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Tema: Biografía del General Yagüe

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    Re: Biografía del General Yagüe

    ASTURIAS...

    11-YAGÜE ENTRA EN LA HISTORIA

    Durante el verano de 1934 los síntomas de una poderosa subversión roja se hacen visibles en
    la prensa, el mitin y en el mismo parlamento, donde los marxistas vociferan, amenazan y
    bravuconean, convencidos de que las medidas trituradoras de su sicario Azaña han reducido a
    la impotencia al Ejército. Necesitan un pretexto para lanzarse a un desenfreno de sangre y
    fuego, y se lo sirve en bandeja el presidente de la República al formar en 4 de octubre su
    enésimo Gobierno radical, en el que, constitucionalmente, da entrada a los hombres de la
    CEDA.

    Aquella misma noche, los jefes socialistas dan la orden de huelga general revolucionaria en
    toda España. Los separatistas catalanes aprovechan el momento para proclamar un Estat
    Catalá trágicamente cómico. En Asturias se levantan en armas con ferocidad salvaje todas las
    organizaciones de extrema izquierda, marxistas, sindicalistas y anarquistas, dispuestas a la más
    bárbara revolución libertaria.

    San Leonardo (Soria), alejado de las rutas principales, queda aislado. Yagüe se muere de
    impaciencia y rabia escuchando los alaridos de las radios de Barcelona y de Madrid. Maldice su
    enfermedad, que le ha apartado de los sitios donde haría falta su presencia… España arde por
    los cuatro costados y él no puede hacer nada. No hay un coche en el que trasladarse a Madrid,
    de enviar un mensaje…

    Pero no se le ha olvidado. Quien tiene que aconsejar y decidir sabe de sobra que, aun
    moribundo, Yagüe sería capaz de acudir al puesto de mayor peligro. Y quien lo sabe mejor que
    nadie es Francisco Franco, su compañero de promoción, su camarada de armas, su amigo de
    siempre.

    Providencialmente, Franco está en Madrid, y al anochecer del 6 de octubre ha sido llamado al
    Ministerio de la Guerra, donde se le ha dado a conocer la terrible situación de España. El
    historial de Franco le acredita de único hombre capaz de resolver las más insolubles
    “papeletas” militares.

    El ministro le expone la dificilísima situación, sobre todo en Asturias, cuyas guarniciones son
    escasas y a las que es casi imposible socorrer; las comunicaciones están cortadas por la horda
    rebelde que avanza sobre Gijón y Oviedo como alimaña hambrienta. Franco recuerda la
    geografía de Asturias, calcula y acaba por decidir como única solución la de enviar allá al
    Ejército de África: la Legión-su Legión; los Regulares-sus Regulares-. Se acepta la propuesta,
    pero descartando del mando al propio Franco, que ha de quedar en Madrid, en el Ministerio,
    para organizar la movilización ¿quién podrá ponerse al frente de las fuerzas expedicionarias de
    África? El general Franco responde: “El teniente coronel Yagüe”.

    Con estas palabras, el futuro Caudillo de España abría las puertas de la Historia a su gran
    amigo.

    12-YAGÜE EN ASTURIAS

    El 8 de octubre llega a San Leonardo un automóvil militar del que desciende un capitán
    preguntando cuál es la casa del teniente coronel Yagüe. El capitán desconocido viene de Soria
    con un pliego del comandante militar ordenando a Yagüe en nombre del ministro de la Guerra
    presentarse en la ciudad. Apenas llegado a Soria habla por teléfono con el general Franco,
    quien le pide con urgencia presentarse en el Palacio de Buenavista. No fue fácil el viaje porque
    la huelga general interceptaba las comunicaciones y hubo de requisarse un coche en el que
    Yagüe, con la pistola montada y sin escolta marchaba a toda velocidad.

    En el Ministerio de la Guerra recibe información de la tragedia asturiana. Los mineros se han
    apoderado de toda la cuenca y de la Fábrica de Armas de Trubia, proclamando la república
    libertaria, y avanzan sobre Oviedo al mando de Belarmino Tomás, Amador Fernández y
    González Peña, como una horda de forajidos. Dentro de Oviedo hay gran cantidad de jóvenes
    socialistas y comunistas combatiendo ya contra una exigua guarnición, que resiste heroica y
    desesperadamente.

    Yagüe se entera del plan de operaciones para auxiliar a Oviedo y restablecer el orden en el
    Principado: de Lugo y León han salido dos columnas no muy numerosas al mando de los
    generales López Ochoa y Bosch, que tropiezan con encarnizada resistencia, puentes volados,
    caminos interceptados. Se organiza en Navarra una tercera columna que mandará Solchaga, y
    están a punto de llegar a Gijón por vía marítima un batallón de Infantería procedente de El
    Ferrol y algunas fuerzas de Marruecos, más un batallón de Cazadores de África, número 8, y la
    Sexta Bandera de la Legión, que se unirán a las escasas tropas de la guarnición. En total
    vendrán a ser unos dos mil hombres. Esta columna es la que Yagüe debe mandar para realizar
    con rapidez fulgurante el movimiento que se le señala sobre el mapa.

    Yagüe ha de partir sin dilación en un avión militar que le conducirá a León, desde donde se
    trasladará a Gijón en un autogiro, ya que en dicha ciudad no hay aeródromo donde poder
    aterrizar.

    Así lo hace en la madrugada del día 10. Después de transbordar en León, toma tierra en la
    carretera del Musel y ordena al piloto que lo ha llevado-el teniente de navío Guitián-regresar a
    su base. Sólo, a pie y pistola en mano-pues por todas partes suenan disparos y se advierten
    huellas de combates recientes-, el teniente coronel “caído del cielo” se dirige hacia el Musel.
    En el camino tropieza con una camioneta en la que va un teniente del Tercio y dos legionarios
    que se asombran al reconocerle. Monta con ellos, se presenta al comandante militar de la
    plaza, y antes de una hora toma por vez primera el mando de los legionarios y contacto con los
    rojos que hostilizan el Llano. Durante todo el día, las tropas de Yagüe-electrizadas por su
    presencia y la breve arenga que les ha pronunciado-desalojan a los rebeldes de los edificios
    que ocupan-el Club de Regatas, la Comandancia de Marina, la Fábrica de Tabacos y el Palacio
    de Revillagigedo-, así como de las barriadas de Cimadevilla y el Llano, que dominan.
    Sin tomarse más que un ligero descanso, a las cinco y media de la mañana del día 11
    emprende el avance con su columna hacia Oviedo por la carretera y a toda marcha. El espíritu
    de la tropa es excelente y Yagüe se siente optimista, aunque consciente de su enorme
    responsabilidad.

