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Tema: Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

  1. #1
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    Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

    Fuente: El Príncipe Requeté, Ignacio Romero Raizábal, Santander, 1965, páginas 41 – 45.



    VIII

    LA TENTACIÓN DE LA FRONTERA



    Despacio, suavemente, sin ruidos de motor, parose el coche como si le faltara gasolina.

    Habíamos quedado en la misma curva del cruce.

    Frente a nosotros, a distancia de pocos metros, una pareja de gendarmes paseaba esperando el relevo, con el rostro enmascarillado por un aburrimiento francamente internacional.

    Junto a ellos, la línea de Frontera podría hacer pensar en un paso a nivel o en un obstáculo de concurso hípico.

    Un poco más allá, tras una paralela separación, la vigilancia vertical de un poste con la Bandera roja y gualda en la punta.

    Y las boinas bermejas de tres o cuatro requetés con fulgores de llamas vivas.

    Felipe dijo, limpiándose los lentes con el pañuelo, con inocente parsimonia:

    – Dancharinea.

    Luego pisó la puesta en marcha y el auto, lento y dócil, tomó la bifurcación a la derecha, por donde continuaba el camino francés, como si nadie le guiase. Como un caballo que anda por una senda conocida. Mientras el conductor, hablando para sí, murmuraba:

    – Y ahora vamos a darnos una vuelta ante la geografía que se tiene que aprender «mi sobrino», para que no se equivoque mañana.

    Comenzaba a caer la tarde. El jugoso paisaje, tan rico en praderías amortiguaba la intensidad de sus húmedos verdes, y las cumbres de los montes de nuestra izquierda, cicatrizados de calvicies calizas, se amorataban con resplandores de un violeta maravilloso.

    Íbamos en silencio, mas los cuatro viajeros, de hablar en alta voz de lo que estábamos pensando, hubiéramos hablado de lo mismo. E imaginaba, sin mirar atrás, a los dos augustos hermanos con las miradas fijas en aquellas montañas.

    Por distraer los pensamientos, eché mano de una vulgaridad oportuna.

    – ¡Qué maravilla de colores! Pero si esto lo viésemos en un cuadro, lo encontraríamos absurdo.

    El Príncipe Javier, que es un afortunado paisajista, precisó:

    – Porque no sería, seguramente, «esto».

    Pero el Príncipe Gae no quiso distraerse.

    – ¿De manera que esos montes son de Navarra? ¡Si se puede ir a ellos en un par de minutos!

    Tío Felipe, sin dejar el volante, volvió su rostro, sonriendo.

    – No hay que impacientarse, «sobrino». Mario ya está en San Sebastián y mañana podrá volver a hablar en italiano con su amigo Gae.

    – Lo que va a pasar hasta entonces, si no se desahoga con nadie…

    – Pero todo está prevenido. Mi cuñado Luis Zuazola tiene un ejemplar de «La Divina Comedia» en su salsa original.

    – ¡Sí que la hiciste! Voy a encontrarme al pobre Mario con cuarenta de fiebre.

    Cerca de Ascain, junto al frontón abierto donde brota el recuerdo de Pierre Loti, que en aquel rinconcillo descansaba de sus viajes por el Oriente, Don Javier señaló, a la izquierda, una casita perdida en pleno campo, en un repliegue del terreno, a la falda de la montaña.

    – ¿Os acordáis? –nos dijo.

    Era un gracioso caserío blanco, con las maderas exteriores pintadas en verde, donde pasaba el Rey un mes o dos al año recibiendo visitas clandestinas en los tiempos de la conspiración. Nosotros recordábamos haber estado allí no hacía mucho. A mediados del 35. Pensando en bien distintas aventuras de las que preocupaban a las derechas españolas, que prendían ilusiones y proyectos patrióticos con alfileres de escrutinios y caciques rurales. Proyectos e ilusiones que pulverizaría, como una urna gigantesca de un soez cachavazo, el triunfo electoral de las izquierdas en febrero.

    La fantasía se nos emborronaba. ¿Sólo hacía alrededor de un año de aquello? ¿Y sólo un año que los tradicionalistas, de 21 diputados en las Cortes del 33, no pudimos volver a sacar más que nueve, perdiendo doce puestos… y que los Falangistas no consiguieron ver el triunfo de un solo candidato, ni que fuera incluido José Antonio en ninguna de las coaliciones de derechas?

