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Un Nuevo Orden Mundial ¿es necesariamente anticristiano?
Para hacer algunas consideraciones sobre este tema tan en el tapete en los días que corren, será necesario recurrir a algunas definiciones, sin las cuales el gran tropiezo de la inteligencia, el equívoco, hará estéril y hasta venenosa toda discusión y falso todo razonamiento.
Un reciente documento pontificio ha puesto muchos pelos de punta. Se dice que da una bendición al “nuevo orden mundial”. Dicho documento no será tema de esta nota, sino quizás de una segunda, conforme lo que podamos aprovechar de estas necesarias consideraciones propedéuticas que tema impone.
Escribe Marcelo González
«Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en todas partes secundada por el agrado y adhesión de los príncipes y por la tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni oscurecer».
León XIII, Immortale Dei, 1885, 28.
Nuevo Orden Mundial
Resulta curioso observar la realidad evocada por la expresión “nuevo orden mundial”: no es siempre la misma. Ciertamente resulta tan revulsiva a gente de pensamiento crítico tradicional y católico, así como también a activistas de extrema izquierda de la más variada gama: verdes, abortistas, teólogos de la liberación o trotskistas.
De hecho ya son un clásico las manifestaciones antimundialistas que se producen en Europa o allí donde se reúna el “Grupo de los 8” y otras instancias mundiales. Son capaces de conmover a toda una nación, amotinar centenares de personas y poner en vilo a las fuerzas de seguridad.
Más aún, muchas veces oímos, con cierto estupor, entre gente de militancia católica elogios desmedidos a la acción “antimundialista” de algunos de estos grupos o de personas particulares de las cuales, aseguran, es elogiable la “coherencia” de su pensamiento…
Hay varios equívocos en esta consideración de los términos que se hace indispensable aclarar para saber de qué estamos hablando, y así discutir sobre realidades y no sobre meras palabras. Y hay que discernir y reconocer, en la medida que la humana coherencia lo haga posible, a quienes por diversas vías sustentan algunas verdades del orden natural de quienes son, por avatares históricos, rezagados ideológicos o meros instrumentos inconcientes del movimiento que dicen combatir.
Gobierno Mundial
Sin necesidad de recurrir a los sitios o libros conspiracionistas, cualquier observador tiene a ojos vista la tendencia dominante hoy. Tanto en las fuerzas políticas y económicas, cuanto en el pensamiento del hombre moderno, hay una aprobación y hasta un cierto entusiasmo por la instauración de una autoridad supranacional.
La realización histórica de las que ya están en vigencia de un modo abierto y reconocido por casi todas las naciones, e inclusive por el Estado del Vaticano, ha sido consecuencia de las grandes guerras mundiales: la Sociedad de las Naciones y la ONU, con sus sucedáneas regionales como la OEA, la NATO, y otras colaterales especializadas en temas culturales, de salud, educacionales, de infancia, y demás. No sería sorprendente que una nueva conflagración universal diera cierta legitimidad social a una estructura más poderosa de intervención supranacional que fuera el anticipo o la realización misma, en cierto grado, de un gobierno de orden mundial.
La meta que declaran estas entidades supranacionales es la de la cooperación para el mantenimiento de la paz y el progreso económico y científico de las naciones. Un propósito indudablemente noble, puesto que la cooperación de las naciones, lo mismo que la cooperación de los individuos, facilita la realización de tales objetivos, como es evidente.
Además, la idea de una autoridad supranacional que laude en los conflictos entre las naciones no es nueva sino tan antigua como veneranda.
De hecho Nuestro Señor Jesucristo nació bajo la “pax romana”, al cumplirse la plenitud de los tiempos, lo cuan nunca ha sido indiferente para los cristianos. Y en los siglos de la Cristiandad, el Papa era frecuentemente quien laudaba en los conflictos entre príncipes y determinaba el derecho de llevar la guerra a tierra de infieles, y en qué condiciones, como ocurrió con la conquista de América, por ejemplo y también con los conflictos territoriales entre las potencias descubridoras.