    Ya de noche entra en Lugones y sigue avanzando hasta la Cobertería, sin sospechar que la
    columna de López Ochoa está muy próxima, atrincherada en el arrabal ovetense de la
    Corredoira. El combate violentísimo que se libra en las calles de Oviedo, los estampidos de la
    dinamita y el resplandor de los incendios enardecen a los legionarios deseosos de entrar a la
    bayoneta en la ciudad mártir. Pero Yagüe logra contenerlos hasta el mediodía del día 12, en
    que levanta la niebla y se incorporan a su hueste otra Bandera del Tercio y un tabor de
    Regulares, también desembarcados en Gijón. Una vez reunidas todas las fuerzas de que
    dispone, las despliega en línea de ataque. Su objetivo es ocupar el Manicomio e impedir que el
    enemigo continúe descendiendo del Naranco sobre la ciudad. El ataque tiene éxito. A las dos,
    el manicomio es de España. Poco más tarde, vienen en ayuda de Yagüe-que ha identificado
    como nacionales a las fuerzas de López Ochoa que ha roto el cerco rojo a la Corredoira y
    avanza hacia el cuartel de Pelayo-seis aviones. Comienza el asalto a la Fábrica de Armas de la
    Vega, operación durísima que trae a la memoria de los más curtidos veteranos de la Legión y
    los regulares las más arriesgadas operaciones marroquíes. Yagüe da ejemplo de bravura a sus
    soldados, revelándose al mismo tiempo como un habilísimo táctico. Entre los rojos,
    atemorizados por la presencia de las tropas de choque africanas, que jamás pensaron llegarían
    con tanta celeridad, empieza a cuajarse un sentimiento de odio contra el jefe que tan
    brillantemente las conduce.

    A media tarde, López Ochoa ha entrado en Oviedo, desgarrado por las explosiones y los
    incendios que destruyen sus bellezas artísticas y culturales-la Catedral, la Universidad, la
    Audiencia, el teatro Campoamor-y manda llamar a Yagüe al Gobierno civil. La entrevista de los
    dos jefes militares pone de manifiesto las incompatibilidades ideológicas del general y del
    teniente coronel, que repercuten en sus ideas estratégicas. Yagüe, comprendiendo muchas
    cosas, obedece por disciplina y durante toda una semana procede a la conquista de la ciudad,
    barrio por barrio, casi casa por casa. El enemigo es muy superior en número y ardorosamente
    fanático. Prefiere morir matando y destruyendo con la dinamita mejor que rendirse. Pero para
    el heroísmo de las tropas de Yagüe-arengada por su jefe- no hay obstáculo.

    Día tras día se lanzan a la bayoneta contra los objetivos señalados, despreciando la muerte.
    Así, sin descanso, ocupan sucesivamente la cárcel, las ruinas del Instituto volado por los
    dinamiteros; la estación del Norte-donde hacen prisioneros a muchos rojos que trataban de
    huir-, la iglesia de San Pedro de los Arcos, el depósito de aguas, el Hospital, el cementerio, el
    barrio de San Lázaro… Por todas partes el espectáculo de ruina, desolación, barbarie, ferocidad
    es dantesco. Los rojos han superado todas las marcas de odios, crueldad y falta de respeto a
    los sentimientos humanos. Guardias civiles y de Asalto, clérigos, seminaristas y paisanos han
    sido asesinados con idéntica saña a la empleada en volar, incendiar y saquear edificios
    religiosos o culturales.

    El día 16 de octubre la batalla de Oviedo ha terminado. Y el clamor del pueblo que tanto horror
    ha padecido estalla delirante en el desfile de las fuerzas marroquíes, a cuyo frente marcha un
    hombre hasta la víspera sólo conocido de sus compañeros de armas y desde ahora respetado,
    admirado y ensalzado por España entera: el teniente coronel Yagüe, que ha entrado, bajo el
    arco triunfal del fuego y el heroísmo, en la Historia y en el Mito.

    * * *

    Vencida y arrojada de la capital asturiana, detenidos algunos de sus cabecillas y huidos otros,
    la horda roja no se rinde y reagrupa sus fuerzas en la montañosa y áspera provincia. Hay que
    perseguirla y reducirla, y a ello salen el 17 de octubre Yagüe y sus tropas. La columna Yagüe
    que ya ha ganado fama legendaria por sus proezas-y la de Solchaga emplean poco menos de
    un mes en ocupar y pacificar todos los pueblos de Asturias, a pesar de las sorprendentes
    contradicciones del general López Ochoa, quien acepta parlamentar y negociar de igual a igual
    con los mineros y los socialistas, sometiéndose incluso a algunas condiciones que éstos le
    imponen. A la ocupación de Trubia siguen las de Sama de Langreo, La Felguera, Ciaño, Santana,
    Sotondrio, Pola de Laviana y Mieres. Unas tras porfiados combates, otras sin casi disparar un
    tiro. La marcha de la columna Yagüe coincide con los avances de Solchaga y Balmes.

    La resistencia roja va decreciendo y la mirada aquilina del teniente coronel del pelo blanco y la
    bravura indómita comienza a advertir las más turbias maniobras para cortar las alas a la gran
    victoria militar. Algunos jefes de unidades combatientes, estupefactos ante las órdenes que
    reciben de López Ochoa-sumamente sospechosas y las declaraciones de varios prisioneros
    acuden a quejarse a Yagüe, a quien consideran el verdadero general en jefe, vista la tibieza, la
    cautela y la parcialidad de López Ochoa, acusado por la voz popular de ser instrumento de la
    masonería. Yagüe, después de observar mucho las actitudes del general, decide ponerlas en
    conocimiento del general Franco y del Gobierno, a quien escribe largamente todas sus
    sospechas. Mientras la carta va a Madrid a mano de un emisario de toda confianza, Yagüe
    continúa operando con brillantez y convirtiéndose en el ídolo de la Asturias nacional, lo que
    hace que los rojos empiecen a acumular acusaciones contra él.

    Ante la lenidad y pasividad de López Ochoa en la substanciación de procesos, ante su
    extremada deferencia con los cabecillas rojos y ante su espíritu de componendas y vacilaciones
    que esterilizan el gran triunfo de las armas, Yagüe no puede callar. Aún no ha tenido respuesta
    de Madrid y no ignora que la disciplina militar le impide tomar la actitud que le bulle en el
    alma. Sin embargo, se decide a hablar al general con su rotunda claridad castellana. ¡Era la vida
    de España la que estaba puesta en juego en aquellas horas, y un militar falangista como Yagüe
    no podía consentir que los contubernios de López Ochoa escarnecieran la memoria y la sangre
    de los mil y pico de asesinados o muertos en combate, pactando perdones, huidas y
    componendas con los criminales!

    En una violentísima entrevista-referida por el propio Yagüe y transcrita en la Historia de la
    Cruzada-en la que el héroe de Oviedo “llegó a empuñar la pistola ya sin seguro”, se habló de la
    traición que se fraguaba y del disgusto de los combatientes dispuestos a hacer cumplir la ley,
    pensando sólo en el bien de la Patria. Yagüe, con su voz tempestuosa y vibrante de santa
    cólera, conminó al general sujeto a las órdenes de las logias “a no salirse de la ley”, pues
    cuantas fuerzas de África le obedecían ciegamente no estaban dispuestas a permitir que nadie
    se burlara de ellas por compromisos políticos o de otra índole.

    López Ochoa no reaccionó como debía arrestando a Yagüe. Se limitó a hacerle salir del
    despacho. El teniente coronel, cuadrándose, saludó: -¡A sus órdenes! Mas, antes de salir
    añadió solemnemente: -Pero no olvide que aquí no solo hemos venido a combatir, sino a velar
    por las leyes que el Gobierno nos ha encargado defender.