    La fantasía se nos emborronaba con un baile de confusas imágenes, como cuando se gradúan los prismáticos. Sólo veíamos con claridad, pero con una claridad deslumbradora, la firmísima decisión de Fal Conde de no quererse presentar diputado, y al que no conseguimos convencer, gracias a Dios, en aquel caserío haría un año poco más o menos.

    Recuerdo algunas de sus frases como si fueran máximas que aprendí en la niñez. Aunque no a todas las extraje su verdadero significado de momento, por tener yo otra idea y, tal vez, por estar rebozadas de ironía con tonillo andaluz, como las profecías bíblicas en metáforas.

    – No seas inocente. Créeme que es mejor para todos que yo no sea diputado.

    – Se necesita que el Delegado de la Comunión se siente en el Congreso.

    – Se necesita todo lo contrario. ¡Pues sí que es porvenir que le sigan a uno los periodistas como a una cupletera! Lo que se necesita es hacer requetés. Seguir la farsa electoral, que va a ser un fracaso de las derechas, pero hacer requetés. ¡Eso sí que se necesita! Escogidos y dispuestos a todo.

    – Y que a ti te conozcan.

    – ¡Al revés! Cuanto a mí menos me conozcan, mejor. Lo necesario es que los chicos sean más cada día, y que tengan pistolas y que intensifiquen su instrucción militar. ¡Eso es lo que se necesita!

    Pero la voz de Don Javier espantó la bandada de recuerdos, revolviéndome otros. Decía al conductor:

    – ¡Con qué ilusión hicisteis la obra dentro de la casita el pobre Pepe Zuazola y tú! ¿Cómo sigue tu cuñado?

    – Enfermo y escondido, Señor. Igual que mi sobrino Luis, aunque éste no esté malo…

    Pepe Zuazola, hermano, como Luis Zuazola, de la mujer de Felipe Llorente, era uno de esos ejemplares estupendos que suele dar en abundancia la cantera carlista. Hombre práctico en la vida ordinaria, como era propio y hasta razón de oficio en un Agente de Bolsa de la Babel de los negocios bilbaínos, habitaba en el mundo de la política en esa estratosfera romántica y sentimental cuyo desierto y uso, como el yermo a los ermitaños, no ha discutido nadie a los cruzados de la Tradición. Así, y por eso, era como Indalecio Prieto (al que tirara con un tintero a la cabeza en una sesión de la Diputación de Vizcaya, al oírle blasfemar, siendo ambos diputados provinciales) le preguntaba un día, a los dos años de venir la República: «Pero, señor Zuazola, ¿cuándo me va a pedir algún favor?». Pues Pepe Zuazola, hacía una semana, al arder las casas contiguas al refugio donde estaba escondido en Bilbao, se levantó del lecho agarrado del brazo de su madre, que ya tenía ochenta años, cantando en pleno incendio, a media voz, el Oriamendi.

    El otro, aquel sobrino «de verdad» a quien se acababa de referir Felipe Llorente, era hijo de una hermana de su mujer, Luis Lezama Leguizamón. Que por ser Jefe Señorial de los carlistas vizcaínos, se negó en todo instante a salir de Vizcaya y prefirió su problemático escondite, a pesar de haber sido condenado a muerte en consejo de guerra por los rojos separatistas. Como prefirió, al principio, esconderse a escapar de Bilbao con un hermano en una avioneta propia. Y como entonces se nos negaba a que le rescatásemos en una operación secreta, desde donde estaba escondido, precisamente porque su cargo le imponía la obligación de seguir en la brecha.

    Anochecido, al pasar por una aldeíta, paró el coche. Don Javier quiso detenerse unos minutos en la casa de un viejo amigo de Don Alfonso Carlos. Un sacerdote vasco-francés, carlista de abolengo, que fue feliz con la visita. Especialmente cuando, a pesar de lo impropio de la hora, se le aceptó un pellizquito a un sabroso pastel casero de manzanas y abrir una botella de un viejo y excelente «Enrique IV».

