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Tema: Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

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    Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

    JOAQUÍN COSTA Y LA VIGENCIA DE SU ANÁLISIS

    Joaquín Costa


    EL POLÍGRAFO ARAGONÉS JOAQUÍN COSTA


    Por Manuel Fernández Espinosa

    Joaquín Costa es una de las figuras más señeras de lo que denominamos (sin comprenderlo mucho, por desgracia) el “regeneracionismo” español. Joaquín Costa es un gran desconocido entre nosotros. Empero su influencia se hizo sentir en varias generaciones de españoles que, ante la debacle de 1898 despertaron (algunos de ellos despertaron gruñendo, como los de la Generación del 98). Pero, ¿quién era Joaquín Costa? ¿Cuáles eran su ideas nucleares? ¿Puede decirnos algo a nosotros, más de cien años después de su intervención científica, literaria y pública? Y si nos dice algo: ¿Qué es eso que nos dice a nosotros, españoles irreductibles del siglo XXI?
    Joaquín Costa Martínez (1846-1911) nació y murió en Huesca. Dos son los eslóganes por los que se le reconoce todavía, entre la minoría que se ha preocupado de saber algo, por poco que fuere, de la obra de este macizo aragonés: “Despensa y escuela” y “Siete llaves al sepulcro del Cid”. La ventaja de cifrar un pensamiento de tal envergadura como el de Joaquín Costa en dos consignas es indiscutible, desde el punto de vista propagandístico. Pero la desventaja que sale al paso es que, si esas frases nos eximen de penetrar en su pensamiento, lo que puede pasarnos a buen seguro es interpretar mal sus planteamientos, sus argumentos y las propuestas aportadas para solucionar los problemas nacionales a los que se enfrentó.
    DESPENSA Y ESCUELA

    Su formación científica era sólida como la de pocos de sus contemporáneos y sus intereses abarcaban ámbitos tan diversos como la jurisprudencia, la economía, la literatura, la geografía, la arqueología o la etnología. Sus estudios económicos le llevaron a propugnar el colectivismo agrario que sería la “despensa” de la Nación; en este sentido, Costa contribuyó con una luminosa revisión histórica de las estructuras constitutivas del país, apelando a una larga tradición de pensadores y reformadores políticos de entraña hispánica, y publicando sus estudios en aquel ensayo suyo que entusiasmara a muchos de sus contemporáneos: “Colectivismo agrario en España. Doctrinas y hechos” (1898). Pero Costa no era un erudito que se conformara con la especulación intelectual, por lo que siempre desbordaría el ámbito de lo teórico, sin demorarse en poner manos a la obra de un modo práctico: aportando estudios hidrológicos y agropecuarios, por ejemplo; y hasta organizando plataformas sociales que plasmaran en la realidad lo ideado en la mente. A la despensa había que sumarle el segundo término del lema: “Escuela”. "Joaquinón" (que era como le llamaban los amigos por su corpulencia) compartía este ideal pedagógico con los miembros de la Institución Libre de Enseñanza, en la que estuvo como docente, siendo gran amigo de Francisco Giner de los Ríos. El planteamiento costista recogía así la urgente demanda de una eficaz acción pedagógica en la sociedad, uno de los temas favoritos de nuestros krausistas, aunque en Costa la cuestión pedagógica (la Escuela de su lema) no fuese entendida en clave sectaria, como era sólito entenderla entre los krausistas de la I.L.E.
    DOBLE LLAVE AL SEPULCRO DEL CID

