Antonio Benavides, el oficial canario que salvó la vida del Rey Felipe V en combate
Por Jesús Villanueva Jiménez
Nacido en el seno de una familia de agricultores, el soldado español consiguió, por su actuación en la batalla de Villaviciosa y su larga trayectoria, que en presencia de generales y cortesanos, el Monarca le llamara padre
ABC
Felipe V y el Duque de Vendôme durante la batalla de Villaviciosa, por Jean Alaux
La tarde del 10 de diciembre de 1710, en Villaviciosa de Tajuña, se enfrentaban en una batalla decisiva –dado el avanzado estado de la guerra de Sucesión– el ejército franco-español y el aliado del Archiduque Carlos. El teniente coronel de la Guardia de Corp don Antonio Benavides, al mando de la caballería del ala derecha, se mantenía atento a las órdenes del marqués de Valdecañas, cuando se percató de la diana tan clara que suponía para la artillería enemiga el imponente caballo blanco que montaba el Rey, el único de ese pelaje en aquel emplazamiento elevado, acompañado de sus generales. Entre el estruendo de los cañonazos de la batalla ya empezada, Benavides clavó espuelas en los ijares de su alazán y, abriéndose paso entre la tropa y la guardia del Rey, se plató frente a éste y le advirtió de tan peligrosa circunstancia. Don Felipe concluyó de inmediato que su súbdito y amigo llevaba razón, pero no disponía de montura de repuesto. Benavides no lo pensó, descabalgó y ofreció su alazán al Soberano, que aceptó el cambió. Apenas unos minutos después, sobre la posición de Benavides cayó el fuego enemigo, matando al caballo blanco e hiriendo gravemente al teniente coronel.
Al término de la batalla victoriosa, Don Felipe preguntó por su amigo. El marqués de Valdecañas –que había presenciado cómo una granada de mortero había destrozado al caballo del Rey y alcanzado su metralla a Benavides, que caía bañado en sangre– lo había dado por muerto. Pero Don Felipe no se dio por vencido y ordenó que lo buscaran entre los cuerpos yacentes en el campo y que se cerciorasen de tal circunstancia, ya que aún podía encontrarse con vida. Así fue, en efecto, aunque al borde de la muerte, Benavides, herido gravemente en la frente, fue rescatado y atendido por los cirujanos del Rey, que lograron salvarle la vida. Desde entonces, en presencia de generales y cortesanos, Felipe V llamó padre a Benavides, consciente de que aquella acción del militar canario pudo haberle salvado la vida. De haber caído muerto en Villaviciosa el Rey Borbón, indiscutiblemente, la historia de España, incluso la de Europa, hubiese cambiado.
Un cadete prometedor en América
El 8 de diciembre de 1678, en La Matanza de Acentejo, una pequeña localidad al norte de Tenerife, nacía quien fue Teniente General de los Reales Ejércitos de España don Antonio Benavides González de Molina (o Bazán y Molina, como firmó su testamento), a quien el Rey Felipe V, primero de la dinastía Borbónica en España, llamaba padre. El tercero de ocho hermanos, creció Benavides en el seno de una familia de agricultores que vivía del fruto de su propia tierra. María se llamaba su madre; Andrés su padre, capitán de las Milicias Provinciales. Y precisamente por la condición de oficial de Milicias de don Andrés, a finales de 1698 se hospedó en su casa un capitán de la Bandera de La Habana, que recorría el norte de la isla reclutando a mozos que engrosarían las filas de los ejércitos al otro lado del Atlántico. Según cuanta su primer biógrafo, Bernardo Cólogan Fallón (8 de septiembre de 1772 - 14 de abril de 1814), este oficial advirtió en el joven Benavides tales virtudes y condiciones para el oficio castrense, que pidió a sus padres considerasen su alistamiento en calidad de cadete. Así, en julio de 1699 partió hacia Cuba Antonio Benavides y noventa y nueve reclutas más, campesinos rudos y elementales, que sin haber salido nunca antes de su terruño, cruzarían el océano en un imponente galeón hacia la Nueva España, de la que muchos jamás regresarían.