    Don Javier y Don Cayetano querían ver, por lo que nos dijeron, no sé qué documento antiguo que conservaba el sacerdote en otra habitación, y nos dejaron solos. Felipe, entonces, alzó la copa, casi solemnemente, para contemplar al trasluz el venerable caldo. Yo le imité, sonriendo. Aspiramos, después, la exquisita fragancia. Y brotó el brindis.

    – Por que todo nos salga bien.

    ¡Con qué razón dice la Biblia que el vino alegra el corazón del hombre! Estábamos contentos.

  2. #2
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    Re: Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

    Fuente: Boletín Fal Conde, Mayo 1984, páginas 2 – 3.



    DON MANUEL FAL CONDE Y EL SER DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA

    Por Manuel de Santa Cruz


    El día 11 de agosto de 1955 don Javier de Borbón Parma escribe una carta a don Manuel Fal Conde comunicándole que va a tomar directamente el mando de la Comunión Tradicionalista y le agradece los servicios prestados; deja de ser Jefe Delegado. El 30 de agosto, sus más íntimos colaboradores, don José Luis Zamanillo, don José María Valiente y don Juan Sáenz Díez, le escriben una carta, destinada a la publicidad, de saludo y despedida. Constituyen la más alta autoridad que pueda resumir la vida política de Fal Conde, y lo hacen señalando su participación en estas tres cuestiones: 1.ª La preparación del Alzamiento del 18 de Julio de 1936; 2.ª La resistencia al Decreto de Unificación de Franco; 3.ª El Acto de Barcelona, de 31 de mayo de 1952.

    Estos episodios tienen un factor común: la defensa del ser de la Comunión Tradicionalista, especialmente frente a los planteamientos de mal menor, bien posible y de coexistencia pacífica con sus enemigos.

    1.º– La preparación del Alzamiento.– La Comunión Tradicionalista tuvo diputados en las Cortes de la Segunda República. Fal Conde les dejaba discutir con los impíos. Mientras, él preparaba su gran enmienda a la totalidad, el derrocamiento del régimen. Rechazó el proyecto de presentarse a diputado para consagrarse totalmente a conspirar. No quería ninguna «coexistencia con los rojos». Era, –somos–, extraparlamentarios. Distinguió muy bien entre esencia mala y accidentes buenos o discutibles; a él siempre le interesó la esencia de las cosas, el ser.

    No solamente salvaba el ser de la Comunión Tradicionalista de la contaminación democrática y marxista, sino que su celo por la pureza de ese ser le llevó a posturas duras respecto de otras fuerzas anticomunistas que también entraban en la preparación del Alzamiento. La capitulación ante ellas era mucho más tentadora y justificada por el mal menor, que la de la aceptación de la dialéctica parlamentaria. La situación era muy difícil; con la excepción del general Sanjurjo, con el que colaboró el 10 de Agosto de 1932, el ejército remoloneaba. Al fin, después de cinco años de barbaridades, se destaca el general Mola. Era la única esperanza en una situación desesperada, al cabo de cinco años de búsqueda infructuosa de un caudillo. Pues a pesar de esto, Fal Conde se le planta en defensa de la pureza del ser de la Comunión. Hace falta sangre fría para una actitud así. Fal Conde la tiene porque detrás, oculta, tiene otra cosa más importante, que es una concepción sobrenatural de la vida, individual y colectiva, que es la santidad. En la vida de los santos se ve que la santidad se manifiesta a veces en forma de sangre fría y de independencia desconsiderada.

    2º.– Resistencia a la Unificación.– Fal Conde no solamente discutió con Mola, sino que discrepó abiertamente de Franco, y precisamente cuando éste escalaba un puesto en la mitología y era todopoderoso. Siempre en defensa de las esencias del Carlismo. Ya antes de la Unificación hubo dos enfrentamientos:

    El 7-X-1936, apenas una semana después de que Franco fuera nombrado Generalísimo y jefe del Gobierno con atribuciones de Jefe de Estado, le lleva una carta de la Junta Nacional Carlista de Guerra, por él presidida, participándole su discrepancia con unas declaraciones suyas a favor de la separación de la Iglesia y el nuevo Estado.

