Y reciente está la deplorable campaña de Benetton con la imagen del Santo Padre. Está claro que la publicidad tienen un filón en la Iglesia.
Benetton hizo su campaña. Fue llevada a los tribunales. Perdió, obviamente. Los abogados vaticanos únicamente pidieron que reparara el daño. Benetton se ofreció a ello con gusto y disposición, lamentando lo sucedido.
Conclusión: Benetton hizo una campaña redonda: resonó a lo largo y ancho del mundo alimentada, además, con el morbo del Vaticano de por medio (a lo El Código da Vinci) y, la imagen posterior de quien no quiso ofender los sentimientos de nade, mucho menos de Su Santidad, ofreciéndose a reparar lo que fuere (no sé como fue o será eso).
Estamos acostumbrados a que ofender la Iglesia salga gratis cuando les debería caer todo el peso de la ley y de la Iglesia, Iglesia que decididamente ha asumido que se encuentra en territorio hostil y se conforma con sobrevivir, exigiendo con la boca pequeña como quien pide a sus secuestradores al menos un vaso de agua. Que es lo mínimo.
Estaría bien un grupo de presión que consiguiera un boicot generalizado en la sociedad contra tales productos. Pero no ex post sino ex ante. Obviamente antes de que suceda. Porque está claro que compensa.
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