    13-DESTITUIDO

    Junto a la gloria del triunfo, Yagüe ha de saborear la amargura de la injusticia. Pese a ser la
    figura más destacada de la campaña de Asturias-que merced a sus tropas y a su mando ha
    tenido un aire romántico de reconquista-los rojos y sus cómplices organizan y toleran que se
    desate una feroz campaña contra él y sus soldados.

    A pesar de que el ministro de la Guerra ha expresado su gratitud a cuantos en Asturias
    cumplieron su deber venciendo “a los que pretenden convertir un estado de democracia, de
    cultura y de paz en un sistema de violencia, de destrucción, de hambre y de dolor”, no sólo no
    se adopta medida alguna contra el general López Ochoa-“porque la situación política no lo
    permite”-, sino que éste intenta sumariar a Yagüe y privarle del mando de su columna. El
    proceso militar no prospera, pero Yagüe, destituido el 27 de noviembre, es trasladado a
    Madrid, y destinado al Regimiento de Infantería, número 1, de guarnición en Madrid.
    Es entonces cuando, en vista del rumbo catastrófico de la política española, Yagüe se acerca
    más y más a la Falange, única fuerza-escasa todavía-capaz de implantar revolucionariamente
    un orden nuevo, salvando los valores esenciales del espíritu español. Yagüe sabe cómo han
    combatido en Asturias, junto a los Regulares y los legionarios, los muchachos falangistas. Es
    muy probable que, al despedir el 5 de marzo de 1935 al general Franco, que marcha una vez
    más a Marruecos como general en jefe de sus fuerzas armadas, recibiera la misión de enlazar
    con José Antonio Primo de Rivera.

    Durante su mando en Madrid, Yagüe trabaja sin descanso con sus soldados, haciendo oír su
    voz pletórica de autoridad y experiencia en los círculos militares. Siguen los atentados y las
    provocaciones de los rojos, las zancadillas presidenciales y las crisis parlamentarias o de
    camarilla.

    14-PRIMERA MEDALLA MILITAR

    Al fin, el nuevo gobierno de Lerroux, formado en mayo de 1935, designa a Gil Robles ministro
    de la Guerra, y éste llama a Franco para encomendarle la Jefatura del Estado Mayor Central.
    Esta designación, que alarma y encoleriza a los rojos, llena de júbilo a los buenos militares y a
    los españoles patriotas, que adivinan en las primeras disposiciones tomadas por el general el
    firme propósito de devolver al Ejército su condición de “columna vertebral de la Patria” de que
    hablaba Calvo Sotelo, para lo cual las fuerzas armadas de tierra, mar y aire, habrán de ser como
    dice el punto cuarto del programa falangista-tan capaces y numerosas como sea preciso
    para asegurar a España en todo instante la competa independencia y la jerarquía mundial que
    le corresponde.

    Para lograrlo, Franco dicta disposiciones sobre organización y disciplina del Ejército, prepara un
    proyecto de ley sobre ascensos militares, reglamentando las aptitudes y cursos necesarios para
    adquirir capacidad de Mando y trazando un programa para organizar un Ejército eficaz y digno
    en el orden moral y material. Separa de sus puestos a generales y jefes extremistas o masones
    y crea un servicio de información anticomunista en los cuarteles. Vuelven a sus puestos los
    mejores generales, jefes y oficiales destituidos en las etapas anteriores y se hace una revisión
    de las condecoraciones concedidas por la campaña de Asturias. Yagüe, el ya legendario Yagüe,
    obtiene al fin su primera Medalla Militar individual, ganada por su temple y su valor frente al
    Oviedo crepitante del octubre rojo, y denegada una y otra vez por sus enemigos, que,
    naturalmente, son los enemigos de España.

    Yagüe, recuperada la salud, necesita la actividad de Marruecos. Sin embargo, Franco no accede
    todavía a sus deseos. Aun le hace falta en Madrid para muchas misiones delicadas, de
    confianza, que la lealtad acrisolada del compañero de Academia sabe cumplir como nadie.
    Yagüe lo comprende y se queda, colaborando oscuramente en cuanto su amigo y general le
    ordena...
    Última edición por ALACRAN; 30/09/2016 a las 18:13
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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    Re: Biografía del General Yagüe

    CRUZADA DE LIBERACIÓN...


    15-HACIA EL FRENTE POPULAR

    Desgraciadamente, el Gobierno-presidido por Lerroux, y en el que desempeña la cartera de
    Gobernación el tenebroso y vacilante Portela Valladares-no está a la altura de las
    circunstancias y claudica una y otra vez ante las imposiciones de Alcalá Zamora y las exigencias
    de los revolucionarios amnistiados, indultados o absueltos, que, en su mayor parte, han vuelto
    a sus puestos en la cátedra, los organismos sindicales y el Parlamento. Los esfuerzos titánicos
    del general Franco no bastan para contener la ola revolucionaria. Todo es inútil, y ya no queda
    otro recurso que elegir entre la revolución roja o la revolución nacional. Así lo da a entender
    Franco, el 10 de noviembre, a 150 jefes y oficiales de su promoción, reunidos en Toledo en el
    patio del Alcázar, “altar del Ejército, de España y de la Historia”, cuando expresa su emoción y
    dice a sus queridos compañeros el coronel Manso y los tenientes coroneles Yagüe y Rueda:
    “Con soldados como vosotros, la Patria sería grande.”

    Después de una y otra crisis parciales, el Parlamento, agitado por toda clase de escándalos, y el
    nuevo gobierno, presidido por Chapaprieta, carecen de autoridad y eficiencia. Hay que tirar
    por la calle de en medio, y eso es lo que hace Alcalá Zamora al rendirse y entregar la plaza. “En
    ella entró-dice Joaquín Arrarás en su biografía del Caudillo-en el caballo masónico, nuevo
    artilugio de Troya, la figura lacia, exangüe y maligna de Portela, ese hombre espectral, de
    noche de ánimas, personaje señalado por el Destino para la más trágica de las funciones: para
    abrir la puerta por donde habrían de entrar los jinetes del Apocalipsis.”

    El 14 de diciembre, Portela es presidente del Consejo de ministros y ministro de la Guerra el
    general Molero. Ambos, llenos de temores a un golpe de Estado conservan a Franco-ya
    esperanza de España-en su puesto. Las Cortes se disuelven el 7 de enero del 36. La revolución
    hierve mientras se inicia la campaña electoral. A pesar del optimismo jactancioso de ciertos
    elementos de derechas, el triunfo del Frente Popular es inminente. Se avecinan nuevos días de
    terror y, como en 1934, otra vez tendrá que ser el Ejército de África el que dé la clave para la
    solución del drama. El glorioso Ejército de África al que ahora se insulta bárbaramente en los
    periódicos rojos por su intervención en Asturias. Yagüe y sus legionarios llegan a ser calificados
    de “cuadrilla de patibularios”.

    Franco comprende la necesidad de enviar a Marruecos a un hombre de su absoluta confianza.
    Nadie mejor que Juan Yagüe. Antes de que sea tarde, el Jefe de Estado Mayor propone al
    nuevo ministro el nombre de Yagüe para el mando de la Segunda Legión del Tercio. Yagüe se
    incorpora a su nuevo destino el día 4 de febrero, después de recibir instrucciones concretas del
    que muy pronto será su Generalísimo, y el carnet de primera línea de la Falange de Marruecos,
    que le entrega el propio José Antonio.