    El otro lema que Joaquín Costa acuñó fue el de: “Doble llave al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar”. Costa lanzó este eslogan sobre el soporte de un Mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón dado al país. Aquello sonó como una atronadora irreverencia a las tradiciones patrias: los españoles más europeístas encontraron en este eslogan todo un programa para sacudirse el pelo de la dehesa patria y lanzarse atropelladamente a tomar como más que bueno cualquier cosa que viniera del otro lado de los Pirineos. Los españoles más castizos y tradicionalistas entendieron que Costa era poco menos que un hereje. Ninguna de las dos Españas entendió a Costa en sus cabales términos.
    Costa es tenido vulgarmente como un “europeísta”. En efecto, fue un “europeísta”, pero su “europeísmo” dista mucho de ser el que significa para el común de los que se autoproclamaban tales y actualmente todavía insisten en proclamarse “europeístas”. Nunca fue Costa, como ellos lo fueron y lo son, de esa condición lacayuna que se rinde ante una presunta superioridad de lo anglosajón, de lo francés o de lo germánico. Costa quería que aprovecháramos lo europeo, pero no que aniquiláramos lo propio por lo extranjero, pues eso sería la invitación al suicidio nacional. Costa exhortaba a tomar lección de Europa como de Estados Unidos de Norteamérica, pero nunca para aniquilar lo español por ese complejo de inferioridad de nuestros desnaturalizados extranjerizantes, sino para aumentar el poderío de España. Su admonición a candar el sepulcro del Cid (que, llevamos dicho, los españoles extranjerizantes acogieron jubilosamente) no era hacer borrón y cuenta nueva con todo el pasado, era la legítima reacción de un patriota español que estaba harto de bostezar con los tópicos rimbombantes y vacíos de los más campanudos oradores que invocaban las glorias del pasado, sin querer abrir los ojos ante las miserias del presente que exigían afrontarlas cara a cara y corregirlas con la contundencia que merecían.
    Joaquín Costa se verá obligado a precisar los términos de aquella frase tergiversada por los ridículos extranjerizantes denigradores de la tradición española, frase que resonaba a blasfemia en los oídos de los más tradicionalistas. Y dilucida su sentido recordando a sus detractores que jamás propuso él: “borrar del corazón y de la memoria de los españoles las figuras del Campeador y de Don Quijote, para levantar a tales altares a un tenedor de libros”. No eran solo palabras, como él mismo recuerda, Costa había promovido la celebración de un Congreso de Geografía colonial y la fundación de una Sociedad Geográfica: “para adquirir vastas extensiones de territorio en el continente africano que ensancharan el imperio del Cid y de Don Quijote en lo futuro”. Alguien que se empeña en empresas como las referidas no podría ser nunca confundido con uno de esos grotescos fantoches de nuestra vida pública, peleles de su titiritero extranjero; como los que en el presente nos mangonean. Joaquín Costa aparece así a una luz nueva, lejos de la interpretación parcial que se ha hecho de él, tanto por el sectarismo de la izquierda como por la ignorancia irredenta de la derecha española. ¿Será por ello que yace en el olvido?
    El intelectual baturro tenía muy claro que la única forma de sobrevivir al empuje de otras razas que avasallaban al mundo, como era la preponderante raza anglosajona, era ofrecerle una alternativa hispánica; por eso escribió que: “la humanidad terrestre necesita una raza española grande y poderosa, contrapuesta a la raza sajona, para sostener el equilibrio moral en el juego infinito de la historia”.
    Despensa, Escuela, candado al Cid retórico, para realizar el programa del Cid, aprendiendo de las gestas del Cid Campeador, extrayendo de su “Cantar” algunos de los vectores que, según Costa, habrían de ser adoptados por nuestra política interior y exterior.
    LA OLIGARQUÍA AL DESCUBIERTO

    Sin embargo, un obstáculo obturaba el camino para que pudiera realizarse el programa regeneracionista del Cid. Ese obstáculo fue localizado por Costa en la oligarquía insolidaria que, generación tras generación, venía perpetuándose sobre España, ahogando a la nación bajo un degradante e insufrible avasallamiento. Costa la había descubierto. La oligarquía era toda una superestructura parasitaria, encubierta bajo el formalismo parlamentario de la restauración Alfonsina perpetrada por Cánovas del Castillo, oculta bajo los dos partidos turnistas: el de Cánovas y el de Sagasta. Joaquín Costa estaba dispuesto a desenmascararla y por eso organizó y llevó a cabo, en el marco del Ateneo de Madrid, una ambiciosa encuesta que inquirió a los intelectos más preclaros del momento, independientemente de su postura política particular. Entre los encuestados se hallaban hombres tan dispares como Francesc Pi y Margall, republicano federal de izquierdas o egregios integristas como D. Juan Manuel Orti y Lara.
    La oligarquía es la inversión del patriciado natural, la inversión del régimen aristocrático. Costa sintetiza lo que es esa superestructura encubierta con formidable resolución:
    “…forma un vasto sistema de gobierno, organizado a modo de una masonería por regiones, por provincias, por cantones y municipios, con sus turnos y sus jerarquías, sin que los llamados ayuntamientos, diputaciones provinciales, alcaldías, gobiernos civiles, audiencias, juzgados, ministerios, sean más que una sombra y como proyección exterior del verdadero Gobierno, que es ese otro subterráneo, instrumento y resultante suya, y no digo que también su editor responsable, porque de las fechorías criminales de unos y de otros no responde nadie. Es como la superposición de dos Estados, uno legal, otro consuetudinario: máquina perfecta el primero, regimentada por leyes admirables, pero que no funciona; dinamismo anárquico el segundo, en que libertad y justicia son privilegios de los malos, donde el hombre recto, como no claudique y se manche, sucumbe.”
    Esta oligarquía parasitaria está encuadrada en los dos partidos turnantes del tiempo de Costa, impidiendo con sus corruptelas que España sea dirigida por los mejores. Se trata del “gobierno por los peores” que arbitrariamente abusa de todo el resto y que conduce, así las cosas, a un irremediable divorcio entre Estado y Pueblo. Costa advierte el peligro de los secesionismos que encuentran en esta situación una justificación y recuerda que “para que viva el pueblo, es preciso que desaparezca la oligarquía imperante”, pues un pueblo sometido a la oligarquía que se arroga el nombre de “nacional” termina por serle indiferente que su opresión la ejerzan los propios o los extraños.
    VIGENCIA DE LAS LÍNEAS MAESTRAS DE SU ANÁLISIS

