Con algo de retraso descubro este hilo. Voy a comentar la crítica a mons. Lefebvre del sr. Garrigues. Se sobreentiende que se trata de D. Antonio Garrigues (padre), que fue embajador de Franco ante la Santa Sede entre 1964 y 1972.Fuente: ABC, 29 de Noviembre de 1977, página 3.
MONSEÑOR LEFEBVRE
La posición frente al Papa y al Concilio tomada por monseñor Lefèbvre sería ya cismática «de jure» en otro momento de la Iglesia. Ahora ya lo es «de facto».
De esto no se puede dudar, como tampoco de la buena fe y de la rectitud moral de monseñor, al llevar las cosas a la situación límite a que las ha llevado.
Lo que más sorprende es la pobreza intelectual de los argumentos que emplea para justificar su actitud de enfrentamiento. Porque si se ha dicho «que es bueno –para la Iglesia– que haya herejes», también lo será que haya cismáticos. La herejía y el cisma, recusables en sí mismos, obligan a la Iglesia a su propia depuración y verificación en el sentido original de esta palabra, de hacerse más y más verdadera. Pero para ello hacen falta herejes y cismáticos de talla.
La gran crisis en que está inmersa la civilización y la sociedad occidentales está gravitando sobre las conciencias y la fe de los cristianos, de todos los cristianos, desde el alto y bajo clero al más humilde y pequeño de los creyentes. Y, a su vez, la crisis de la Iglesia repercute, contagiándola, sobre la sociedad civil. La Iglesia y la sociedad civil son vasos comunicantes.
Es indudable que ha habido y que hay en el posconcilio excesos y extralimitaciones en la liturgia, en ciertas formas de la nueva pastoral, en la politización del Evangelio, en ciertas desviaciones teológicas que pueden lindar con la herejía, sobre la Resurrección, sobre la virginidad de María, sobre la divinidad de Jesucristo. Todo esto lo resume monseñor Lefèbvre en la acusación: la Iglesia conciliar y posconciliar, habiéndose convertido al mundo, ¿cómo podrá convertirle a la fe?
Un concilio, todo concilio, siempre es un trauma para la fe. El más superficial conocimiento de la historia de la Iglesia lo confirma. En el Vaticano I, interrumpido abruptamente por el asedio y toma de Roma por los garibaldinos –un concilio archiconservador–, hubo setenta prelados que abandonaron Roma la víspera del voto final para no tener que decir «non placet».
Y cuando a la vuelta del Vaticano I el arzobispo de Múnich reunió a los profesores de la Facultad de Teología y les invitó a trabajar por la Iglesia, uno de ellos, Doellinger, replicó secamente: «Sí, por la antigua Iglesia». «No hay más que una Iglesia –replicó el arzobispo–, no hay una antigua y otra nueva». Pero ese mismo Doellinger no quería una Iglesia cismática, y en la primera reunión de los «viejos católicos», en Múnich (22-24 septiembre 1871), declaró: «He gastado mi vida en estudiar la historia de las sectas y separaciones de la Iglesia y siempre he visto que acaban mal. Al aceptar esa proposición (la de fundar parroquias) renunciamos a la idea de la reforma desde dentro de la Iglesia; permitidme, señores, que eleve mi voz para mostraros el peligro».
La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.
Lo que dice monseñor Lefèbvre es, textualmente, lo siguiente: «Nos adherimos de todo corazón, con toda el alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Nos negamos, por el contrario, y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se ha manifestado claramente en el Concilio Vaticano II y en todas las reformas nacidas de él. Esta reforma ha nacido del liberalismo, del modernismo, y está totalmente emponzoñada».
Que la reforma del Concilio ha nacido del liberalismo y del modernismo quiere decir para monseñor Lefèbvre que esa reforma ha aceptado los principios de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero estos tres principios pertenecen al sentido moral originario de la Humanidad. Que el hombre debe ser libre, justo y amable es anterior, no ya a la Revolución francesa, sino al cristianismo y a la ley de Moisés. Son aspiraciones, anhelos que, junto a las perversiones contrarias que por desgracia prevalecen, están en el corazón de todo hombre en cuanto ser humano; la Revolución francesa no ha hecho más que apropiárselos y politizarlos, desvirtuándolos.