    Esta carta se reproduce íntegra en la página 382 del libro de María Luisa Rodríguez Aisa, «El Cardenal Gomá y la Guerra de España», Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1981.

    El 20-XII-1936 Franco expulsa de la Zona Nacional a Don Manuel Fal Conde. Teóricamente, por crear una Academia de Oficiales del Requeté, para fortalecer la identidad de éste. Pero el destierro en sí, su largo mantenimiento y el contexto del asunto piden otra explicación que no se ha dado oficialmente, pero que bien pudiera suponerse que nace de las actividades antimasónicas, nacionales e internacionales, de Don Manuel Fal Conde. La lucha antimasónica es el máximo exponente de la pureza doctrinal carlista, porque la Masonería es la Contra-Iglesia, y el primer objetivo de la Comunión Tradicionalista es el establecimiento de la Soberanía Social de N. S. Jesucristo en España.

    Llega el 19-IV-1937. Franco decreta la Unificación bajo su mando de todas las fuerzas políticas de la España Nacional, con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Es un ataque a la Comunión Tradicionalista, mortal de necesidad, porque tiene por objeto su mismo ser. Esto es lo que muchos no han entendido bien: la Segunda República no atacó directamente al ser de la Comunión Tradicionalista hasta después del 18 de Julio de 1936, cuando se convirtió en zona Roja. En su periodo propiamente dicho, atacó a la Comunión en cuestiones accidentales, como denegación de actos, clausura de centros, multas y detenciones; pero el «ser» de la Comunión subsistía. En cambio, el Decreto de Unificación de Franco destruía, de un plumazo, ese mismo ser. A defenderlo corrió Fal Conde. La batalla duró todo el resto de su mandato. Poco después de terminado éste, Franco concedió a su sucesor que el decreto de Unificación cayera en desuso.

    Unos días después del Decreto de Unificación, Don Javier de Borbón Parma escribe a Don Joaquín Baleztena Ascárate una carta larguísima explicándole su postura ante ella, con el siguiente símil: La Comunión Tradicionalista es como una antigua fortaleza de la que salen expediciones a distintos asuntos sin más riesgo que el propio de ellas, pero nunca el de la fortaleza, que debe quedar a salvo. Siguiendo el símil, nosotros comparamos a Fal Conde con el jefe de la fortaleza; otros serán los que hagan expediciones al mal menor, al bien posible, y al disparate de moda [1].

    3.º– El Acto de Barcelona.– En Barcelona, el 31 de mayo de [1952], el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista elevó a S. A. R. el Príncipe Regente Don Javier de Borbón Parma una exposición y dictamen de que a él corresponde «la sucesión legítima a la Corona de España». Don Javier acepta ser «Rey de la Monarquía ideal», acepta «la Realeza de Derecho de España». Queda resuelta la esencial y complicada cuestión de la legítima sucesión dinástica. Es un acto constructivo de rematar el edificio de la Monarquía Católica y Tradicional. Le han precedido las juras de los Fueros y miles de horas de estudio y de gestión. Además, y en gran manera, es un acto defensivo del ser de la Comunión Tradicionalista.

    La situación de las fuerzas políticas y su manera de maniobrar tendían dos trampas a la Comunión Tradicionalista: la de incorporarse a Franco en una versión de la antigua Unificación accidental y nueva, y la de incorporarse a la rama liberal personificada en Don Juan de Borbón, en renovada versión de una tentación siempre presente y operativa desde el mismo nacimiento del Carlismo. En ambos casos se lanzaba la teoría de que el más glorioso fin del Carlismo era morir de parto, transfundiendo su ser a otros.

    Con el Acto de Barcelona, Fal Conde cava un foso entre ambas playas pobladas de sirenas cantantes y la fortaleza roquera del núcleo esencial de la Comunión Tradicionalista. Queda ésta a salvo, gracias a que él no buscaba acercamientos impuros sino aislamientos purificadores.

