese derecho pone una frontera a la voluntad humana individual o colectiva. Pero es que, además, hay un patrimonio histórico —la Patria— que cada generación recibe no como un dominio quiritario, sino como una herencia en administración, que debe conservar y enriquecer y nunca menoscabar o dilapidar. (...)

    • • •

    Pero sigamos con la argumentación de fondo y hagamos las siguientes preguntas:

    I. ¿Son compatibles los conceptos unidad de la nación y autonomía de las nacionalidades que la integran?

    II. ¿Dónde está la diferencia entre nacionalidad autónoma y región autónoma?

    III. ¿Es posible no ya el reconocimiento, que dice muy poco, sino la garantía de la solidaridad entre las nacionalidades y las regiones autónomas?

    I
    Nación española y nacionalidades que la integran.

    Que España está integrada por regiones es un hecho palpable que se detecta a simple vista; y es, por otra parte, un derivado histórico en el que, por conocido, resulta innecesario detenerse. ¿Pero cabe una nación compuesta o resultado de un mosaico de nacionalidades?

    En primer lugar, la distinción pretendida entre nación y nacionalidades es inocua. Inicialmente, la nacionalidad es el vínculo que liga a la persona con su nación. En este sentido nato, yo soy español porque tengo la nacionalidad española, y la nacionalidad española la integramos quienes tenemos esa nacionalidad. Toda explicación distinta es una lucubración engañosa que induce a la confusión; y uno de los males inherentes a la democracia parlamentaria es la busca de doble o múltiple sentido a los vocablos, porque para eso la voluntad soberana puede embarcar ideas contradictorias en la misma locución.

    Nacionalidad, pues, no es otra cosa que nación, y por ello alguien ha dicho (Roca Junyent), recusando la palabra nacionalidad, que España es no una nación de nacionalidades, como quiere el proyecto de ley constitutiva, sino una nación de naciones, aunque ello sea una barbaridad.

    Y es una barbaridad porque, si se es nación, la nación no puede comprender naciones, y si hay naciones distintas, la unidad de la nación no existe, es una ficción sin respaldo real.

    La reflexión hay que llevarla a otro terreno: al binomio Nación-Estado.

    Desde Mancini, el correlato entre una y otra era evidente: cada nación requería un Estado. Si no lo tiene, lo busca para ponerlo a su servicio. Las naciones europeas que alcanzaron últimamente su unidad —Alemania, Italia, Rumania—, dispersas y fragmentadas, buscaron su Estado, y cuando lo crearon surgió la unidad nacional respectiva. El Estado jugó su papel integrador porque, en definitiva, el Estado es el sello político de la nacionalidad.

    Hoy, sin embargo, se intenta romper el binomio Nación-Estado. Se pretende justificar —y ahora se aplica al momento español— un Estado multinacional. Y ese intento de justificación explica el art. 2.° del proyecto que estudiamos. Lo que ocurre es que el artículo, como fruto del pacto, no se atreve a consagrar un Estado multinacional, o dicho con las frases al uso: un Estado español, por una parte, y unas naciones, por otra; de manera que lo sustantivo sean las naciones y lo adjetivo y puramente artificial lo sea el Estado.

    La fórmula del compromiso es contradictoria, porque, evidentemente, cabe la posibilidad teórica de que España desaparezca como algo sustantivo, convirtiéndose en Estado; pero lo que no cabe, ni en el mundo de las ideas ni en el de las realidades, es que España sea una nación y también lo sean, aunque se las califique de nacionalidades, las comarcas que hasta ahora la han integrado. Por ello: o España es nación y no existen las nacionalidades, o,si existen las nacionalidades, España no es nación sino un trozo de geografía, un país, el adjetivo identificar de un Estado.

    • • •
    Pero esta nomenclatura política no ha surgido ahora, de momento y por generación espontánea. No ha sido fruto de una improvisación. Conviene rastrearla, porque conociendo su origen, su itinerario político y su difusión, alcanzaremos a comprender su verdadero alcance y trascendencia.

    La nomenclatura que hoy cobra nuevo vigor y actualidad, por lo que a nosotros respecta, nace en Cataluña.

    Rovira y Virgili, el autor de «El nacionalismo catalán», escribió: «Estamos en presencia... de la reencarnación de un alma nacional. Cataluña vuelve a ser una nación; (y) es por la futura nación catalana por la que trabajamos y luchamos», añadiendo que «el principio de las nacionalidades presenta dos aspectos (a saber): su fórmula política: toda nacionalidad tiene derecho a constituir un Estado independiente (y) su fórmula espiritual: toda nacionalidad ha de conservar y desarrollar su propio genio.»

    Pedro Muntanyola y Prat de la Riba, en su «Compendio de doctrina catalanista», premiado en el certamen celebrado en Sabadell en 1893, dicen: «¿Cuál es la Patria de los catalanes?: Cataluña. ¿No es España, pues, la Patria de los catalanes? España no es más que el Estado o la agrupación política a que pertenecemos. ¿Y qué diferencia hay entre Estado y Patria? Que el Estado es una entidad política, artificial, voluntaria, y la Patria una comunidad histórica, natural, necesaria.»

    El mismo Prat, el autor de «La nacionalidad catalana», escribe: «Patria y Nación (son) una misma cosa, y Cataluña (es) nuestra Nación, igual que nuestra Patria. (Por ello) existe una nacionalidad catalana (y) cada nacionalidad ha de tener su Estado.»

    ¿Qué diferencia hay entre este lenguaje y el que hoy se emplea?

