Fuente: Boletín Fal Conde, Mayo 1984, páginas 2 – 3.



DON MANUEL FAL CONDE Y EL SER DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA

Por Manuel de Santa Cruz


El día 11 de agosto de 1955 don Javier de Borbón Parma escribe una carta a don Manuel Fal Conde comunicándole que va a tomar directamente el mando de la Comunión Tradicionalista y le agradece los servicios prestados; deja de ser Jefe Delegado. El 30 de agosto, sus más íntimos colaboradores, don José Luis Zamanillo, don José María Valiente y don Juan Sáenz Díez, le escriben una carta, destinada a la publicidad, de saludo y despedida. Constituyen la más alta autoridad que pueda resumir la vida política de Fal Conde, y lo hacen señalando su participación en estas tres cuestiones: 1.ª La preparación del Alzamiento del 18 de Julio de 1936; 2.ª La resistencia al Decreto de Unificación de Franco; 3.ª El Acto de Barcelona, de 31 de mayo de 1952.

Estos episodios tienen un factor común: la defensa del ser de la Comunión Tradicionalista, especialmente frente a los planteamientos de mal menor, bien posible y de coexistencia pacífica con sus enemigos.

1.º– La preparación del Alzamiento.– La Comunión Tradicionalista tuvo diputados en las Cortes de la Segunda República. Fal Conde les dejaba discutir con los impíos. Mientras, él preparaba su gran enmienda a la totalidad, el derrocamiento del régimen. Rechazó el proyecto de presentarse a diputado para consagrarse totalmente a conspirar. No quería ninguna «coexistencia con los rojos». Era, –somos–, extraparlamentarios. Distinguió muy bien entre esencia mala y accidentes buenos o discutibles; a él siempre le interesó la esencia de las cosas, el ser.

No solamente salvaba el ser de la Comunión Tradicionalista de la contaminación democrática y marxista, sino que su celo por la pureza de ese ser le llevó a posturas duras respecto de otras fuerzas anticomunistas que también entraban en la preparación del Alzamiento. La capitulación ante ellas era mucho más tentadora y justificada por el mal menor, que la de la aceptación de la dialéctica parlamentaria. La situación era muy difícil; con la excepción del general Sanjurjo, con el que colaboró el 10 de Agosto de 1932, el ejército remoloneaba. Al fin, después de cinco años de barbaridades, se destaca el general Mola. Era la única esperanza en una situación desesperada, al cabo de cinco años de búsqueda infructuosa de un caudillo. Pues a pesar de esto, Fal Conde se le planta en defensa de la pureza del ser de la Comunión. Hace falta sangre fría para una actitud así. Fal Conde la tiene porque detrás, oculta, tiene otra cosa más importante, que es una concepción sobrenatural de la vida, individual y colectiva, que es la santidad. En la vida de los santos se ve que la santidad se manifiesta a veces en forma de sangre fría y de independencia desconsiderada.

2º.– Resistencia a la Unificación.– Fal Conde no solamente discutió con Mola, sino que discrepó abiertamente de Franco, y precisamente cuando éste escalaba un puesto en la mitología y era todopoderoso. Siempre en defensa de las esencias del Carlismo. Ya antes de la Unificación hubo dos enfrentamientos:

El 7-X-1936, apenas una semana después de que Franco fuera nombrado Generalísimo y jefe del Gobierno con atribuciones de Jefe de Estado, le lleva una carta de la Junta Nacional Carlista de Guerra, por él presidida, participándole su discrepancia con unas declaraciones suyas a favor de la separación de la Iglesia y el nuevo Estado.

Esta carta se reproduce íntegra en la página 382 del libro de María Luisa Rodríguez Aisa, «El Cardenal Gomá y la Guerra de España», Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1981.

El 20-XII-1936 Franco expulsa de la Zona Nacional a Don Manuel Fal Conde. Teóricamente, por crear una Academia de Oficiales del Requeté, para fortalecer la identidad de éste. Pero el destierro en sí, su largo mantenimiento y el contexto del asunto piden otra explicación que no se ha dado oficialmente, pero que bien pudiera suponerse que nace de las actividades antimasónicas, nacionales e internacionales, de Don Manuel Fal Conde. La lucha antimasónica es el máximo exponente de la pureza doctrinal carlista, porque la Masonería es la Contra-Iglesia, y el primer objetivo de la Comunión Tradicionalista es el establecimiento de la Soberanía Social de N. S. Jesucristo en España.

