Ante tanta insensatez, vale la pena traer esto:

MANIFIESTO HUMANISTA

Un comentario sobre la encíclica Caritas en veritate

Por su Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels pusieron en marcha el movimiento socialista moderno, que explicitó la conclusión lógica de los principios de la Revolución Francesa y declaró que “La propiedad privada de bienes productivos se considera como inválida e inmoral, mientras que la propiedad privada de los consumidores está permitida” (E. Cahill, S.J., El Marco de un Estado Cristiano, p. 158). Parece absurdo hacer un paralelo entre este documento ateo —causa de revoluciones, guerras, asesinatos, y sufrimientos sin número— y la tercera encíclica del Papa Benedicto XVI, Caritas en veritate, de fecha 29 de junio de 2009. Sin embargo, un examen del texto demuestra que es un verdadero manifiesto del humanismo, llevando a su conclusión lógica los principios de la Revolución Francesa, rechazando totalmente la propiedad privada y exclusiva de la Verdad, tanto por los Católicos como por cualesquiera otros, permitiendo simplemente que se compartan y se comuniquen aquellas “verdades” que son consumidas por todos en igual fraternidad y libertad.
Como católicos, ¿cómo no indignarse por tal comparación? Después de todo, ¿qué parece ser más católico que el título “La Caridad en la verdad” que es claramente una alteración de la expresión utilizada por San Pablo: “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conducen engañosamente al error; antes bien, seamos sinceros en el amor,… ” (Ef., 4,14:15; nótese, sin embargo, la transformación)? ¿Qué es más tranquilizador que el constante recordatorio de que la caridad y la verdad no se pueden separar, porque “Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad.” (§ 2)? ¿Qué es más elevado que una nueva visión de la cuestión social, que va más allá de la simple cuestión de “justicia” y “derechos” mencionados por los Papas preconciliares, para quienes “La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia” (§ 2)? ¿Qué es más consolador que la afirmación de que “No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza,…” (§ 12)? ¿Qué es más necesario que el recordatorio de que el hombre necesita a Dios: “… porque el desarrollo humano integral… exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios… ” (§ 11)”.

NUEVO CONCEPTO DE LA CARIDAD
Sin embargo, la similitud con la doctrina católica no va más allá de las palabras utilizadas, cuyo significado es cambiado radicalmente. La primera idea de esto se contiene en el título mismo. La encíclica no está dirigida únicamente a los Católicos, sino también a “todas las personas de buena voluntad.” La comprensión y aceptación de este documento no es algo que exija la Fe Católica. Esto también es claramente visible en la introducción, que no pretende exponer los principios de un orden social católico, sino más bien el principio de un “desarrollo humano integral” para todos los hombres, que es la caridad. Existe, desde el comienzo de esta encíclica, un nuevo concepto de la caridad, que ¡“… es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (§ 1)! Es evidente que el Papa no puede hablar de la caridad como una virtud sobrenatural e infundida, ¡porque eso significaría afirmar que todos los hombres están confirmados en la gracia santificante y que ningún hombre está en pecado mortal!
No, la “caridad” de la que el Papa escribe, pertenece a todo hombre: “Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines.” (§ 34). Se está refiriendo al nuevo concepto de la caridad que ha elaborado en su primera encíclica Deus caritas est, donde se explica el “verdadero humanismo” de la Iglesia (Deus caritas est, §§ 9, 30), pretendiendo enseñar al hombre que su humanidad se sitúa por encima de la distinción entre un amor propio natural y un amor divino auto-sacrificándose, porque “Cuanto más encuentran ambos (eros y agapé), aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del «amor», tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general” (Ibíd., § 3). El amor es, consecuentemente, una “realidad singular” (ibíd.).
