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Tema: Biografía del General Yagüe

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    Re: Biografía del General Yagüe

    ASTURIAS...

    11-YAGÜE ENTRA EN LA HISTORIA

    Durante el verano de 1934 los síntomas de una poderosa subversión roja se hacen visibles en
    la prensa, el mitin y en el mismo parlamento, donde los marxistas vociferan, amenazan y
    bravuconean, convencidos de que las medidas trituradoras de su sicario Azaña han reducido a
    la impotencia al Ejército. Necesitan un pretexto para lanzarse a un desenfreno de sangre y
    fuego, y se lo sirve en bandeja el presidente de la República al formar en 4 de octubre su
    enésimo Gobierno radical, en el que, constitucionalmente, da entrada a los hombres de la
    CEDA.

    Aquella misma noche, los jefes socialistas dan la orden de huelga general revolucionaria en
    toda España. Los separatistas catalanes aprovechan el momento para proclamar un Estat
    Catalá trágicamente cómico. En Asturias se levantan en armas con ferocidad salvaje todas las
    organizaciones de extrema izquierda, marxistas, sindicalistas y anarquistas, dispuestas a la más
    bárbara revolución libertaria.

    San Leonardo (Soria), alejado de las rutas principales, queda aislado. Yagüe se muere de
    impaciencia y rabia escuchando los alaridos de las radios de Barcelona y de Madrid. Maldice su
    enfermedad, que le ha apartado de los sitios donde haría falta su presencia… España arde por
    los cuatro costados y él no puede hacer nada. No hay un coche en el que trasladarse a Madrid,
    de enviar un mensaje…

    Pero no se le ha olvidado. Quien tiene que aconsejar y decidir sabe de sobra que, aun
    moribundo, Yagüe sería capaz de acudir al puesto de mayor peligro. Y quien lo sabe mejor que
    nadie es Francisco Franco, su compañero de promoción, su camarada de armas, su amigo de
    siempre.

    Providencialmente, Franco está en Madrid, y al anochecer del 6 de octubre ha sido llamado al
    Ministerio de la Guerra, donde se le ha dado a conocer la terrible situación de España. El
    historial de Franco le acredita de único hombre capaz de resolver las más insolubles
    “papeletas” militares.

    El ministro le expone la dificilísima situación, sobre todo en Asturias, cuyas guarniciones son
    escasas y a las que es casi imposible socorrer; las comunicaciones están cortadas por la horda
    rebelde que avanza sobre Gijón y Oviedo como alimaña hambrienta. Franco recuerda la
    geografía de Asturias, calcula y acaba por decidir como única solución la de enviar allá al
    Ejército de África: la Legión-su Legión; los Regulares-sus Regulares-. Se acepta la propuesta,
    pero descartando del mando al propio Franco, que ha de quedar en Madrid, en el Ministerio,
    para organizar la movilización ¿quién podrá ponerse al frente de las fuerzas expedicionarias de
    África? El general Franco responde: “El teniente coronel Yagüe”.

    Con estas palabras, el futuro Caudillo de España abría las puertas de la Historia a su gran
    amigo.

    12-YAGÜE EN ASTURIAS

    El 8 de octubre llega a San Leonardo un automóvil militar del que desciende un capitán
    preguntando cuál es la casa del teniente coronel Yagüe. El capitán desconocido viene de Soria
    con un pliego del comandante militar ordenando a Yagüe en nombre del ministro de la Guerra
    presentarse en la ciudad. Apenas llegado a Soria habla por teléfono con el general Franco,
    quien le pide con urgencia presentarse en el Palacio de Buenavista. No fue fácil el viaje porque
    la huelga general interceptaba las comunicaciones y hubo de requisarse un coche en el que
    Yagüe, con la pistola montada y sin escolta marchaba a toda velocidad.

    En el Ministerio de la Guerra recibe información de la tragedia asturiana. Los mineros se han
    apoderado de toda la cuenca y de la Fábrica de Armas de Trubia, proclamando la república
    libertaria, y avanzan sobre Oviedo al mando de Belarmino Tomás, Amador Fernández y
    González Peña, como una horda de forajidos. Dentro de Oviedo hay gran cantidad de jóvenes
    socialistas y comunistas combatiendo ya contra una exigua guarnición, que resiste heroica y
    desesperadamente.

