(Fuente: Fuerza Nueva, Enero – Febrero 2000, páginas 12 – 13)
Puntualizaciones a un artículo del profesor García de Enterría…
La Historia oficial y la Historia real
Rafael Gambra
Ha habido juicios y relatos históricos que, a pesar de su extrema falsedad y aún de su evidente cinismo, a fuerza de repetirse millones de veces a lo largo de siglos, se han convertido en verdades irrefutables, incluso en dogmas o en axiomas. Si tal distorsión de la realidad incide sobre momentos decisivos o cruciales de la historia de un pueblo, su nocividad puede ser irreparable. Más aún si se vierte en la historiografía oficial prevalente y pasa a los textos de enseñanza que, copiándose unos a otros, perpetúan en las mentes la deformación estereotipada.
Tal es el caso de nuestra historia del relato “oficial” de lo acaecido en España entre 1812 y 1823, es decir, en las vicisitudes de la caída del antiguo régimen y la instauración del sistema liberal o revolucionario. El esquema es siempre el mismo: una voluntad nacional que emerge miríficamente de unos “Padres de la Patria” reunidos en Cádiz en ausencia del Rey, prisionero en Francia; un rey malvado y execrable que anula a su regreso el nuevo régimen forjado durante su destierro (lo que se estimará el primer golpe de Estado de nuestra historia); un militar golpista (pero bienaventuradamente golpista) que restaura la Constitución de Cádiz; y una injustificable intervención europea (los Cien Mil Hijos de San Luis) que anula las reformas liberales y restaura durante una década el ominoso régimen antiguo.
El profesor García de Enterría nos sirve una vez más el plato prefabricado en un artículo de ABC (26 de diciembre de 1999) bajo el título “Chateaubriand y el destino de España”. Sus palabras iniciales reproducen con exactitud el juicio aludido que repiten todos los manuales de Historia desde mediados del siglo XIX: “Pocos casos como la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, que acabó con nuestro liberalismo establecido tras el golpe de Riego en 1820 y restituyó al avieso Fernando VII en el poder absoluto, podrán citarse como ejemplo de la influencia de una sola persona en el curso histórico de una nación entera. Este hecho ha sido uno de los más trascendentales de toda nuestra historia. España quedó entonces descolgada de la modernidad y pasó a ser una especie de “reserva de indios” pintoresca y cruel, donde se conservaban los rasgos de una sociedad arcaica que hizo las delicias de los viajeros europeos como escenario romántico. (…) Nuestro país, agostada la Ilustración que se había desarrollado bajo Carlos III y primeros años de Carlos IV, devastada hasta la extrema pobreza por obra de la guerra napoleónica, restauró entonces por decisión del rey felón sus rasgos más retrógrados: el Tribunal de la Inquisición, los señoríos feudales, las propiedades y privilegios eclesiásticos…” (aquí música de fondo con la Marsellesa y el Himno de Riego).
El señor García de Enterría no es, sin embargo, un maestro de escuela que repite el estereotipo oficial del libro de texto, sino un catedrático de Derecho que sabe perfectamente lo allá sucedido y por qué dice lo que dice. En realidad reitera el esquema simplista como el profesor de geometría recita el postulado de Euclides como fundamento indemostrable para el desarrollo de la geometría euclidiana. Ese relato mendaz de aquellos hechos es necesario para la posterior interpretación liberal de la historia de España y para la defensa del propio liberalismo político. Pero el señor García de Enterría sabe sin lugar a dudas que:
– Las Cortes de Cádiz fueron –ellas sí– el primer golpe de Estado en la historia de España. Convocadas en ausencia del Rey, sin el más mínimo apoyo legal ni moral, trataron de crear un orden nuevo copiado casi a la letra de la Constitución revolucionaria francesa, es decir, de los ideales laicistas que traían los ejércitos de Napoleón contra los que luchaba a la sazón el pueblo español alzado por el Rey y la Religión contra la más inicua de las invasiones. En tales Cortes radica el germen del drama interno que divide a los españoles hasta nuestros días.