Retrato de Felipe V en 1701
Tres años pasó Benavides en La Habana, durante los cuales se distinguió por su entrega al servicio y por el sumo interés en el estudio y formación en el oficio de las armas, destacándose sobremanera como jinete y aguzado tirador, causando admiración en sus jefes y ganándose el aprecio de sus compañeros. Escribió Cólogan: «Amante del servicio, lo era igualmente de cuantas obligaciones se le señalaban; subalterno obediente, aprendió con los primeros elementos de la disciplina lo que contribuye a formar el perfecto jefe: y para ser buen general supo primero ser soldado». Ascendido a teniente, luego del estallido en mayo de 1702 de la guerra de Sucesión española, llegó a la capital del Imperio como integrante de uno de los regimientos de Infantería que engrosaban los refuerzos requeridos por Felipe V en su contienda contra el Archiduque Carlos. Regresó el Rey a Madrid el 13 de enero de 1703, después de diversas batallas en Italia, aquejado de su patológica melancolía. Se daba la circunstancia de que, cuando ese mal crónico le aquejaba, sólo encontraba consuelo el Monarca saliendo de caza por la madrileña Casa de Campo, a la que solían acompañarle los mejores tiradores de las Guardias de Corps. Fue entonces cuando a don Felipe se informó de la fama de extraordinario tirador que precedía a un joven teniente procedente de La Habana llamado Benavides. El Rey quiso conocerlo y ordenó que le acompañase en una de esas cacerías. «¡Por San Martín! Sí que tienes pulso, Benavides», había exclamado el Soberano, admirado de tanta destreza que mostraba el teniente con el arma de fuego.
De inmediato, Felipe V ordenó que el joven teniente canario fuera destinado exento a la Guardia de Corps –circunstancia excepcional, dado que a este cuerpo de ejército sólo eran destinado hijos de la nobleza–, con el fin de tenerlo junto a él en las jornadas de caza. Al día siguiente, Benavides ingresó en la Segunda Compañía de la Unidad que, además de ocuparse de la seguridad del Rey, constituía la fuerza militar más elitista de los Reales Ejércitos de S.M.A partir de entonces, muchas fueron las cacerías reales en las que participó Benavides, a lo largo de las cuales nació una sincera amistad entre don Felipe y él.
Batalla de Zaragoza en 1710, cuando la caballería al mando de Benavides se hizo con parte de la artillería enemiga
Pero la guerra continuaba, y, al lado de su Rey, Benavides se batió con ardor y valentía en Flandes; en la toma de Salcedilla; rindió Villareal e Inhiesta; sitió Barcelona y Tortosa; combatió en Almahara y en Peñalba. En dos ocasiones recibió Benavides una felicitación directa del Rey. La primera en agosto de 1710, en Zaragoza, en las proximidades del Ebro, cuando la caballería a su mando se hizo con parte de la artillería enemiga que estaba masacrando a las tropas, a consecuencia del pésimo posicionamiento ordenado por el marqués de Bay, comandante del ejército borbónico. La determinante acción de Benavides trocó por tablas una derrota segura. Y por segunda vez, la mañana del crucial 10 de diciembre de 1710, por la proeza lograda por su caballería en Brihuega, al cruzar a nado las gélidas aguas del río Henares, en persecución del ejército británico del general Stanhope. Firmado el 11 de abril de 1713 el tratado de Paz de Utrecht, Benavides, ascendido a brigadier de Caballería, siguió en la Corte al servicio del Rey, hasta que, ante los problemas derivados de la distancia de las posesiones españolas en el Nuevo Mundo, considerando a su salvador hombre de su máxima confianza, lo nombró Gobernador y Capitán General de la Florida, con fecha 24 de septiembre de 1717.
Como se encontraba por entonces Benavides descansando en Tenerife, para evitarle el viaje a la Corte madrileña, donde debería jurar su cargo, excepcionalmente se le dio permiso para que lo hiciera ante el Gobernador del archipiélago, partiendo de allí a la otra orilla del Atlántico. Con la intención de permanecer en aquellas tierras del virreinato de Nueva España durante cinco años, que era lo preceptivo, Benavides embarcó en la flotilla formada por las fragatas San Jorge y San Francisco y el aviso de escolta San Javier comandada por el prestigioso marino tinerfeño Juan del Hoyo Solórzano, el 29 de abril de 1718, que haría primero escala en La Habana para arribar en San Agustín de la Florida a mediados de junio. De inmediato se puso manos a la obra el nuevo Gobernador, barriendo la administración de corruptos funcionarios, eliminando una red de contrabando liderada por el su predecesor, Juan de Ayala Escobar, que por entonces rendía cuentas de sus fechorías en Madrid.