Ya no debemos hablar de la caridad sobrenatural, como tal, sino que hay que decir más bien que la caridad no conoce esas distinciones, y abarca a todo el amor humano. De ahí la definición de la caridad, en la presente encíclica: “… se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas.” (§ 3). La caridad pertenece, entonces, a toda la humanidad, y es característica de todas las buenas relaciones humanas. Esto es puro naturalismo, lo que equivale a fusionar en una sola, las motivaciones natural y sobrenatural de la caridad. En consecuencia, no hay distinción entre la función sobrenatural de la Iglesia con respecto a sus propios miembros, y otra misión mucho más amplia, más universal y mayor, que la Iglesia tiene con respecto a toda la humanidad, y que el Papa proclama que es su propósito final.
EL PROPÓSITO SUPERIOR DE LA IGLESIA
Basándose el Papa en el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes) y las Encíclicas del Papa Pablo VI (Populorum progressio) y Juan Pablo II (Sollicitudo rei socialis) relativas al mismo tema, declara que a partir de ahora la Iglesia “está al servicio del mundo” —uno se pregunta qué ha sucedido con la no muy humanista declaración de San Juan: “Si cualquier hombre ama al mundo, la caridad del Padre no está en él” (1 Jn., 2,15)— y que, por consiguiente, en lo que hace ( por ejemplo, las obras de caridad, el culto divino) “… tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal… ” (§ 11). Su objetivo, que trasciende y va más allá de sus actividades particulares, debe, por lo tanto, seguir los principios de la Revolución Francesa, siguiendo el ideal del naturalismo de la Francmasonería; desde ahora, su papel fundamental en el proceso de la globalización, como veremos.
NUEVO CONCEPTO DE LA VERDAD
La Verdad es también redefinida. Ya no es más considerada como la correspondencia de la mente con la realidad exterior y objetiva y, por consiguiente, como algo fijo, firme, absoluto, e inmutable. Por el contrario, la verdad es, por su propia naturaleza, una comunicación o participación con los demás, hasta tal punto que una persona que se pliega sobre sí mismo en su propia “verdad” —tan objetiva como ese individuo pueda considerar la posibilidad de que lo sea— realmente se ha cerrado a sí mismo en su opinión subjetiva y no puede alcanzar la verdad, por la sencilla razón de que no puede dialogar o compartir opiniones con otros. Aquí está la definición de la verdad del Papa, jugando sobre la expresión griega de la Palabra (de Dios): “En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión.” La verdad requiere la comunicación con la verdad de los demás. La siguiente frase explica lo que quiere decir por “comunión”; es decir, si una persona no está dispuesta a dejar de lado sus opiniones personales, no puede tener la verdad: “La verdad, rescatando a los hombres y mujeres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas, y apreciar el valor y la sustancia de las cosas.” (§ 4). Sin esta suerte de intercambio con los demás no hay verdad, pues el hombre está aislado en sus “opiniones subjetivas”. Téngase en cuenta que no hay distinción entre las convicciones de la Fe Católica firmemente preservadas, y otras opiniones que se mantengan con firmeza. En ambos casos, no puede haber verdad sin intercambio recíproco.
Es por esta razón que “Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable”, lo que para él significa que “la Iglesia busca la verdad” (§ 9); sí, la Iglesia tiene la misión de buscar la verdad (y proclamarla y reconocerla), y no enseñar “la verdad” como algo ya adquirido. Aquí está la explicación, dada en el mismo párrafo, de por qué es el humanismo (= fidelidad al hombre) la base de la misión de la Iglesia por la verdad: “La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn. 8, 32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca”. De ahí la tan extraordinaria afirmación de que “la verdad libera a la caridad de las limitaciones de un… fideísmo que mutila su horizonte humano y universal.” (§ 3). Fideismo, anteriormente un término para indicar la herejía de los que negaban el papel de la razón, aquí se usa como un término peyorativo para describir a aquellos cuyas convicciones personales de Fe les impiden caer en el diálogo; y por consiguiente no pueden alcanzar la verdad, porque no tienen el desarrollo humano necesario para compartir.
