“Historia de Etiopía”, el libro del descubridor español de las fuentes del Nilo Azul que tardó 4 siglos en publicarse
Publicado hace 1 año - Jorge Alvarez
Acaba de pasar el punto álgido de la efeméride cervantina en la que, entre otros muchos datos, más de uno se habrá llevado la sorpresa de descubrir que el primer país que publicó el Quijote (después de España, se entiende) fue Inglaterra: traducción de Thomas Shelton, en 1620. Ese interés por nuestra literatura, que no tuvo correspondencia a la inversa en el caso de Shakespeare, por ejemplo, ha dado lugar a casos un tanto estrambóticos. Así, aunque sea a toro pasado, no me resisto a reseñar la relativamente reciente publicación de un libro al que se puede tildar de insólito, entre otros muchos adjetivos. Digo a toro pasado porque dicha publicación se hizo hace ahora un par de años y pasó bastante desapercibida a pesar de su importancia y del hecho asombroso, casi grotesco, de que el texto fuera escrito por un español hace la friolera de casi cuatrocientos años. En efecto, cuatro siglos pasaron y aquí nadie se acordó de él hasta ahora.
Me refiero a la excepcional Historia de Etiopía de Pedro Páez Jaramillo, redactada también por aquellos tiempos, muy poco después: en 1622. Si alguien se está preguntando cómo se le ocurrió a un español que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII escribir algo tan raro, la respuesta es que se trataba de un misionero jesuita que recorrió de cabo a rabo aquellas latitudes africanas, los actuales países de Etiopía y Sudán, siendo el primer occidental en descubrir las fuentes del Nilo Azul. O sea, centuria y media antes de que lo hiciera el escocés James Bruce, que pasa por ser el descubridor oficial.
Páez era natural de la villa madrileña de Olmeda de las Cebollas, que desde 1953 se llama Olmeda de las Fuentes aunque, curiosamente, ello no tiene nada que ver con el nacimiento del Nilo sino con la cantidad de manantiales de la localidad. En 1582 ingresó en la Compañía de Jesús y fue destinado a la ciudad india de Goa, donde seis años más tarde fue ordenado sacerdote. Desde allí realizó su primer viaje a Etiopía, acompañado del padre Antonio de Montserrat, otro jesuita que había recorrido el sudoeste asiático (imagen inferior). Recorrieron regiones jamás pisadas antes por ningún europeo pero terminaron engañados por un mercader, apresados y vendidos como esclavos a los turcos, pasando siete años de penoso cautiverio en galeras hasta que Felipe II gestionó el pago de su rescate.
Gravemente enfermos volvieron a Goa. Montserrat falleció pero Páez logró sobrevivir y tras ocho meses de convalencencia, se dio cuenta de que Etiopía había dejado huella él, así que que regresó en 1603, disfrazado de armenio. Esta vez tuvo más suerte y pudo quedarse sin problemas gracias a que, siguiendo la norma misionera jesuítica, aprendió el idioma y se empapó de la cultura autóctona. Así pudo trabar contacto y amistad no sólo con las gentes sino incluso con los emperadores mismos, Za Dengel y Susinios, a los que consiguió convencer para convertirse al catolicismo. Es más, se convirtió en consejero del segundo, acompañándole en varios viajes (en uno de ellos descubrió ese punto donde nace el nilo Azul, momento que describió diciendo: “Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César”) y para el que hizo también de arquitecto e ingeniero, construyendo un palacio y una iglesia a orillas del lago Tana -donde están las fuentes (última foto)-, así como varios puentes.
Páez estuvo diecinueve años en el país, pasó por Yemen (donde también terminó dominando su lengua, al igual que el árabe) y se convirtió en un erudito, experto en la historia y la cultura etíopes hasta el punto de poder escribir varios libros pedagógicos (un diccionario, un catecismo, una gramática…). Su obra magna, sin embargo, fue la sensacional Historia de Etiopía, para la que utilizó el portugués. Sensacional porque además no se dejó llevar por la imaginación, como era frecuente en aquellos tiempos, y procuró aplicar un criterio estrictamente científico.
Ese libro es un compendio de conocimientos empíricos sobre geografía, historia, fauna, flora, costumbres, creencias, arte y, en suma, todo lo referente a aquel rincón del mundo (extendiendo la descripción al sur de Arabia), aparte de su propia experiencia personal como misionero y explorador. Hasta nos dejó la primera alusión a una desconocida bebida llamada café. El manuscrito original, compuesto por cuatro tomos, se conserva en el archivo histórico de los jesuitas y tiene algo que lo hace aún más rara avis todavía: el hecho de que jamás se editara, permaneciendo inédito hasta que en una fecha tan cercana como 1945 las imprentas lo sacaron por primera vez. Y no fue en español sino en portugués.
Incomprensiblemente, para poder leer la Historia de Etiopía en nuestro idioma ha habido que esperar hasta hace un par de años, cuando se celebró el 450º aniversario del nacimiento de Páez y una editorial la puso en el mercado en dos volúmenes y con un mapa de 1650. El jesuita murió de malaria en 1622, nada más terminar el libro, y su cuerpo fue enterrado en aquella tierra sin que sepamos el punto exacto, probablemente en la ciudad de Górgora, que se asoma al Nilo Azul desde una colina. Un sitio perfecto para su descubridor, un hombre que, en palabras del escritor viajero Javier Reverte, “si fuera inglés sería tan conocido en el mundo como Livingstone”.
Foto lago Tana: NASA en Wikimedia
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Fuente:
“Historia de Etiopía”, el libro del descubridor español de las fuentes del Nilo Azul que tardó 4 siglos en publicarse
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