La última defensa contra los ingleses
Al poco de su toma de posesión, el fuerte de San Luis de Apalache, al norte de San Agustín, fue atacado y destruido por guerreros de la tribu apalache, sin duda azuzados por los ingleses. Cuenta Cólogan que, al saberse en mano de los indios un gran número de prisioneros españoles, marchó hacia Apalache solo el Gobernador, con la única compañía de algunos intérpretes y algún oficial, con alto peligro para su vida, con el fin de parlamentar y convencer a los indígenas de la inutilidad de enfrentarse con una potencia como lo era España. Tan alta era su capacidad de convicción y buenas maneras, que firmó un tratado de paz y colaboración con esta tribu, recuperó a los prisioneros y reconstruyó la misión franciscana y el fuerte, del que sólo quedaban rescoldos. Al poco de aquello, unió lazos de amistad y alianza con las tribus Uchize, Savacola, Apalachicola, Achito, Ocmulgee, Uchi, Tasquique, Casista, Caveta, Chavagali y Creek, consolidando un largo periodo de paz. Tales fueron el orden impuesto y los logros alcanzados por Benavides, que el Rey lo mantuvo en el cargo nada menos que por quince años. Y aun habiendo pedido Benavides un nuevo destino en la península, con fecha de marzo de 1733, fue nombrado Gobernador de Veracruz, uno de los puertos más importantes de las Indias españolas, donde se custodiaba la mayor parte de la mercancía del Galeón de Manila, que era recogida por la Flota de Indias y llevada a la España peninsular.
Episodio naval de la Guerra del Asiento
De nuevo, con fecha de 28 de febrero de 1742, el Rey ascendió a Benavides a Teniente General, nombrándolo Capitán General y Gobernador de la Provincia de Mérida del Yucatán y del Puerto de Campeche. Y como tal, le encomendó el mando y organización de una expedición para la defensa de las costas de Honduras y de Tabasco, hostigadas de manera intensiva durante la guerra del Asiento (o de la Oreja de Jenkins) por barcos de la Royal Navy, además de por piratas y corsarios. Firmado el segundo Tratado de Aquisgrán el 18 de octubre de 1748, concluía la guerra con Gran Bretaña. Benavides dio por terminada su campaña en Tabasco y Honduras, asentadas las bases de la más efectiva defensa, estableciendo puertos de avituallamiento para los barcos españoles que combatían a la Royal Navy y a corsarios y piratas. En la península de Yucatán persiguió y encarceló a traficantes de palo de tinte, árbol de cuyas ramas se extraían sustancias para teñir telas, por lo que era muy valorado en Europa. No halló descanso Benavides, que a su avanzada edad ya ansiaba regresar a la patria chica. Así, muerto Felipe V, reinando ya Fernando VI, después de treinta y dos años sin interrupción en el virreinato de la Nueva España, en febrero de 1749 recibió la ansiada misiva del Rey concediéndole el regreso a la península.
Durante aquellos treinta y dos años, Benavides limpió de corruptos las administraciones, mantuvo a raya a los ingleses y expulsó de los mares a piratas y corsarios. Mucho lo quisieron los indígenas y los lugareños de allí donde estuvo, por tantas obras de caridad que hizo, todas de su peculio. Luego de entrevistarse en Madrid con Fernando VI (vistiendo un uniforme prestado por su amigo el Marqués de la Ensenada, dado que el único que conservaba no estaba en condiciones), quien le agradeció sus años de leal y ejemplar servicio –a la vez de ofrecerle la Capitanía General de Canarias, mando que rechazó Benavides–, marchó a Tenerife, donde descansaría hasta el final de sus días. Falleció a los longevos ochenta y tres años, el 9 de enero de 1762. Fue enterrado vestido con el hábito de la Orden Franciscana, abrazado a su fe católica, a la entrada de la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz.
En cuya lápida aún reza:
«Aquí yace el Excmo. Sr. D. Antonio de Benavides,
Teniente General de los Reales Exércitos.
Natural de esta Isla de Tenerife.
Varón de tanta virtud cuanta cabe por arte
y naturaleza en la condición mortal».
Jesús Villanueva Jiménez es autor de «La cruz de plata» (Ed. Libros Libres).
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