    Poco más tarde, al triunfar el Frente Popular en las elecciones del día 16, Portela Valladares
    dimite horrorizado y Alcalá Zamora entrega el poder a Azaña. Una de las primeras medidas de
    éste es separar de sus cargos de jefe del Ejército de África y de jefe del Estado Mayor Central a
    los generales Mola y Franco, a quienes destina, respectivamente, a Navarra y a la
    Comandancia General de Canarias, a cuyos puestos deben incorporarse urgentemente.
    El disciplinado general Franco obedece, no sin antes advertir con toda serenidad a Alcalá
    Zamora y al propio Azaña de todos los peligros que amenazan a la Patria y de su firme
    propósito de no consentir, dondequiera que se encontrase, la implantación del comunismo.
    Tras de lo cual, y de celebrar una reunión con Mola y otros generales, hizo saber a José
    Antonio Primo de Rivera su deseo de que la Falange continuara en relación constante con él
    por el enlace de su hombre de confianza, el teniente coronel don Juan Yagüe.

    16-MANIOBRAS DEL ‘LLANO AMARILLO’

    Rápidamente se suceden los acontecimientos. Primo de Rivera ha sido encarcelado y disuelta
    la Falange, a pesar de los fallos que acerca de su legitimidad han dictado los Tribunales de
    Justicia. En un discurso en Cuenca, el socialista Indalecio Prieto ha hecho los máximos elogios
    del general Franco, diciendo que “llega a la fórmula suprema del valor” y que “es hombre que
    en un momento dado puede acaudillar, con el máximo de probabilidades, todas las que se
    derivan de su prestigio personal, un movimiento de este género”. Alcalá Zamora ha sido
    despedido violentamente de la presidencia de la República y en su lugar ha ocupado
    interinamente el cargo Martínez Barrio y ahora se va a elegir a Azaña. Y el siniestro Casares
    Quiroga, jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, “al servicio de la blasfemia y la ordinariez”,
    como decía José Antonio, se ha declarado “beligerante contra el fascismo” y se entrega con
    frenesí a “depurar” al Ejército, destituyendo y apartando de sus mandos a numerosos jefes,
    oficiales y clases desafectos.

    Yagüe-cuya labor en África para evitar las infiltraciones marxistas y organizar unas juntas de
    guarnición pone de manifiesto su firme oposición a los designios revolucionarios-es llamado a
    Madrid a primeros de junio. Casares, temeroso de una reacción violenta de los legionarios y los
    regulares, a quienes la figura del héroe de Asturias galvaniza, no se ha atrevido a destituirle
    como a tantos otros. Después de Franco y Mola, Yagüe es el jefe militar más prestigioso entre
    los buenos españoles y más aborrecido por los rojos, que llaman “la hiena de Asturias” a aquel
    hombre todo nobleza, generosidad y bondad. Las hordas exigen “el encarcelamiento de ese
    verdugo del pueblo, enemigo declarado del régimen republicano”, pero Casares Quiroga, aun
    sabiendo el peligro que es conservarle en Marruecos, vacila y prefiere actuar con astucia,
    empleando la adulación y el soborno con quien estaba inmunizado contra tales armas.

    La Historia de la Cruzada relata así la entrevista del teniente coronel de corazón de león y el
    viperino y siniestro jefe rojo, que, al recibirle en su despacho, empieza colmándole de elogios y
    palabras de admiración y estima:
    “-¿Cómo está el Ejército en Marruecos?-le pregunta cuando cree a su interlocutor propicio a
    una conversación amistosa.
    “-El malestar va en aumento, señor ministro: los principales mandos están en poder de
    ineptos, indignos y adulones, lo cual desmoraliza al Ejército.
    “La réplica violenta del jefe militar no desconcierta al ministro. Casares calla y queda
    pensativo.
    “-Le he llamado-dice luego-para ofrecerle un puesto que le sea grato en España o en el
    extranjero… Yo supongo que usted debe sentirse ya un poco fatigado en África. No será difícil
    encontrarle el cargo que se acomode a su vocación y a sus gustos…
    “-Le agradezco, señor ministro, pero de verdad que no apetezco otro cargo que el de jefe de la
    Segunda Legión.
    “Insiste Casares, astuto, insinuante. La respuesta de Yagüe es tajante:
    “-De tener que abandonar África sería para retirarme…
    “Al día siguiente, el teniente coronel Yagüe recibe orden de incorporarse a África, para seguir
    mandando la Segunda Legión”.

    Vuelto a Marruecos, Yagüe refiere cuanto ha visto y oído en la Península y reparte entre sus
    oficiales que aun no la conocen la magnífica carta de José Antonio a los militares fechada en 4
    de mayo y los números del clandestino No Importa, boletín de los días de persecución con el
    que la Falange mantiene tensa a España. Persecución que culmina en la orden del director
    general de Seguridad, Alonso Mallol, de “no dejar vivo a un solo fascista”. Persecución inútil
    porque en España “empieza a amanecer” y nada ni nadie será capaz de detener la salida del
    sol.

    Así que a preparar las maniobras que, quieran o no quieran Casares Quiroga y el alto comisario
    accidental, Álvarez Buylla, se han de celebrar del 5 al 12 de julio en el Llano Amarillo, en las
    que se reunirán las mejores fuerzas de Marruecos: seis Banderas de la Legión, diez tabores de
    Regulares, seis de la Mejala, siete batallones de Infantería, diez escuadrones de Caballería, seis
    baterías de Artillería… Casi veinte mil hombres disciplinados, entusiastas, bien adiestrados por
    una oficialidad espléndida, llena de vocación castrense y patriotismo.

    Álvarez Buylla teme no sabe qué, pero teme algo, y lo comunica a Madrid. Madrid también
    teme algo y vacila. Pero, finalmente, ordena que se celebren las maniobras para que, así, los
    militares “cambiando de aires, no se preocupen de política”.

    Las maniobras del Llano Amarillo, al pie de los montes y los cedros de Ketama, habían sacado,
    sí, de los cuartos de banderas a los oficiales. Pero al cambiar de aires no cambiaban de ideales.
    Y, en efecto, no se preocupaban de política porque una Cruzada por Dios y por España era
    mucho más que política.

    La tienda de campaña de Yagüe en el Llano Amarillo es, entre los días 5 y 12 de julio, el
    verdadero corazón de España. Y su palabra iluminada de profecías, la que ilusiona de glorias a
    cuantos le rodean, que se llaman Soláns, Bautista Sánchez, Asensio, Bartomeu, Barrón, Zanón,
    Castejón, Ríos Capapé, Mizzian, Gazapo, Medrano, Delgado, etc.
    -¡Supongo que sabrán ustedes que vamos a sublevarnos!-les dice.
    Todos lo sabían y todos estaban dispuestos a morir por España si era menester.
    -Pero no para un pronunciamiento romántico y estéril, sino para realizar la Revolución
    Nacional que España necesita, la Cruzada de salvación que la Patria espera de sus hijos
    soldados…

    Se van cumpliendo con precisión todos los supuestos tácticos por el día y perfilándose por la
    noche en la tienda de Yagüe los detalles del Alzamiento.