    Yagüe se entera del plan de operaciones para auxiliar a Oviedo y restablecer el orden en el
    Principado: de Lugo y León han salido dos columnas no muy numerosas al mando de los
    generales López Ochoa y Bosch, que tropiezan con encarnizada resistencia, puentes volados,
    caminos interceptados. Se organiza en Navarra una tercera columna que mandará Solchaga, y
    están a punto de llegar a Gijón por vía marítima un batallón de Infantería procedente de El
    Ferrol y algunas fuerzas de Marruecos, más un batallón de Cazadores de África, número 8, y la
    Sexta Bandera de la Legión, que se unirán a las escasas tropas de la guarnición. En total
    vendrán a ser unos dos mil hombres. Esta columna es la que Yagüe debe mandar para realizar
    con rapidez fulgurante el movimiento que se le señala sobre el mapa.

    Yagüe ha de partir sin dilación en un avión militar que le conducirá a León, desde donde se
    trasladará a Gijón en un autogiro, ya que en dicha ciudad no hay aeródromo donde poder
    aterrizar.

    Así lo hace en la madrugada del día 10. Después de transbordar en León, toma tierra en la
    carretera del Musel y ordena al piloto que lo ha llevado-el teniente de navío Guitián-regresar a
    su base. Sólo, a pie y pistola en mano-pues por todas partes suenan disparos y se advierten
    huellas de combates recientes-, el teniente coronel “caído del cielo” se dirige hacia el Musel.
    En el camino tropieza con una camioneta en la que va un teniente del Tercio y dos legionarios
    que se asombran al reconocerle. Monta con ellos, se presenta al comandante militar de la
    plaza, y antes de una hora toma por vez primera el mando de los legionarios y contacto con los
    rojos que hostilizan el Llano. Durante todo el día, las tropas de Yagüe-electrizadas por su
    presencia y la breve arenga que les ha pronunciado-desalojan a los rebeldes de los edificios
    que ocupan-el Club de Regatas, la Comandancia de Marina, la Fábrica de Tabacos y el Palacio
    de Revillagigedo-, así como de las barriadas de Cimadevilla y el Llano, que dominan.
    Sin tomarse más que un ligero descanso, a las cinco y media de la mañana del día 11
    emprende el avance con su columna hacia Oviedo por la carretera y a toda marcha. El espíritu
    de la tropa es excelente y Yagüe se siente optimista, aunque consciente de su enorme
    responsabilidad.

    Ya de noche entra en Lugones y sigue avanzando hasta la Cobertería, sin sospechar que la
    columna de López Ochoa está muy próxima, atrincherada en el arrabal ovetense de la
    Corredoira. El combate violentísimo que se libra en las calles de Oviedo, los estampidos de la
    dinamita y el resplandor de los incendios enardecen a los legionarios deseosos de entrar a la
    bayoneta en la ciudad mártir. Pero Yagüe logra contenerlos hasta el mediodía del día 12, en
    que levanta la niebla y se incorporan a su hueste otra Bandera del Tercio y un tabor de
    Regulares, también desembarcados en Gijón. Una vez reunidas todas las fuerzas de que
    dispone, las despliega en línea de ataque. Su objetivo es ocupar el Manicomio e impedir que el
    enemigo continúe descendiendo del Naranco sobre la ciudad. El ataque tiene éxito. A las dos,
    el manicomio es de España. Poco más tarde, vienen en ayuda de Yagüe-que ha identificado
    como nacionales a las fuerzas de López Ochoa que ha roto el cerco rojo a la Corredoira y
    avanza hacia el cuartel de Pelayo-seis aviones. Comienza el asalto a la Fábrica de Armas de la
    Vega, operación durísima que trae a la memoria de los más curtidos veteranos de la Legión y
    los regulares las más arriesgadas operaciones marroquíes. Yagüe da ejemplo de bravura a sus
    soldados, revelándose al mismo tiempo como un habilísimo táctico. Entre los rojos,
    atemorizados por la presencia de las tropas de choque africanas, que jamás pensaron llegarían
    con tanta celeridad, empieza a cuajarse un sentimiento de odio contra el jefe que tan
    brillantemente las conduce.

    A media tarde, López Ochoa ha entrado en Oviedo, desgarrado por las explosiones y los
    incendios que destruyen sus bellezas artísticas y culturales-la Catedral, la Universidad, la
    Audiencia, el teatro Campoamor-y manda llamar a Yagüe al Gobierno civil. La entrevista de los
    dos jefes militares pone de manifiesto las incompatibilidades ideológicas del general y del
    teniente coronel, que repercuten en sus ideas estratégicas. Yagüe, comprendiendo muchas
    cosas, obedece por disciplina y durante toda una semana procede a la conquista de la ciudad,
    barrio por barrio, casi casa por casa. El enemigo es muy superior en número y ardorosamente
    fanático. Prefiere morir matando y destruyendo con la dinamita mejor que rendirse. Pero para
    el heroísmo de las tropas de Yagüe-arengada por su jefe- no hay obstáculo.