– Que Fernando VII no fue ese monstruo a quien no se puede mencionar sin los epítetos de felón o avieso y sin atribuirle la responsabilidad de la descomposición política de España y de Hispanoamérica. (Fernando VII, “el deseado del pueblo”, fue, en realidad, un hombre vulgar que hubo de afrontar una situación caótica que hubiera requerido de un genio para encauzarla. Una nación devastada, pillada, arruinada por la guerra napoleónica, con un ejército hipertrofiado y autoascendido –parcialmente influído por las ideas del enemigo– que reclamaba pagas y honores que no era posible satisfacer, pronto al descontento y a la sublevación, tal era la situación que ni aquel rey mediocre ni casi nadie hubiera podido reconstruir con éxito inmediato. Alternando torpemente el rigor con la clemencia, se ganó la aversión de todos: execrado por los liberales como su enemigo natural, tampoco fue defendida su memoria por los realistas y tradicionalistas a causa de su mal comportamiento en la sublevación de los Agraviats y en la cuestión de sucesión por más que existieran aspectos en su gestión si no para su reivindicación, sí al menos para su disculpa. Miles de veces se ha referido el juramento de la Constitución por el rey tras el golpe de Riego y su famosa frase de “la senda constitucional” como símbolo del dolo y la perfidia, pero siempre se omite que se pronunciaron bajo la amenaza inmediata de las bayonetas de los sublevados).
– Que cuando se iniciaron los movimientos separatistas en la América española acaudillados por militares españoles liberales, el rey no disponía allá más que de exiguos contingentes de tropas y hubo de organizar, con gran esfuerzo, una columna de apoyo desde la Península. La traición de su comandante Rafael Riego que la sublevó a favor de la Constitución de 1812, constituyó –esto sí– el mejor ejemplo “de la influencia de una sola persona sobre el curso de una nación” (y aún de todo un continente). Consecuencias de aquel golpe militar fueron la pérdida de toda America continental española y la inmersión de España durante tres años en una inmensa anarquía cuyo poder incendiario llega, tanto en la Península como en América, hasta nuestros días. Aquella traición sólo puede compararse a la que en el siglo VIII determinó la llamada “pérdida general de España”. Riego, espíritu alocado y tornadizo, murió donde debía: en un patíbulo y con ejecución pública.
– Que el pueblo sano, harto de revolución y crímenes fue formando en zonas aisladas el llamado Ejército de la Fe que llegó a dominar un amplia zona en el Norte y en Cataluña. En la plaza fuerte de Seo de Urgel estableció una regencia para la coordinación de sus esfuerzos y para lograr “la libertad del monarca prisionero”. Esta regencia fue la que para ese fin solicitó de Luis XVIII y de la Santa Alianza una intervención militar que restituyera al rey en su poder y la paz en España.
(Los Cien Mil Hijos de San Luis, mandados por el duque de Angulema, entraron por la frontera uniéndose a las divisiones realistas que dominaban la zona y, sin pegar un tiro, entre aclamaciones populares, llegaron hasta Cádiz donde de nuevo y heroicamente se había refugiado el gobierno liberal llevando al rey consigo. Eran también franceses como los napoleónicos, pero así como éstos fueron invasores e impíos, los de Angulema eran liberadores y cristianos. Desde 1808 la guerra era, más que internacional, doctrinal y religiosa: el conflicto de las dos Españas estaba servido. Vencida la leve resistencia de la península gaditana y liberado el rey, el cuerpo expedicionario se retiró sin daño para nadie. Quedaba restablecido el orden, un orden no exento de represiones y violencias, pero en el que fue posible la vida normal y la recuperación de la economía. Sólo duraría diez años: a la muerte del rey los liberales retornan al poder y, con ellos, las matanzas de frailes y las desamortizaciones depredadoras de templos y monasterios).
– Que lo demás que nos narra en su artículo (la oratoria de Chateaubriand y sus amores secretos) no es más que chanson de route o pretexto para contarnos una vez más, con la distorsión liberal, lo acaecido en aquella larga y dramática transición.
Fuente: FUNDACIÓN IGNACIO LARRAMENDI
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