    La figura y obra de Joaquín Costa se eleva ante nosotros. No es un monumento del pasado. Si no nos hemos dado por vencidos, la obra de Joaquín Costa exige que volvamos a ella para interpretar nuestro presente y configurar nuestro porvenir. Nos han regateado su lectura, despachándolo frívolamente con los lemas que hemos tratado en este artículo. Las claves que nos ofrece en su obra son terriblemente clarificadoras para el pasado, lo mismo que lo son -y tan útiles- para interpretar el estado actual de las cosas. Si no nos conformamos con la versión estandarizada de su figura y obra, si nos aplicamos a una relectura de su obra entonces, sí: el mensaje de Joaquín Costa nos interpela.
    Las oligarquías que denunció Costa han ido perpetuándose, permaneciendo incólumes a los avatares del tiempo. Han sobrevivido a todas las catástrofes que ha padecido nuestro pueblo: libraron a sus vástagos de sucumbir en la defensa de la españolidad de Cuba en 1898 (lo recordaba Costa), libraron a su prole de las masacres rifeñas, contemplaron desde Estoril la confrontación de 1936-1939: estuvieron en la retaguardia, pero se apresuraron a camuflarse entre carlistas y falangistas; más tarde, “pitaron” en el Opus Dei, para convertirse en tecnócratas durante el franquismo; mutaron sin trauma alguno durante la transición, tornándose demócratas de UCD, Alianza Popular, Partido Popular y PSOE… Incluso se hicieron pasar por comunistas, sin haber luchado nunca en la clandestinidad ni haber “corrido delante de los grises”. Y a día de hoy ese repugnante imperio de los peores, capaz de todos los chanchullos y corrupciones morales y económicas, oprime a España, sometiéndola a políticas supranacionales. Dividieron a España como una tarta, para zampársela por autonomías, creando artificios que saquean sistemáticamente al pueblo y lo arruinan.
    Son ellos: la casta política, al alimón con el capitalismo apátrida, en línea directa con los directores de las sucursales en España. Y la gravedad de este cáncer es de tal magnitud que, a día de hoy, hablar de “soberanía nacional” resulta un sarcasmo.

    ¿Quién puede dudar que Joaquín Costa no sea actual? Joaquinón sigue diciéndonoslo: Para que viva el pueblo es necesario que esa lacra corrupta y corruptora desaparezca.



    RAIGAMBRE
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  2. #2
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    Re: Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

    La Biblioteca Nacional de España acogió en 2011 la exposición Joaquín Costa. El fabricante de ideas, organizada por el Gobierno de Aragón y Acción Cultural Española con la colaboración de la Biblioteca Nacional de España y la Universidad de Zaragoza para conmemorar el primer centenario de la muerte del sabio aragonés. Concretamente tuvo lugar en el Edificio Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.
    Joaquín Costa era un intelectual de su tiempo y un político sin partido que quiso regenerar su país. Fue un gran pensador liberal y republicano, un hombre de acción y de carácter. Un personaje polifacético e inquieto.