    Recuerdo imperecedero.– Durante el mandato de Don Manuel Fal Conde la Comunión Tradicionalista no murió, ni de parto, ni de nada. Él la transmitió con su patrimonio inmaculado y acrecentado con victorias militares y políticas sobre los más grandes enemigos de su historia secular. Su comprensión, profunda y operativa, de lo que es el ser en general, y el ser de la Comunión Tradicionalista en particular, es fruto y reflejo de la contemplación del Ser por antonomasia. Además de oficio político, Fal Conde tenía talante metafísico y santidad.




    [1] Nota mía. Manuel de Santa Cruz se refiere a la famosa carta de D. Javier a Joaquín Baleztena de 26 de Julio de 1937. En ella, sin embargo, no aparece escrita explícitamente esa comparación o símil que menciona el insigne historiador legitimista.

  3. #3
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    Re: Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

    Fuente: Hoja Oficial del Lunes, 2 de Junio de 1975, página 10.



    FAL CONDE, UN ESPAÑOL EJEMPLAR


    La muerte nos acaba de arrebatar a quien ha sido ejemplo de fervorosa fe cristiana, profundo patriotismo e inconmovible lealtad a los gloriosos ideales de la Tradición. A un español ejemplar.

    Y el corazón y la mente se resisten a creerlo. Porque para nosotros, para el pueblo tradicionalista, Don Manuel Fal Conde, nuestro Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista en los tiempos difíciles de la Patria, aunque enfermo desde hacía largos años, prácticamente sin poder actuar, era todo un símbolo en que se resumían las mayores virtudes de la raza.

    Con un prestigio moral tan extraordinario (no sólo entre toda la gran familia carlista, sino entre numerosos españoles de buena voluntad, que, aun sin compartir sus ideales, conocían y admiraban su gran inteligencia; su clara visión del futuro; su sólido espíritu cristiano, y, como tal, social, soñando con una gran Obra Nacional Corporativa en beneficio principalmente de las clases más humildes, desterrando las luchas partidistas y de clases; su entereza; su valor; su austeridad franciscana y honradez insobornable, ligado a su inmenso espíritu de sacrificio, por encima de su propia conveniencia particular), su pérdida puede bien calificarse de irreparable. Más aún cuando su presencia de hombre sin tacha, y uno de los pilares de la Cruzada (en estos momentos en que tantos la ponen ahora en entredicho o “chaquetean”), era más necesaria.

    En muchos recios corazones, especialmente del sufrido pueblo carlista, hay lágrimas de verdad, pena sincera. Porque Don Manuel Fal Conde fue un hombre fuera de serie, y el tiempo, cuanto más transcurra, le ira haciendo justicia, aunque estimamos que ya es hora –la muerte hace olvidar en las almas nobles cualquier herida o resentimiento– de que se reconozcan sus valiosos servicios a la Patria.

    Los que formamos parte de la generación del 18 de Julio. Los que continuamos leales a aquella fecha histórica en que se inició la Cruzada que había de salvar a España del comunismo –es conveniente recordarlo a los ciegos de mente, desagradecidos y olvidadizos que la quieren enterrar–, y, con ello, de convertirnos en una colonia soviética, como lamentablemente vienen padeciendo numerosos países europeos en pleno siglo XX, y actualmente en peligro la Península Ibérica de que la Historia se repita, no podemos pasar por alto su labor sin desmayos al noble servicio de la Patria, interviniendo de forma decisiva en la preparación del citado glorioso Alzamiento, con un fervor tal que estaba dispuesto, según está demostrado y reconocido, caso de no querer comprometerse las demás fuerzas, a alzarse la Comunión Tradicionalista, nuevamente, sola con sus requetés.

    Mientras tantos políticos –salvo excepciones muy honrosas–, en medio del desastre, aconsejaban “paños calientes”, sin atreverse a reaccionar virilmente.

    Ése era Don Manuel Fal Conde. Un español de cuerpo entero. Un auténtico Quijote que, en medio de un mundo materializado y oportunista, renunció a honores y posibles riquezas en la hora del triunfo por lealtad a sus firmes convicciones.

    Prefirió, como tantos mártires de la Historia del Carlismo, morir pobremente, sacrificando su vida por España.

    Por eso nos queda el consuelo a todos los buenos tradicionalistas, y, en particular, a los antiguos combatientes del Requeté, de que haya sido leal hasta la hora de su muerte al lema de nuestra ordenanza: “Ante Dios no serás héroe anónimo”.