    Heriberto Barrera acaba de decir en el Congreso: «Para nosotros, nuestra única Patria es Cataluña; mi única bandera es la de las cuatro barras y mi único himno "Els Segadors".»

    Por si fuera poco, con toda la representatividad de su cargo, el honorable Tarradellas, presidente de «la Generalitat», aseguró con énfasis y reto: «Cataluña es una nación, tanto si les gusta como si no»(«Avui», 29-1-78), agregando: «Cataluña es más que una nación. Es un Estado dentro de un Estado» (T. V. 14-2-78).

    De lejos le viene la idea a quien fue miembro de la Generalidad en época aciaga. Por ello recuerda, sin duda, que Maciá y Companys, el 14 de abril de 1931, proclamaron la República catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica; que el proyecto de Estatuto elaborado por la propia Generalidad afirmaba en su art.1º que «Cataluña es un Estado autónomo dentro de la República española», y que para el art. 1.º del Estatuto definitivamente aprobado se aceptó, como fruto del compromiso, el siguiente texto: «Cataluña se constituye en región autónoma dentro del Estado español.»

    ¡Qué serie de combinaciones —ya en aquella época— para no hablar de España, sino de República española o de Estado español!

    Traer a colación cuanto dijo sobre el tema Sabino de Arana sería interminable. Su odio a España fue obsesivo; más grande que su amor al pueblo vasco, como dijo Unamuno. Basta recordar su júbilo ante la posibilidad de que España desapareciese como resultado de una guerra internacional o intestina.

    Pero el pensamiento de Arana se resume en el «Ami Vasco» del capuchino Evangelista de Ibero, auténtico catecismo del Partido Nacionalista Vasco. En ese catecismo podemos leer: «¿Qué es el nacionalismo vasco? El sistema político que defiende el derecho de la raza vasca a vivir con independencia de toda otra raza. ¿Infiérese de lo dicho que el vasco no es genéticamente español? Sí señor. Afirmar que el vasco sea español es incurrir en un triple desatino étnico, geográfico y político. ¿Qué es Euzkadi? Euzkadi, históricamente, suena lo mismo que raza vasca, pueblo vasco, nación vasca. ¿Con qué derecho se les privó de su independencia? Con el derecho de la fuerza.»

    ¿Cuándo ha renunciado a esta doctrina el Partido Nacionalista Vasco? ¿Y no está en perfecta concordancia con ella la exposición de Francisco Letamendía, aunque no milite en el PNV?: «Yo abogo por la independencia de la nación vasca. Euzkadi no es una región, ni una nacionalidad, es una nación dividida.»

    En idéntica línea de pensamiento y refiriéndose a Galicia, Brañas escribe que «la región es una entidad nacional... un todo perfecto y desemejante de las otras agrupaciones que le son completamente extrañas»; Murguía asegura que «Galicia es lo contrario de España» y que «la nacionalidad gallega descansa sobre el triple fundamento del hecho, de las aspiraciones y de la aquiescencia pública»; y Lamas de Carvajal, en versos sonoros, convoca al levantamiento. (…)

    En Valencia, Joaquín Reig Rodríguez, en su «Concepte doctrinal del valencianisme», publicado durante la segunda República, se pregunta: «¿Quina es la rao de ser del valencianisme?» Y contesta: «La rao de ser hi ha que buscar-la en l'amor a la Patria valenciana per a fer-la digna, lliure.» Y de acuerdo con la misma tesis, hoy, Manuel Broseta afirma que «el País Valenciano es una nacionalidad».

    Sobre las ideas vertidas por Blas Infante en su obra «El ideal andaluz», se construye, rebasándolo, un andalucismo que en 1933, como conclusión del Congreso celebrado en Córdoba por las Juntas liberalistas de Andalucía, exige la creación de un Estado andaluz libre, inspirador sin duda de la tesis de Domingo Ortiz, que no hace mucho aseguraba en una conferencia que, «cuando Castilla reconquistó Andalucía, los andaluces no tuvieron la sensación de ser liberados, sino conquistados».

    En Canarias, por el novísimo movimiento independentista que dirige Cubillo desde el extranjero, se propugna la creación de un Estado guanche, independiente y marxista.

    Hasta Castilla, indignada más que convencida, comienza a revolverse contra tantos despropósitos. Y no ahora, sino hace años, expresó, de manera muy viva, su disgusto y su protesta, a través de Luis Carretero, en su libro, bien documentado, «La cuestión regional de Castilla la Vieja», y de Benito Mariano Andrade, que concluye el suyo, «Castilla ante el separatismo catalán», diciendo: «¿Hasta cuándo Castilla va a tolerar este trato desigual? ¿Es que en España sólo es atendido y respetado el que grita, el que amenaza? Porque, si es así, Castilla debe apercibirse también a gritar y amenazar.»

    Por si todo esto fuera poco, ahí están los hechos y las manifestaciones, no autonomistas, sino antiespañolas, del homenaje al «conseller» Casanova, de la jornada andaluza, de Villalar de los Comuneros y del «Aberri Eguna».

    La cuestión, como decíamos antes, viene de lejos, e instigada por fuerzas, ocultas o no, que, derrotadas con la Victoria nacional, vuelven ahora a la carga. Lo que sucede es que siendo la finalidad la misma, destruir España, borrar, incluso, su nombre, la táctica -ahora más fina, por una parte, y más eficaz, por otra— es diferente. (…)


    Última edición por ALACRAN; 13/02/2025 a las 13:44
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