    El recorrido de la Exposición “Joaquín Costa, el fabricante de ideas” se articuló alrededor de cuatro grandes espacios: El primero se tituló La educación de la Mirada. El sentido del paisaje, y presentó los entornos geográficos y territorios político-administrativo que educaron las diferentes facetas de la personalidad de Costa. El segundo espacio, Profetas del saber, sacerdotes de la ciencia, se centró en diversos aspectos de su pericia de formación intelectual y primeras actuaciones como escritor público. El tercer gran espacio se dedicó a la cultura política: República y regeneración de España, don de se esbozan algunos elementos del discursos adquirido e ideológicamente compartido de la cultura política de Joaquín Costa. El cuarto gran espacio estuvo dedicado a su fallecimiento, Muerte y posteridad: memoria e historia de Joaquín Costa: la exposición se cierró con el triunfo de las ideas.
    Libros, documentos, publicaciones periódicas, fotografías y óleos, entre otros objetos, ofrecieron un retrato de los entornos en que se desarrolló, los años de formación que forjaron su persona, su planteamiento ideológico así como su legado y transcendencia.


    En el siguiente enlace, se pueden ver imágenes de la exposición:


    Exposición "Joaquín Costa, el fabricante de ideas" - YouTube

    Lástima que la enferdad que sufría de atrofia muscular le recluyese en el pueblo de Graus (Huesca), donde finalmente murió, y desde donde, sin embargo, organiza a la Liga de Contribuyentes de Ribagorza con claro sentido de reivindicación
    socioeconómica, que deriva en movimiento político.

  3. #3
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    Re: Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

    Joaquín Costa suscitó una reunión extraordinaria de la Cámara Agrícola del Alto Aragón en Barbastro y ese 13 de noviembre (1898) se hizo público un mensaje, redactado por él, en que la propia Cámara dirigía a las demás del país, a las de Comercio, a las ligas de productores, gremios,sindicatos, círculos de labradores, industriales y comerciantes de toda España.

    El documento es demasiado largo, no ya para reproducirlo, sino para comentarlo siquiera, aquí, en todas sus partes. Tiene un amplio preámbulo, que es un dictamen sobre lo sucedido, y un más amplio conjunto de capítulos sobre temas y reformas concretas.

    Parte de la base de que el ’Desastre’ ha borrado del mapamundi “la mitad de España, la otra mitad se ha borrado a sí propia, en un suicido lento”. No queda nada. En consecuencia, “nos hallamos en pleno períodoconstituyente. Y es elemental que nos preguntemos, repuestos ya de la sorpresa, cómo nos hemos de constituir”.

    Lo primero que sugiere es nada menos que “una total rectificación de nuestra historia”. Y esto es significativo. Costa no habla tan sólo, como los demás, de una crisis política, de partidos, sino de los efectos de unas constantes seculares. Han sido, en concreto, “dos accidentes históricos, el desembarco de Colón en la Península con su lotería del Nuevo Mundo y el matrimonio de doña Juana con sus expectativas en la Europa central”, los que hicieron germinar en España las ansias del imperio que la distraerían durante cuatro siglos de cualquier actitud coherente con su pobreza natural.

    “Con un suelo semi-africano y una población medieval, no era posible constituir una nación moderna, por el tipo de las de la Europa central. Pero esto no lo vieron los fundadores de la nacionalidad, ni lo hemos visto todavía nosotros.” Hacía falta, por tanto, empezar desde los cimientos. “El hado, los sucesos, acaban de plantearnos el problema de fundar a España otra vez, como si nunca hubiese existido”; porque, si mal se hallaba en 1895, peor se encuentra tras la guerra. Antes de estallar las guerras ultramarinas, todos los políticos (Sagasta y Cánovas por delante) hablaban ya de la necesidad de cercenar los gastos del Estado para ajustarlos a la realidad. “Por desgracia, ni tuvieron ese valor ni abandonaron el poder.” Y luego, “durante cuatro años, la guerra se ha estado tragando un canal de riego cada semana, un camino cada día, diez escuelas en una hora, en media semana los cuarenta y cuatro pueblos creados por Olavide y Aranda en los valles de Sierra Morena...”.

