(Blanco y Negro, 15 de Febrero de 1964, Páginas 8 - 11)
El OPUS DEI Y LA POLÍTICA
Reproducimos hoy dos artículos, uno de ellos editorial de “Pueblo”, y otro, firmado por don Pedro Rodríguez, presbítero, aparecido en “El Alcázar”, en los que se exponen opiniones y datos sobre el Opus Dei. Los dos trabajos tienen, directa o indirectamente, relación con las cartas que el ministro de Comercio don Alberto Ullastres remitió a BLANCO Y NEGRO, la primera dirigida a nuestro director, y la segunda al director del “New York Times”; ambas orientadas a clarificar las posibles erróneas interpretaciones que pudieran derivarse de la crónica que el mencionado periódico norteamericano había dedicado, bajo la firma de C. L. Sulzberger, a determinados aspectos de la política española.
Nos satisface haber contribuido, aunque sea en pequeña parte, a suscitar este intercambio de pareceres e informaciones respecto del Opus Dei y su influencia supuesta en órdenes diferentes a los que por su misma naturaleza le competen. Es efectivamente cierto, como señala don Pedro Rodríguez, que antes de ahora y con cierta frecuencia, se ha escrito públicamente sobre la organización, fines y medios del Opus Dei, pero aún no se ha escrito lo suficiente, como lo demuestra la existencia de amplios sectores de opinión que carecen de nociones precisas sobre dicha asociación, y sustituyen este defecto de información con suposiciones que unas veces son simplemente exageradas, y otras no tienen contacto alguno con la realidad. Siempre que surge un tema de volumen nacional es conveniente la difusión de noticias precisas y autorizadas que pongan dique a las especulaciones y leyendas. La vida española en la Edad Contemporánea ofrece no pocos ejemplos de movimientos populares de opinión desarrollados sobre la base del “se dice”. En el desconocimiento por la masa pública de los perfiles y contenidos reales de aquellos temas a que aludimos, han encontrado muchas veces su mejor aliado los agitadores a sueldo de intereses ocultos. Las especiales circunstancias que concurren en el Opus Dei y que se exponen desde distintos puntos en los dos artículos que reproducimos hoy, no han sido obstáculos para la franqueza. Alegrémonos de haber suscitado el debate y deseemos que éste continúe en bien de la pura verdad. Si personas especialmente calificadas en el dominio de la información no conocen todo lo que debieran conocer sobre el Opus Dei, es fácil suponer lo que sucederá a millones y millones de personas dedicadas a otros menesteres. Nunca la luz y los taquígrafos fueron tan necesarios como en nuestro tiempo.
EL OPUS DEI
Don Alberto Ullastres no es uno de esos ministros chapados a la moderna que apenas tienen comunicación con la opinión pública y, cuando lo hacen, nunca pasan la frontera donde, más allá, está el atrevimiento, la indiscreción o la imprudencia; sino por el contrario, es un político muy clásico por la claridad de sus intervenciones, el modo de dirigirse a las gentes y la intrepidez de abordar cuestiones de tratamiento delicado.
En el último número de la revista BLANCO Y NEGRO aparece una carta suya al «New York Times», en la que expone afirmaciones y razonamientos para señalar que el Opus Dei –asociación de fieles a la que pertenece don Alberto Ullastres– no es un grupo político. Otros miembros del mismo instituto han manifestado alguna vez en los periódicos este error de suponer al Opus Dei interesado en la política. La verdad es que en los últimos años se ha hablado mucho del Opus Dei y todo el mundo anda intrigado sobre esta organización; nos parece necesario que se hable de esto francamente en los periódicos, y no fuera de ellos, al amparo de la maledicencia o del rumor, porque nos interesa a todos librar la empresa política española de una atmósfera de tenebrosidades o de agitaciones ocultas. No debe pasar con el Opus Dei aquello que decía Rostand que sucedía con algunos acontecimientos históricos respecto a que se sabía la verdad sobre ellos cuando ya no interesaban a nadie. La carta de Ullastres al «New York Times», en réplica a un artículo de uno de sus comentaristas más importantes, Sulzberger, nos parece el documento más diáfano que se haya podido hacer público sobre esta cuestión.
El Opus Dei –dice el ministro de Comercio– «no tiene, ni puede tener, puntos de vista políticos o sociales, económicos o culturales, judiciales o militares, y sus miembros no tienen en sus opiniones y actividades más uniformidad, límites y directrices que las que –como el resto de los católicos– les marca el dogma y la moral de su Iglesia». A este respecto señala en la misma carta don Alberto Ullastres que su propia gestión de ministro de Comercio es criticada por otros miembros del Opus Dei. Esto es verdad. En algunas ocasiones hemos oído disentimientos con la política del Ministerio de Comercio a cargo de personas conocidas de esa institución.
