subvencionadas desde Madrid. Y a cargo de los misioneros va todo: libros, comida, vestidos, cama y colchón, medicamentos...
En 1890, a la llegada de la expedición del P. Armengol Coll, funcionan ya los centros misionales de Santa Isabel, la capital; cerca de éste, Banapá; más allá, Concepción y Batete en la misma isla de Fernando Poo. A muchas horas de remar, Corisco, Cabo San Juan, Elobey Chico, Elobey Grande, y más allá de la línea ecuatorial, Annobón.
Durante siete años han trabajado los misioneros del Padre Claret muy generosa y arriesgadamente. Y ahora el P. Armengol ha de continuar e impulsar esa evangelización iniciada. Ha de hacer crecer esta Iglesia joven de Guinea que el Padre le ha confiado. Esa es su misión.
No se resigna el prefecto apostólico a ver disminuidas las posibilidades de evangelización por falta de recursos. Arbitra una solución y la sugiere al superior general, P. Xifré: “En vista del gasto que nos causan los niños, he pensado seguir con ellos un régimen que, al mismo tiempo que los aficione al trabajo, nos dé a nosotros medios de sustentarlos. Cerca de cada casa abriremos para ellos una finca...”.
Y es la solución que adopta para no reducir el número de colegiales y no mermar las posibilidades de expansión misionera en los territorios del Muni, sobre todo, con los muchachos educados y bien instruidos en el internado de la misión. Las fincas de ñames, yuka, malanga, cacahuete, plátano y boniatos, proveerán la mesa de los alumnos dotados siempre de buen apetito.
Pero la educación escolar en esas lejanas misiones africanas no es tan sólo para los muchachos. La misión atiende ya, a poco de llegar los primeros misioneros, a la formación de niñas y jóvenes, con las escuelas que dirigen las Misioneras Concepcionistas, que colaboran y colaborarán con los misioneros. Y eso, en aquellos años, a finales del XIX y comienzos del XX, cuando en España la instrucción femenina sólo alcanzaba a las clases altas de la sociedad.
Esa amplia visión educativa de los misioneros claretianos inmediatamente se nota en la formación de matrimonios y hogares cristianos, que hacen crecer las comunidades eclesiales, a la sombra del campanario.
Escribe el P. Armengol Coll a su superior general, José Xifré: “Yo, hasta ahora estoy muy bien, estoy muy alegre, y tengo ganas de trabajar. Quizá me pone ahora el Señor en el Tabor para subirme luego al Calvario”.
Y no se equivoca.
Más allá del Tabor
Más allá del Tabor de los primeros tiempos en África, le llegan “sus Calvarios”.
Calvario es para él, la amenaza de la fiebre amarilla que se abate sobre la vecina población de Calabar, con la cual hay constante comunicación marítima y comercial.
Calvario es y será durante mucho tiempo el litigio sobre los territorios de la región continental de Río Muni que les disputan a los españoles los misioneros franceses. Litigio que, gracias a la firmeza y prudencia del P. Armengol, acabará con el reconocimiento por parte de Francia de la soberanía española sobre los territorios en discusión, y por lo mismo de la jurisdicción eclesiástica del prefecto apostólico de Fernando Poo, con la consiguiente responsabilidad evangelizadora sobre las numerosas tribus de la región continental.