Waugh, Foucault y los Barberini
Michel Foucault, arqueólogo de la cultura y archigay, utilizaba a fines de los setenta los ratos libres que le dejaba el dictado de sus cursos en Berkeley para enfiestarse en los saunas sadomasoquistas de San Francisco. Sus amigos le advirtieron del peligro de muerte que corría puesto que hasta haciendo ya su aparición la peste rosa. El filósofo, despreocupado, respondió: “No hay nada más grande que dar la vida por amor de los muchachos”. Con esta expresión tan breve, Foucault describía lo que había sido toda su obra: la inversión total y puntual no sólo del cristianismo, sino también de los principios básicos de la cultura occidental.
Se estrenó en Europa el año pasado la versión cinematográfica de la obra maestra de Evelyn Waugh y, probablemente, la mejor novela inglesa del siglo XX: Retorno a Brideshead. En 1981, Granada TV había producido una miniserie de once capítulos sobre el mismo libro de una asombrosa calidad y fidelidad, hasta en los más mínimos diálogos, a la obra original. Esperaba, aunque me parecía un poco difícil, que algo similar ocurriera con la película. Efectivamente, no ocurrió. Su director, Julian Jarrold es, salvando las distancias estelares, el Foucault de Waugh, pues su obra no es otra cosa más que la inversión de todo lo que Evelyn quiso decir o, mejor aún, mostrar en su Brideshead revisited.
Dos monstruos se asoman en la nueva versión: el primero es Dios. Ni siquiera es la Iglesia, como sucede en otros caso. Dios mismo, invención humana por cierto, que se complace en obstaculizar y restringir la libertad de los hombres. El segundo, es lady Marchmain que, si bien en la novela es un personaje extraño, amable y odiable como el mismo Waugh lo define, aquí es presentada como una rígida fundamentalista de la caricatura del catolicismo a la que son afectos los cineastas, y poseedora de un orgullo de clase que no aparece en la obra original.
El personaje de Sebastian, que tan bien lo había logrado Anthony Andrews en la miniserie, es aquí interpretado por Ben Wishaw, con un exageradísimo amaneramiento y muestras claras de perversión. Desaparece también la deliciosa Cordelia, reemplazada por una impertinente y estúpida niñita; desaparece Hooper y, se extraña también la belleza de Julia.
Julian Jarrold inventa situaciones y diálogos permanentemente, cambiando aspectos importantes de la historia. Omite incontables escenas, lo cual sería lógico en tanto debe relatar en dos horas un voluminoso escrito, pero es imperdonable la omisión de aquellas que son centrales no sólo para mantener el argumentos sino también para entender el sentido profundo de la novela.
Lo que Evelyn Waugh muestra sutilmente en las palabras de su novela, Jarrold lo muestra brutalmente en las imágenes de su película. Es que el director inglés no entiende de sutilezas, y tampoco entiende de la religión y, mucho menos, defe. Destruye, invierte y desarma sistemáticamente. Exagera los gestos y cae en los más trillados lugares comunes de las películas románticas.
Lo peor es, quizás, su afán por cambiar a su antojo lo que se le ocurre del argumento, desfigurando así a la obra. Y, entonces, Rex Mottram se convierte al catolicismo antes de casarse con Julia, y Charles Ryder no queda claro que lo haga; Julia rechaza a Charles no por una cuestión de fe, sino por orgullo: éste se la cambia a Rex por dos cuadros.
Quod non fecerunt barbari, fecit Jarrold...
Afortunadamente, la película no ha tenido éxito, al menos el esperado. No se proyectó en Argentina, y el Wanderer no incluirá los links para descargarla. Por ahora, un modo seguro de verla es en los vuelos ascendentes de Lan Chile. Lo mejor en este caso, es pedir un whiskey y ponerse el antifaz.
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