Sin embargo, lo que sorprende a los españoles –desconfiados como pueblo viejo y escaldado– es la aparición súbita e intensa del Opus Dei, a través de sus miembros, en organismos culturales, en empresas industriales, en entidades bancarias y en altos puestos de la Administración. A nosotros no se nos ocurrirá nunca decir que esto sea injusto, pues conocemos a muchos miembros del Opus Dei y tenemos una alta estimación de su preparación, de sus cualidades y de sus servicios. ¿Pero cómo han llegado a todos esos puestos destacados sin que funcione un aparato coherente? Se hace difícil suponer –aunque aceptamos sin reservas la argumentación del señor Ullastres– que, individualmente o aisladamente, se pueda llegar a todas partes en bloque y en muy poco tiempo, espectacularmente.
El suceso anterior de llegada en masa a las funciones políticas –porque a otras no arribaron en número convincente– estuvo a cargo de los falangistas históricos. Pero la razón era bien clara. Nutrieron de combatientes y de ideales una guerra y aspiraron a protagonizar la administración de la victoria. La vieja clase política había sido aventada. Los falangistas tenían un aparato político coherente que promocionaba los hombres públicos. Este movimiento se abriría después para ponerse a disposición de la empresa política nacional, ensanchando su base, al tiempo que se producían los acontecimientos normales de un proceso constituyente, que ya pertenece a la Historia. Vicente Marrero se ha referido a todo esto en un libro atractivo, no acertado en todas sus páginas, pero con una atmósfera de verismo en conjunto.
Pero el Opus Dei alienta silenciosamente en la vida española muchos años –nace, según parece, entre los años 20 y 30– y un día estalla en ministros, catedráticos, banqueros, economistas, investigadores y empresarios. Todo esto habrá sucedido por un designio providencial. Pero el hecho está ahí. Aparecieron de la noche a la mañana unos hombres nuevos, sin tradición política, la mayor parte sin servicios distinguidos en esa gran empresa de la guerra civil, de donde surgió la generación política contemporánea. Muchos de ellos, como decimos, poseen dotes sobresalientes de gobernantes, y otros, no tanto, como ocurre en todos los movimientos, y todos ellos aseguran que no son políticos, sino técnicos. Creemos que fue Briand el que dijo aquello de que los hombres no necesitaban entender a los políticos; son los políticos los que deben entender a los hombres. Esta máxima la siguen al pie de la letra y por eso a muchos de ellos les gusta don Carlos III. No son políticos de abajo arriba, sino de arriba abajo. Pueden ser liberales, pero no aspiran a ser demócratas.
En fin, no queremos que el tema del Opus Dei sea cuestión vedada o fruta prohibida para los que tenemos la responsabilidad social del comentario político. Ellos mismos no aspiran a que lo sea. No hace mucho tiempo, el excepcional periodista y diplomático Manuel Aznar trató este mismo tema en «La Vanguardia Española», de Barcelona, y todo esto nos lo ha sugerido ahora la sugestiva carta de Alberto Ullastres que publica BLANCO Y NEGRO.
(Diario «Pueblo», 5 de febrero 1964.)
UNA REALIDAD ESPIRITUAL
Me piden de «El Alcázar» unas líneas sobre el Opus Dei con ocasión de un artículo aparecido ayer en «Pueblo». Una tranquila lectura de dicho artículo –un «gallito»–, me facilita el ordenar las ideas. La primera parte del escrito afirma «sin rodeos», tomando ocasión de unas cartas de Ullastres a BLANCO Y NEGRO y al «New York Times», que el Opus Dei nada tiene que ver con la política, que sus miembros son libres en su actividad pública, etc. Todo correcto. De pronto, un salto en el razonamiento, alguna reticencia y un interrogante: ¿Cómo han llegado al «poder» los hombres del Opus Dei? Y para plantear el interrogante, una comparación entre el fenómeno político de la Falange y el Opus Dei. A partir de este salto y de esta comparación me doy cuenta de que en el «artículo» no se ha entendido al Opus Dei: se contradicen las dos partes del mismo. De hecho, se politiza al Opus Dei; exactamente lo contrario de lo que señala la carta que da origen a su comentario.
