LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA Y LA CAÍDA DEL RÉGIMEN LIBERAL
Antes de continuar adelante con el capítulo sobre el final del Régimen Liberal, es interesante enlazar por un momento con el final del capítulo anterior, para pormenorizar lo que realmente significó en el sentimiento sobre la situación que se vivía en la época, y que trajo consigo aquella guerra civil, que se debió, sobre todo, a los alzamientos esporádicos al principio, de los llamados realistas, que finalmente fueron cada vez, más y más grandes, y sus inicios fueron en los medios campesinos adoptando la forma de guerrillas, y su enlace con la venida de la ayuda extranjera. Ya se ha explicado que era principalmente el medio rural de la campiña el partidario de los realistas y le prestaba un apoyo incondicional, sobre todo en el norte, más concretamente en Vascongadas, Navarra, el Pirineo y Cataluña de forma preferente, aunque si bien es cierto no dejaron de existir alzamientos guerrilleros en la zona levantina, Extremadura o Andalucía, también lo es que la preferencia del norte se asemeja en grandes rasgos a lo que después, serían las futuras grandes guerras civiles del siglo XIX, las carlistas.
Hay que añadir que este estado de guerra civil generalizada carecía de una organización propiamente dicha, y de aunar este movimiento de protesta trataron primero la Junta de Bayona presidida por Eguía, quien por cierto, y a pesar de su absolutismo, no fue demasiado popular ni entre las filas de su propio partido, no ya sólo por una tendencia al neopotismo considerable, si no porque posteriormente se inclinó a proponer una relajación de la represión política y determinadas concesiones liberales que no fueron demasiado del agrado de sus correligionarios. También trataron de unificar el movimiento la Junta de Toulouse dirigida por el marqués de Mataflorida y posteriormente la Regencia de Urgell por el mismo Bernardo Mozo de Rosales, supuesto redactor del Manifiesto de los Persas, por ello, el Rey le concede el título de marqués de Mataflorida, como ya se ha comentado, pero cabe aclarar que los guerrilleros realistas en sus proclamas, muchas están llenas de un sentido renovador asegurando que van en contra de los tiempos de Godoy, los de la Camarilla, de la que ya se habló en su momento, y los de la Constitución, otras proclamas buscan un nuevo sistema, produciendo o dando a entender que se rechaza el liberalismo, pero no la idea de un reformismo que rompa con los aspectos del Antiguo Régimen. En resumen, un futuro tradicionalista, pero no con un ideal pretérito.
La prueba de estas pretensiones la podemos encontrar si tenemos en cuenta al propio Mozo de Rosales como presidente de la Regencia de Urgell quien en sus alocuciones subraya la soberanía conjunta del rey con las Cortes legítimamente congregadas y auténticamente representadas de todos los estratos de la nación, o el propio barón de Eroles cuando argumenta “que también nosotros queremos Constitución, y también nosotros queremos Cortes, de acuerdo con el carácter y las tradiciones de los españoles, estableciendo unas nuevas leyes fundamentales que el rey jurará y nosotros acataremos debidamente”. Aquí nos encontramos con un dato curioso del que merece la pena hablar, y es que el Barón de Eroles, el caballero catalán del que ya se ha hablado, al decir las palabras mencionadas sobre el juramento de las leyes respetando el carácter tradicional por parte del rey y siendo acatadas por los representantes que a su vez habían legislado previamente, se basan en la doctrina tradicionalista del foralismo histórico catalano-aragonés, que Eroles debía conocer muy bien, y cabe hacer una observación al respecto de la diferencia existente entre la doctrina del mismo Eroles y el constitucionalismo dando a entender que la diferencia más que de grado, podría considerarse en una diferencia de modo. En la misma proclama de la Regencia de Urgell ya se habla del gobierno de un pueblo regido por las antiguas leyes, Constitución, fueros y costumbres dictados por Cortes sabias, libres e imparciales. Hasta ahora, lo que habían significado las Cortes de Cádiz, tampoco es que hubieran sido ni del todo imparciales, ni del todo representativas, y aunque resulte algo pretencioso, se podría decir que ése podría ser un talón de Aquiles de la Constitución Liberal de 1812.
