Sobre el Opus Dei (artículo de Bernardo Díaz Nosty)
Fuente: Primera Página, 18 de Marzo de 1971, página 21.
SOBRE EL «OPUS DEI»
El juramento del señor López Rodó en el Consejo Nacional del Movimiento, en el sentido de que el Opus Dei no era un partido político, ha levantado una marejada de comentarios. Humildemente reconozco que no entiendo a qué viene el asombro o la estridencia, y no, precisamente, porque yo esté dentro de la Obra, que no ocurre así, sino porque como profesional de la información me gusta ponerme sobre el plano real de los hechos.
Las leyes del Estado son contundentes al hablar de partidos políticos: están proscritos. Extrañan, pues, las rasgaduras de vestiduras de varios pro-hombres que, parece ser, esperaban oír del ministro del Plan una confesión reveladora de lo que el “Opus” es y representa en la política española, y que supliera con creces los numerosos errores del libro de Ynfante, “La prodigiosa aventura del Opus Dei” –“best seller” del mercado negro–. El ministro, miembro de la Obra, ha sido claro y rotundo, dando fuerza a su afirmación bajo juramento. ¿Quién puede poner en duda que el Opus Dei no es un partido político?
La experiencia y la ley nos han enseñado que para alcanzar el poder hay que estar fuera de los partidos; incluso los grupos que antes del 36 se aglutinaban en algún partido de derechas, pasaron a comulgar con el Movimiento integrador, formando parte del poder. El mismo Opus Dei nos lo recordaba hace poco, en una nota publicada por el “bureau” de información de París, en el que se señalaba, saliendo al paso de una serie sobre España, aparecida en “Le Monde”, la intervención de “propagandistas” y “marianistas” en los gobiernos de Franco, poniendo en evidencia la tesis de que el Opus no necesita ser un partido para estar en el poder.
Parece, pues, que hablar de Opus-partido político no es más que una apreciación infantil, carente de fundamento; tal vez el ministro López Rodó no hubiese tenido la necesidad de recurrir al juramento para disipar una suposición tan infundada. Parece más imposible, aunque no menos interesante, que el ministro haya caído en la necesidad de los partidos en la hora actual española, en que, como no hace mucho decía Cantarero del Castillo, las condiciones económicas –ausencia de paro, etc.– son propicias al juego democrático.
Los teóricos del partido único o, mejor, de la negación de los partidos políticos, deberían pronunciarse sobre la conveniencia o no de los grupos de presión. El grupo de presión, rodeado casi siempre de una leyenda negra, es para los sociólogos modernos la expresión máxima del grupo de intereses, pues procuran influir deliberadamente en las unidades de mayor capacidad coactiva: las de decisión macroeconómica o política gubernamental. Un tratadista español apunta que los grupos de presión “favorecen determinadas direcciones políticas, y hacen lo posible por que entre los puestos clave se sitúen personas representativas de esas direcciones”; cuando aportan directamente los elementos humanos, con propósito de ejercer el poder público, el grupo adquiere el rango de partido.
Aplicar a España la fórmula anterior es verdaderamente difícil, porque las reminiscencias autárquicas hacen imposible una equiparación valorativa del tipo científico usado en Occidente.
La historia nos habla largamente de grupos de presión –oligarquía, jesuitas, masonería…– y de partidos –todos…–, dibujándonos a los primeros como factores de decisión indirecta y oculta, capaces de hacer cambiar el estado de cosas tras una labor soterrada, de termitas.
Y pues que las leyes no hablan de los citados grupos, bueno sería una investigación a fondo sobre los mismos, no para perseguirlos por sistema, sino para hacer público su funcionamiento, destacando los aspectos positivos y estableciendo una regulación que impida los abusos de toda empresa oculta. Mejor aún sería que el señor López Rodó se pronunciase sobre el Opus Dei, ofreciendo al país información sobre la posible incidencia en la política o en la economía, de la que es su Obra.
Bernardo Díaz Nosty
en “Criba”
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