El cristianismo no ha hecho otra cosa más que salvar, restaurar la naturaleza humana caída. Como se ha escrito, la gracia no destruye la naturaleza. San Agustín cristianizó a Platón y al neoplatonismo, y Santo Tomás a Aristóteles. Platón y Aristóteles, dos paganos. De ello no se deduce ni se puede deducir que paganizaron el cristianismo, helenizándolo, sino antes al contrario.
¿Es un cismático monseñor Lefèbvre? «Sabed que si algún obispo rompe con Roma no seré yo». Pero, claro, se refiere a la «Roma eterna», no a la Roma del Vaticano II y del misal de Pablo VI. Para monseñor Lefèbvre, la Roma eterna la constituyen él mismo y el grupo de sus seguidores centralizado en Ecône. En cambio serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro. Pero esto es lo que viene a decir monseñor Lefèbvre: «No soy yo quien ha originado el cisma; es la Iglesia de Roma, la Iglesia del Concilio, la que se ha separado de Cristo». Y también: «nosotros no estamos en cisma, somos los continuadores de la Iglesia católica; son los que hacen las reformas quienes están en cisma».
Hay dos formas clásicas de llegar al cisma: «alzar altar contra altar», «negarse a actuar como parte de un todo». San Cipriano, el obispo mártir, escribía en 221 para prevenir un riesgo de cisma: «Hay que apartarse de quien está separado de la Iglesia y evitarlo: es un perverso, un pecador que se condena a sí mismo. ¿Creerá que permanece unido a Cristo cuando actúa contra los sacerdotes de Cristo, cuando rompe con el clero y su pueblo?».
El «escándalo» que ahora denuncia monseñor Lefèbvre por la reforma del Concilio es el mismo que hubo antes que él, cuando se cambió el ayuno eucarístico, cuando se establecieron las misas vespertinas y cuando Pío XII cambió la celebración de la Vigilia Pascual. También entonces hubo católicos que se negaron a recibir estos cambios diciendo que ellos no lo hacían, porque si el Papa quería condenarse, que se condenase él.
Otro argumento de monseñor Lefèbvre contra la inalterabilidad del misal de San Pío V es que dicho Papa prohibió cambiar o añadir nada a su misal. Pero ésta es una mera forma de cancillería del tipo de «para eterna memoria». El breve de Clemente XIV Dóminus ad Redemptor, del 21 de julio de 1773, que suprimía la Compañía de Jesús, quería que esta medida durara «perpetuo», para siempre. Pío VI restableció la Compañía por la bula Sollicitudo ómnium, del 7 de agosto de 1814, «sin que obstara el breve de Clemente XIV, de feliz memoria». El poder papal es igual en todos los Pontífices que se suceden a la cabeza de la Iglesia militante.
«Mi nombre es Pedro», dijo Pablo VI a los protestantes. Atacar al Papa es socavar el fundamento de la Iglesia católica.
Antonio GARRIGUES
¿”Pobreza intelectual” la de los argumentos de mons. Lefebvre? Nada de eso. Sus argumentos eran sencillos no pobres, porque sencillo y clarísimo es el problema vaticano-segundista que él denunciaba. Cuando una cosa es evidente no hacen falta sofisticaciones, como en este caso. Otra cosa es la distorsión falaz que hace el sr. Garrigues de las razones de mons. Lefebvre. Por supuesto, ya no para rebatir sino para disimular y enturbiar las demoledoras razones de mons Lefebvre harían falta, efectivamente “herejes de talla”, lo que no es el caso del ex embajador Garrigues, tal como aquí él mismo se retrata.Lo que más sorprende es la pobreza intelectual de los argumentos que emplea (mons Lefebvre)para justificar su actitud de enfrentamiento. Porque si se ha dicho «que es bueno –para la Iglesia–que haya herejes», también lo será que haya cismáticos. La herejía y el cisma, recusables en sí mismos, obligan a la Iglesia a su propia depuración y verificación en el sentido original de esta palabra, de hacerse más y más verdadera. Pero para ello hacen falta herejes y cismáticos de talla.
