Al hilo de lo anterior, otro discurso del gran Vázquez de Mella:

El espíritu nacional no es contrario al regional, porque no es más que la síntesis de los espíritus regionales.
¡Ay de aquel que queriendo favorecer el espíritu de una nación y de una raza histórica trate de mermar los
atributos y caracteres de los espíritus regionales que al comunicarse y unirse la han engendrado!
Tenemos una vida peculiar, propia, que cada región en mayor o menor grado conserva; y tiene cada región
rasgos comunes con todas las demás. Hay una historia colectiva común y otra propia, particular. Hay que
afirmar íntegramente las dos. Yo afirmo el espíritu regional en toda su pureza; pero también digo que si se
arrancase una sola historia regional, la común de España queda mutilada y se hace incomprensible.
Sin la historia de Cataluña, por ejemplo, y aún no teniendo en cuenta más que la política externa, habría que
suprimir no sólo uno de los ejércitos de la Reconquista, el que salió de la Marca hispánica, sino la conquista
de las Baleares, la dominación del Mediterráneo; y quedarían sin su base principal las expediciones a Orán, a
Túnez y a Argel y la influencia en Africa; habría que restar las conquistas de Italia, y, por lo tanto, las
rivalidades que ocasionaron con Francia, que nos llevaron a Pavía y a San Quintín, y que influyeron tan
decisivamente en toda la historia posterior, y hasta habría de prescindir de la jura sagrada de Gerona y de las
hazañas del Bruch, y la historia general de España quedaría cercenada e incomprensible.Cuando aquí se trata
de poner en antagonismo a Cataluña y a España -!qué absurdo!- parece que se ignora la Historia de España y
que no se quiere conocer la grandeza de la de Cataluña, que puede figurar como primogénita entre las que se
extienden por las orillas del Mediterráneo.
Pues qué, señores, sin la tradición catalana, sin lo que ella incorporó a la Monarquía aragonesa, ¿hubiera ido
Gonzalo de Córdoba a Nápoles si antes no hubiesen ido Alfonso V y Pedro III a Catania y a Palermo?
¿hubiéramos luchado con los angevinos y extendido nuestra dominación por el Milanesado? ¿Hubiéramos
luchado y vencido en París? ¿Hubiéramos tenido el duelo a muerte, que no era de dos reyes ni de dos
dinastías, sino de dos pueblos que representaban intereses diferentes en el siglo XVI, entre Carlos V y
Francisco I? No; tendríamos que arrancar una parte de nuestra historia nacional del siglo XVI; tendríamos que
arrancar la dominación del Mediterráneo, que se debió a la cooperación de la historia catalana a la nuestra
general; sin el concurso de ese pueblo ilustre, tendríamos que arrancar el recuerdo llameante de Gerona y el
tesón heroico de los soldados del Bruch, y no podríamos comprender ni siquiera la guerra de independencia
en los comienzos del siglo pasado.
La historia de Cataluña, como la de todas las regiones de España, tiene dos partes; una primitiva, particular,
que responde al modo de ser que marca a cada región, al tiempo que sella su personalidad tradicional; una
historia sagrada que nosotros debemos respetar y amar, no solo en lo que se refiere a la región en que
nacimos, sino a todas las demás regiones peninsulares que, por una convivencia, varias veces secular, y por
análogas necesidades y composición étnica, mantienen vínculos extremos; pero hay otra parte común a la que
cooperan con su vida esas regiones, y esa parte en que cooperan, que es la historia general, es la que
propiamente y en el más alto sentido constituye a España.
(Discurso en el Teatro Nacional de Barcelona, el 24 de abril de 1903)