    Los remedios generales tenían que ser drásticos. Primero, cambiar de gobernantes. “Necesitamos en el gobiernos ‘impersonales’: Bismarcks, injertos en San Francisco de Asís, con más de San Francisco que de Bismarck.” Y, como los partidos históricos no han de renunciar por sí mismos al monopolio del poder, se hace preciso “que nos organicemos en partido nacional, en partido regenerador, con sus periódicos, sus comités y sus asambleas, un programa desarrollado y gacetable, a fin de reclamar su inmediata realización de los Gobiernos que se formen de los demás partidos, mientras conservan fuerza para constituirlos y los constituyan, a pesar nuestro, y caso de que se nieguen o que lo demoren, reclamar el poder en la misma forma que ellos y con igual derecho cuando menos”.

    La parte programática del documento describía un proyecto de “Política reductora o simplificadora, “sumarísima”, “modesta, callada, de recogimiento”, “Política reparadora y, por tanto, para la blusa y el calzón corto, principalmente”, “Política tradicionista”, basada en la evolución de “la historia y la costumbre”, pero no en la idealización de la propia historia: al contrario, con “doble llave al sepulcro del Cid para que no vuelva a cabalgar”.

    No es posible, según decía, enumerar todo lo que se proponía al respecto. El programa se articulaba en quince epígrafes. Comenzaba por insistir en una de las reivindicaciones que se le atribuyen como principal aportación: “lo que se ha llamado con cierta relativa exactitud -dice- ‘política hidráulica’.” Había que levantar pantanos y canales y desenvolver una política de “Colonización de las tierras adquiridas por este título” (mediante el “cambio del derecho perpetuo al agua por una parte alícuota del suelo regable”, “juntamente con las [extensiones] de dominio público enclavadas en la zona regable”). El planteamiento de Costa desarrollaba en realidad, en este punto, el esbozo agrarista del Acta de Loredán y de hecho su autor entraría en relación con varios agraristas católicos en los meses siguientes.

    Pedía, además, siempre explicándolo, la simplificación y abaratamiento de los servicios de crédito, titulación, fe pública y registro; el fomento de la exportación; la conversión de “250.000 kilómetros de caminos de herradura en caminos carreteros baratos”, reduciendo en cambio el plan general de carreteras, que resultaban mucho más caras, y no eran necesarias para el tráfico existente; legislación de previsión; protección fiscal a la pequeña empresa; derogación de todas las leyes y disposiciones sobre desamortización civil.

    Respecto a la enseñanza, comenzaba por afirmar que “la mitad del problema español está en la escuela”. No bastaban gentes que supieran leer y escribir, sino hombres formados en lo que hoy denominaríamos una educación integral, con maestros dignificados socialmente que, entre otras cosas, cobraran del Estado y no de los municipios respectivos (que no pagaban o lo hacía tarde y mal con frecuencia). “Menos Universidades y más sabios”. añadía: “han de reducirse las Universidades a dos o tres, concentrando en ellas los profesores útiles de las demás, y crear Colegios españoles [...] en los principales centros científicos de Europa, [...] a fin de crear en breve tiempo una generación de jóvenes imbuidos en el pensamiento y en las prácticas de las naciones próceres”. Sobraba, por supuesto, y en todo caso, la censura del Estado o la Iglesia.

    “Entrar en el presupuesto de gastos como Atila en Roma” era lo que exigía la situación de la Hacienda pública. Pero esto requería, a su vez, desmontar materialmente la Administración.

    Requería en concreto una mezcla de acciones sensatas o suicidas hasta un grado supino: “Supresión de Ministerios, Direcciones, Consejos, Academias, Comisiones, Delegaciones, Obispados, Universidades, Capitanías, Arsenales, etc. Reducción de los gastos militares, disminuyendo el contingente activo del Ejército, amortizando generalatos, cerrando escuelas especiales, etc. Reducción de obligaciones eclesiásticas, de acuerdo con la Santa Sede. Reducción de las Embajadas a una sola en París. Por término medio de cada diez empleados suprimir nueve”.

    Como a casi todos los demás regeneracionistas, no se le pasaba por la mente acabar con el sistema liberal. En el caso de Costa, ni se le ocurría sugerir las reformas del catalanismo, o en alguna frase ambigua de Polavieja o de Silvela sobre el sistema de representación. Por el contrario, en cuanto a los “Derechos políticos”, se imponía el mantenimiento del statu quo. “Ha pasado ya la moda de llamar pestilencia y abominación a la democracia. Valgan poco o valgan mucho, el Parlamento, el Jurado, los derechos individuales y el sufragio universal constituyen una legalidad común a toda Europa, han costado caudales inmensos y torrentes de sangre a dos generaciones; y creemos que sería un atentado contra el país reponerlos al estado de problema y complicar las preocupaciones presentes con otras que no son ya o que no son todavía cuestión fuera de la Universidad o de la Academia.”