Concede el Sr Garrigues que hay crisis en la sociedad occidental; en eso coincide con mons Lefebvre. La diferencia es que Juan XXIII y su sucesor (admirados por el Sr Garrigues) amaban precisamente esa civilización occidental, a la que “abrieron las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco”. Y hasta llegó Juan XXIII a condenar como “profetas de calamidades” a los reacios a ella. ¿Si ya había crisis occidental por qué Juan XXIII quiso contagiar con ella a la Iglesia? La crisis de la Iglesia fue, pues, introducida intencionadamente y no se plasmó por las buenas, como insinúa el sr Garrigues, sino porque Juan XXIII y su Concilio así lo quisieron.La gran crisis en que está inmersa la civilización y la sociedad occidentales está gravitando sobre las conciencias y la fe de los cristianos, de todos los cristianos, desde el alto y bajo clero al más humilde y pequeño de los creyentes. Y, a su vez, la crisis de la Iglesia repercute, contagiándola, sobre la sociedad civil. La Iglesia y la sociedad civil son vasos comunicantes.
En fin, se queja el sr Garrigues vagamente de la “crisis”… aunque en el fondo está encantado con ella, como todo buen vaticano-segundista.
Hay que matizar. Esos “excesos y extralimitaciones en liturgia, pastoral, Evangelio…” se deben a su vez, a previos excesos y extralimitaciones en textos legales del Vaticano II sobre esas materias. De no haber habido Concilio no habría habido abusos litúrgicos, ni marxismo en sacerdotes, ni huelguistas en las iglesias, ni ecumenismo con judíos y herejes, etc. Todos esos excesos tienen su base legal en textos conciliares, y así lo echaban en cara los propios curas y obispos rebeldes a la moderada Jerarquía, cuando ésta intentaba reprimirlos. Y eso es lo que denunciaba mons Lefebvre. Esos excesos fueron debidos al Concilio, no llegaron porque sí.Es indudable que ha habido y que hay en el posconcilio excesos y extralimitaciones en la liturgia, en ciertas formas de la nueva pastoral, en la politización del Evangelio, en ciertas desviaciones teológicas que pueden lindar con la herejía, sobre la Resurrección, sobre la virginidad de María, sobre la divinidad de Jesucristo. Todo esto lo resume monseñor Lefèbvre en la acusación: la Iglesia conciliar y posconciliar, habiéndose convertido al mundo, ¿cómo podrá convertirle a la fe?.
Y por lo que respecta a las desviaciones referentes a Cristo y a la Virgen, solo eran particularidades del “Catecismo Holandés” (1966) y similares, que no preocuparon tanto a mons Lefebvre como los daños de los textos conciliares, agravados con la firma de Pablo VI y de todos los obispos.
Increíble. ¿O sea, que cada vez que hay Concilio debemos prepararnos para un trauma? ¿Y eso en qué se basaría? ¿Es que acaso hubo "traumatizados" después del Concilio de Trento? Curiosa fe, esa que revive a golpe de “traumas”. Será la de los vaticano-segundistas, quizá…Un concilio, todo concilio, siempre es un trauma para la fe. El más superficial conocimiento de la historia de la Iglesia lo confirma.
Porque una cosa es que un Concilio dictara decretos disciplinarios sobre deberes de religiosos, supresión de privilegios de diócesis etc. y otra cosa que un Concilio inventara poco menos que una nueva fe, como el Vaticano II.
Nosotros sabemos que hay un DEPÓSITO DE LA FE inmutable (del que nos habló ex catedra el Concilio Vaticano I en el año 1870) y sobre él no caben sustos ni “traumas” de ningún tipo, sr. Garrigues.
Moisés, Cristo, Pedro… Y por lo que parece deducirse ¡¡Juan XXIII, también a su altura!! Juan XXIII, para el sr. Garrigues y los de su onda… ¡¡como otro nuevo Cristo, dando otro nuevo testamento, fundando una nueva religión, etc.!!La acusación de monseñor Lefèbvre es la de todos los que estérilmente –pero no sin gran daño para la Iglesia– se han enfrentado con ella. Ellos, los de Lefèbvre, son también de la «antigua Iglesia», como lo fueron los fariseos de la «antigua ley», de la ley de Moisés contra la ley nueva de Cristo. No podían admitir que Cristo diera un mandamiento «nuevo», un Nuevo Testamento, y Pedro mismo, fundamento de la Iglesia, sufrió por ello y temblaron las raíces de su judaísmo.
¡¡Y hay de quien cuestione esa “nueva religión”, que se expondrá (ya lo comprobamos) a ser anatematizado por los vaticano-segundistas al modo como los fariseos ante Cristo, etc!!