Un solo rebaño bajo un solo pastor
La idea de la unidad mundial no repugna a la doctrina cristiana, sino que le es connatural, por aquello de que bajo una Fe común, hermanados en la caridad, los hombres bien podríamos convivir dentro de los límites éticos de un común código de conducta. E incluso aceptar la sentencia de jueces autorizados por una jerarquía moral derivada de una investidura de institución divina en caso de contenciosos entre las partes.
Conviene, pues, distinguir la idea de una autoridad supranacional como ideal de paz y progreso de la humanidad de los intentos de realización y sobre todo, de entre estos intentos, bajo qué signo o principios se han realizado o intentado. Los grandes pensadores de occidente cristiano han concebido el ideal del “imperio” como realización práctica de la doctrina política católica, y huelga citar a Dante y sus obras políticas, principalmente la Comedia, como formulaciones artísticas o doctrinales de estos ideales, basados en la doctrina de Santo Tomás, de la cual el poeta florentino estaba tan fuertemente influído.
Orden Mundial, Nuevo Orden Mundial: palabras, y realidades
Por eso, al hablar del “nuevo orden mundial”, o bien meramente de un “orden mundial” no pocas veces se incurre en el equívoco. Para muchos suena necesariamente como una destrucción de las soberanías nacionales, y la imposición del los ideales anticristianos. Y si bien esto tiene un fundamento, no pocas veces se olvida, para quedarse en la lucha de las etiquetas o slogans, sin establecer las distinciones del caso, que es lo que pretendemos sintetizar aquí.
Resulta útil recordar que las “naciones” modernas, tal cual las conocemos hoy, como territorios rígidamente delimitados por convenciones, y concebidas como potenciales enemigas que se acechan para defenderse unas de otras, o para aprovechar el descuido de las más débiles y usufructuar en lo económico, político o territorial, esta concepción de las parcelas convencionales en las que se divide la humanidad, no tiene nada de cristiana ni de natural, sino al acaso y por lo que ha quedado de otros tiempos, en los casos de que hubiera habido otros tiempos...
Para el hombre medieval, puesto que la Cristiandad es el ideal del cristianismo en el orden político, la “patria” era un concepto más religioso que territorial, se ceñía a vínculos de tradición y sangre, lengua y cultura, y con frecuencia el servicio de estas patrias no estaba reñido con el servicio de otras banderas o soberanías, especialmente cuando se emprendía algo en provecho de la Cristiandad. Y si se nos objeta que estas empresas no eran estrictamente hablando “internacionales”, la respuesta a la objeción está implícita: aquellas no eran “naciones” como las concebimos hoy, producto del ideologismo liberal de la revolución francesa. En el Antiguo Régimen las naciones eran otra cosa bien distinta de lo que hoy entendemos por tales.
Nacionalidad y nacionalismo modernos
Fueron las nacionalidades modernas el producto de la mentalidad renacentista y protestante, liberal revolucionaria y anticristiana. Así como fue la injerencia del estado nacional en todos los órdenes de la realidad humana, bajo excusa de derecho, un invento moderno, que apagó muchas de las libertades medievales y extinguió completamente otras.
Así pues, circunstancias coyunturales pueden hacernos, y bajo ciertos límites y con la debida mesura, militantes de un nacionalismo que jamás podrá ignorar los valores universales y la aspiración católica de la comunidad cristiana universal. De modo que la aspiración a la unidad, por ejemplo europea o americana, como rescoldo de un bien que hemos perdido cuando la revolución anticristiana hizo su obra en estos continentes, lejos de ser una idea contraria a la Fe, resulta del más rancio cuño católico.
Si la paradoja nos encuentra coincidiendo (materialiter) con muchas militancias de izquierda, no debemos confundirnos: ellos aspiran a una unidad que quizás surja de la misma añoranza o memoria histórica, pero cuyo signo han cambiado diametralmente.
