Nació don Ramón Menéndez Pidal en La Coruña (1869), en el seno de una familia asturiana de añeja dedicación a la cultura. Fueron sus padres don Juan Menéndez Cordero, natural de Pajares (Asturias), caballero comendador de la Orden de Carlos III y magistrado de la Real Audiencia de Galicia, y doña Ramona Pidal, natural de Villaviciosa. La partida de nacimiento del insigne polígrafo, inscripta en el Libro de Bautizos de Santa María del Campo (folio 220 v. libro XX, partida 709), que se conserva en la iglesia de Santiago, de La Coruña.
En la anterior partida de nacimiento se dice que don Ramón Menéndez Pidal nació en el número dos de la calle de Santa María. La casa es una de las más antiguas de la Ciudad Vieja. Don Juan Menéndez Cordero desempeñó el cargo de magistrado en la Audiencia coruñesa durante los años de 1862 a 1869. No obstante, en 1861 la familia debió permanecer una temporada en Madrid, ya que en dicho año nació el escritor y diputado don Juan Menéndez Pidal, que dirigió el Archivo Histórico Nacional y la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Otro hermano de don Ramón, el pintor don Luis Menéndez Pidal, nació en Pajares, el 25 de agosto de 1864. En ese mismo año había nacido, en La Coruña, otro hijo, que fue bautizado con los nombres de Antonio Felipe. El señor Menéndez Cordero abandonó, con su familia, La Coruña en 1870, y cuatro años después lo encontramos como magistrado en la Audiencia de Sevilla. Pero la familia ya había echado hondas raíces en La Coruña, donde nacieron Alejandrina Petra (1862) y Antonio Felipe (1864), fallecidos en la niñez, y María del Rosario, muerta en Madrid, en 1941. Don Ramón fue, por consiguiente, el cuarto y último de los hijos nacidos en La Coruña.
UNA INCONTABLE CONSTELACIÓN DE HONORES
«Mi primera publicación —evocaba el maestro en el homenaje que le tributó el Centro Asturiano de Madrid cuando cumplió noventa años— fue el comentario de un cuento oído por mí a una viejecita de Pajares del Puerto, cuento que en dialecto «payariegu» reflejaba todo el enrevesado problema de la introducción lingüística oriental en España». Efectivamente, semejante estudio, titulado «Cuentos populares de Asturias» se publicó en el «Porvenir de Laviana», en forma de folletón, en los números que van desde el 21 de agosto hasta el 25 de octubre de 1891, cuando don Ramón tenía veintidós años.
Parece que se debió a casualidad que llegase a sus manos el estudio de Max Müller sobre la emigración de los cuentos y que sus trabajos se orientasen hacia el análisis de la filiación de temas y motivos, técnica que no dejaría de cultivar en tres cuartos de siglo de investigaciones. Sin especial inspiración ni patrocinio de nadie, comenzó Menéndez Pidal a preparar su tesis doctoral dedicándola a las fuentes del «Conde Lucanor», en cuyo decurso se familiarizó con los métodos europeos de estudio de la poesía popular.
No fue menos fortuito y providencial el encuentro de don Ramón con el tema máximo y primacial de su vida, foco de sus ilusiones y afanes más entrañables: la gesta del Cid. Por las mismas fechas en que se doctoraba (1893), la Real Academia Española publicó un concurso para premiar una gramática del «Poema del Cid». En 1895, la corporación concedería el galardón al trabajo que presentó sobre «Texto, gramática y vocabulario» del poema, en el cual están en germen varias de las producciones más destacadas de los años siguientes: primeramente, la posibilidad de una gramática histórica rigurosa y profunda del idioma castellano; en segundo término, el planteamiento concreto de la personalidad del Cid y su inserción en la realidad de su época, y luego la valoración de los ingredientes históricos del acervo legendario tradicional.
En el año siguiente, 1896, esta última directriz de trabajo se plasmaría en otro estudio monumental, «La leyenda de los Infantes de Lara» y dos años más tarde el maestro sistematizaría su prolongado estudio de las crónicas medievales en un «Catálogo de las Crónicas Generales de España existentes en la biblioteca particular de Su Majestad».