    En cuanto a la Administración regional y local, “hay que trasplantar renuevos del árbol de Guernica a todas las comarcas de la Península”.

    La parte más negativa (y menos clara en algunos detalles) era la que atañía a la política exterior. El documento aconsejaba abiertamente el aislamiento casi total, “produciendo a Europa la impresión de un pueblo que hubiese sido tragado por el Océano”. “Ningún ideal nos llama ya en ninguna parte del mundo fuera de la Península.” Haríamos “reír a Europa” alineándonos junto a Francia y Rusia en el sistema de relaciones vigentes; ya “no hay para nosotros cuestión colonial”, ni en África (y Costa había sido una de las cabezas del africanismo español); porque “el planeta entero ha sido ocupado”.

    “No hay tampoco para nosotros cuestión de Portugal”; porque “entrambos [países] dieron las mismas muestras de incapacidad”. “Tampoco hay ya cuestión de América latina”; la guerra hispano-yanqui de 1898 la ha condenado “a desgranarse rápidamente, para ir a caer grano a grano en las ávidas fauces del sajón.” El porvenir se hallaba -decía- en un acercamiento económico y político a Francia. Respecto a las Filipinas (que aún eran españolas en aquel noviembre de 1898), las Carolinas y Marianas, lo mejor era venderlas, arrendarlas, cambiarlas por tierras más próximas o, en último término, abandonarlas.

    En suma de todo y como resultado: una revolución más honda que cualquiera de las que con tanto aparato se han hecho hasta ahora en España...”

    http://www.juntadeandalucia.es/educa...w/rec/3206.pdf
    Última edición por ALACRAN; 23/03/2016 a las 14:37
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  4. #4
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    Re: Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

    Como a casi todos los demás regeneracionistas, no se le pasaba por la mente acabar con el sistema liberal. En el caso de Costa, ni se le ocurría sugerir las reformas del catalanismo, o en alguna frase ambigua de Polavieja o de Silvela sobre el sistema de representación. Por el contrario, en cuanto a los “Derechos políticos”, se imponía el mantenimiento del statu quo. “Ha pasado ya la moda de llamar pestilencia y abominación a la democracia. Valgan poco o valgan mucho, el Parlamento, el Jurado, los derechos individuales y el sufragio universal constituyen una legalidad común a toda Europa, han costado caudales inmensos y torrentes de sangre a dos generaciones; y creemos que sería un atentado contra el país reponerlos al estado de problema y complicar las preocupaciones presentes con otras que no son ya o que no son todavía cuestión fuera de la Universidad o de la Academia.”
    La vida sigue igual: el tabú para los regeneracionistas de entonces era el "sistema liberal y los derechos políticos" (o sea, mantener los privilegios de sus amigos vividores de la política); y para los regeneracionistas de ahora el único tabú es el 'Estado de las Autonomías' (es decir, además de los vividores de la política en Madrid, como entonces, también mantener a sus amigos vividores de la política en la periferia).
    ¿Quién, ante el planteamiento de una hipotética eliminación de las "Autonomías", no ha oído esto mismo: "Creemos que sería un atentado contra el país reponer el problema y complicar las preocupaciones presentes con otras que no son ya"?
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  5. #5
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    Re: Joaquín Costa y la vigencia de su análisis

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    Menudos politicastros. Hoy idolatrados en las cátedras, éstos señores son los maestros de la morralla política de los que hoy nos gobierna. ¿Rehacer la historia como si no existiera nada? ¿Tener relaciones sólo con la antigua y muy laicista III República Francesa, de los llamados "maestros"? ¿Reducir a la mínima expresión el Ejército?. Este es el país de ópera bufa con el que soñaban los lacayos de aquella época y la que nos meten hoy por los ojos. Gente sin la más mínima noción de grandeza (ni de amor) nacional; un espantajo ridículo al servicio de la, en realidad, bastante débil Francia.

    A lo que había que echar dos candados, es a ese tipo de política de siervos masónicos no al sepulcro del Cid. Lo que éste país necesita es más "Cides" y menos "Costas". Hay que fastidiarse.
    Última edición por DOBLE AGUILA; 25/03/2016 a las 02:54
    Kontrapoder dio el Víctor.

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