Francisco de Cossío y Jaime III
Francisco de Cossío y Martínez-Fortún fue uno de los próceres de la cultura pucelana. Tuvo, en su haber, raíces carlistas. E importantes. Su abuelo, por parte materna, fue León Martínez-Fortún, conde de San León, título otorgado durante la segunda guerra carlista. Tras una estancia en Cuba, volvió a España donde luchó junto a Carlos VII, durante la III guerra carlista; primero, como capitán general y, después, preceptor del príncipe Don Jaime. En 1910 se casó con Mercedes Corral García-Mesanza, hija del catedrático de Medicina, León Corral, insigne carlista.
La firma de León Corral, suegro de Cossío, en La España Católica a Su Príncipe, Don Jaime
Don Francisco nació en Sepúlveda en 1887, pero desarrolló toda su actividad literaria en la ciudad del Pisuerga. La rama paterna pesó más en su pensamiento convirtiéndose en concejal del Ayuntamiento de Valladolid por el partido liberal. Sin duda, algo tuvo que ver su talante y la amistad con Santiago Alba. La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera necesitará un chivo expiatorio, y ése fue Santiago Alba que será fustigado como el corruptor de España. Con él, cayo Cossio, perdiendo su puesto en el Museo de Escultura y más tarde, debido a un artículo en El Norte de Castilla titulado “Cazadores de gorras” en el que atacaba al cuerpo de Somatenes, el destierro a las islas Chafarinas, desde donde se trasladará a París.
Y en ese París de entreguerras, Cossío conoció a Don Jaime a través de doña Elvira de Borbón, oveja negra de los hijos de Carlos VII. Decía don Francisco que su pecado fue siempre de rebeldía. Resistencia a creer lo que no vimos; a aceptar los prejuicios de casta; a someterse a las reglas inflexibles que señalaban la tradición de su casa… Gracias a su hermano y a Don Alfonso malvivía entre los bares y cafés de París y, raramente, en los casinos de Montecarlo. Tras hacer migas con esta enfant terrible, la desgraciada princesale presentó a su hermano.
El monarca, en el exilio, tenía una gran vida social. A su casa asistían gran número de personas de la política española: Francisco Cambó y Santiago Alba e incluso Dámaso Berenguer[3], quien nada más ser depuesto como Jefe de Gobierno visitó a Don Jaime, asustado ante la situación de España. También literatos como Vicente Blasco Ibáñez o Josep Plá.
La visión que transmitió nuestro insigne pucelano se plasmó en Confesiones[1]: ¿Qué era, pues, Don Jaime de Borbón, duque de Madrid, pretendiente a la Corona de España, y, por el conde de Chambord, heredero de la corona de Francia? […] Un hombre fuerte, alto, de largos mostachos, frente despejada y cabello gris, peinado hacia atrás, se adelanta y me tiende la mano con franqueza muy española. Es un hidalgo de buena planta, como tantos otros que podemos conocer en pueblos de Andalucía y de Castilla. Más, sin embargo, en su semblante se descubre una expresión que le da cierta superioridad y jerarquía. Su sonrisa abierta y cordial infunde respeto. Inquieta un poco su mirada penetrante cuando interroga, ya que a Don Jaime le gusta preguntar y escuchar, más que hablar. Después, en el trato diario que he de tener con él, averiguo que esta sonrisa no es otra cosa que comprensión.
Esta mirada la podemos identificar con la que da Antonio de Lizarza Iribaren[2] sobre Don Jaime: a veces, se advertía al Borbón imprudente, amigo de las chirigotas superficiales de sabor volteriano, la falta de fijeza. […] pero queda claro que a su inteligencia excepcional, su valor personal casi legendario y bien probado, y a su experiencia y conocimiento de los hombres, lenguas y de la política, añadía el sentido de sus deberes como Rey carlista, su cariño y admiración enormes por sus leales. Supo, en fin, mantener la solera y su responsabilidad. Esto es evidente. Lo demás, sólo tiene el carácter de anécdota humana intrascendente.
Presentamos a continuación una carta inédita[4] de Francisco de Cossío[5], en la que felicita a Don Jaime su onomástica:
Bidart, 24 de julio 1927
A Su Alteza Don Jaime de Borbón.
Señor: Hace mucho tiempo que no sé nada de su alteza, aún conservando los grandes recuerdos de nuestros días de París, y no quiero que pase el día de Santiago sin enviarle mi felicitación más efusiva.
Las cosas de España, como verá por los periódicos, marchan cada día peor, y los que aspiramos a una España más moderna y nos vemos precisados a vivir ahora en este ambiente de dictadura, lo pasamos bastante mal. Mis persecuciones personales parece que, por el momento, han desaparecido; sin embargo, no tendría nada de particular que reaparecieran cualquier día.
Según noticias que acabo de recibir, el conflicto militar de los artilleros acaba de reproducirse en Segovia, y el gobierno ha tomado medidas de rigor, pero yo no confió en que la sensibilidad de estos reaccione con más violencia que la vez pasada. En suma, que no adelantamos nada, y que la única realidad visible es que el reinado de don Alfonso va a terminar mal.
Yo salgo mañana para Valladolid, regresando aquí a fines de agosto. Pienso que su Alteza debe estar en Austria, más le dirijo ésto a París por conducto de censor ¿Cuándo volverá a París? Lo deseo muy vivamente. Le repito, pues, mi felicitación por Santiago con mis más expresivos recuerdos y respetuosos saludos.
Francisco de Cossío
Torrecilla 5, Valladolid.
[1] DE COSSIO, Francisco: Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época. Madrid, Espasa-Calpe, 1959.
[2] Pág. 23 en DE LIZARZA IRIBARREN, Antonio: Memorias de la conspiración. 1936-1939. Pamplona: Gómez, 1969.
[3] Pág. 296 en DEL BURGO, Jaime: Conspiración y guerra civil. Madrid: Alfaguara, 1970.
[4] La transcripción está realizada por el autor de esta bitácora.
[5] Archivo Histórico Nacional: Archivo Carlista, 134, EXP. 4.
De Simancas tradicionalista
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