LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:
- IDEAS
PERSECUCIÓN:
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“El gobierno (de Galba en España) duró ocho años, y su conducta fue muy desigual. Mostró al principio gran energía, vigilancia y hasta severidad excesiva en la represión de los delitos. Ordenó, por ejemplo, cortar las manos a un cambiante infiel y clavarlas sobre su mostrador; hizo crucificar a un tutor por haber envenenado a su pupilo, cuyos bienes había de heredar; y por invocar el culpable sus derechos y privilegios de ciudadano romano, Galba como para suavizar en algún modo el horror del suplicio, le hizo clavar en una cruz pintada de blanco y mucho más grande que las corrientes.
Poco a poco se abandonó, sin embargo, a la inacción y a la molicie, por el temor de despertar suspicacias en Nerón, y porque -según decía-, “a nadie se puede obligar a que dé cuentas de su apatía.” Estaba presidiendo en Cartagena el convento provincial, cuando se enteró de la sublevación de las Galias, por haber recibido una demanda de auxilio del legado de Aquitania. Recibió también cartas de Vindex, que le instaba “a declararse libertador y jefe del universo”. Su vacilación duró poco, e impulsado tanto por el temor como por la esperanza, accedió a la petición. En efecto, había sorprendido una orden enviada secretamente por Nerón a sus agentes para que le diesen muerte, y por otra parte le favorecían felices auspicios, presagios ciertos, y de manera especial las predicciones de una virgen perteneciente a una noble familia; estas predicciones le inspiraban tanta más confianza, cuanto que el sacerdote de Júpiter, Clunio, advertido por un sueño; acababa de hallar en el santuario el mismo oráculo, pronunciado también por una joven adivina hacía ya doscientos años. El sentido de este oráculo era “que saldría de España un hombre que había de ser el dueño del mundo.”
SUETONIO, ‘Vida de los Césares’, Galba.
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“C. Plinio al Emperador Trajano. Salud.
Señor, me hago una obligación de exponerte todas mis dudas. En efecto, quién mejor que tú podrá disipar mis dudas y aclarar mi ignorancia. Yo no había jamás asistido a la instrucción o a un juicio contra los cristianos, por tanto no sé en qué consiste la información que se debe hacer en contra de ellos, ni sobre qué base condenarlos, como tampoco sé de las diversas penas a las cuales se les debe someter. Mi indecisión parte de una serie de puntos que no sé como resolver. ¿Debo tener en cuenta la diferencia de edades entre ellos o, sin distinguir entre jóvenes y viejos, los debo castigar a todos con la misma pena? ¿Debo conceder el perdón a aquellos que se arrepienten? Y, en aquellos que fueron cristianos, ¿subsiste el crimen una vez que dejaron de serlo? ¿Es el mismo nombre de cristianos, independiente de todo otro crimen, lo que debe ser castigado, o los crímenes relacionados con ese nombre?
Te expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí, les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma.
A medida que ha avanzado la investigación se han ido presentando casos diferentes. Me llegó una acusación anónima que contenía una larga lista de personas acusadas de ser cristianos. Unas me lo negaron formalmente diciendo que no lo eran más y otras me dijeron que no lo habían sido nunca. Por orden mía delante del tribunal ellos han invocado a los dioses, quemado los inciensos, ofrecido las libaciones delante de sus estatuas y delante de la tuya que yo había hecho traer, finalmente ellos han maldecido al Cristo, todas cosas que jamás un verdadero cristiano aceptaría hacer.
Otros, después de haberse declarado cristianos, aceptaron retractarse diciendo que lo habían sido precedentemente pero que habían dejado de serlo; algunos de éstos habían sido cristianos hasta hace tres años, otros lo habían dejado hace un período más largo, y otros hasta hace más de veinticinco años. Todos estos, igualmente, han adorado tu estatua y maldecido al Cristo. Han declarado que todo su error o su falta ha consistido en reunirse algunos días fijos antes de la salida del sol para cantar en comunidad los himnos en honor a Cristo que ellos reverencian como a un Dios. Ellos se unen por un sacramento y no por acción criminal alguna, sino que al contrario para no cometer fraudes, adulterios, para no faltar jamás a su palabra. Luego de esta primera ceremonia ellos se separan y se vuelven a unir para un ágape en común, el cual, verdaderamente, nada tiene de malo. Los que ante mí pasaron han insistido que ellos han abandonado todas esas prácticas.