Y así como se ha formado una contraiglesia, así como se han universalizado unos ideales católicos pero desquiciados y escindidos de la única fuente que los hace posibles, así también, la búsqueda de la unidad política del mundo es en cierto modo un resabio cristiano, porque de pensadores criados en el occidente de raíz cristiana ha surgido, y puede seducir el alma ingenua de muchos porque es un alma occidental. Del mismo modo que los principios sociales marxistas evocan bienes cristianos, pero tan desnaturalizados que solo cabezas muy confusas pueden identificarlos. Estas cabezas no atinan a distinguir entre la belleza del ideal y los fundamentos ni los medios por los que se practica, y mucho menos el fin al que se apunta. Es una consecuencia del naturalismo que marca la modernidad. Todo se hace prescindiendo de Dios y de la Iglesia, buscando inaugurar la experiencia humana en la cabeza de cada ideólogo o “filósofo”. Como si no hubiera habido siglos cristianos, y esto aún y particularmente entre los que se dicen cristianos…
Por lo tanto, antes de condenar un “orden mundial supranacional” parece necesario recorrer la historia de occidente, reconocer que aun vive en la psicología y en el alma del europeo y del americano el ideal del imperio, así como el de las libertades y las autonomías, por las cuales se pronuncian, a veces con intuición más que con claridad, los grupos antimundialistas de cuño izquierdista.
Lo que ninguno logra discernir es la fuente legítima de esta unidad, el modo prudente y no utópico de realizarla y como es posible la convivencia de un orden mundial que respete las libertades locales y las peculiaridades nacionales, sus legítimos derechos y que trabaje por una convivencia armónica sino bajo el reinado social de Cristo y la fraternidad fundada en la caridad cristiana.
Mundialismo vs. ideal imperial o Cristiandad
Resulta evidente que la raíz ideológica que a dado sustento a la concepción progresista de la unidad mundial es la renuncia a la Fe excluyente en Cristo y en su Iglesia, y su incorporación a un panteón de cultos, cuyo único común denominador sería una “ética universal”, de tinte laico y “tolerante” con todo, menos con la verdadera Fe. En el fondo, es el triunfo del ideal de las logias, que ingresó al mundo católico por las catacumbas de los heréticos y se legitimó en la gran asamblea ecuménica de los años 60, que el actual pontífice trata de reinsertar en la Tradición, sin resignar algunos de los elementos que son esencialmente incompatibles con ella, como por ejemplo, la resignación del reinado social de Jesucristo en aras de una laicidad “bondadosa” y tolerante con “las religiones”, para lo cual, había que oficializar antes, como se ha hecho, la falsa idea de la “libertad religiosa”.
vs. Discenimiento realista de los hechos
Si podemos apreciar con sereno discernimiento esta realidad histórica, los efectos fuertemente arraigados en la mentalidad progresista eclesiástica que produjo la “cristianización” de los ideales de la revolución francesa, la hondura a la que ha llegado el pensamiento liberal en las más altas instancias eclesiásticas, solo así podemos, sin desmesuras, sin caer en un profetismo ridículo, sin paranoia, pero atentos y vigilantes, discernir donde están los errores y como plantearlos con claridad.
Si no somos capaces de esto, solo seremos instrumentales al poder mundialista de signo masónico que triunfa hasta ahora en el mundo, poder que siempre se ha valido de los que han jugado, muchas veces involuntariamente, el juego dialéctico que él practica.
Si somos capaces de leer las profecías, publica y privadas, ver el potencial de algunas naciones y el predicamento en el que desde este pontificado, contradictorio y misterioso, podría llegarse a consagrar a Rusia al Corazón Inmaculado de María, como ha pedido la Santísima Virgen, si somos capaces de esta austeridad y de este ascetismo intelectual, podremos imaginar entre las variantes que nos depara el futuro, una posibilidad,que resulta concorde con lo profetizado, pero que matiza el catastrofismo de moda: la conversión de Rusia y el tiempo de paz.
Tal vez valga la pena continuar este comentario.
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