EVOLUCIÓN DE LA VERDAD
La contradicción con la enseñanza de la Iglesia pre-Vaticano II, es manifiesta y evidente, por lo que el Papa siente la necesidad de justificarse a sí mismo. Nótese que Benedicto XVI no niega que los Papas pre-conciliares dicen cosas diferentes, sino que afirma que “hay una enseñanza única, coherente y, al mismo tiempo, siempre nueva” (§ 12). Él va a explicar lo que quiere decir con esta aparente (y real, en concreto) contradicción entre ambos magisterios: el anterior y el moderno, al mismo tiempo. Es la perfecta justificación de los liberales, que viven en objetiva contradicción con ellos mismos, incoherentes con sus propias conclusiones, buscando la coherencia por cualquier método, menos por la verdad objetiva. “Coherencia no significa un sistema cerrado [entendemos por ello un sistema de enseñanza tradicional, cerrado al diálogo con lo exterior], sino más bien la fidelidad dinámica a una luz recibida.” La así llamada continuidad con el pasado, no son, consecuentemente, las enseñanzas propias, sino la “luz que no cambia”, que sitúa las enseñanzas post-conciliares “en la gran corriente de la Tradición” (ibíd.).
Aquí encontramos claramente declarada la enseñanza de la evolución de la verdad y la doctrina, tan esencial a la herejía del modernismo y tan claramente condenada por San Pío X: “Pues tienen por una doctrina de las más capitales en su sistema y que infieren del principio de la inmanencia vital, que las fórmulas religiosas, para que sean verdaderamente religiosas, y no meras especulaciones del entendimiento, han de ser vitales y han de vivir la vida misma del sentimiento… De donde proviene que dichas fórmulas, para que sean vitales, deben ser y quedar asimiladas al creyente y a su fe. Y cuando, por cualquier motivo, cese esta adaptación, pierden su contenido primitivo, y no habrá otro remedio que cambiarlas.” (Pascendi, § 13). Esta es la sentencia de San Pío X sobre la evolución de la verdad, que debe aplicarse también a la presente encíclica: “Ellos han llegado a tal punto de locura, que pervierten el eterno concepto de la verdad y el verdadero significado de la religión” (ibíd.).
GLOBALIZACIÓN
La novedad de esta encíclica y su principal enfoque práctico es, sin duda, la globalización, definida como “el estallido de la interdependencia planetaria.” (§ 33). En sí mismo, el Papa describe este fenómeno como “ni bueno ni malo” (§ 42). Sin embargo, nos anima a verla no sólo como un determinado proceso económico, sino más bien para verlo en un sentido positivo: “Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas” (ibíd.). Ustedes posiblemente se preguntarán cómo la desaparición de las fronteras, la formación de un gobierno mundial y un sistema económico Francmasónicos, la destrucción de los restos de la cristiandad, con su identidad religiosa y cultural, separada y distinta del paganismo y las falsas religiones, podrían ser consideradas en un sentido positivo. La respuesta es que, abarcada en un sentido humanista, esta globalización es una verdadera oportunidad para el diálogo necesario para el desarrollo humano integral, para la caridad en la verdad. La globalización es, por lo tanto, la verdad: “La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria” (ibíd.).
La globalización de la humanidad, es consecuentemente necesaria y buena, algo para “dirigir” y no para condenar, a condición de que se centre en la persona humana y su comunidad, y permita cierta apertura a Dios por la libertad religiosa. De ahí la preocupación de la encíclica con la ética de la ecología y el medio ambiente, del uso de la energía y el crecimiento de la población, de la pobreza y el consumismo, de la ayuda internacional y el turismo, de la democracia y la libertad religiosa.