Luego de mi edicto que, según tus órdenes, prohibía las asambleas secretas, he creído necesario llevar adelante mis investigaciones y he hecho torturar dos esclavas, para arrancarles la verdad. Lo único que he podido constatar es que tienen una superstición excesiva y miserable. Así, suspendiendo todo interrogatorio, recurro a tu sabiduría.
La situación me ha parecido digna de un examen profundo, máxime teniendo en cuenta los nombres de los inculpados. Son una multitud de personas de todas las edades, de todos los sexos, de todas las condiciones. Esta superstición no ha infectado sólo las ciudades, sino que también los pueblos y los campos. Yo creo que será posible frenarla y reprimirla. Ya hay un hecho que es claro, y este es que la muchedumbre comienza a volver a nuestros templos que antes estaban casi desiertos; los sacrificios solemnes, por largo tiempo interrumpidos, han retomado su curso. Creo que dentro de poco será fácil enmendar a la multitud”.
PLINIO. ‘Epístola a Trajano’.
LIBERTAD DE CULTO:
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“Cuando Nosotros, Constantino Augusto, y Licinio Augusto, nos reunimos felizmente en Milán y nos pusimos a discutir todo lo que importaba al provecho y utilidad públicas, entre las cosas que nos parecían de utilidad para todos en muchos aspectos, decidimos sobre todo distribuir unas primeras disposiciones en que se aseguraban el respeto y el culto a la divinidad, esto es, para dar, tanto a los cristianos como a todos en general, libre elección en seguir la religión que quisieran, con el fin de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra autoridad nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que haya.
Por lo tanto, fue por un saludable y rectísimo razonamiento por lo que decidimos tomar esta nuestra resolución: que a nadie se le niegue en absoluto la facultad de seguir y escoger la observancia o la religión de los cristianos, y que a cada uno se le dé facultad de entregar su propia mente a la religión que crea que se adapta a él, a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia.
Así, era natural que diéramos en rescripto lo que era de nuestro agrado: que, suprimidas por completo las condiciones que se contenían en nuestras primeras cartas a tu santidad acerca de los cristianos, también se suprimiera todo lo que parecía ser enteramente siniestro y ajeno a nuestra mansedumbre, y que ahora cada uno de los que sostienen la misma resolución de observar la religión de los cristianos, la observe libre y simplemente, sin traba alguna.
Todo lo cual decidimos manifestarlo de la manera más completa a tu solicitud, para que sepas que nosotros hemos dado a los mismos cristianos libre y absoluta facultad de cultivar su propia religión.
Ya que estás viendo lo que precisamente les hemos dado nosotros sin restricción alguna, tu santidad comprenderá que también a otros, a quienes lo quieran, se les dé facultad de seguir sus propias observancia y religiones -lo que precisamente está claro que conviene a la tranquilidad de nuestros tiempos-, de suerte que cada uno tenga posibilidad de escoger y dar culto a la divinidad que quiera.
Esto es lo que hemos hecho, con el fin de que no parezca que menoscabamos en lo más mínimo el honor o la religión de nadie.
Pero, además, en atención a las personas de los cristianos, hemos decidido también lo siguiente: que los lugares suyos en que tenían por costumbre anteriormente reunirse y acerca de los cuales ya en la carta anterior enviada a tu santidad había otra regla, delimitada para el tiempo anterior, si apareciese que alguien los tiene comprados, bien a nuestro tesoro público, bien a cualquier otro, que los restituya a los mismos cristianos, sin reclamar dinero ni compensación alguna, dejando de lado toda negligencia y todo equívoco. Y si algunos, por acaso, los recibieron como don, que esos mismos lugares sean restituidos lo más rápidamente posible a los mismos cristianos.
Mas de tal manera que, tanto los que habían comprado dichos lugares como los que lo recibieron de regalo, si pidieran alguna compensación de nuestra benevolencia, puedan acudir al magistrado que juzga en el lugar, para que también se provea a ello por medio de nuestra bondad.
Todo lo cual deberá ser entregado a la corporación de los cristianos, por lo mismo, gracias a tu solicitud, sin la menor dilatación.
