Revista FUERZA NUEVA, nº 66, 13-Abr-1968
LOS COBARDES EQUIDISTANTES
Fray Miguel Oltra, O F M
Con este nombre podemos calificar a los pseudoprudentes, cuya divisa es quedarse siempre un paso atrás, con ansia neurótica de seguridad, y, por tanto, con fobia al riesgo. Son los pacifistas de profesión y los oportunistas en política. Jesús Suevos les teme cuando son colaboradores de algún régimen, y Antonio Gibello les llama últimamente “hombres objetivos”. Los equidistantes, llevados por su cobardía, se asoman constantemente al balcón con disimulo para, cuando las turbas asalten el “Ministerio”, descolgarse por él, entrar por la puerta, y ocupar la silla que, por unos minutos, habían abandonado. Se les puede llamar también eclécticos, porque nunca se basan en soluciones e ideas definidas.
El equidistante nunca se arriesga, no es ni de unos ni de otros, es neutral. Procura no “tener” corazón ni contagiarse del pasado ni del presente. El equidistante, en el mejor de los casos, tiene un afán desmedido de comodidad y, en el peor, redomada hipocresía o refinada maldad. Los cómodos, que son la inmensa mayoría, son también “unos pobres diablos”, no porque haya diablos “ricos”, sino porque el mismísimo diablo les aventaja en honradez. El diablo, cuando ataca el bien se cuida mucho de no censurar el mal y nunca adoptará la postura del equidistante: encender una velita a Dios y otra al diablo, por si cambiaran las tornas.
El equidistante es, por su inhibicionismo constante, quizá el más responsable de los males de la sociedad, que necesita generosa colaboración positiva de todos al servicio del bien común.
El criminal de la acción es castigado en todos los Códigos Penales. En cambio, el criminal de la omisión es el menos molestado de todos los delincuentes, es el criminal ignoto, ni acusado, ni ahorcado. Sin embargo, ¡cuántas calamidades han sufrido y sufren los hombres por pecados de omisión propios y ajenos! Para la justicia humana es muy escabroso meterse con delitos de omisión. No así para la justicia divina, por cuyo banquillo de acusados todos tenemos que pasar. (…)
Si los equidistantes están en el Poder, invocarán constantemente a los “manes” de Kerenski o a los del “Pacto de San Sebastián”, cuyo lema doctrinal era la claudicación sistemática. Si son hombre de la calle, se presentan al forastero, después de haber despotricado sobre todo lo existente, con estas dulces palabras, muy propias de los “neutrales”: “Le advierto a usted que no soy político ni entiendo de políticas”. Y uno se calla por educación, no sin decirle por sus adentros: Luego eres un grandísimo botarate, un parásito social que pones a la sociedad al servicio de tu especialismo y no tu especialismo al servicio de la sociedad. (…) Al equidistante solo le interesa su seguridad personal y que otros le saquen “las castañas del fuego”. Para él, Patria suena a botín de conquista a “res nullius”, de que se goza sin amor, fecundador de sacrificios. (…)
Entre nosotros, la enfermedad de la “equidistancia” se ha hecho crónica. Hay un deseo universal de bienestar material, de una “Arcadia” técnica, de no complicarse la vida. Como consecuencia, dice López Ibor: “El nivel de resistencia, a todo lo que en la vida humana es sufrimiento, desciende. Aparecen la “neurosis” y los pecados de omisión, que envenenan el aire que otros respiran. Si la futilidad de la vida se ha hecho bastante general es porque son demasiados los hombres que carecen de la suficiente gana y suficiente valor para tomar sobre sí y con alegría los riesgos que necesariamente implica la existencia. (…)
El cobarde equidistante tiene también sus convicciones, pero éstas están al servicio de su instinto de conservación. Considera la religión como un vulgar sistema de seguros contra todos los riesgos y excluyen la lucha por la expansión y defensa del reino de Dios, el apostolado y el espíritu misionero. No quieren que la educación cristiana forme fuertes y valerosos campeones de Cristo, sino que proteja a todos contra las tentaciones y los peligros. (…)
La vida que lleva el católico equidistante es digna de mejor suerte. Se mueve dentro de la “filosofía de la mediocridad más deplorable”, mata en sí la auténtica alegría que produce el ser creador de algo, porque no se aventura nada en sus decisiones, todo es calculado. (…)
Invocando a los “manes” de Kerenski y “Pactos de San Sebastián”, en lo individual y religioso-social, pueden estar bien seguros que el resultado será que los “manes” decretarán su sacrificio, que, al no obedecer a una entrega anterior generosa, será muerte estúpida, sin redención ni martirios. Los equidistantes están recibiendo la llamada para que despierten con rapidez y se pongan en guardia. Pero la guardia en las avanzadillas. Si no hay reacción, si no se despiertan inmediatamente los equidistantes, después de la llamada del Señor, puede que escuchen la sentencia: “Porque no eres ni frío ni caliente, te arrojaré de mi boca”. |
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