DIÁLOGO = DESARROLLO HUMANO
Sin embargo, por encima de todas estas consideraciones se encuentra la fraternidad universal de la humanidad, en razón de que el hombre alcanzará su desarrollo humano sólo en la medida en que se relacione con otros seres humanos distintos. La religión es esencial para dar a conocer al hombre la realidad de que las relaciones con otros son, al mismo tiempo, lo que es más humano en él y lo que es trascendente. Todas las religiones lo hacen, pero el cristianismo lo realiza particularmente así, en razón de su enfoque sobre el amor. He aquí el texto que al principio puede parecer oscuro, pero dado lo visto antes, realmente es muy claro: “La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica del humanum, en la que la relacionalidad es elemento esencial. También otras culturas y otras religiones enseñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral”. (§ 55).
Por supuesto, la única revelación cristiana acerca de la unidad de la raza humana, es la universalidad del pecado original, sus heridas, y las tres concupiscencias que se derivan de ella. Del mismo modo, la naturaleza humana no está definida por las relaciones con los demás, sino por tener todos un cuerpo y un alma inmortal, capaz de conocer y amar a Dios —como Él mismo ha puesto de manifiesto por la Encarnación— y de la condenación eterna si se rehúsa esa revelación.
Nótese que en este contexto totalmente naturalista, “el desarrollo humano integral”, que consiste en el diálogo con otros, ha sustituido a la salvación eterna como el objetivo de la religión. No es de extrañarse que el mismo párrafo (55) condena “algunas tradiciones religiosas y culturales… que encasillan la sociedad en castas sociales estáticas”, y también condena “el fundamentalismo religioso,” no porque sea doctrinariamente erróneo, sino porque “impide el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad” (§ 56). Evidentemente, el Papa intenta incluir en esta condena al Catolicismo Tradicional, con su separación del espíritu mundano y su negativa a dialogar con el error, la herejía y el paganismo. Si eventualmente se requiere una nueva prueba de ello, la encontramos inmediatamente a continuación. Después de afirmar que “la razón siempre está en la necesidad de ser purificada por la fe” —lo que sin duda es cierto, ya que sin la verdadera fe, la razón habitualmente cae en errores— luego pasa al siguiente paralelo, horrible e impactante: “A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad.” (§ 56). Para nosotros es inconcebible y blasfemo afirmar que la verdad divina de la religión revelada puede ser corregida por la razón humana falible; pero si la verdad es el diálogo, y la religión no es sino un medio para el desarrollo humano integral, entonces la conclusión deviene lógica. Mas, ¿dónde quedan la Fe verdadera y la religión Católica?: Como una entre muchas opiniones personales.
Sigamos la lógica del Papa un paso más. El resultado final de la redefinición de la fe como diálogo, y de la religión como el desarrollo humano, es el culto del hombre, que se convierte en sí mismo en el objetivo final de la fe y de la razón, de la “caridad” y de la religión. Todos los que, en consecuencia, trabajan por el bien del hombre “se corresponden con el plan divino”, ¡ya sean creyentes o no! “El diálogo fecundo entre fe y razón hace más eficaz el ejercicio de la caridad en el ámbito social y es el marco más apropiado para promover la colaboración fraterna entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida de trabajar por la justicia y la paz de la humanidad… De ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad (si fueran de buena voluntad, ¿por qué se niegan a creer en la revelación divina?) de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino”. (§ 57).
Por lo tanto la moralidad de la ayuda internacional no radica sólo en que es una obra de misericordia corporal, sino porque “ofrece una maravillosa oportunidad de encuentro entre las culturas y los pueblos” (§ 59). Del mismo modo que el turismo internacional, “que tiene la capacidad para promover una comprensión mutua… El turismo de este tipo tiene que aumentar” (§ 61).