Hay que recordar también que la escisión de los realistas en ultras, o sea, los exaltados que pronto serán llamados alguna vez “realistas puros”, y otros moderados, es decir, aperturistas a reformas políticas en la línea de un régimen de Carta otorgada, dispuestos a reformas administrativas que recuerdan las del despotismo ilustrado de finales del siglo XVIII, pudo posiblemente propiciar una falta de intervencionismo más incisivo durante la guerra civil, o una cierta falta de confianza mutua, que si bien, como se ha comentado, no fuera una razón principal de la incertidumbre de una guerra, que en realidad, nunca llegó a decidirse, y que alcanzó su mayor grado de violencia en 1822, y se generalizó en 1823, año en el que ambos bandos se encontraban ya agotados. Sobraban hombres en el contingente realista y faltaban armas. Con frecuencia, los guerrilleros realistas que no contaban con casi ninguna pieza de artillería se conformaban con palos u hoces, pero también el ejército liberal, arruinado, desgastado y desprestigiado mostraba una radical impotencia para extirpar la insurrección. El gobierno de San Miguel acertó en nombrar a Espoz y Mina Generalísimo del Ejército del Norte, ya que cuando los guerrilleros trataban de organizarse en ejército regular, se puso frente a ellos un ejército regular mandado por un guerrillero. Las operaciones de Mina se desarrollaron con evidente habilidad y con una terrible y tremenda violencia cuajada de represalias y arrasamientos en su mayor parte innecesarios pero propios de una guerra civil cruel que, aunque en un principio los realistas aguantaron, finalmente la Regencia tuvo que refugiarse en Francia, donde se hicieron gestiones para solicitar armas y dinero, que no dieron ningún resultado. Los franceses planeaban por entonces liberar a España, pero querían liberarla ellos, como así lo hicieron después.
La intervención extranjera que pone fin a la caída del Trienio Liberal, es consecuencia principal y única de la política de la Santa Alianza, pero, ¿qué fue la Santa Alianza? Realmente, fue una idea de la extraña y excéntrica baronesa de Krüdener, Bárbara Von Krüdener, que en realidad fue fue una ocultista rusa que llegó a creer que había sido llamada para establecer el reino de «Cristo en la Tierra». En junio de 1815, esta enigmática mujer de extraña vida, le propuso al zar Alejandro I de Rusia la idea de la creación de la Santa Alianza que se firmó en septiembre del mismo año, y de la que ya ambos habían hablado anteriormente, y que era un tratado firmado por los monarcas de Rusia, Prusia y Austria, de acuerdo con los "preceptos Justicia, Caridad Cristiana y Paz" y la formación de un bloque de potencias, cuyas relaciones serian reguladas por las "elevadas verdades presentes en la doctrina de Nuestro Salvador", pero fue sólo un instrumento de restauración monárquica auspiciada por el austríaco Metternich, dejando fuera de forma deliberada a las potencias no cristianas como el Imperio Otomano. Sin embargo en la práctica no desempeñó ningún papel efectivo, salvo el «convertirse en el lema de una política». El tratado de la Santa Alianza es confundido a menudo con laCuádruple Alianza, un tratado de seguridad contra Francia firmado por los tres firmantes de la Santa Alianza e Inglaterra. Esta última era completamente diferente tanto en cuanto a su carácter político ya que Gran Bretaña, más interesada en temas comerciales desdeña, como militar, pues la misma Gran Bretaña desechó la idea de prestar ayuda en este sentido, ya que su interés, era evidente, como así lo demostró con posterioridad en el Congreso de Verona, apoyando la emancipación de los territorios españoles en América. En 1822, se reunieron en Verona los monarcas y ministros que formaban la Santa Alianza, presidida por Metternich, político, estadista, y diplomático austriaco, y Ministro de Relaciones Exteriores y firme conservador, opuesto a los movimientos liberales y pro-revolucionarios, dedicándose a la defensa de las monarquías europeas, siendo a través del Congreso de Viena, el arquitecto de la «Europa de Hierro», que restauró el Antiguo Régimena lo largo de los diferentes países del continente, tras la caída del Imperio Napoleónico.
Este congreso de Verona, decidió, de facto o de iure, ya desde fines de 1822 la intervención en España, tras haber solicitado Fernando VII la ayuda de ésta, tras los enfrentamientos contra los liberales. Esta Santa Alianza que en septiembre de 1815 formaban Rusia, Austria y Prusia, como ya se ha comentado, y a la que Inglaterra se incorporó pocos meses después, llamándose la Cuádruple Alianza, y Francia en 1818, llamándose entonces la Quíntuple Alianza, tuvo su carácter más álgido en el mencionado Congreso, ya que los rusos querían enviar un ejército con el consiguiente recelo de los austriacos, que no podían ver con gusto a las poderosas fuerzas del zar atravesando todo el mapa de Europa. Inglaterra se opuso, y su jugada era evidente.