    El día 12 terminan las maniobras, que han puesto de manifiesto la perfecta preparación de
    aquellas tropas. Hay un desfile marcialísimo y un banquete de gala, en el que
    espontáneamente, y ante el asombro de los no conjurados, un grito ensordecedor atruena el
    espacio: -¡Café! ¡Café! ¡Café! (Que quiere decir: “Camaradas, Arriba Falange Española.”)
    Lejos, en otras mesas de suboficiales y sargentos, hay vivas al Ejército rojo. Aquí cantan el
    himno de Riego. Allí, el de la Academia de Infantería. Se barruntan la Internacional y el Cara al
    Sol.

    Aquella noche de domingo, mientras los oficiales y soldados descansan y Yagüe vela
    escribiendo a Franco y a Mola para darles cuenta del Espíritu del Ejército de África y solicitar
    las últimas consignas, muere en Madrid, cobardemente asesinado, José Calvo Sotelo.
    El día 13 la noticia es conocida en el ancho campamento y solivianta los ánimos. A duras penas,
    Yagüe contiene a sus oficiales, obligándoles a emprender el regreso de las unidades a sus
    bases: Riffien, Río Martín, Drius, Tauima, Segangan, desde donde habrá que saltar sobre el
    Estrecho a liberar a España de la cuadrilla de asesinos que la martiriza.

    El 17, el principal enlace de Yagüe en Madrid recibe un telefonema procedente de Tetuán
    conteniendo la felicitación por su santo a un hombre de nombre y apellidos vulgares, firmado
    por otro de nombre no menos corriente. No hay que consultar clave alguna. El número de
    letras de cada uno de los nombres indica rotundamente la hora H y el día D en que el Ejército
    de África se ha sublevado. Se ha iniciado en Melilla por Yagüe a las cinco de la tarde. Con tanta
    celeridad se han cumplido las órdenes, que a las autoridades gubernamentales no les ha dado
    tiempo de reaccionar. A las once de la noche, Melilla es la primera ciudad de la España
    Nacional. A las dos de la madrugada del 18, la guarnición de Tetuán se unía al Movimiento.
    Yagüe se traslada a Ceuta, en cuya plaza –ya también de España-asume el cargo de
    comandante general y la dirección del Alzamiento, designando a las personas que han de
    hacerse cargo de los puestos ocupados por el Frente Popular, ordenando a todas las de
    Tetuán, Larache, Alcazarquivir y Xauen, poner en práctica, en veinte horas, todas las
    instrucciones recibidas.

    17-EL MOVIMIENTO EN MARCHA

    Yagüe es incansable. En realidad, puede decirse que apenas ha dormido desde que empezaron
    las maniobras del Llano Amarillo. Ahora se ocupa del embarco de las primeras tropas que han
    de enviarse a la Península, donde, a juzgar por las noticias que se reciben, no ha triunfado el
    Movimiento en todas partes, por fallos inexplicables. La situación es difícil y son menester
    energía y serenidad, virtudes que, a Dios gracias, no faltan al valentísimo soldado. Hace venir a
    Ceuta la Quinta Bandera de la Legión mandada por Castejón y destacada en Zoco el Arbaa.
    Organiza la primera expedición de un tabor y un escuadrón de Regulares a Cádiz, e
    inmediatamente otra con destino a Algeciras. La escuadra y la aviación rojas amenazan los
    puertos marroquíes.

    Pero, poco a poco, las noticias que se van captando por la radio anuncian la alta fiebre
    patriótica de España, despierta al fin de la horrorosa pesadilla frentepopulista. Suenan voces
    amigas en Valladolid, Pamplona, Coruña, Salamanca, Oviedo, Burgos, Ávila, Segovia, Cáceres,
    Zamora, Palma de Mallorca, Santa Cruz de Tenerife. Se desgañitan vociferando las gargantas
    enemigas en los micrófonos de las de Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Málaga, Gijón,
    Bilbao… Yagüe contempla con ansiedad los mapas: España aparece dividida en dos mitades
    que costará un trabajo enorme limpiar, soldar y unificar. La victoria será de los creyentes. Dios
    está con los que las radios rojas llaman rebeldes, facciosos, traidores y criminales. Sí; Dios está
    con los que sufren en las cárceles y mueren en las calles gritando “¡Arriba España!”, pero el
    corazón de Yagüe se acongoja esperando la llegada de Franco, que debe venir en avión desde
    Canarias.

    Al fin, llega el Caudillo al aeródromo tetuaní. Las fuerzas de la Legión presentan armas a su
    capitán, a su comandante, a su teniente coronel, a su coronel y a su general, que-muy pronto s
    erá también su Generalísimo. Saludos. Abrazos. Yagüe señala a aquellos hombres despechugados,
    que esperan la voz de avanzar para lanzarse al combate vitoreando la muerte. Ahora están silenciosos,
    erguidos, expectantes. Franco les mira como un padre a unos hijos de quienes está orgulloso. Ellos le ven
    como los hijos al padre venerado. Yagüe se los ofrece, interpretando el golpear de sus
    corazones: -“¡Aquí tienes a la Legión con cuyo mando me honraste! Son tus legionarios. Tú,
    que tantas veces los has llevado a la victoria, condúcelos de nuevo al triunfo, por el honor de
    España”.

    Y a renglón seguido, pensando en que la noticia llevará un presagio de victoria a toda España:
    -“Pero en seguida es necesario hacer saber a las fuerzas de tierra y mar que has llegado a
    Tetuán y que eres el general en jefe de la Cruzada”.

    El 26 de julio, y por orden de Franco, se hace cargo del mando de la Inspección del Tercio y el
    día 29 de la Comandancia y Circunscripción militar de Ceuta, en los que cesa el 7 de agosto, en
    que marcha a la Península para ponerse al frente de una Agrupación de columnas recién
    organizadas, que tienen la misión de avanzar desde Sevilla hacia el Norte para liberar Toledo y
    enlazar en Madrid con las de Navarra y Castilla, asentadas firmemente en Somosierra y el Alto
    de los Leones.

    18-EN LA PENÍNSULA, HACIA MADRID

    El mismo día 7 inicia las operaciones, que constituirán una sucesión ininterrumpida de éxitos
    hasta las mismas puertas de la capital, venciendo una tras otra, con su escasa y valerosa
    hueste, a cuantas fuerzas rojas tratan de contener su impetuoso y arrollador avance. Durante
    los meses de agosto, septiembre y octubre de 1936, el nombre de Yagüe llena el ámbito de las
    dos Españas: la Nacional, que vibra jubilosa con sus conquistas, y la roja, en la que produce
    estremecimientos de pánico. En una y en otra zona se mezclan lo real y lo fabuloso, rodeando
    la figura del libertador de tantos pueblos de Sevilla, Huelva y Badajoz con ese hato de los
    grandes capitanes de leyenda. De él se contaban, y las repetía el eco convirtiéndolas en clamor
    de epopeya, hazañas dignas de un Gonzalo de Córdoba, un Diego García de Paredes, un
    Hernán Cortés. Con su camisa azul y su gorro legionario, los caminos de media España le ven
    cruzar infatigable en una guerra sin cuartel ni descanso, en la que es necesario ganar tiempo al
    tiempo.