UN GOBIERNO MUNDIAL
Lo más impactante y de mayor alcance de esta promoción positiva de la globalización del hombre y de la cultura, así como del nivel económico, es el llamado a una autoridad internacional que se imponga legalmente, para hacer cumplir en forma obligatoria el diálogo entre las economías, culturas, religiones y personas, tal como es promovida por este humanismo integral. El Papa, de hecho, invoca “… la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones… con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos… urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII. Esta Autoridad deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad. Dicha Autoridad, además, deberá estar reconocida por todos, gozar de poder efectivo para garantizar a cada uno la seguridad… “(§ 67 ). Esto implica la pérdida de las soberanías nacionales, y de cualquier posibilidad de unión entre la Iglesia y el Estado. Esto significa el establecimiento del orden mundial que la Francmasonería ha luchado tanto para conseguir. El Papa León XIII describió y condenó muy claramente el “objetivo final” de la Francmasonería, “… a saber, el derrocamiento de todo el orden político y religioso del mundo, que la doctrina cristiana ha producido, y la sustitución por un nuevo estado de cosas, de conformidad con sus ideas, de los cuales las bases y las leyes se establecerán a partir de un mero «Naturalismo»” (Humanum genus, § 10).
La justificación religiosa de un nuevo orden mundial, basado en la dignidad humana, la fraternidad y la igualdad, y suscitado por la democracia universal, no es, por supuesto, algo nuevo. Fue precisamente el sueño humanitario del movimiento Le Sillon, condenado por San Pío X en 1910, por abrazar los principios de la Revolución Francesa.
Nos tememos que lo peor está por venir: el resultado final de este desarrollo promiscuo (entiéndase, el diálogo), el beneficiario de esta acción social cosmopolita, sólo puede ser una democracia que no será ni Católica, ni Protestante, ni Judía. Se trata de una religión… más universal que la Iglesia Católica, que unirá finalmente a todos los hombres para convertirlos en hermanos y compañeros en el «Reino de Dios.» ‘Nosotros no trabajamos para la Iglesia, trabajamos para la humanidad…’ Nos preguntamos, venerables Hermanos, ¿en qué se ha convertido el catolicismo de Le Sillon?… [Él] no es más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía que se está organizando en todos los países para el establecimiento de una Iglesia Mundial que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni disciplina para la mente, para frenar las pasiones, y que, bajo el pretexto de la libertad y la dignidad humana, traerá de vuelta al mundo… el reino de la astucia y la fuerza legalizada… ” (Notre Charge Apostolique, § 40).
¿Puede nuestro concepto del auto-proclamado humanismo del Papa Benedicto XVI ser diferente?; si sólo pudiera ser así; si sólo su humanismo que no excluye a Dios pudiese ser menos que un humanismo y más que una verdadera religión centrada en Dios… Sin embargo, no es el caso. Si el Papa condena el “humanismo que excluye a Dios [como]… un humanismo inhumano” (§ 78), entonces su “humanismo abierto al Absoluto” es un humanismo humano, es decir, una filosofía de cómo el hombre puede desarrollar todo el potencial de su naturaleza humana, sin el orden sobrenatural de la revelación, la gracia, la obediencia y la sumisión a la autoridad. Es por esta razón que la mala conciencia no se define como la que se niega a discernir la voluntad de Dios, así como la que rechaza admitir la culpabilidad de su desobediencia. Es, más bien, “… una conciencia incapaz de reconocer lo humano.” (§ 75), la más lógica consecuencia si Usted cree que la revelación se da cuando “Dios revela el hombre al propio hombre” (ibíd.).
Uno no puede sino preguntarse si el Papa León XIII habrá tenido alguna premonición de estos tiempos cuando escribió, en la versión original de su exorcismo de oración a San Miguel Arcángel: “Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la dominación de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria.”
Sin duda, la oración y la penitencia, el amor a la Cruz y al sacrificio, el Rosario y los sacramentos; lo verdaderamente sobrenatural que implican, pueden ser la única respuesta a este manifiesto público del humanismo, a esta radical aplicación de los principios de la igualdad y la fraternidad hecha realidad, que excluye la propiedad privada y exclusiva de la Verdad, y que hace a la caridad necesariamente inclusiva de la expresión auténtica de la humanidad y la fraternidad universal del hombre.


P. Peter Scott, FSSPX

Fuente: Radio Cristiandad