EL INGRESO EN LA ACADEMIA
Bastaron estas obras para que el nombre de don Ramón se impusiera en los medios culturales, hasta el punto de que ya en 1898, cuando aún no había cumplido los 30 años, el glorioso autor de «Pepita Jiménez», don Juan Valera, comunicará a Menéndez y Pelayo, en carta fechada el 10 de julio, que sus candidatos para la Academia serían, entre otros, Menéndez Pidal y J. O. Picón. Mostróse de acuerdo con esta elección, don Marcelino, al contestar el 5 de diciembre: «Desde luego, se me ocurren como buenos candidatos J. O. Picón y Armando Palacio, a título de novelistas; Pepe Galiano como poeta y Ramón Menéndez Pidal como filólogo y erudito.» Dice más adelante: «Este verano ha estado aquí trabajando en mi biblioteca, R. Menéndez Pidal y por él he sabido con júbilo que está usted resuelto a escribir el prólogo para el libro que los amigos me dedican.»
El día 7 de septiembre de 1898, Valera volvió a acordarse de don Ramón para que ocupase un puesto en la Academia, y al producirse el 16 de octubre otra vacante por muerte de Barrantes, Valera sugirió a don Marcelino que había que procurar elegir como sustituto a J. O. Picón o a Menéndez Pidal.
No tardaron en ingresar en ella. Picón entró el primero y ocupó la vacante de Castelar (25 5-1899) Por este tiempo, don Ramón se lanza a estudiar las variedades dialectales del castellano y crece la simpatía que le profesa Valera, que en carta a Menéndez y Pelayo del 19-IX-1899 pide a este: «Dé usted mis cariñosas expresiones a Menéndez Pidal». Dentro del mismo 1899, don Ramón publica «Notas sobre el bable hablado en el Concejo de Lena».
Ya en los umbrales del siglo XX, la muerte de Víctor Balaguer (14-1-1901) promueve una nueva vacante académica, para la que es elegido Menéndez Pidal el 21 de marzo, a los 8 días de haber cumplido los 32 años.
El encargado de contestar al discurso de recepción es don Marcelino, que en 28 de diciembre de 1901 escribe desde Santander a Valera, que está en Madrid: “Llevo muy adelantado mi libro sobre «Los romances viejos». Pienso llevar escrito también el discurso de contestación a R. Menéndez Pidal».
El día 9 de octubre de 1902, Menéndez Pidal ingresaría en la Academia Española y pronunciaría el discurso de recepción acerca de «El condenado por desconfiado» de Tirso de Molina, y los problemas de atribución y paternidad que plantea» , trabajo éste en el cual rebrotan las investigaciones que había dedicado al «Conde Lucanor».
En 1903, estudiaría la leyenda del Abad Juan de Montemayor y en 1904 daría a conocer su manual elemental de Gramática Histórica española.
CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE MADRID
Invitado por el Ateneo de Madrid para formar parte de la Escuela de Estudios Superiores, don Ramón había ya profesado allí desde el año 1896, creando en su derredor un primer círculo de alumnos que difundieron en seguida la fama de exigente laboriosidad, rigor escrupuloso, claridad deslumbrante e idoneidad pedagógica que le caracterizaron siempre En el año 1899 obtuvo la cátedra de Filología Románica de la Universidad de Madrid y por su aula pasarían las figuras más preclaras de las humanidades españolas concordes todas en subrayar la inmensa deuda que tienen con su magisterio.
Incluso las que luego han cultivado disciplinas distintas, evocan con admiración las inspiraciones recibidas del maestro en punto a aquilatar un método científico impecable y a mantener en la cátedra un clima de calor amistoso excepcional.
VIAJE DE NOVIOS POR LA RUTA DEL CID
En el año 1900, don Ramón contrajo matrimonio con su discípula María Goiri, a la cual llevaba cinco años. Goiri ha dejado fama de belleza radiante y serena: resplandecientes de talento fue una de las primeras mujeres que franqueó las puertas de la Facultad de Filosofía y Letras. Era maestra nacional cuando entró en ella. Le apasionaban enormemente la historia y la filología, y la personalidad del joven catedrático de Filología Románica la deslumbró. En la España de la época atrajo expectación este matrimonio de intelectuales. Tal fue la última ocasión en que doña María Goiri se ofreció a la atención del publico. A partir de su matrimonio, renunciando bellamente a todo quehacer personal y a desarrollar su vocación, se convirtió en auxiliar recatada de su esposo.