    Las arengas de Yagüe electrizan a cuantos las oyen. Su laconismo escalofriante, impregnado de
    emoción o teñido de ironía, repercute en los corazones como un romance de otros tiempos. En
    vísperas del asalto a Badajoz, se le atribuía esta alocución estupenda:
    -¡Caballeros legionarios! Los rojos afirman que no sois soldados, sino frailes disfrazados.
    ¡Entrad a Badajoz a decir misa!

    Pero cuando, después de la tremenda batalla en la que de la famosa 16ª compañía de la
    Cuarta Bandera de la Legión quedó tan solo un escaso puñado de hombres a quienes Franco
    desde Tetuán ha concedido la Medalla Militar, Yagüe es incapaz de hablar. Formados en una
    explanada, ennegrecidos por el sol, el sudor, el polvo y la sangre sus rostros y sus brazos,
    desgarrados los calzones y las camisas, los pocos supervivientes de la gesta esperan firmes,
    mientras redoblan los tambores, voltean las campanas y tremolan las banderas que ahora son
    sí ya las de España. Yagüe avanza y se sitúa frente a ellos.

    -¡Caballeros legionarios!-grita. Pero la voz se le quiebra de congoja y duda. ¿Les felicitará
    porque viven todavía o les arengará para que se dispongan a morir tal vez mañana?... El
    corazón se le desgarra mirándolos tan jóvenes y tan valientes. Hay que decir algo y no puede.
    Una pausa larguísima. Todos los ojos clavados en él ven brillar en los suyos los cristales de las
    lágrimas, que parecen clavársele en la garganta.
    –Hijos míos… ¡Qué buenos sois!. Eso es todo, y basta para enardecer a los magníficos soldados
    y al magnífico pueblo, que estalla en un clamor frenético.

    * * *

    La Agrupación de columnas que manda Yagüe-formada por tres que mandan Asensio, Castejón
    y Barrón-continúa su avance fulgurante por tierras extremeñas hasta Talavera de la Reina, a la
    que los rojos han convertido en Talavera del Tajo. Durísimas son las jornadas que culminan en
    la toma de esta importante ciudad. La derrota roja se convierte en desastre. Los milicianos
    huyen perseguidos por la Aviación y la Caballería nacional en una desbandada incontenible.
    Las carreteras por las que avanza Yagüe presentan los síntomas de la confusión y el caos. De
    seguir así, Madrid ha de caer por la fuerza.

    El 12 de octubre-a los dos años justos de la toma de Oviedo-, ya liberado el Alcázar de Toledo,
    hay una reorganización de fuerzas dispuesta por Franco. El vencedor de Mérida, Badajoz,
    Guadalupe, Navalmoral, Oropesa, Talavera y Maqueda recibe el mando del ala izquierda de
    aquella gran unidad que ha de emprender la toma de Madrid, de cuya provincia va ocupando
    uno a uno los pueblos desiertos, saqueados, semiderruidos. Va cayendo el otoño, y sobre la
    camisa hay que ponerse cazadora. Yagüe tose, se fatiga, siente que le hierve el corazón y se le
    rompen las entrañas. Pero no accede al descanso que le aconsejan los médicos y permanece
    en pie horas y horas con sus soldados en la primera línea de fuego con el Estado Mayor en el
    puesto de mando, combatiendo, estudiando, organizando. Madrid está a la vista, casi al
    alcance de la mano. En Madrid están la victoria y la paz. Descansará en Madrid.

    Continúa la batalla por la capital. La desilusión del 7 de noviembre es tan grande en los que
    avanzaban sobre ella como en quienes dentro de ella sufren el martirio rojo. Se desiste del
    asalto para organizar el cerco (las tropas nacionales son escasas y se sabe que en Albacete el
    comunista francés Marty ha terminado el adiestramiento de unas brigadas internacionales de
    ex presidiarios y asesinos, de los que muchos llegarán a ser jefes de Estado andando el
    tiempo). El 16 de diciembre las tropas de Yagüe entran en la Ciudad Universitaria: la operación,
    cruenta, cuesta muchas bajas. En su puesto de la Casa de Campo, Yagüe sufre un ataque al
    corazón que pone en riesgo su vida. Sólo entonces consiente en entregar el mando y retirarse
    a la retaguardia para ponerse en tratamiento. El mismo día se le concede el empleo de coronel
    por méritos de guerra.

    19-DE LA MARAÑOSA A BRUNETE

    El coronel Yagüe, enflaquecido, demacrado, fatigoso, alejado de sus soldados por culpa de
    aquella dolencia-de la que jamás se curaría-, se consume en la inacción de la retaguardia.
    Sobre todo, las primaras Navidades de la guerra-las patéticas Navidades de 1936-son para él
    días de tristeza y melancolía. ¿Por qué la Muerte ronda ahora su sillón y le despreció cuando
    tanto la buscaba en África y Asturias?

    Lentamente, su fuerte naturaleza de campesino pinariego va aplacando-que no venciendo-a la
    traidora enfermedad. En febrero de 1937 Yagüe está en Salamanca, por cuya Plaza Mayor va
    despertando admiraciones su figura.

    La guerra es cada día más áspera y violenta. Yagüe pide volver al frente una y otra vez. Pero
    sólo cuando los informes médicos son favorables, Franco, Generalísimo de los Ejércitos, accede
    a sus deseos y le concede otro mando difícil y peligroso: el de la brigada que guarnece el sector
    de La Marañosa en el frente de Madrid. La Marañosa, el Pingarrón, los olivares del Jarama,
    donde el enemigo acaba de atacar con furiosa violencia y gran aparato bélico para impedir el
    propósito de Franco de completar el cerco de Madrid. Yagüe recibe el mando de la división
    número 4. Las unidades de Yagüe-banderas de la Legión y de Falange, Tercios de Requetés y
    tabores de Regulares, batallones de soldados bisoños-resisten tenazmente las oleadas de
    tanques y grandes masas de fanáticos internacionales.

    A principios de mayo, un plan de operaciones en el sector de Toledo es aprobado por el
    Cuartel General del Generalísimo, y Yagüe lleva a cabo una concentración de fuerzas que
    emprenden un ataque por el sur del Tajo, ocupando importantes posiciones. Rápidamente, los
    rojos organizan un contraataque en masa, en el que intervienen veintiún batallones y artillería,
    tanques y aviación. Toledo vive unos instantes gravísimos en los días 9, 10 y 11, hasta que
    Yagüe acude personalmente con sus mejores fuerzas, obligando al enemigo a retroceder.
    Toledo aclama a Yagüe como un verdadero libertador. El coronel, que ha instalado su Cuartel
    General en Yuncos, adquiere en Toledo inmensa popularidad. El 8 de junio se le confiere
    accidentalmente el mando del glorioso primer Cuerpo de Ejército de Madrid, que parece
    destinado por algún tiempo a la inmovilidad, por estar en su momento culminante en aquellos
    días la ofensiva del Norte.