Hay que hablar de la habilidad política del príncipe de Metternich, mediante los diferentes congresos previos al de Verona, ya que en los congresos de Troppau de 1820 para discutir los medios para suprimir la revolución en Nápoles iniciada en julio de ese mismo año y Laybach se trató la necesidad de intervenir en el Reino de Piamonte con motivo de la revolución dejaron clara las intenciones de la Santa Alianza en Italia con respecto a las revoluciones liberales. En 1822 le tocó el turno a la cuestión española. Hasta entonces el régimen español había sido respetado por ser de alguna manera considerado como moderado, pero la inminente llegada al poder de la base liberal más extrema, los veinteañistas o exaltados, trastocaron en buena parte las intenciones de la Santa Alianza. Su ideal a escala continental y la acogida de otros revolucionarios franceses o italianos por ejemplo, en el seno del liberalismo español, hizo que se cambiara la actitud de la Santa Alianza. Según parece, el propio Riego planeó en compañía de otros dos oficiales franceses, un pronunciamiento en la capital gala. El Congreso de Verona, presidido por el propio Metternich, como los demás, decidió ya desde 1822 la intervención en España, si bien es cierto que este hecho realmente existe en la tradición historiográfica española, ya que en realidad no existe ningún archivo que secunde la adopción de esta medida. Llegados a este punto, nos permitimos añadir una controversia, y es la de tener en consideración la falsedad del Tratado de Verona, o del Congreso de Verona, como quiera llamarse, y algunos historiadores españoles como Jerónimo Bécker consideran que es muy posible que se trate de una falsificación. Sobre esta cuestión, la historiografía no española da por seguro que es una falsificación, lo cierto es que sí pudo existir un mandato concreto de la Santa Alianza, teniendo en cuenta el rechazo inglés a una intervención, tanto en Verona en 1822 como antes en Troppau y Laibach para dar carta blanca a Austria en las revueltas italianas. Sin embargo estos mandatos sólo sancionaban una intervención que se produciría de todas formas dados los intereses particulares de Francia y Austria en España y los estados italianos respectivamente. Podríamos tratar de considerar este tema, pero sería demasiado largo y estaría posiblemente fuera del contexto al que nos pretendemos atener, siendo posiblemente un tema monográfico a debatir aparte, por lo que es preferible aferrase a los hechos, falsificaciones o no, de que cada una de las potencias, por separado, y esto es importante a tener en cuenta, presentaron en Madrid notas diplomáticas reclamando el restablecimiento de la plena autoridad del rey, con la excepción, claro está, de Inglaterra. Podemos considerar pues que fue el mismo Chateaubriand, quien arrastró a Francia a la intervención en España, y que lo pudo hacer con el beneplácito no oficial, si no oficioso, de Austria, Rusia y Prusia, ¿la razón?, pues existen determinadas variantes al respecto.
Pese a que el objetivo de esta Santa Alianza, y sobre todo, de Metternich, fue combatir cualquier revolución y organizar las intervenciones armadas no solo en Europa, si no en cualquier parte del mundo, lo cierto es que la desconfianza política y militar empezó a minar el entendimiento de los socios y no socios del Congreso de Viena de 1815. Metternich sentía una gran aprensión a las revoluciones de tipo nacionalista de las minorías que pertenecían al Imperio Austriaco, a la más que posible intervención del zar Alejandro en apoyo de los ortodoxos de la zona de los Balcanes, y a una alianza secreta entre el propio zar, y el rey de la Francia constitucional representada por Richelieu, quien se había convertido en la quinta potencia de la Santa Alianza, y lo hacía apoyando a los tres monarcas más absolutistas de Europa. Por otro lado, estaba Inglaterra, y sus aspiraciones mercantiles y políticas en el continente americano. Inglaterra no firmó el Acuerdo de Viena de 1815; sólo se adhirió, y gracias a ello, el gobierno británico podía abandonar la coalición en cualquier momento. Debemos tener en cuenta también que el principal valedor o aliado que tenía el régimen de Fernando VII en Inglaterra, Lord Castelreagh, , murió (se suicidó en agosto de 1822) y con él murió también la influencia del Príncipe Regente en los asuntos de política exterior, el nuevo ministro Lord Georges Canning (1770-1827) no se prestó al juego de sus teóricos aliados, con un parlamento más liberal y con el apoyo de banqueros, financieros e industriales, logró evitar que Gran Bretaña participara en la empresa española, ante el enojo del Príncipe Regente y de Metternich, pero, con el rotundo apoyo de la burguesía británica. Ahora la gran labor de Lord Canning y sus embajadores consistió en apartar a Inglaterra de cualquier compromiso respecto al "asunto español" e iniciar una política de espera hacia la Santa Alianza, por lo que en el Congreso de Verona de 1822 las potencias entraron en un gran desacuerdo. El objetivo principal de la política de Canning con respecto al continente americano reflejaba la nueva posición inglesa respecto a su interés por reconocer a las ex colonias españolas; como cita V.P. Potemkin (op. cit. p. 397): " … no combatir los movimientos de liberación nacional de Europa e Iberoamérica, sino todo lo contrario, utilizarlos, los pueblos que obtendrían su libertad y se constituirían en Estados que necesitarían una industria, una marina mercante, unas finanzas, en los primeros años necesitarían de todo ello y para a buscarlo acudirían, en primer término a Inglaterra". La ausencia de los embajadores ingleses, su resistencia a comprometerse en la campaña contra los liberales españoles, y el hecho de negarse a ver a los revolucionarios sudamericanos como simples rebeldes que se habían levantado contra el Rey de España empezaron a minar cualquier entendimiento.
Es sobradamente conocido, y el doctor Julio C. González, en su libro La Involución Hispanoamericana, lo atestigua de una forma muy clara, que a través de sus colonias en el Caribe, comerciantes ingleses y holandeses proporcionaron armamento de contrabando a las repúblicas latinoamericanas, aprovechándose del miedo de los gobiernos recién constituidos, los británicos recibieron buenas cantidades de plata y promesas de pago a largo plazo así como compromisos de exclusividad en la compra de mercancías inglesas en un futuro inmediato.
Aquí, existía un valor o causa añadida, y es que ya en 1822, Estados Unidos fue el primer estado que reconocía de facto, las nuevas naciones que se habían declarado independientes de España en América, política que hoy en el mundo hispanoamericano se conoce como “La involución Hispanoamericana” que arrastra las consecuencias de lo que aquí se habla, y de la que nos remitimos en un capítulo posterior sobre este hecho. En ese mismo año de 1822, los norteamericanos se sintieron muy inquietados y preocupados por dos iniciativas concretas que venían de Europa que tenían como objetivo el Nuevo Mundo, en el que tanto los Estados Unidos, como Inglaterra, habían puesto ya sus ojos de ave rapaz, los primeros, haciéndose eco de la doctrina Monroe, elaborada por John Quincy Adams diplomático y político estadounidense que llegó a ser el sexto presidente de los Estados Unidos(1825-1829), y atribuida a Monroe en el año 1823. James Monroe, quinto presidente de los Estados Unidos propuso la "doctrina" en donde se dirigía a los europeos con intención de que ninguno de los países de ese continente interfiriera en América. "América para los americanos", significaba que Europa no podía invadir ni tener colonias en el continente. Como se estaba dando el proceso de Imperialismo, la doctrina deducía que las potencias europeas se ocuparan de Asia y África pero que América les pertenecía a los americanos, aunque dada la ambigüedad de este gentilicio, podría ser una defensa a las independencias de Hispanoamérica para que pudieran tener gobierno propio, o la exclusividad del dominio del Continente Americano a los nacientes Estados Unidos de América, doctrina que a la postre no fue muy efectiva en realidad. Siguiendo las instrucciones de Monroe, John Quincy Adams informó al ministro de Rusia que los Estados Unidos "debían discutir el derecho de Rusia a cualquier establecimiento territorial en este continente y debían afirmar claramente que el continente americano no se hallaba ya supeditado a cualquier nuevo establecimiento colonial europeo".