Y como quiera que los mismos cristianos no solamente tienen aquellos lugares en que acostumbraban a reunirse, sino que se sabe que también otros lugares pertenecientes, no a cada uno de ellos, sino al derecho de su corporación, esto es, de los cristianos, en virtud de la ley que anteriormente he dicho mandarás que todos esos bienes sean restituidos sin la menor protesta a los mismos cristianos, esto es, a su corporación, y a cada una de sus asambleas, guardada, evidentemente, la razón arriba expuesta: que quienes, como tenemos dicho, los restituyan sin recompensa, esperen de nuestra benevolencia su propia indemnización.
En todo ello deberás ofrecer a la dicha corporación de los cristianos la más eficaz diligencia, para que nuestro mandato se cumpla lo más rápidamente posible y para que también en esto, gracias a nuestra bondad, se provea a la común y pública tranquilidad.
Efectivamente, por esta razón, como también queda dicho, la divina solicitud por nosotros, que ya en muchos asuntos hemos experimentado, permanecerá asegurada por todo el tiempo.
Y para que el alcance de esta nuestra legislación benevolente pueda llegar a conocimiento de todos, es preciso que todo lo que nosotros hemos escrito tenga preferencia y por orden tuya se publique por todas partes y se lleve a conocimiento de todos, para que a nadie se le pueda ocultar esta legislación, fruto de nuestra benevolencia”.
EUSEBIO DE CESAREA (275-339), ‘Historia eclesiástica’.
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“No te entrometas en los asuntos eclesiásticos, ni nos mandes sobre puntos en que debes ser instruidos por nosotros. A tí te dio Dios el Imperio; a nosotros nos confió la Iglesia. Y así como el que te robase el Imperio se opondría a la ordenación divina, del mismo modo guárdate tú de incurrir en el horrendo crimen de adjudicarte lo que toca a la Iglesia. Escrito está: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Por tanto, ni a nosotros es lícito tener el Imperio en la tierra ni tú, ¡oh rey!, tienes potestad en las cosas sagradas.”
OSIO, obispo de Córdoba (256-357) ‘Epístola al emperador Constantino’.
LA JUSTICIA:
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“Justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. Los principios del derecho son éstos: vivir honestamente, no hacer daño a otro, dar a cada uno lo suyo. Jurisprudencia es el conocimiento de las cosas divinas y humanas y la ciencia de lo justo y de lo injusto”.
ULPIANO (170-2289. ‘Digesto’.
IDEA DE LA PATRIA:
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“Cosa insufrible es no tener Patria”.
SÉNECA ‘De Cons. ad Helviam Matrem’, VI, II.
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“Cosa nefanda es hacer daño a la Patria”.
(‘De ira’ II, XXXI, 4)
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“No quieres intervenir en el gobierno del Estado si no es como cónsul... Pues qué, ¿no querrías hacer la guerra más que como general o jefe? Aun cuando otros vayan en vanguardia y la suerte te ponga en la reserva, desde allí, con tu palabra, consejo, ejemplo, anima a los que combaten. Aun perdidas las manos, hay quien ayuda en la batalla, si queda en su sitio y excita con sus voces. Haz lo mismo. Nunca será inútil obra de buen ciudadano.
SÉNECA. ‘De Tranq. Animi’. IV, 5.
EL PRÍNCIPE:
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“A nadie, conviene tanto la clemencia, como al rey o al príncipe, porque los grandes poderes son honor y gloria si su influencia es saludable, como es funesta la fuerza que vale para dañar. Es estable y bien fundada la grandeza de quien todos saben que está no sólo por encima de ellos sino a su favor, cuyo cuidado en atender al bienestar de todos y cada uno diariamente experimentan; que, si cuando sale al público, no le huyen como a monstruo o animal nocivo que saliese de su cubil, sino que a porfía corren a él como hacia un astro luminoso y benéfico.
Para defenderle están dispuestos todos a ofrecerse al puñal de los traidores y echar sus cuerpos por tierra, si para salvarlo, hay que hacerle camino con su propio cuerpo; todos defienden su sueño con centinelas nocturnos, lo protegen formando un círculo a su alrededor y hacen barrera contra los peligros que le amenazan.
No es sin razón este consentimiento de los pueblos y de las ciudades en proteger y amar de este modo a los reyes y en sacrificarse a sí y a sus cosas, siempre que lo exige la salud del que reina; ni es vileza o locura que tantos miles empuñen la espada por uno solo y que con muchas muertes rescaten su vida, a veces la de un hombre viejo e inválido.