Vayamos por partes. Las cosas quedan en su punto cuando se considera al Opus Dei como es en realidad. Y la realidad consiste en que el Opus Dei es una asociación de fieles de la Iglesia Católica –una realidad espiritual– extendida por 54 países –una realidad universal en extensión –, de la que forman parte personas de todos los niveles sociales, de todas las razas y profesiones –una realidad universal en profundidad–, que tiene como fin promover la vida cristiana –una realidad apostólica– en medio del mundo –una realidad secular.
Cuando una realidad como el Opus Dei se contempla en un plano político se atenta a su naturaleza espiritual y se politiza. Entonces aparece como un fenómeno político: se le considera español cuando es universal; se consideran unas cuantas profesiones «brillantes» de algunos de sus miembros y se olvida a la inmensa mayoría de sus socios: a los mineros, a los campesinos, a las madres de familia y a las sirvientas, a los maestros, a los taxistas, a los…
Comparar el Opus Dei y la Falange es maltratar la naturaleza de ambos. La Falange es una realidad política; el Opus Dei, una realidad apostólica. Son, diríamos, dos cosas heterogéneas; pertenecen a dos órdenes distintos: son, en sentido estricto, incomparables. Si se comparan, el diagnóstico está viciado en su base. La imagen que del Opus Dei se presenta después de ese análisis es, en rigor, inexacta, falsa.
El Opus Dei, decía antes, es una realidad secular: sus miembros se consagran a Dios, pero permanecen por vocación divina en medio del mundo. El que era universitario sigue siendo universitario; el que era zapatero sigue siendo zapatero; el economista, economista; quien tenía vocación política sigue adelante con ella. Eso que eran y siguen siendo es lo que tienen que santificar: su tarea profesional, su vocación humana…
A partir de esta importante característica del espíritu del Opus Dei se resuelve con una «decepcionante» sencillez el interrogante planteado en el artículo de «Pueblo». ¿Qué cómo llegan a la palestra pública los hombres del Opus Dei? Exactamente igual que todo el mundo. Igual que el minero pasa a capataz o que un cajista llega a ser regente de taller o líder sindical. Viven en el mundo, tienen vocación profesional y humana, les apasionan los problemas de su ambiente y de su generación; tiene cada uno sus propias y libérrimas opiniones políticas; están sometidos a la dialéctica de los grupos sociales y políticos a los que cada uno pertenece…
¿Su historia militar en la guerra española? La de su generación: soldados, alféreces provisionales –creo que Ullastres es teniente–, etc.; un reflejo de la vida española.
Cuando una generación pasa a ser generación rectora en un determinado país es lógico que haya miembros del Opus Dei en esa rectoría… Lo contrario sería un atentado… contra la estadística, porque son muchos los miembros del Opus Dei. Y cada uno llega a través de su noble actuación en el sector político al que pertenece y al que sirve: los que son falangistas, a través de la presencia política de la Falange. No hay misterio, sino claridad.
Y los que actúan en la vida pública son un pequeñísimo número, en comparación al conjunto de sus miembros, y lo hacen como todos los católicos: en el respeto fiel a las directrices de la jerarquía eclesiástica. Cuando la jerarquía deja libertad a los católicos para colaborar con un régimen político o mantenerse en la oposición puede verse a miembros del Opus Dei que colaboran o están en la oposición. Por lo demás la presencia de algunos hombres del Opus Dei en las tareas políticas españolas es un fenómeno correlativo al de otras muchas asociaciones de fieles –A. C. N. de P., A. C., congregaciones marianas, cursillos de cristiandad, etcétera–, muchos de cuyos miembros han llenado la vida política de nuestro país durante los últimos veinticinco años: Martín Artajo, ex presidente de la Acción Católica y actual presidente de la A. C. N. de P.; Ruiz Jiménez, presidente de Pax Romana y también miembro de la A. C. N. de P.; Ibáñez Martín, Fernández Ladreda, etc.; todos ellos ministros de diversos Gabinetes de Franco. Y cuando éstos cesaron en sus cargos, otros miembros de sus asociaciones fueron llamados al servicio de la Administración.
Lo que es el Opus Dei y lo que no es. Todo ello está clarísimo. Basta informarse. ¡Hay ya tanta cosa escrita! No es algo «novedoso» la carta del ministro de Comercio. Y, desde luego, no es ni lo más diáfano ni lo más autorizado. Ha habido tajantes declaraciones oficiales del Opus Dei, alguna de ellas reproducidas en el diario «Pueblo»…
Pedro Rodríguez (Presbítero del Opus Dei)
(Diario «El Alcázar», 6 de febrero 1964.)
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