Y yo que pensaba, pobre de mí, que Roncalli solo era el papa nº 261 de la lista (…y peor aún, con nombre de un antiguo antipapa del siglo XV…)
Bueno, que el Vaticano II entronizó el liberalismo no solo lo decía mons Lefebvre; el propio Cardenal Suenens (ideológicamente opuesto a él), uno de los mandamases del Vaticano II, hizo el paralelo entre el Concilio y la revolución francesa, diciendo que “el Vaticano II había sido el 1789 en la Iglesia”; y el padre Yves Congar, teólogo conciliar, comparó el Concilio con la revolución bolchevique: “La Iglesia hizo pacíficamente su revolución de octubre”. La diferencia es que ambos lo decían con tono positivo y de alabanza, no de queja, como mons Lefebvre .Que la reforma del Concilio ha nacido del liberalismo y del modernismo quiere decir para monseñor Lefèbvre que esa reforma ha aceptado los principios de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Pero estos tres principios pertenecen al sentido moral originario de la Humanidad. Que el hombre debe ser libre, justo y amable es anterior, no ya a la Revolución francesa, sino al cristianismo y a la ley de Moisés. Son aspiraciones, anhelos que, junto a las perversiones contrarias que por desgracia prevalecen, están en el corazón de todo hombre en cuanto ser humano; la Revolución francesa no ha hecho más que apropiárselos y politizarlos, desvirtuándolos.
El cristianismo no ha hecho otra cosa más que salvar, restaurar la naturaleza humana caída.
Así que, tras esta confesión de personalidades conciliares, la perorata del sr Garrigues sobre las “virtudes cristianas de Libertad, Igualdad, Fraternidad” está de sobra. Católicamente hablando, fuera de la Iglesia, “el sentido moral originario de la Humanidad” no es más que pecado original junto a los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne.
Pues no; para mons. Lefebvre y para todo católico consciente y con algo de sentido común, la “Roma Eterna” es la Roma que guarda el depósito de la Fe, frente a los malos pastores de que Cristo nos previno en el Evangelio. Mons Lefebvre no se ha inventado una nueva fe, ni se constituyó nuevo papa; solo recuerda la fe que siempre hubo y que mantuvieron cientos de papas.¿Es un cismático monseñor Lefèbvre? «Sabed que si algún obispo rompe con Roma no seré yo». Pero, claro, se refiere a la «Roma eterna», no a la Roma del Vaticano II y del misal de Pablo VI. Para monseñor Lefèbvre, la Roma eterna la constituyen él mismo y el grupo de sus seguidores centralizado en Ecône. En cambio serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro.
Lo de que “serían cismáticos los setecientos millones de católicos que reciben la Eucaristía; cuatrocientos mil sacerdotes y dos mil quinientos cincuenta obispos, en unión con el sucesor de Pedro” se lo saca de la manga el sr Garrigues. En tanto que esa multitud y Jerarquía guardara el depósito de la fe y las verdades inmutables no habría ninguna separación. (En cambio a mons. Lefebvre sí que le llamaron “cismático” por defender la fe de siempre, y a la vista está).
¡Hay que tener cara para mentir así! No es el mismo caso. Retocar la disciplina litúrgica (…¡¡no destruirla ni demolerla!! ¡ojo!) siempre fue competencia de los Papas. Y aunque mejor fuera que no los hubiera habido ¿acaso hubo constancia de quejas ni polémicas por aquellos retoques, que hayan durado décadas y décadas? También San Pío V y San Pío X retocaron legítimamente el misal y el breviario ¿y eso que tendría que ver con el caos doctrinal del Vaticano II?El «escándalo» que ahora denuncia monseñor Lefèbvre por la reforma del Concilio es el mismo que hubo antes que él, cuando se cambió el ayuno eucarístico, cuando se establecieron las misas vespertinas y cuando Pío XII cambió la celebración de la Vigilia Pascual. También entonces hubo católicos que se negaron a recibir estos cambios diciendo que ellos no lo hacían, porque si el Papa quería condenarse, que se condenase él.