Así como todo el cuerpo sirve al alma y, aunque el cuerpo sea mucho mayor y más visible y el alma más sutil, imperceptible y oculta en sitio desconocido, las manos, los pies y los ojos están a su servicio, y la piel la defiende, y por orden suya descansamos o corremos inquietos; si ella lo manda, escudriñamos los mares en busca de ganancias, si es amo avariento; o si es ávida de gloria, ponemos la mano derecha en el fuego o voluntariamente nos precipitaremos en una sima; así también esa inmensa muchedumbre de hombres, agrupada en torno de la vida de uno solo, se rige por el espíritu de éste y se doblega a su razón, mientras que sucumbiría o se quebrantaría con solas sus propias fuerza, si no la sostuviera la prudencia de aquél.
Están, pues, salvando su propia vida, cuando por un hombre van diez legiones al combate y corren a las primeras líneas y oponen sus pechos a las heridas para que no caigan las banderas de su soberano; porque éste es el vínculo por el que permanece unida la república; el aliento vital que respiran tantos miles de hombres, que no serían más que carga y botín, si se perdiese la mente que los gobierna. Mientras existe rey, todos irán a una; muerto éste, rompen los pactos, y esta calamidad sería la destrucción de la paz y se convertiría en ruinas la fortuna del pueblo. Estará lejos de este peligro ese pueblo tanto tiempo mientras sepa soportar los frenos de la autoridad; pues si alguna vez se rompen o relajan por algún accidente, no consentirá que se los vuelvan a poner; esa unidad y ensambladura saltaría en mil pedazos y dejaría de ser obedecida la nación que dejara de obedecer.
Por eso no es de maravillar que, los príncipes y los reyes y los que con cualquier nombre protegen el Estado, sean amados más que se ama a los amigos propios, pues si para los hombres cuerdos los intereses públicos están sobre los privados; es lógico que sea también más querido aquel en quien se ha personificado la república; porque ya desde muy antiguo se identifica al César con el Estado, que no pueden separarse el uno de la otra sin que ambos perezcan; porque el César quedaría sin fuerza, y la república sin cabeza...
...Lo mismo que el de un padre, es el quehacer del príncipe, al cual llamamos padre de la Patria, no guiados por vana adulación, sino para que sepa que recibió potestad paterna...
...Sólo hay una fortaleza inexpugnable para la defensa del príncipe: el amor de los súbditos...”
SÉNECA. ‘De Clementia’ III.
LA PATRIA DESHECHA:
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“Campamentos de la misma nación, unos contra otros, distintos juramentos ligando a los padres contra los hijos; incendiada la Patria por mano de un ciudadano; escuadrones de feroces jinetes buscando afanosos los escondrijos de los proscritos, envenenadas las fuentes, extendidas las epidemias por obra del hombre, trincheras cavadas para cercar a los propios padres, llenas las cárceles, entregadas al fuego ciudades enteras, funestas opresiones, conjuraciones para arruinar Estados y tenidas como gloriosas acciones que, cuando se pueden reprimir, son crímenes”.
SÉNECA. ‘De Ira’, II.
EL EMPERADOR:
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“He sido yo de todos los mortales el que agradé a los Dioses y fui elegido para hacer en la tierra las veces de ellos. Soy yo, para los pueblos, el árbitro de la vida y de la muerte: la suerte y condición que tenga cada uno está en mi mano. Lo que la fortuna quiera dar a cada uno, lo pronuncia por mi boca; de mi respuesta depende la alegría de los pueblos y ciudades. Ninguna parte del mundo es próspera sino por mi voluntad y mi favor. Estos millares de espadas, que mi paz mantiene ociosas, serán desenvainadas a una señal mía; tales naciones quedarán destruidas, otras se trasladarán; a unas les he de dar libertad, a otras se la he de quitar; aquellos reyes han de hacerse esclavos, tales cabezas recibirán la diadema regia, otras ciudades han de destruirse, otras se edificarán, es derecho mío decretarlo...
...Así como todo el cuerpo sirve al alma y, aunque el cuerpo sea mucho mayor y más visible y el alma más sutil, imperceptible y oculta en sitio desconocido, las manos, los pies y los ojos están al servicio de ésta, y la piel la defiende, y por orden suya descansamos o corremos inquietos; si el alma lo manda, escudriñamos los mares en busca de ganancias, si fuera ama avariento; o bien, si es ávida de gloria, ponemos la mano derecha en el fuego o voluntariamente nos precipitamos en una sima; pues así también una inmensa muchedumbre de hombres, agrupada en torno de la vida de uno solo (el emperador), se rige por el espíritu de éste y se doblega a su razón, mientras que sucumbiría o se quebrantaría con solas sus propias fuerza, si no la sostuviera la prudencia de uno solo...