El Secretario de Estado escribió al Ministro de los Estados Unidos en Rusia: "tal vez no haya momento más favorable para decir franca y explícitamente al gobierno ruso que la paz futura y el interés de la propia Rusia no pueden verse facilitados por el establecimiento de Rusia en una parte cualquiera del continente americano". La razón era que el zar Alejandro I proclamó los derechos de Rusia sobre la costa del Pacífico y las aguas vecinas desde Alaska, que pertenecían entonces a Rusia hasta el paralelo 51, es decir hasta la parte norte de la isla de Vancouver. Malaspina, en su Informe Científico Político ya había advertido de la situación anteriormente, en tiempos de Godoy, nos referimos en concreto al estado de las posesiones españolas en el continente americano, y recordemos que el propio Malaspina ya se había adentrado hasta llegar e incluso sobrepasar el paralelo 60 de latitud norte, y un ejemplo del razonamiento de lo que hablamos, son las consecuencias del asentamiento español en Nutka , pero esto ya en tiempos de Godoy.
Hasta aquí, el razonamiento esquemático de la situación internacional, por lo que es importante volver sobre las notas internacionales de las que hemos hablado antes, entregadas al gobierno de Madrid por parte de las potencias de la Santa Alianza, a excepción de Inglaterra, y por separado, los días 5 y 6 de enero de 1823, en las cuales amenazaban con la retirada de embajadores y la ruptura de relaciones caso de no satisfacerse las demandas. El gobierno de Evaristo San Miguel dio su respuesta negativa el día 9 de enero, pero la operación militar de los mal llamados “Cien Mil Hijos de San Luis” aún se retrasó algunos meses. Decimos lo del mal llamados, porque en realidad no fueron cien mil, pues su número no sobrepasó de 56.000, y a ellos, hay que sumar unos 35.000 soldados realistas españoles ya que en marzo se había ordenado un repliegue sobre la frontera de las guerrillas pirenaicas para secundar la entrada de los franceses. El gobierno de Madrid no se preparó para la resistencia, y las Cortes se limitaron a desplegar un alarde de oratoria sin darse cuenta de que una guerra, no se hace sólo con palabras y discursos, dando cabida a la esperanza de la ayuda inglesa, a la resistencia popular, al espíritu de la Guerra de la Independencia etc, y se retiraron a Cádiz, llevándose consigo al rey.
Ni existió la resistencia popular, ni surgieron guerrillas resucitando el espíritu del 2 de mayo de 1808, y la leva obligatoria de soldados que se hizo a última hora fracasó, pues se produjo un gran número de deserciones, que se pasaron al bando realista. Además, tampoco hubo ayuda inglesa, atentos como estaban los ingleses de su inhibición, para jugar sus bazas en la América española. El gobierno de San Miguel, en un último intento, hizo nuevas concesiones comerciales a favor de Inglaterra, pero el gobierno británico, por cierto también liberal en ideología aunque conservador en oficio, se limitó a publicar unas manifestaciones retóricas de apoyo al gobierno liberal español, invocando la solidaridad liberal internacional como réplica a la solidaridad internacional de la Santa Alianza, pero aquel gobierno mantuvo sus compromisos con las potencias de la Santa Alianza para dejarles hacer en la Península.
Lo cierto es que en realidad, no hubo guerra, y que la intervención de los cien mil hijos de San Luis, fue un paseo militar, y el duque de Angulema, quien era primo de Fernando VII, hijo primogénito de Carlos X y Maria Teresa de Saboya. A su nacimiento, su tío, el rey Luis XVI de Francia, le otorgó el título de Duque de Angulema, fue el último Delfín de Francia entre 1824 y 1830, y encabezó a los cien mil hijos de San Luis. En todas partes era recibido con aplausos, no a tiros, y para oponerse a él, se habían formado precipitadamente tres ejércitos españoles, uno en Cataluña, al frente del General Ballesteros, que se retira sin entablar combate, un general del que ya hemos hablado anteriormente en el capítulo titulado OPOSICIÓN Y CAÍDA DEL ABSOLUTISMO , y de su entrevista con Fernando VII, que merece la pena volver a recordar, no ya para levantar suspicacias, sino mas bien, para entender determinados comportamientos. Además de esto, el Jefe del Ejército de reserva, el conde de la Bisbal, Enrique José O'Donnell y Anethan, del que también hemos hablado en el capítulo mencionado, y que también merece la pena recordar, y que en vez de movilizarse para cortar el paso en Somosierra, interviene en un oscuro manejo cuyo objetivo era un golpe de Estado que estableciera el régimen de Carta Otorgada, es decir, un documento por el cual el rey se comprometía a gobernar a sus súbditos de una forma determinada. Suponía de hecho una especie de constitución para el estado, si bien en lugar de ser dictada por el pueblo, la carta otorgada surgía del poder absolutista anterior, el rey, digamos, para ser benevolentes, que pudo ser un intento de última hora para salvaguardar, de alguna manera, una salida airosa de la situación, y que posiblemente, hubiera merecido la pena tener en cuenta.