    El 19 de junio, el coronel Yagüe en persona acude a Toledo para dar cuenta al pueblo desde el
    balcón de la Jefatura Provincial, sito en la destrozada plaza de Zocodover, de la caída de Bilbao.
    Pocas veces la elocuencia de Yagüe alcanzó mayores cimas de emoción que al comunicar a
    legionarios y falangistas cual había de ser la conducta con los “rojillos que cayeran en su poder.
    Al terminar su arenga de generosidad y hermandad española, los ojos de Yagüe estaban
    húmedos. ¡La “hiena de Asturias”, “el verdugo de Badajoz”, como seguían llamándole los
    marxistas, sólo pensaba en hacer de los pobres “rojillos” engañados hombres honrados para
    una Patria decidida a proporcionar a todos sus hijos el pan y la justicia!

    El 5 de julio, mientras las columnas del Norte prosiguen su avance hacia Santander, los rojos
    desencadenan una tremenda ofensiva contra las posiciones del sector noroeste del frente de
    Madrid entre El Escorial y la carretera de Toledo. En total, unos ciento cincuenta mil hombres
    contando con las reservas de Madrid-, ciento ochenta carros, cien aviones y poderosa
    artillería. Yagüe, nombrado en propiedad jefe del primer Cuerpo del ejército de Madrid, muy inferior en
    número, se enfrenta con la formidable avalancha. El día 5 los rojos obligan a retroceder a los
    nacionales, creando una bolsa-han aprendido la genial estrategia de Franco-que se detiene
    incomprensiblemente-a cinco k¡lómetros de Navalcarnero. El 6 ocupan Brunete. Durante
    cuatro o cinco días-de un espantoso calor-el frente es un verdadero infierno. Las tropas de
    Yagüe-uno contra diez-se baten con un heroísmo desesperado que desconcierta al enemigo. El
    propio Generalísimo acude al teatro de operaciones con su Estado Mayor y toma la dirección
    de la batalla. A las fuerzas de Yagüe se han unido otras al mando de Varela, restadas a otro
    frente.

    La resistencia inverosímil de Yagüe ha desconcertado a los rojos. A partir del día 10 va
    decreciendo el ímpetu de sus ataques, en los que no obtienen fruto posible. El 18 las tropas de
    Franco emprenden la contraofensiva. El 24, Brunete-en ruinas-es reconquistado por los
    nacionales, que cruzan el río Guadarrama. Los rojos, diezmados-se calculan en 30.000 sus
    bajas-y desmoralizados, desisten de su sueño de romper el frente de Madrid. Cincuenta carros
    de combate rusos han caído en poder de Franco.

    Yagüe explicó acertadamente por qué el primer empujón rojo se detuvo a las puertas de
    Navalcarnero, nudo principal de comunicaciones, desguarnecido y deshabitado:
    -Han perdido la batalla de Brunete y perderán la guerra, porque de nada les servirán el
    material ruso, los Estados mayores franceses, las Brigadas Internacionales y los soldados
    “rojillos”, que son los mejores del mundo después de los nuestros, si no tienen eso que Franco
    ha creado para nuestro Ejército: espíritu de audacia y mandos inferiores. Con tres secciones al
    mando de tres de nuestros alféreces provisionales habrían ocupado Navalcarnero y ni tú ni yo
    estaríamos ahora tomando café en Yuncos. Habrían llegado a Ávila y Toledo… Por eso te digo
    que Dios está “descaradamente” con nosotros.

    20-EL CUERPO DE EJÉRCITO MARROQUÍ

    A finales de 1937, el frente Norte ha desaparecido. La victoria espera al Ejército nacional en las
    playas de Levante.

    Franco ha convertido en un poderoso Ejército a las escasas fuerzas con que comenzó la guerra.
    Bajo sus banderas de unidad se agrupan casi un millón de muchachos de diecinueve a veintiún
    años, llenos de ardor combativo con una oficialidad magnífica. Aparte de las unidades más
    pequeñas que guarnecen los frentes estabilizados-Andalucía, Extremadura y Madrid-, se
    organizan cinco grandes unidades con destino a la gran operación final. Estas unidades son: 1º,
    el Cuerpo de ejército de Navarra, que manda Solchaga; 2º, el de Aragón, que manda
    Moscardó; 3º, el de Castilla, al mando de Varela; 4º, el de Galicia, que lleva a su frente a
    Aranda; y 5º, el Cuerpo de ejército marroquí, cuya dirección se encomienda a Yagüe el 3 de
    noviembre de 1937.

    El día 8 se hace cargo de su nueva unidad en Zaragoza, donde instala su Cuartel General, que
    días más tarde-el 21-traslada a Daroca. El 7 de diciembre marcha a Atienza (Guadalajara) a
    comenzar los preparativos de una gran operación a fin de asegurar ulteriores avances hacia el
    mar.

    Los rojos, sospechando alguna maniobra nacional desencadenan una fuerte operación sobre
    Teruel, débilmente guarnecida, con varias divisiones de choque de anarcosindicalistas e
    internacionales. Tras un momento de estupor, el Ejército nacional pasa a la ofensiva el 19 de
    enero de 1938. Yagüe es encargado de ocupar por el sur el valle del Alfambra, lo que consigue
    con sus aguerridas tropas el 7 de febrero, tras duras operaciones en las que el Cuerpo de
    ejército marroquí se cubre de gloria. Tras setenta días de batalla, Teruel vuelve a ser nacional.
    Hay que explotar el éxito, rompiendo el frente rojo en dirección a Belchite. La difícil papeleta
    es encomendada a Yagüe, que ocupa dicho pueblo tras tenaz resistencia. Continúa avanzando
    y ocupa Caspe el 17. El 23, sus vanguardias cruzan el Ebro y baten a los rojos. Continúa su
    arrollador avance y ocupa Bujaraloz, Candasnos y Fraga. El 24 rompe el frente enemigo y se
    apodera de Pina y Velilla de Ebro, Alforque y Cinco Olivas.

    Al conquistador de Badajoz y héroe de Brunete le va a corresponder clavar las primeras
    banderas de España y de Falange en la región catalana que unos cuantos malvados o delirantes
    quisieron desgajar de la Patria total. Días más tarde otras unidades llegan al mar por Tortosa y
    Vinaroz. La guerra está virtualmente ganada.

    El 25 de julio de 1938, día del Apóstol de España, los rojos hacen su último y gigantesco
    esfuerzo para librarse de la derrota total, cruzando el Ebro por varios puntos en la gran curva
    que el río describe alrededor de Gandesa. Sus vanguardias llegan hasta los suburbios de
    Gandesa, poniendo en grave peligro las líneas nacionales. Como siempre, los rojos son
    incapaces de aprovechar el éxito inicial, tal vez porque, en cuanto pasa el primer momento de
    sorpresa la reacción de los nacionales es incontenible. A los tres o cuatro días el frente se ha
    fijado, y el Cuerpo de ejército marroquí resiste a pesar de la enorme concentración artillera del
    enemigo. Yagüe reorganiza las unidades de que dispone sin retroceder un palmo de terreno.
    La resistencia durísima se prolonga todo el verano, desgastando enormemente al enemigo.
    Quizá de todas las etapas de la guerra fuera aquella de resistir y no atacar la más amarga para
    el temperamento de Yagüe. Más que nunca, entonces, Yagüe es padre de sus soldados y les
    anima con su presencia, con su palabra, con su ejemplo. Nunca pareció tanto un semidiós a sus
    hombres.