Llega el 19-IV-1937. Franco decreta la Unificación bajo su mando de todas las fuerzas políticas de la España Nacional, con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Es un ataque a la Comunión Tradicionalista, mortal de necesidad, porque tiene por objeto su mismo ser. Esto es lo que muchos no han entendido bien: la Segunda República no atacó directamente al ser de la Comunión Tradicionalista hasta después del 18 de Julio de 1936, cuando se convirtió en zona Roja. En su periodo propiamente dicho, atacó a la Comunión en cuestiones accidentales, como denegación de actos, clausura de centros, multas y detenciones; pero el «ser» de la Comunión subsistía. En cambio, el Decreto de Unificación de Franco destruía, de un plumazo, ese mismo ser. A defenderlo corrió Fal Conde. La batalla duró todo el resto de su mandato. Poco después de terminado éste, Franco concedió a su sucesor que el decreto de Unificación cayera en desuso.

Unos días después del Decreto de Unificación, Don Javier de Borbón Parma escribe a Don Joaquín Baleztena Ascárate una carta larguísima explicándole su postura ante ella, con el siguiente símil: La Comunión Tradicionalista es como una antigua fortaleza de la que salen expediciones a distintos asuntos sin más riesgo que el propio de ellas, pero nunca el de la fortaleza, que debe quedar a salvo. Siguiendo el símil, nosotros comparamos a Fal Conde con el jefe de la fortaleza; otros serán los que hagan expediciones al mal menor, al bien posible, y al disparate de moda [1].

3.º– El Acto de Barcelona.– En Barcelona, el 31 de mayo de [1952], el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista elevó a S. A. R. el Príncipe Regente Don Javier de Borbón Parma una exposición y dictamen de que a él corresponde «la sucesión legítima a la Corona de España». Don Javier acepta ser «Rey de la Monarquía ideal», acepta «la Realeza de Derecho de España». Queda resuelta la esencial y complicada cuestión de la legítima sucesión dinástica. Es un acto constructivo de rematar el edificio de la Monarquía Católica y Tradicional. Le han precedido las juras de los Fueros y miles de horas de estudio y de gestión. Además, y en gran manera, es un acto defensivo del ser de la Comunión Tradicionalista.

La situación de las fuerzas políticas y su manera de maniobrar tendían dos trampas a la Comunión Tradicionalista: la de incorporarse a Franco en una versión de la antigua Unificación accidental y nueva, y la de incorporarse a la rama liberal personificada en Don Juan de Borbón, en renovada versión de una tentación siempre presente y operativa desde el mismo nacimiento del Carlismo. En ambos casos se lanzaba la teoría de que el más glorioso fin del Carlismo era morir de parto, transfundiendo su ser a otros.

Con el Acto de Barcelona, Fal Conde cava un foso entre ambas playas pobladas de sirenas cantantes y la fortaleza roquera del núcleo esencial de la Comunión Tradicionalista. Queda ésta a salvo, gracias a que él no buscaba acercamientos impuros sino aislamientos purificadores.

Recuerdo imperecedero.– Durante el mandato de Don Manuel Fal Conde la Comunión Tradicionalista no murió, ni de parto, ni de nada. Él la transmitió con su patrimonio inmaculado y acrecentado con victorias militares y políticas sobre los más grandes enemigos de su historia secular. Su comprensión, profunda y operativa, de lo que es el ser en general, y el ser de la Comunión Tradicionalista en particular, es fruto y reflejo de la contemplación del Ser por antonomasia. Además de oficio político, Fal Conde tenía talante metafísico y santidad.




[1] Nota mía. Manuel de Santa Cruz se refiere a la famosa carta de D. Javier a Joaquín Baleztena de 26 de Julio de 1937. En ella, sin embargo, no aparece escrita explícitamente esa comparación o símil que menciona el insigne historiador legitimista.