Ya en Junio, el ejército del duque de Angulema se pasea por la Mancha y pasa Despeñaperros sin obtener ninguna resistencia, pero cabe aclarar aquí un dato, y es que durante la intervención francesa en España de los Cien Mil Hijos de San Luís (1823), el duque de Angulema dicta el Decreto de Andújar para atajar la política de represión de las autoridades provisionales españolas. Este acto unilateral choca con la idea de “competencia” esgrimida por las autoridades españolas y con la de “alianza” aducida por las potencias del Este. Es el momento más crítico de la intervención: estaba en juego no sólo la liberación de Fernando VII, sino la tutela del régimen político español. Este decreto, se argumentaba en los siguientes términos:
“NOS, LUÍS ANTONIO DE ARTOIS, hijo de
Francia, duque de Angulema, comandante
en Jefe del ejército de los Pirineos:
Conociendo que la ocupación de España
por el ejército francés de nuestro mando
me pone en la indispensable obligación de
atender a la tranquilidad de este reino y a la
seguridad de nuestras tropas, hemos decretado
y decretamos lo siguiente:
Artículo 1º.- Las autoridades españolas no
podrán hacer ningún arresto sin la autorización
del comandante de nuestras tropas en
el distrito en que ellas se encuentren.
Artículo 2º.- Los comandantes en jefe de
nuestro ejército pondrán en libertad a todos
los que hayan sido presos arbitrariamente
y por ideas políticas, particularmente a los
milicianos que se restituyan a sus hogares.
Quedan exceptuados aquellos que después
de haber vuelto a sus casas hayan dado justos
motivos de queja.
Artículo 3º.- Quedan autorizados los comandantes
en jefe de nuestro ejército para
arrestar a cualquiera que contravenga lo
mandado en el presente decreto.
Artículo 4º.- Todos los periódicos y periodistas
quedan bajo la inspección de los comandantes
de nuestras tropas.
Artículo 5º.- El presente decreto será impreso
y publicado en todas partes.
Dado en nuestro cuartel general de Andújar
a 8 de agosto de 1823
Las consecuencias fueron que desde el mismo momento que estalló el escándalo del Decreto de Andújar, la política francesa intenta por todos los medios minimizar sus efectos, y el propio gobierno francés interpretó la iniciativa de Angulema sin el consentimiento del propio gobierno como una infracción de sus propias instrucciones. En este punto, debemos atenernos a que en realidad, no es que no existiera el Tratado de Verona, si no que nos conduce a que realmente fue una iniciativa de Francia y su gobierno, quien acordó el envío de tropas, y de instrucciones concretas. Además, los rumores que corrían por el país sobre la excesiva compasión del duque hacia los liberales no ayudaban en nada a salir airosos de aquella situación. Podríamos considerar de grave error político de Francia de no haber concretado el reparto de competencias, acarreándole un conflicto con las autoridades españolas, que reclaman autonomía; y con los aliados europeos, que exigen unidad. Esto le impide rentabilizar políticamente (especialmente a efectos externos) el éxito militar de la intervención en España. Sin dejar de reconocer en Angulema un talante moderado, el capítulo del Decreto de Andújar es la materialización de un conflicto de competencias inevitable vista las imprecisiones diplomáticas con que Francia se había manejado desde el Congreso de Verona, o supuesto Congreso de Verona. El Decreto y su Aclaración son el resultado de ese error político, primero por la precipitación de Angulema (que, admitiendo incluso que se encontrase superado por los acontecimientos, actúa más por utilidad que por humanidad, al peligrar la intervención), pero sobre todo por la falta de previsión del gobierno de Villèle. El Decreto de Andújar evidencia hasta qué punto Francia no podía adueñarse de los destinos políticos del reino que estaba ayudando militarmente a restaurar. Al reflejar esta debilidad, el significado político de la declaración de estado de excepción que supone el Decreto de Andújar acabará sepultado entre el silencio y el gesto humanitario, y de eso se ocupará la única acción bélica digna de reseñar, pero no por su importancia, ya que realmente, el número de bajas fue más bien escaso, la batalla de Trocadero, aunque Fernando VII no olvidaría el episodio de Andújar.