Como viaje de novios. los Menéndez Pidal recorrieron la ruta del Cid a pie y a caballo, conviviendo con las gentes que pueblan aquellas comarcas y escrutando los viejos posos cidianos que permanecen en su habla y en su mentalidad. Hasta el último día, los dos trabajaron juntos: doña María leía varios idiomas, seguía los periódicos y las revistas de medio mundo y separaba cuanto pudiera interesar a su esposo. Don Ramón durante su trabajo la consultaba a cada momento.
Dos hijos ha tenido su matrimonio: doña Jimena, casada con el matemático y físico don Miguel Catalán, y don Gonzalo, casado con doña Elisa Vernis. Todos ellos residen en la vecindad de don Ramón y el cuadro familiar que componen los hijos y los nietos rodeándole es un modelo de ternura y de adhesión. Don Gonzalo cursó en la Facultad de Filosofía y Letras y es catedrático insigne y reputado por diversas obras propias y por la fama de haber colaborado profundamente en las de su padre a cuya compañía ha dedicado la flor de su vida.
LOS PRIMEROS TRABAJOS DEL GRAN INVESTIGADOR
EMBAJADOR DE LA CULTURA ESPAÑOLA
La fama de exquisitez espiritual y ponderación de carácter que nadie regateaba en plena juventud a don Ramón, le procuró un encargo comprometido y honroso: en 1904 fue nombrado comisario del rey de España escogido como árbitro, para estudiar en Quito y Lima los documentos que iluminasen un conflicto de fronteras entre Ecuador y Perú. A la feliz gestión de nuestro enviado se debió el aquietamiento de las pasiones que el pleito había engendrado y la salvaguardia de la paz entre ambas naciones.
En 1905 contribuyó a la conmemoración del centenario del Quijote y publicó en mayo de 1906 en la revista «Cultura Española», su importante estudio sobre los orígenes de «El convidado de piedra» en el que alude a los precedentes gallegos del tema.
En el siguiente año (1907), al fundarse la Junta para Ampliación de Estudios, Menéndez Pidal es nombrado vocal de la misma y presidente al vacar el cargo en 1934 por fallecimiento de Ramón y Cajal. Poco después se inicia la publicación de una de sus obras más importantes: «Cantar del Mio Cid: ''Texto gramática y vocabularios», editado el primero en 1908.
Al año siguiente tiene lugar el primer viaje de don Ramón a Norteamérica, pronunciando en Baltimore una serie de conferencias, que en 1911 aparecen agrupadas en volumen en Francia traducidas por M. Merimée bajo el título de «L’Epopée castellane a travers la Litterature Espagnole». También profesó un curso en la Universidad de Nueva York.
Hacia 1910, año en que pasa a dirigir el “Centro de Estudios Históricos”, publica el tomo correspondiente a la «Gramática» del poema del Cid rematando su gran obra en torno a la prodigiosa creación del siglo XII, con el último y tercer tomo acerca de los «Vocabularios» de la misma, que se publica el mismo año (1912) en que, al morir, en mayo, Menéndez y Pelayo hereda Menéndez Pidal su primado. En el mismo año ingresa en la Real Academia de la Historia.
Un año después (1913), publica en la revista «Libros» su ensayo «El poema del Cid — Valor artístico del poema», y ampliando sus servicios a la cultura patria funda en 1914 la «Revista de Filología Española».
En el Madrid de la posguerra mundial preside el Ateneo de la calle del Prado en el curso 1919-1920 inaugurándolo, el 29 de noviembre, con su notabilísima conferencia acerca de «La primitiva poesía lírica española» en la que exalta la personalidad de su maestro Menéndez y Pelayo y valora la lírica medieval gallega.
Su impulso de historiador le induce a completar su visión del Cid literario y mítico con la estampa del héroe de carne y hueso de Rodrigo Díaz de Vivar. Así surge su breve y primorosa monografía «El Cid en la historia» (1921), para ofrecer poco después, en 1924, «El rey Rodrigo en la literatura» y la estupenda monografía «Poesía juglaresca y juglares».
En estos momentos de su trayectoria cuenta don Ramón 55 años, y su prestigio ha quedado contrastado por la crítica universal más exigente.