    Por eso Don Manuel Fal Conde, muerto físicamente, continuará viviendo eternamente entre nosotros, y su vida será perenne y valioso ejemplo para las generaciones presentes y futuras, alentándonos desde el Cielo (donde estamos seguros lo habrá acogido la misericordia divina) a continuar luchando sin desalentarnos, en estos momentos de dudas y zozobras, de confusión y divisiones, por una España mejor para todo el pueblo español, unidos con nuestra fe de cristianos y patriotas en una auténtica comunión.

    Por todo eso y mucho más, los antiguos combatientes de Tercios de Requetés de la Cruzada no te olvidamos.




    Manuel Ángel Viéitez Pérez

    (Secretario de la Junta Nacional de la Hermandad de Antiguos Combatientes del Requeté)

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    Re: Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

    Fuerte: ABC Sevilla, 22 de Mayo de 1975, página 13.



    DON MANUEL FAL CONDE


    Ha muerto un hombre de aquellos pocos que merecen ser llamados hombres por lo que a los hombres define: la lealtad y la entereza. Manuel Fal Conde, el tan querido «Don Manuel» por excelencia para todos los tradicionalistas, se ha ido al Cielo a recibir el premio que Dios guarda para sus leales, dejándonos en la orfandad de su presencia, cercana la perenne enseñanza del ejemplo. El día en que sea escrita la historia del acontecer español del siglo XX, nadie osará disputar a Don Manuel, a nuestro siempre bienamado Don Manuel, el más claro puesto de su tiempo. Otros habrán triunfado en las menudas pugnas partidistas del momento; otros habrán enriquecido sus haberes mercadeando ideales con aumentos económicos; otros habrán ganado en la cotidiana pareja victoria que la ciega deidad fortuna regala con azar a quienes tal vez menos lo merecen. Don Manuel es el héroe insuperable de la lealtad en el campo en que los hechos saltan más allá del cercado de las circunstancias; Don Manuel es la estatua misma del honor.

    Para quienes nacimos abrazados a una bandera de ideales, paño de nuestros estandartes de pelea que es también sudario en la hora última, Don Manuel es y será el ejemplo de las maneras en las que un hombre sabe vivir en aras de un ideal, sin importarle las adversas coyunturas, ni las enemigas muchas veces taimadas, ni los privilegios terrenales por tantos codiciados, ni siquiera el más amargo de los desengaños: la ingratitud a su lealtad.

    Igual que del Cid Campeador, pudiera dársele por certero epitafio el de que nunca hubiera habido mejor soldado de haber tenido buen señor. Intransigente, con la santa intransigencia en la que otro tremendo intransigente, Juan Vázquez de Mella, miraba la certeza de la posesión de la verdad, Don Manuel ha vivido en el apartamiento del olvido con la inmensa grandeza de las almas que saben por qué viven y para qué viven. En su caso humano, para legarnos el ejemplo de lo que los demás hemos de hacer.

    Patrón mayor de la nave de la conspiración que trajo el 18 de Julio, arrinconado luego en méritos a su intransigencia berroqueña, víctima de la misma grandeza de los ideales que, insobornable e irreductiblemente, sirvió, Don Manuel nos deja, en el infinito dolor amargo de su pérdida, la lección del honor y de la fe. Cuando en el tenaz empeño de las batallas futuras busquemos un modelo que ofrecer a los desalentados o a los cobardes, para curarles del abatimiento o del miedo, no tendremos más que evocar a este hombre, tan hombre, guía en su vida ejemplar y en su santa muerte, para quien trate de vivir y de morir como han de vivir y de morir los caballeros.

    El trance del dolor de su ida, el abandono en que deja a los leales, queda mitigado por la seguridad de su permanente presencia entre nosotros, imitando lo que hizo. Con sus gestos tajantes y sus humildes silencios; con la claridad de su pensamiento y con la paciencia en las inmerecidas humillaciones; con la alegría con que supo llevar a los tradicionalistas a la gloria; y con la santa resignación con la que recogió, sin abatir jamás la grandeza de sus sueños, los más amargos frutos inmerecidos de su entrega generosa.