...Porque éste (el emperador) es el vínculo por el que permanece unida la república; el aliento vital que respiran tantos miles de hombres, que no serían más que carga y botín, si se perdiese el alma del Imperio. Mientras exista un rey, todos irán a una; pero muerto éste, se rompen todos los pactos, y esta calamidad sería la destrucción de la paz romana y se convertiría en ruinas la fortuna del pueblo.
Estará lejos de este peligro el pueblo tanto tiempo cuanto sepa soportar los frenos de la autoridad; mas si alguna vez se rompen o relajan por algún accidente, no consentirá el pueblo que se los vuelvan a poner; y esa unidad y ensambladura de tan vasto Imperio saltaría en mil pedazos, y dejará de ser obedecida el día que deje de obedecer...
...Lo que hace el padre, ha de hacer también el príncipe, a quien llamamos padre de la Patria no llevados por vana adulación, porque los demás títulos son honoríficos. Los llamados grandes y felices y augustos y hemos aglomerado todos los títulos que pudimos sobre su ambiciosa majestad, atribuyéndoselos por honor; pero al príncipe llamamos padre de la Patria para que sepa que le ha sido dado un poder paternal, que es el más moderado, porque mira por los hijos y pospone al de ellos el bien propio...”
SÉNECA. ‘De Clementia’.
IGUALDAD DE DERECHOS:
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“¿Dónde está prohibido, en el tratado con los gaditanos que pueda ser ciudadano romano cualquiera de ellos? En ninguna parte. Y aunque se hubiera incluido en él tal prohibición, estaría anulada por las leyes Gelia y Cornelia, que terminantemente autorizan a Pompeyo para poder conceder el derecho de ciudadanía. Pero el acusador dice: la excepción existe, porque el convenio es sagrado. Te perdono ignores las leyes cartaginesas, puesto que abandonaste tu ciudad, y que no hayas podido examinar las nuestras, porque ellas mismas, por el juicio público, te privaron de conocerlas”.
CICERÓN (106-43 a. C.) ‘Pro L. C. Balbo’.
“Cneo Pompeyo, hijo de Sexto, emperador, como premio a sus méritos, hice ciudadanos romanos a los caballeros hispanos en el campamento de Ausculo el día 14 de las Calendas de diciembre, conforme a la ley Julia. Estuvieron en el acuerdo ... (siguen sesenta nombres) el escuadrón Salluitano ... (siguen treinta nombres de soldados, agrupados por el país de origen en Bagarenses, Herdenses, etc.). Cneo Pompeyo, hijo de Sexto, emperador, como premio a sus méritos, di al escuadrón en el campamento en Ausculo un cuerno pequeño y una marmita, mi collar y dobled e paja y trigo”.
CICERÓN (106-43 a. C.) ‘Inscripción de Ausculum’
EDUCACIÓN A LOS JÓVENES ESPAÑOLES:
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“Por estas hazañas miraban a Sertorio con grande amor aquellos bárbaros, y también porque acostumbrándolos a las armas, a la formación y al orden de la milicia romana, y quitando de sus incursiones el aire furioso y terrible, había reducido sus fuerzas a la forma de un ejército de grandes cuadrillas de bandoleros que antes parecían. Además de esto, no perdonando gastos, les adornaba con oro y plata los morriones; les pintaba con distintos colores los escudos; enseñábales a usar de mantos y túnicas brillantes, y fomentando por este medio su vanidad, se ganaba su afición.
Mas lo que principalmente les cautivó la voluntad fue la disposición que tomó con los jóvenes; porque reuniendo en Huesca, ciudad grande y populosa, a los hijos de los más principales e ilustres entre aquellas gentes, y poniéndoles maestros de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas, en la realidad los tomaba en rehenes; pero en la apariencia los instruía para que llegando a la edad varonil participasen del gobierno y de la magistratura. Los padres, en tanto, estaban sumamente contentos viendo a sus hijos ir a las escuelas muy engalanados y vestidos de púrpura, y que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos collares que los romanos llaman bulas.”
PLUTARCO (50-120 d. C.) ‘Vidas paralelas’, Sertorio.
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