El 23 de diciembre de 1925 fue elegido, interinamente, por primera vez, director de la Academia de la Lengua, nombrándole en propiedad el 2 de diciembre del 26 y reeligiéndole para tan cimero puesto en 5-XII-29, 1-XII-32 y 5- Xll-35. Por aquella época, aparece una de sus obras de mayor empeño: «Orígenes del español» (1926).
El esfuerzo visual que desde hace años viene realizando provoca un desprendimiento de retina, que alarma a sus seguidores y discípulos, y le obliga a pasar algún tiempo relativamente inactivo. Relativamente porque son los días en que, reposando en su lecho, oye de labios de su hija Jimena los viejos romances que en 1928 publica bajo el título de «Flor nueva de romances viejos» poniendo a su frente esta dedicatoria de ofrenda emocionante a su filial colaboradora: «A Jimena que, Antígona de mi ceguera, recreó mis días de tedio, llevándome a sacar del olvido este romancerillo».
La Cruzada le sorprende en Madrid. Afrontó las circunstancias con serenidad y defendió durante su estancia en la capital los intereses de la Academia.
EL ULTIMO CUARTO DE SIGLO
Lograda la victoria se reintegra a España y reanuda el ritmo de su« investigaciones sobre el pasado histórico-literario español y vuelve a colaborar en las tareas académicas, hasta que el 4 de diciembre de 1947 es reelegido presidente de !a docta corporación.
Por este tiempo comienza a aparecer la grandiosa Historia de España que viene publicando Espasa Calpe y en la que los prólogos magistrales a la obra y a los tomos de España romana y España visigoda etcétera, proceden de la mano del maestro que la dirige. En el otoño de 1951 el Instituto de Cultura Hispánica le edita su monumental obra «Reliquias de la poesía épica española», en cuyo prólogo —al decir de Dámaso Alonso— «se contiene la más briosa y compacta defensa de la continuidad tradicional, defensa escrita por un hombre de ochenta años, pero con una pluma juvenil y animosa, quizá más animosa que en obra alguna de su juventud».
Semanas más tarde —el 6 de noviembre de 1951— la Universidad de Madrid le ofrece homenaje a través de la palabra de Dámaso Alonso y en dicho acto don Ramón vuelve a poner cátedra con su lección acerca de «Los Reyes Católicos según Maquiavelo y Castiglione» que a comienzos de 1952 es editada por la sección de publicaciones de la Universidad de Madrid.
Diserta el 19 de febrero sobre «España como escalón entre la cristiandad y el Islam», y en junio es galardonado con un premio de cinco millones de liras por la Academia Nacional de los Linces, de Italia emparejándosele en el galardón con Tomás Mann. Posteriormente, entre el 20 y 24 del mes de octubre de 1952 don Ramón Menéndez Pidal se trasladó a París y en la Exposición del Libro Español (a cuya inauguración asistió el ministro de Asuntos Exteriores francés, M. Schuman) desarrolló una conferencia sobre «La literatura española como clave de tradicionalidad»
HOMENAJES A UNA VEJEZ EUFÓRICA
Al cumplir en 1954 el llorado maestro los ochenta y cinco años de edad, el ministro de Educación Nacional, que era a la sazón el señor Ruiz Giménez le visitó en su domicilio, acompañado por el rector de la Universidad madrileña y le entregó personalmente la orden ministerial por la cual se instituía el «Seminario Menéndez Pidal», dedicado a proseguir los trabajos a que don Ramón había dedicado la vida entera.
Los Centros Gallego y Asturiano de la capital y otras Casas Regionales le tributaron un efusivo homenaje en el curso de un almuerzo. En este acto fue dado a conocer el acuerdo de las Casas Regionales de solicitar para el señor Menéndez Pidal la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. En 16 de febrero de 1956 recibiría el Premio de Literatura de la Fundación «Juan March».
Cada uno de sus cumpleaños daría ciertamente ocasión a que se repitiesen estos testimonios de afecto y devoción, mas —por razón de la admirable magnitud de la cifra- destacaremos las proporciones que revistieron los agasajos que recibió el año 1964 cuando cumplió noventa y cinco de edad. Sus compañeros de la Real Academia Española le ofrecieron una tarta con noventa y cinco velas. (...)
Falleció D. Ramón en Madrid, el 14 de noviembre de 1968.
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