    Quien estas líneas firma, ha servido al Carlismo a las órdenes de Manuel Fal Conde desde el sencillo grado de estudiante en la Agrupación Escolar Tradicionalista hasta el puesto de miembro de la Junta Nacional Carlista. Por eso son tantos los recuerdos que deja en el alma empapada en lágrimas que no caben palabras bastantes para poder decirlos. Apenas sí el silencio de una oración, la oración que esta mañana rezaba yo al Dios de las Españas en el humilde rincón de una humilde casa sevillana.

    No le acompañarán en su entierro fanfarrias ni escoltas funerales. Hubieran ido, de no haber sido como fue. Pero quienes le llevamos sencillamente al borde de la última morada, vamos con él llevando dentro el ansia de ser dignos de imitarle. Que no es en verdad el privilegio de los grandes de la Tierra ni de los triunfadores ocasionales de aquí abajo; pero es el privilegio de los santos y de los héroes.

    Porque Don Manuel fue un santo y un héroe. Porque fue un hombre muy hombre. Porque fue un carlista berroqueño.



    Francisco Elías de Tejada

  5. #5
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    Re: Actitud política de Fal Conde: preparación militar vs. lucha electoral

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    Fuente: Archivo Borbón Parma, Archivo Histórico Nacional


    Carta de José María Fal Macías al Rey Javier I




    S. M. D. Javier de Borbón Parma


    Señor:

    En su día recibió mi madre el telegrama de VV. MM. con motivo del fallecimiento de mi padre.

    Ella quería haberles contestado personalmente, pero a los pocos días tuvo un bloqueo de corazón que la retuvo en cama en gravísimo estado hasta que el día 14 de los corrientes falleció cristianamente.

    Por esta razón soy yo el que contesta a VV. MM. el telegrama de pésame recibido, dándoles en nombre de todos los hermanos y en el mío propio nuestras más sinceras gracias por las oraciones ofrecidas por VV. MM. en sufragio de su alma y por las alabanzas a nuestro padre que ponen en el telegrama.

    Como supongo que a V. M. le interesará conocer la última fase de la enfermedad de mi padre, a continuación procuraré resumirla.

    En los primeros días de Abril comprendió que su enfermedad le llevaba a la muerte, aunque con pasos lentos, y entonces nos dijo tranquilamente que quería recibir los Últimos Sacramentos con pleno conocimiento y acompañado de todos sus hijos. Lo razonaba con toda claridad: “Tengo –decía– una anemia que no se quita sino que va un poco en aumento; luego puede que llegue el día que pierda el conocimiento. Por otro lado, tengo la tensión muy alta, y lógicamente puede venir una congestión y perder también el conocimiento. Por tanto, cuanto antes reciba los Últimos Sacramentos, mejor”.

    A todos nos pareció muy bien, y avisamos a los hermanos que estaban fuera de Sevilla para que vinieran.

    La administración de los Últimos Sacramentos fue una ceremonia impresionante y edificante para todos los que le acompañábamos, por la tranquilidad, paz y entereza con que los recibió. Estuvimos todos sus hijos, nietos y amigos íntimos que se enteraron. Se los administró el Párroco, asistido por el Coadjutor. Qué grande es Dios siempre, pero sobre todo en estos momentos trascendentales de la vida.

    Desde ese momento perdió interés por todo lo que se refería a este mundo. Pocas ilusiones le quedaban en esta vida, pero últimamente gustaba de ver en la televisión las noticias de cada día y la retransmisión de la corrida de toros. También algunas veces ponía música para escuchar. Desde ese día, no quiso volver a ver la televisión ni escuchar música.

    Murió el Martes 20 de Mayo. Fue el Domingo 18 de Mayo cuando el Sacerdote que vino al Oratorio a celebrar la Santa Misa le preguntó por qué intención tenía que ofrecer el Santo Sacrificio; le contestó simplemente: “En acción de gracias a Dios por la paz interna que tengo”. Majestad, esto es una meditación, porque ese día no había la menor sospecha de que pudiera morir en tan breve plazo. Prueba de ello es que estábamos ausentes de Sevilla: “Al”, Pepa, Teresita, Pilar, Domingo y yo.