Angulema inicia el bloqueo de Cádiz, en cuya esperanza a la resistencia confía lo que queda del liberalismo constitucional, y en la noche del 30 al 31 de Agosto, las tropas de Angulema asaltan el Trocadero, apenas defendido, siendo el único combate que los Cien Mil Hijos de San Luis, tendrán que sostener, restableciendo así el honor de Francia, vencida diez años antes. En realidad, una modesta victoria hiperbólicamente exaltada en 1823, pues tuvo escaso número de bajas, pero representó un considerable éxito para los absolutistas al liberarse el Rey. Dentro del manifiesto que desde el Puerto de Santa María, fechado a 1 de octubre de 1825, dirigió a D. Víctor Saez, confesor de Fernando VII, le decía:
Mi augusto y amado primo el duque de Angulema al frente de un ejército valiente, vencedor en todos mis dominios, me ha sacado de la esclavitud en que gemía, restituyéndome á mis amados vasallos, fieles y constantes.
Fernando VII le ofreció el título de Príncipe de Trocadero, que el Duque de Angulema, parece ser que rechazó. A continuación en una carta llevada a su primo por medio de Louis Justin Marie de Talaru, embajador de Su Magestad Cristiana en Madrid, recriminaba en términos muy duros al monarca los excesos de su reinado y le conminaba a redimirlos, una vez recuperado el poder absoluto. Como curiosidad, en los Diarios de viaje de Fernando VII (1823 y 1827-1828), escritos por él mismo, en la página 293 y siguientes, se habla de ello, y asimismo, se hace mención en Duvergier de Hauranne, Prosper (1857). Michel Lévy Frres. ed (en francés).Histoire du gouvernemente parlamentaire en France, 1814-1848.
Lo cierto, es que en octubre, en el Puerto de Santa María, Fernando VII publica un Real Decreto por el que se restablecía la situación anterior al mes de marzo de 1820. En la España realista, hasta entonces, había funcionado un gobierno provisional que el propio duque de Angulema había reconocido, en la que figuraban Eguía y Eroles, pero el propio Mataflorida (Bernardo Mozo de Rosales) se negó a disolver la Regencia de Urgell, argumentando, según sus palabras, que la propia Regencia podía no ser reconocida, pero no puede tampoco ser destituida por una autoridad extranjera. Ateniéndonos a los hechos, estamos en condiciones de opinar que la ayuda militar del duque de Angulema, tiende a encubrir a su vez una intervención política francesa de forma directa, ya que las propias tropas permanecieron en la península hasta 1828, bajo la recomendación del gobierno francés.
Por otro lado, ha quedado demostrada la inclinación moderada del propio duque de Angulema, además, así lo demuestra también el hecho de que se deshizo del propio Eguía confirmando una Regencia en la que figuraban Eroles y González Calderón, de la junta provisional anterior, así como otros también moderados, en contraposición al propio Eguía y varios generales aristócratas y personalidades diversas partidarias de la vuelta pura y simple al régimen anterior, agudizando la división en el campo realista que quedará manifestada durante el último periodo del reinado de Fernando VII.
En algún capítulo posterior, dejaremos constancia de las crueldades del reinado de Fernando VII contra los liberales, pero no debemos olvidar, y así debe ser, de las mismas crueldades efectuadas durante el mandato liberal, y de las que ya se ha dejado constancia en capítulos anteriores. Lo que acaeció en estos momentos de la historia, es que Fernando VII, liberado por los franceses, formo de forma inmediata un nuevo gobierno absolutista liderado por Víctor Sáez (Víctor Damián Sáez y Sánchez Mayor), confesor privado de Fernando VII, y ultra-absolutista reconocido, en un clima de reconciliación muy difícil, y en el que Fernando VII, no cumplió la promesas de olvidar todo lo pasado, que ya hiciera tras su liberación en Cádiz a los propios liberales, pero también es perfectamente creíble que no tuviera la menor posibilidad de cumplirlas, pues todo intento por olvidar el clima de tensiones, odios, asesinatos, represalias y un largo etcétera de conflictos y situaciones enfrentadas, durante el Trienio Liberal, incluida la guerra civil, estaba de antemano condenado al fracaso. Lo que también estaba fuera de toda duda, es que la restauración de 1823 disgustó tanto a liberales, como a aquellos miles de realistas encuadrados en las guerrillas o en los ejércitos de la Regencia de Urgell que lucharon sin rechazar la tradición, pero por un nuevo sistema.
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