Hombre, parece que llamar “forma de cancillería del tipo de para eterna memoria” al mandato de San Pío V, terriblemente imperativo y proveniente nada menos que del dogmático Concilio de Trento, se queda bastante corto. Sin meterse en disquisiciones teológicas, el caso que nos ocupa no es en absoluto un caso más de “eterna memoria” sino que nada menos ¡¡maldice a quien ose cambiarlo!!.Otro argumento de monseñor Lefèbvre contra la inalterabilidad del misal de San Pío V es que dicho Papa prohibió cambiar o añadir nada a su misal. Pero ésta es una mera forma de cancillería del tipo de «para eterna memoria». El breve de Clemente XIV Dóminus ad Redemptor, del 21 de julio de 1773, que suprimía la Compañía de Jesús, quería que esta medida durara «perpetuo», para siempre. Pío VI restableció la Compañía por la bula Sollicitudo ómnium, del 7 de agosto de 1814, «sin que obstara el breve de Clemente XIV, de feliz memoria». El poder papal es igual en todos los Pontífices que se suceden a la cabeza de la Iglesia militante.
No hay que ser un lince para detectar la gravedad y las diferencias del asunto:
Bula sobre el uso a perpetuidad de la Misa Tridentina (14 de julio de 1570)
…Ciertamente, al retirar a todas las iglesias antes mencionadas el uso de sus misales propios y dejarlos totalmente, determinamos que a este Misal justamente ahora publicado por Nos, nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en esta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a PERPETUIDAD, bajo pena de nuestra indignación, en virtud de nuestra constitución, Nos hemos decidido para el conjunto y para cada una de las iglesias enumeradas arriba, ... que ellos deberán, en virtud de la santa obediencia, abandonar en el futuro y enteramente todos los otros principios y ritos, por antiguos que sean, provenientes de otros misales, los cuales han tenido el hábito de usar, y cantar o decir la Misa según el rito, la manera y la regla que Nos enseñemos por este Misal y que ellos no podrán permitirse añadir, en la celebración de la Misa, otras ceremonias ni recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal. Y aún, por las disposiciones de la presente y en nombre de nuestra Autoridad Apostólica, Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en la totalidad en la Misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y ESTO A PERPETUIDAD (etiam perpetuo). Y de una manera análoga, Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros Sacerdotes o religiosos de una Orden cualquiera, no pueden ser obligados a celebrar la Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que JAMÁS NADIE, quienquiera que sea podrá contradecirles o FORZARLES A CAMBIAR DE MISAL o anular la presente instrucción o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda fuerza, no obstante las decisiones anteriores y las Constituciones Generales o Especiales emanadas de Concilios Provinciales o Generales, ni tampoco el uso de las iglesias antes mencionadas, confirmadas por una regla muy antigua e inmemorial, ni las decisiones ni las costumbres contrarias cualesquiera que sean.
…
... QUE ABSOLUTAMENTE NADIE, POR CONSIGUIENTE, PUEDA ANULAR ESTA PAGINA QUE EXPRESA NUESTRO PERMISO, NUESTRA DECISIÓN, NUESTRA ORDEN, NUESTRO MANDAMIENTO, NUESTRO PRECEPTO, NUESTRA CONCESIÓN, NUESTRO INDULTO, NUESTRA DECLARACIÓN, NUESTRO DECRETO, NUESTRA PROHIBICIÓN, NI OSE TEMERARIAMENTE IR EN CONTRA DE ESTAS DISPOSICIONES. SI, A PESAR DE ELLO, ALGUIEN SE PERMITIESE UNA TAL ALTERACIÓN, SEPA QUE INCURRE EN LA INDIGNACIÓN DE DIOS TODOPODEROSO Y SUS BIENAVENTURADOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO.
Dado en Roma, en San Pedro en el año mil quinientos setenta de la Encarnación del Señor, la víspera de los Idus de Julio, en el quinto año de Nuestro Pontificado.
http://www.catolicosalerta.com.ar/ma...m-tempore.html
Parece que queda claro, sr Garrigues. Esto ya no es cuestión de teología sino de saber leer. Pero ya se ve que el juramento y la maldición de san Pío V (e infinitas cosas igual o más serias y hasta provenientes de Cristo) se las pasan Vds por el forro, mientras que se arrodillan ante "ecumenismos" y "libertades" de la peor calaña.
En fin, ya todos nos conocemos... Allá ustedes.
Bueno, atacar al Papa era, hasta el Vaticano II, efectivamente socavar el fundamento de la Iglesia; pero evidentemente deja de socavarse desde que hay Papas afectos al protestantismo (y a cosas peores aun) y es criticado precisamente por eso.«Mi nombre es Pedro», dijo Pablo VI a los protestantes. Atacar al Papa es socavar el fundamento de la Iglesia católica.
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