    Pero hay más: la tarde de su muerte, y antes de que se presentara ningún síntoma que indicase de que ésta iba a ser inmediata, le dijo a mi hermano Javier –el ahijado de V. M.–: “Hijo, tengo una paz interior muy grande que no sé cómo explicarla”. Después recibió la Sagrada Comunión como todos los días, y se presentaron los primeros síntomas de la gravedad, y murió.

    Después, Señor, desfilaron ante el cadáver muchas, muchas personas que le pasaban objetos por su cuerpo y le pasaban Rosarios. Lloraban y lo besaban como se besa a un Santo.

    Majestad, para sus hijos era dolorosísimo ver muerto a nuestro padre, pero era consolador ver el concepto que de él tenían tantas y tantas gentes.

    No es imaginación mía el que su cara ya cadáver, que en un principio tenía una expresión forzada, conforme iba transcurriendo la noche iba adquiriendo la sonrisa de beatitud, de paz, de satisfacción más impresionante que pueda imaginarse. Hasta el extremo que mi hijo de 14 años, que estaba llorando a todo llorar al lado del cadáver de su abuelo, al que quería con delirio, al cabo de unas horas le dijo a mi mujer: “Ya no podemos llorar más por [el] abuelo, porque está contento. Debe estar en el Cielo. Se le nota en la cara que se le ha ido poniendo”.

    El funeral fue solemne. Concelebraron 19 Sacerdotes que se presentaron sin haber sido avisados. Y hubieran concelebrado muchos más, pero se acabaron los ornamentos en la Parroquia. Como detalle curioso, se dio el que, lo mismo en este funeral que en los celebrados posteriormente, los Sacerdotes, en el memento de difuntos, no decían, como se dice siempre: “pedimos por nuestro hermano Manuel”, sino que decían “pedimos por nuestro hermano Don Manuel”. Es la primera vez que he visto este caso.

    Mi madre tuvo una entereza increíble y ejemplar. Asistió y presidió todos los funerales que se dijeron por mi padre, que fueron muchos. Días había de dos. Pero el 13 de Junio tuvo un bloqueo de corazón muy fuerte que le repitió varias veces, y a todos nos tenía sin tiempo nada más que para estar con ella. Desgraciadamente Dios quiso llevársela también para que disfrutara con mi padre en la Gloria, lo mismo que había pasado con él en la Tierra tantas pruebas y sinsabores.

    Dios lo ha querido, y nosotros lo aceptamos. Ella también debió presentir la muerte, porque si bien comulgaba a diario, a la 7 ½ de la tarde, ese día, desde la 12, estaba muy impaciente preguntando la hora a cada momento, y cuando le dijimos que por qué ese interés en saber la hora, dijo que porque la Comunión no iba a llegar a tiempo.

    Nos quedaba a la familia una última prueba también muy dura. Como Vuestra Majestad sabe, mis padres tenían privilegio de tener Oratorio con el Santísimo Reservado. Al morir ellos creímos que debíamos quitar el Santísimo. Por eso, el 16 de Julio, día de la Virgen del Carmen y aniversario de la boda de nuestros padres, se celebró una Misa a ese efecto. Fue una ceremonia sencilla pero honda, profunda. Aunque mi madre había muerto la antevíspera, o sea, el 14 de Julio, y la Misa era el día 16, no se celebró la Misa con ornamentos negros, sino blancos, y no fue en sufragio de su alma sino de acción de gracias a Dios.

    Acción de gracias a Dios por todos los bienes recibidos, por los padres que nos había dado, y por tantas cosas buenas que habíamos disfrutado. Pero acción de gracias también por las pruebas que nos había puesto Dios, por todo lo malo que también hemos pasado juntos. En acción de gracias por las fuerzas que nos ha dado para soportar juntos penalidades, etc. Y pidiendo más gracias para seguir la vida adelante con sus luchas, sus pruebas, pero siempre dentro del camino que nuestros padres nos han dejado marcado.

    Majestad, me ha salido una carta tan larga que temo cansar la atención de V. M., y para no caer en la misma falta con los demás componentes de la Familia Real, le agradecería la haga extensiva a los mismos.

    Respetuosamente besa la mano de Vuestra Majestad,


    José M.ª Fal

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