¿Los carlistas afirman que la corona española está vacante? No, simplemente dicen que está usurpada por quien no debe.
Pero el concepto usurpación, por definición, implica el concepto legitimidad (igual que, por ejemplo, el concepto padre, por definición, implica el concepto hijo).
El problema se resuelve si entendemos que el concepto sociedad, cualquiera que sea, requiere natural y necesariamente el concepto de poder político de facto o poder de hecho, que rige a toda sociedad, cualquiera que sea; pero no necesariamente requiere el concepto de poder político de iure o poder de derecho o poder legítimo.
Por lo tanto, decir que el poder político de una sociedad está vacante es un contrasentido. Pues toda sociedad, por definición, requiere forzosamente de la existencia de un poder político que rija y dé unidad a dicha sociedad. Poder político y sociedad van necesariamente unidos, y no puede darse la una sin el otro ni, por supuesto, el uno sin la otra.
Otra cosa distinta es que dicho poder político sea ilegítimo (es decir, que haya usurpación). En el orden temporal, tenemos un ejemplo práctico con la comunidad española, y las personas de Juan Carlos y de Don Sixto Enrique de Borbón. Es evidente que Juan Carlos detenta el poder político supremo: máxima magistratura a título de Rey y de Jefe de Estado, y es lógico que así sea pues, como he señalado antes, toda sociedad, por definición y esencia, viene acompañada naturalmente de un poder político supremo que la rige (me parece que es lo que los escolásticos llamaban -y llaman- causa formal de la sociedad). La cosa está en que Juan Carlos detenta ese supremo poder solamente de facto o de hecho, pues el poder de iure o de derecho corresponde (por razones suficientes que no hace falta repetir aquí y que están en otros hilos del Foro) a Don Sixto Enrique de Borbón. Es evidente que existe una disociación (poder de facto por un lado, poder de iure por otro) indeseable que sólo puede solucionarse de una forma: fusionando o haciendo coincidir en aquél que detenta la legitimitad política o poder de iure (es decir, Don Sixto Enrique de Borbón), el poder político de facto, que actualmente detenta ilegítima o usurpadoramente Juan Carlos.
Por definición, nunca puede haber vacío de poder, es decir, vacancia, ya que para que exista una sociedad siempre ha de haber poder político que, como mínimo, de facto, la rija. Aquél que detenta ilegítimamente el poder sólo conseguiría (en opinión de algunos juristas, aunque no todos la comparten) legitimar su poder (es decir, pasar de simple poder de facto, a poder de iure) cuando no existiera ningún Reclamante público legítimo de dicho poder de dicha sociedad. Desde ese momento, por prescripción o paso del tiempo y por pública y pacífica aceptación de la sociedad, aquél que detentara de facto el poder lo consolidaría de iure.
Aplicando esto al caso de la Iglesia Católica, que es el asunto de este hilo, hoy en día no nos encontraríamos con un caso ni de vacancia ni de usurpación.
1. No de vacancia, porque, como ya he dicho, por definición toda sociedad debe tener un Jefe o grupo de Jefes que la rijan. En el caso particular de la Iglesia, se trata de una Monarquía, que debe tener en todo momento un único jefe supremo o Rey, al que llamamos Papa. Esto no tiene nada que ver con la promesa sobrenatural de la continuación de la Iglesia hasta el fin. Se trata de una cuestión puramente natural, esto es, si por un imposible la Iglesia Católica no fuera sobrenatural, sino una simple sociedad natural como cualquier otra, aún así, seguiría necesitando la existencia de un poder político supremo que la rigiera, atendiendo a lo que ya comenté sobre la inseparabilidad natural de los conceptos de poder político y sociedad. Por tanto, hablar de vacancia no tiene sentido. Para poder hablar de vacancia, no debería haber o existir ningún señor que públicamente se presentara como detentador del poder político, es decir, como Papa; esto es, no debería existir esa sociedad a la que llamamos Iglesia Católica. Y no se puede predicar la vacancia con respecto a una sociedad que no existe, ya que, por definición, si no hay o no existe poder político (condición de vacancia), no hay sociedad.
