Fuente: El Siglo Futuro, 23 de Noviembre de 1906, página 1.
La batalla de anoche
Desde que murió el Señor Conde de Cheste, calientes aún sus cenizas, y quizá cuando aún vivía agobiado por los años y esperando morir de un momento a otro, se estaba preparando y disponiendo el combate.
Al principio se creyó que no habría contienda, sino un triunfo por nadie disputado; pronto surgió el contendiente y se apercibieron todos a la batalla.
Debió darse el Jueves pasado; no sé por qué se aplazó una semana, y anoche se dio: si gloriosa o inverecunda, lo juzgará el que leyere.
Los primates de la Academia, de la talla de Maura, y más aún los mangoneadores diarios, tamaños como Catalina, tenían dispuesto adjudicar la presidencia vacante al Excmo. Sr. Don Alejandro Pidal y Mon, ex-Ministro, ex-Presidente del Congreso, ex-Embajador, Jefe dimisionario de partido, y Caballero del Toisón de Oro.
En honor de la verdad, no le faltan al Sr. Pidal y Mon sobrados méritos para presidir la Academia. Incorrectísimo como es hablando y escribiendo, plagadas sus obras de galicismos, y con todas las faltas y sobras literarias que se le quieran señalar, es un orador de primera magnitud, su elocuencia brillante y espléndida sólo encuentra hoy otra que le iguale y a veces le aventaje; y la elocuencia, cuando alcanza esas alturas, ya es título bastante, me parece a mí, para presidir una reunión literaria. Pocos hombres políticos hay que me parezcan más censurables y dañosos; mas eso no quita ni pone para ver y reconocer que el Sr. Pidal no necesita sentarse en el sillón presidencial para que, fuera de tres o cuatro (y me corro), casi todos los académicos parezcan junto a él pigmeos, y algunos de ellos microbios.
Mas la razón principal que se daba para elegirle, es que la Academia necesita un hombre de influencia y prestigio, que a la vez sea su director y su protector; y es lo cierto que, desde su fundación, han sido directores suyos, no los más académicos, sino magnates, próceres y personajes de importancia.
Pero ocurrió a alguno la idea de que D. Alejandro Pidal, con sus teorías del per se y el per accidens, sus primitivos paseos por la cumbre de los principios, y hasta sus barbas teológico-guerreras, era demasiado clerical para presidir una reunión de liberales conspicuos. ¡A cualquier cosa llaman clericalismo estos académicos! Y como entre éstos no había uno solo que se pudiese oponer al elocuentísimo orador mestizo, se discurrió acudir a su amigo del alma, a su protegido de toda la vida, a D. Marcelino Menéndez y Pelayo, no menos mestizo, eso es verdad, pero el único para el caso, porque, realmente, en una Academia y en cualquiera parte, Menéndez y Pelayo es un prodigio de entendimiento, de erudición, de altísima crítica, a muchísimos codos sobre todo lo que de eso tenemos en España, y quizá y sin quizá, de lo que hay en el mundo.
¡Frente a frente Pidal y Menéndez y Pelayo!
La idea era maquiavélica; pero no cuajó. Anoche se dio la batalla, estando presente el Sr. Pidal, y ausente el Sr. Menéndez Pelayo que se la tenía tragada.
«Presidía el Sr. Eduardo Saavedra, dice El Imparcial, y ocupaban sus sillones los Señores Echegaray, Benot, Catalina, Commelerán, Cortázar, Mir, Maura, Menéndez Pidal, Picón, Fernández y González, Pidal (D. Alejandro), Marqués de Pidal, Sellés, Conde de la Viñaza, Cotarelo, Cavestany, Ortega Munilla, Conde de Reparaz, Ferrari, Hinojosa, Conde de Casa Valencia, y Conde de Liniers.
Verificóse la elección, obteniendo el triunfo, casi por unanimidad, el Excmo. Sr. D. Alejandro Pidal y Mon, que logró 16 votos.
Al Sr. Menéndez Pelayo sólo le votaron tres académicos: los Sres. Picón, Cavestany, y Ortega y Munilla.
Vivamente deseaban votar también en favor del maestro insigne los Sres. Echegaray y Pérez Galdós. No les fue posible, porque ni uno ni otro habían asistido durante este curso académico al número de Sesiones que exige el Reglamento para participar en la elección de Director».
Obtuvieron, además, votos, D. Eduardo Saavedra y el Conde de Casa Valencia: uno por barba. Debió ser uno de estos votos del Sr. Pidal; pero, ¿quién será el otro que antes quiso perder su voto que dárselo al Sr. Menéndez y Pelayo ni al Sr. Pidal?
Y pregunto: si era público y notorio ocho días hace el resultado que había de tener la votación porque nadie ocultaba lo que iba a hacer, ¿por qué los votantes del Sr. Menéndez y Pelayo no retiraron su candidatura, condenada a morir avergonzada con tres míseros votos? ¿Por qué no la retiró el Sr. Menéndez y Pelayo, y prefirió sufrir la derrota, aunque no le era indiferente, pues se abstuvo de presenciarle viviendo en la misma casa de la Academia y siendo de los asistentes más asiduos a sus Sesiones? Pues el Señor Menéndez y Pelayo, de seguro, por falta de carácter para resistir a los que le impulsaban; y sus impulsores, para que los rotativos convirtiesen el caso en protesta contra el influjo reaccionario que todo lo invade. Como si el Sr. Menéndez y Pelayo no fuese tan oscurantista como Pidal, y aun defensor de la Inquisición en su Historia de los heterodoxos; y como si el Sr. Bento, que le votó, no fuese tan liberal como Echegaray y Galdós, y más republicano que Picón.
– ¡Mundo! ¡Mundo! –que decía un sastre que yo tuve cuando oía cosas que no sabía explicar ni entender.
Recuerdo una tarde en que Menéndez y Pelayo comía en casa de Nocedal, hijo, con Nocedal padre, Fernández de Velasco, Menéndez de Luarca, D. Juan Lapaza y otros amigos que le argüían con textos de sus Heterodoxos, para que, si no se declaraba tradicionalista, cuando menos no se hundiese en la conservaduría liberal, y replicó el insigne montañés:
– En política iré a donde vaya Pidal.
Que fue cuando D. Cándido Nocedal lamentó que en Menéndez y Pelayo no correspondiese el pobrísimo carácter al colosal entendimiento.
Y con Pidal fue siempre, sin separarse nunca, hasta el sillón presidencial de la Academia, en que no cabían juntos.
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