    Día tras día se lanzan a la bayoneta contra los objetivos señalados, despreciando la muerte.
    Así, sin descanso, ocupan sucesivamente la cárcel, las ruinas del Instituto volado por los
    dinamiteros; la estación del Norte-donde hacen prisioneros a muchos rojos que trataban de
    huir-, la iglesia de San Pedro de los Arcos, el depósito de aguas, el Hospital, el cementerio, el
    barrio de San Lázaro… Por todas partes el espectáculo de ruina, desolación, barbarie, ferocidad
    es dantesco. Los rojos han superado todas las marcas de odios, crueldad y falta de respeto a
    los sentimientos humanos. Guardias civiles y de Asalto, clérigos, seminaristas y paisanos han
    sido asesinados con idéntica saña a la empleada en volar, incendiar y saquear edificios
    religiosos o culturales.

    El día 16 de octubre la batalla de Oviedo ha terminado. Y el clamor del pueblo que tanto horror
    ha padecido estalla delirante en el desfile de las fuerzas marroquíes, a cuyo frente marcha un
    hombre hasta la víspera sólo conocido de sus compañeros de armas y desde ahora respetado,
    admirado y ensalzado por España entera: el teniente coronel Yagüe, que ha entrado, bajo el
    arco triunfal del fuego y el heroísmo, en la Historia y en el Mito.

    * * *

    Vencida y arrojada de la capital asturiana, detenidos algunos de sus cabecillas y huidos otros,
    la horda roja no se rinde y reagrupa sus fuerzas en la montañosa y áspera provincia. Hay que
    perseguirla y reducirla, y a ello salen el 17 de octubre Yagüe y sus tropas. La columna Yagüe
    que ya ha ganado fama legendaria por sus proezas-y la de Solchaga emplean poco menos de
    un mes en ocupar y pacificar todos los pueblos de Asturias, a pesar de las sorprendentes
    contradicciones del general López Ochoa, quien acepta parlamentar y negociar de igual a igual
    con los mineros y los socialistas, sometiéndose incluso a algunas condiciones que éstos le
    imponen. A la ocupación de Trubia siguen las de Sama de Langreo, La Felguera, Ciaño, Santana,
    Sotondrio, Pola de Laviana y Mieres. Unas tras porfiados combates, otras sin casi disparar un
    tiro. La marcha de la columna Yagüe coincide con los avances de Solchaga y Balmes.

    La resistencia roja va decreciendo y la mirada aquilina del teniente coronel del pelo blanco y la
    bravura indómita comienza a advertir las más turbias maniobras para cortar las alas a la gran
    victoria militar. Algunos jefes de unidades combatientes, estupefactos ante las órdenes que
    reciben de López Ochoa-sumamente sospechosas y las declaraciones de varios prisioneros
    acuden a quejarse a Yagüe, a quien consideran el verdadero general en jefe, vista la tibieza, la
    cautela y la parcialidad de López Ochoa, acusado por la voz popular de ser instrumento de la
    masonería. Yagüe, después de observar mucho las actitudes del general, decide ponerlas en
    conocimiento del general Franco y del Gobierno, a quien escribe largamente todas sus
    sospechas. Mientras la carta va a Madrid a mano de un emisario de toda confianza, Yagüe
    continúa operando con brillantez y convirtiéndose en el ídolo de la Asturias nacional, lo que
    hace que los rojos empiecen a acumular acusaciones contra él.

    Ante la lenidad y pasividad de López Ochoa en la substanciación de procesos, ante su
    extremada deferencia con los cabecillas rojos y ante su espíritu de componendas y vacilaciones
    que esterilizan el gran triunfo de las armas, Yagüe no puede callar. Aún no ha tenido respuesta
    de Madrid y no ignora que la disciplina militar le impide tomar la actitud que le bulle en el
    alma. Sin embargo, se decide a hablar al general con su rotunda claridad castellana. ¡Era la vida
    de España la que estaba puesta en juego en aquellas horas, y un militar falangista como Yagüe
    no podía consentir que los contubernios de López Ochoa escarnecieran la memoria y la sangre
    de los mil y pico de asesinados o muertos en combate, pactando perdones, huidas y
    componendas con los criminales!

    En una violentísima entrevista-referida por el propio Yagüe y transcrita en la Historia de la
    Cruzada-en la que el héroe de Oviedo “llegó a empuñar la pistola ya sin seguro”, se habló de la
    traición que se fraguaba y del disgusto de los combatientes dispuestos a hacer cumplir la ley,
    pensando sólo en el bien de la Patria. Yagüe, con su voz tempestuosa y vibrante de santa
    cólera, conminó al general sujeto a las órdenes de las logias “a no salirse de la ley”, pues
    cuantas fuerzas de África le obedecían ciegamente no estaban dispuestas a permitir que nadie
    se burlara de ellas por compromisos políticos o de otra índole.