    Por fin, el 30 de octubre empiezan las operaciones para arrojar al enemigo de sus posiciones.
    El 7 de noviembre cae Mora de Ebro y el 16 no queda un soldado rojo en la orilla derecha del
    Ebro. Nada detiene el torrente de fuego y decisión de las tropas nacionales, que el 17 pueden
    cantar la victoria del Ebro al contar los veinte mil prisioneros rojos, los doscientos cincuenta
    aviones derribados, los tanques del inmenso botín de un ejército aniquilado cuyas bajas se
    calculan en ochenta y cinco mil muertos y heridos.

    Recién nacido el Año de la Victoria, Yagüe-ya general de brigada-establece su cuartel general
    en Bot (Tarragona) para comenzar la última etapa de la liberación de Cataluña. El enemigo,
    quebrantadísimo en el Ebro, opone escasa resistencia a la marcha victoriosa del Cuerpo de
    ejército marroquí hasta llegar a la ciudad de Barcelona, que conquista el 26 de enero.
    Barcelona, rescatada del terror rojo y de las veleidades separatistas, tributa a Yagüe las más
    clamorosas ovaciones.

    Al invicto general le hubiese gustado continuar el paseo triunfal de sus banderas hasta la
    misma frontera de la Francia inamistosa, pero el Mando supremo ordena al Cuerpo de ejército
    marroquí acudir al frente de Extremadura, donde las fuerzas rojas copadas intentan un último
    coletazo a la desesperada. Como un ciclón caen sobre Extremadura los soldados de Yagüe el 1
    de marzo, pasando a una ofensiva irresistible. El 28 de marzo, coincidiendo con la entrada en
    Madrid de otras unidades nacionales, toman Ciudad Real. El 1 de abril el Caudillo firma el
    último parte de guerra...
    Última edición por ALACRAN; 30/09/2016 a las 18:13
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

  3. #3
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    Re: Biografía del General Yagüe

    21-LA ETAPA FINAL

    La pesadilla ha terminado. El Cuerpo de ejército marroquí se disloca, dejando a la Historia un
    nombre capaz de rivalizar con el de los Tercios del duque de Alba o el conde de Fuentes, el
    Ejército de Castaños, las guerrillas del Empecinado o las huestes de Zumalacárregui.

    Yagüe continúa siendo su general hasta el 31 de agosto, en que la gran unidad queda disuelta.
    Días antes, Franco le ha nombrado su ministro del Aire, en el primer Gobierno de la Paz. El 31
    de octubre cesa en el mando e inspección de las Banderas Legionarias, de las que se despide
    lleno de orgullo y emoción en una alocución tan vibrante como la mejor de sus arengas:
    “Sabéis que al escribir esta orden para deciros adiós por dejar de mandaros me estoy
    comiendo las lágrimas”.

    Ministro de Aire y consejero nacional de Falange, Yagüe demuestra la misma energía, lealtad y
    pericia para las misiones políticas que demostró en las lides castrenses. Su espíritu y entereza
    frente a los arduos problemas de la reconstrucción de una Patria en ruinas justifican la
    confianza que España y su Caudillo tienen en el ilustre soldado, cuya salud, debido a tantos
    épicos trabajos, se debilita día a día.

    Ascendido a general de división en noviembre de 1942, se le nombra jefe del Décimo Cuerpo
    de ejército en Melilla y delegado del Gobierno en aquella plaza. El general mantiene alerta al
    ejército en una región en peligro por las posibles consecuencias de la contienda europea.
    Cesa en este cargo difícil en julio de 1943, y en septiembre asciende a teniente general por
    elección, nombrándosele capitán general de la Sexta Región y jefe del cuerpo de Ejército de
    Navarra. El 18 de octubre toma posesión de la Capitanía General en Burgos, la misma ciudad
    castellana en la que nueve años y cuatro días después concluiría su existencia gloriosa.

    Sin rendirse a su enfermedad agravada cada día, el capitán general de Burgos pudo realizar en
    la ciudad que tanto amara sus antiguos sueños entre 1910 y 1914 cuando paseaba por sus
    bellísimos alrededores. A lo largo de esos nueve años, Yagüe logró proporcionar a la
    generación siguiente a la que viera antaño por los sucios arrabales burgaleses lo que tanto
    deseara: un pedazo de pan ganado dignamente, un hogar limpio y decoroso, una escuela, unos
    campos de juego… es decir, el pan, la Patria y la justicia prometidos por José Antonio y
    logrados con la espada de Franco.

    Yagüe supo ser constructor como había sido soldado y ganar fama de buen juez como aquellos
    Laín Calvo y Nuño Rasura que inspiraron a Castilla el amor a la justicia. El resumen de la
    ingente labor social de Yagüe lo dan estas cifras: viviendas construidas y en construcción el día
    de su muerte, 1.807. Valor de las obras realizadas o por realizar, 271.062.003 pesetas.
    Entre esas obras figuran la barriada “Juan Yagüe” constituida por 348 viviendas ultrabaratas, la
    iglesia y casa rectoral, las escuelas, los preventorios y clínicas con residencia para los médicos,
    el jardín infantil. Otra realización de Yagüe es la ciudad deportiva con pista hípica, piscina
    cubierta, frontones de pelota, etc. Frente a la Ciudad Deportiva se construye la gran Academia
    de Ingenieros Militares, que será una de las mejores del mundo en su género. Los viejos
    cuarteles han sido sustituidos por otros limpios y modernos, con cien viviendas para jefes y
    oficiales, etc.

    Especial ternura dedicó el general a San Leonardo, el pueblecito soriano en que viera la luz y
    donde ahora descansa eternamente.

    Durante cuatro o cinco años, Yagüe luchó con la muerte, único enemigo capaz de vencerle, por
    sorpresa y con alevosía. Le atacó al mediodía del 21 de octubre de 1952, en su puesto de
    mando y con las botas puestas, como correspondía a su profesión castrense.

    España le lloró conmovida. Y mientras doblaban fúnebres las campanas de Burgos, un viejo
    amigo-¡cuarenta y cinco años de hermandad!-, el Caudillo Franco, le concedía la suprema
    jerarquía militar ascendiéndole a capitán general como premio “a la extraordinaria obra
    desarrollada en el curso de una vida consagrada por entero al servicio de la Patria, y en la que
    con sacrificio y heroísmo alcanzó los más preciados laureles de todas nuestras campañas”, y
    creaba para él un título de nobleza-el marquesado de San Leonardo de Yagüe-que perpetúe en
    su descendencia el recuerdo de su vida heroica.

    La carrera del excelentísimo señor don Juan Yagüe Blanco alcanzaba así la más alta cima de la
    milicia y su noble temperamento castellano se incorporaba para siempre a la nobleza de
    España. Al camarada Juan Yagüe Blanco, camisa vieja de la Falange, le concedía días después el
    propio Franco, su Jefe Nacional, la Palma de Plata creada por José Antonio para recompensar
    el valor, la abnegación y el heroísmo de sus mejores caídos en acto de servicio. Sobre el cielo
    de Castilla brilla ahora, muy próximo al de José Antonio y al de los falangistas de la Bandera de
    Marruecos, un lucero más.
    Última edición por ALACRAN; 30/09/2016 a las 18:14
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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