2. Tampoco se puede hablar de usurpación. Como dijimos antes, para que se pueda hablar de usurpación o ilegitimidad, debe existir alguien que a) posea la legitimidad política de la sociedad; 2) públicamente reclame, en tanto que persona legítima, el poder de facto que está detentando el usurpador. En el orden temporal al usurpador se le llama antirrey o antirregente (es el caso de la primera Maria Cristina, Isabel, Amadeo, la segunda Maria Cristina, los dos Alfonsos y Juan Carlos, todos los cuales se titularon -y titulan- públicamente como "reyes" o "regentes" sin serlo legítimamente o de iure). En el orden religioso, que es el tema de este hilo, se le llama antipapa. Por lo tanto, realmente, resulta impropio llamar antipapas a todo quisque perturbado (tipo Palmar de Troya, etc...) que se presenta como tal, sino a aquéllos que, de acuerdo y con respeto a las Leyes o Cánones de la Iglesia, por un accidente temporal de la Historia, no solamente han sido elegidos legítimamente como Papas sino que se han presentado públicamente como tales (recordemos que esto es imposible en el caso de una Monarquía temporal hereditaria, donde el mecanismo legal opera automáticamente en la elección del poseedor de la legitimidad política; en cambio, en la Monarquía religiosa, que, por razones evidentes, opera por elección, sí puede darse el caso de Papas elegidos legítimamente en su origen, cumpliendo todos los requisitos legales, pero que después pueden devenir ilegítimos por la elección legítima de otro, o permanecer legítimos por la elección ilegítima de otro posterior). El ejemplo o caso particular más claro fue el del llamado Cisma de Occidente, en donde existían al mismo tiempo varios Papas que públicamente se presentaban como tales, y pública y pacíficamente eran aceptados como tales en diferentes regiones de la Cristiandad, aunque, como es obvio, sólo uno de ellos podía serlo legítimamente, siendo los demás antipapas. Éste no es el caso actual (algunos especulaban con que el Cardenal Siri habría sido Papa, pero hay que descartar este caso, ya sea porque nunca fue elegido -que es lo más probable en mi opinión-, ya sea porque verdaderamente fuera elegido para a continuación renunciar, ya sea porque claramente nunca se ha presentado como tal Papa públicamente reclamando el Trono usurpado, requisito indispensable para ser verdadero Papa en la hipótesis de que realmente hubiese sido elegido y no hubiera renunciado).
Por lo tanto, si no se puede hablar ni de vacancia ni de usurpación en la situación actual; es decir, si en la actualidad debemos hablar de la existencia no sólo de un Papa de facto (es decir, ausencia de vacancia en el poder político de la sociedad de la Iglesia Católica), sino de un Papa legítimo o de iure (es decir, ausencia de ilegitimidad o usurpación), ¿a qué situación del orden monárquico-temporal podríamos comparar o asemejar la situación del Papa y de la Iglesia Católica en la actualidad? A la situación de un Rey legítimo al que los revolucionarios obligan y fuerzan a seguir una política antitradicional, independientemente de que a ese Rey legítimo le guste más o menos, o pueda adaptarse o acomodarse mejor o peor a esa situación forzosa de "Monarquía constitucional". Es el caso, por ejemplo, en el ámbito español del Rey legítimo Fernando VII durante el Trienio Liberal, o el caso de Luis XVIII y Carlos X, en el ámbito francés, durante la época de la llamada Restauración (1814-1830).
Ahora me viene a la mente que en una conversación el Obispo Fellay mencionaba lo que le contestó el Papa Benedicto XVI, cuando aquél, en medio de un diálogo que tenían en una sala del Vaticano, le recordó que el Papa tenía la potestad de cambiar en cualquier momento la situación desastrosa actual, situación desastrosa que el propio Benedicto XVI reconocía como tal. La contestación del Papa fue lapidaria: "Monseñor Fellay, ¿vé usted esa puerta de ahí? Ahí termina mi poder".
Siempre, al hablar del Concilio Vaticano II, yo he insistido en todo momento que lo peor no fueron (con todo lo malo que tienen, por supuesto, no cabe duda) ni la libertad religiosa, ni el ecumenismo ni siquiera el destrozo litúrgico de la "Nueva Misa". No. Lo peor fue la colegialidad. ¿Por qué? Porque si se conserva el poder de jurisdicción del Papa, sin restricciones de ningún tipo, no hay ningún problema en que venga un Papa legítimo como Honorio I, o como cualquier otro, que favorezca la herejía y siembre, por su negligencia o pusilanimidad, la destrucción en toda la Iglesia Universal; digo que no hay problema, porque siempre podrá venir otro Papa (no tiene por qué ser necesariamente su inmediato o inmediatos sucesores) que restaure (o inicie la restauración), en virtud del ejercicio de su pleno poder monárquico, a la Iglesia liberándola de cualquier problema o destrucción de la misma heredado de su antecesor o antecesores. Siempre fue el poder político temporal (es decir la espada) la que, desde Constatino en adelante, garantizaba al poder político religioso (es decir la cruz) esa plena independencia en el ejercicio del poder supremo (los abusos accidentales que pudiera haber de regalismo por un lado, o de hierocratismo-clericalismo por otro lado, no afectaban a esa relación fundamental y natural de concordia establecida por Dios entre la espada y la cruz a lo largo de la Historia para el común beneficio de la sociedad).
Creo, es mi opinión, que éste es el caso en que nos encontramos actualmente en la Iglesia Católica.
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