    López Ochoa no reaccionó como debía arrestando a Yagüe. Se limitó a hacerle salir del
    despacho. El teniente coronel, cuadrándose, saludó: -¡A sus órdenes! Mas, antes de salir
    añadió solemnemente: -Pero no olvide que aquí no solo hemos venido a combatir, sino a velar
    por las leyes que el Gobierno nos ha encargado defender.

    13-DESTITUIDO

    Junto a la gloria del triunfo, Yagüe ha de saborear la amargura de la injusticia. Pese a ser la
    figura más destacada de la campaña de Asturias-que merced a sus tropas y a su mando ha
    tenido un aire romántico de reconquista-los rojos y sus cómplices organizan y toleran que se
    desate una feroz campaña contra él y sus soldados.

    A pesar de que el ministro de la Guerra ha expresado su gratitud a cuantos en Asturias
    cumplieron su deber venciendo “a los que pretenden convertir un estado de democracia, de
    cultura y de paz en un sistema de violencia, de destrucción, de hambre y de dolor”, no sólo no
    se adopta medida alguna contra el general López Ochoa-“porque la situación política no lo
    permite”-, sino que éste intenta sumariar a Yagüe y privarle del mando de su columna. El
    proceso militar no prospera, pero Yagüe, destituido el 27 de noviembre, es trasladado a
    Madrid, y destinado al Regimiento de Infantería, número 1, de guarnición en Madrid.
    Es entonces cuando, en vista del rumbo catastrófico de la política española, Yagüe se acerca
    más y más a la Falange, única fuerza-escasa todavía-capaz de implantar revolucionariamente
    un orden nuevo, salvando los valores esenciales del espíritu español. Yagüe sabe cómo han
    combatido en Asturias, junto a los Regulares y los legionarios, los muchachos falangistas. Es
    muy probable que, al despedir el 5 de marzo de 1935 al general Franco, que marcha una vez
    más a Marruecos como general en jefe de sus fuerzas armadas, recibiera la misión de enlazar
    con José Antonio Primo de Rivera.

    Durante su mando en Madrid, Yagüe trabaja sin descanso con sus soldados, haciendo oír su
    voz pletórica de autoridad y experiencia en los círculos militares. Siguen los atentados y las
    provocaciones de los rojos, las zancadillas presidenciales y las crisis parlamentarias o de
    camarilla.

    14-PRIMERA MEDALLA MILITAR

    Al fin, el nuevo gobierno de Lerroux, formado en mayo de 1935, designa a Gil Robles ministro
    de la Guerra, y éste llama a Franco para encomendarle la Jefatura del Estado Mayor Central.
    Esta designación, que alarma y encoleriza a los rojos, llena de júbilo a los buenos militares y a
    los españoles patriotas, que adivinan en las primeras disposiciones tomadas por el general el
    firme propósito de devolver al Ejército su condición de “columna vertebral de la Patria” de que
    hablaba Calvo Sotelo, para lo cual las fuerzas armadas de tierra, mar y aire, habrán de ser como
    dice el punto cuarto del programa falangista-tan capaces y numerosas como sea preciso
    para asegurar a España en todo instante la competa independencia y la jerarquía mundial que
    le corresponde.

    Para lograrlo, Franco dicta disposiciones sobre organización y disciplina del Ejército, prepara un
    proyecto de ley sobre ascensos militares, reglamentando las aptitudes y cursos necesarios para
    adquirir capacidad de Mando y trazando un programa para organizar un Ejército eficaz y digno
    en el orden moral y material. Separa de sus puestos a generales y jefes extremistas o masones
    y crea un servicio de información anticomunista en los cuarteles. Vuelven a sus puestos los
    mejores generales, jefes y oficiales destituidos en las etapas anteriores y se hace una revisión
    de las condecoraciones concedidas por la campaña de Asturias. Yagüe, el ya legendario Yagüe,
    obtiene al fin su primera Medalla Militar individual, ganada por su temple y su valor frente al
    Oviedo crepitante del octubre rojo, y denegada una y otra vez por sus enemigos, que,
    naturalmente, son los enemigos de España.

    Yagüe, recuperada la salud, necesita la actividad de Marruecos. Sin embargo, Franco no accede
    todavía a sus deseos. Aun le hace falta en Madrid para muchas misiones delicadas, de
    confianza, que la lealtad acrisolada del compañero de Academia sabe cumplir como nadie.
    Yagüe lo comprende y se queda, colaborando oscuramente en cuanto su amigo y general le
    ordena...
    Última edición por ALACRAN; 30/09/2016 a las 18:13
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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