Revista FUERZA NUEVA, nº 513, 6-Nov-1976
REVOLUCIÓN CULTURAL: OPIO DEL PUEBLO
A TIERNO GALVÁN
(por Eulogio Ramírez)
CELEBRADO profesor:
Algunos creían que con la muerte natural del Generalísimo Franco, a quien nadie pudo vencer, iban a desaparecer el caudillismo, la mitología, los fetiches, las alucinaciones populares y eso que Charles Maurras, antes que nuestro querido y admirado profesor Fueyo, llamó la erótica del Poder. Y no es necesario ser ningún lince: los ojos más miopes descubren hoy en el panorama español (al desencadenarse un vendaval de esa erótica) abundancia de caudillículos, de mitologías políticas, de fetiches, de ideologías (es decir, de religiones secularizadas) y de programas que, a porfía, tratan de engañar al pueblo con inhumanas, con crueles, con fracasadas ilusiones.
La última alucinación popular
La última y, probablemente, la más perniciosa de estas alucinaciones es la propuesta por usted estos días pasados en el Ateneo madrileño: la novísima revolución cultural en que, según usted, consistiría el socialismo, nuevo maquillaje del viejo socialismo vergonzante.
Pero es menester decirla claro y no engañar más al pueblo, si es que verdaderamente se le ama: la revolución cultural, el socialismo en la libertad, es el nuevo opio con el que, consciente o inconscientemente, se intenta alucinar y, en último término, engañar al pueblo, para que olvide el «stalinismo» perpetrado por los socialistas reales en el mundo.
Yo no dudo, respetado profesor, de la buena fe ni de la recta intención de usted. Pero, por eso mismo, me veo obligado a dudar del equilibrio y coherencia de sus manifestaciones.
En efecto, usted nos ha explicado, sin originalidad pero con cierta agudeza, «¿Qué es ser agnóstico?», invitándonos a que todos nos hagamos agnósticos, como único modo de lograr el paraíso terrenal. Bien mirado, lo que usted pretende es que todos le imitemos a usted, que todos aceptemos el modelo o arquetipo de hombre y de sociedad (es decir, de «Archipiélago Gulag» o de «Granja animal», por decirlo con la fórmula inventada por el ex marxista G. Orwell), que usted, en realidad, nos propone desde la tribuna del Ateneo. En resolución, lo que usted preconiza es que le aceptemos por profeta y caudillo de un nuevo conato de «revolución cultural», porque «el sentido de la especie (humana) ha sido un error» que usted ha descubierto, proponiéndonos una «revolución cultural», una «metanoia», como diría San Pablo, con la diferencia de que si San Pablo nos proponía el progreso hasta la vida divina, usted nos propone el regreso hasta la vida puramente animal, «el humano perfectamente instalado en la finitud».
La nueva ilusión: disolver la persona en el rebaño humano
El nuevo Evangelio que usted nos predica, el «estar perfectamente instalados en la finitud, significa: a) Que el espíritu no se contradiga a sí mismo acusándose de compartir el reino de los sentidos', b) Que el espíritu y lo que no es espíritu no tienen que vivirse como dos realidades distintas... c) Que el 'medio', es decir, lo que se considera que no somos nosotros, sino nuestro condicionamiento, tiene que... llegar a la identificación del individuo y la especie, de tal modo que especie signifique finitud y sea la única realidad global».
Naturalmente, de este horizonte circunscrito por una finitud en donde, como propone el materialismo histórico, la persona humana se ha disuelto en el rebaño humano y éste en el cosmos dialéctico, precisiva, exclusivamente material, no hay nada que lo trascienda, ni Dios ni ley moral ni libertad, y carecen de sentido de la justicia, la verdad, el amor, el derecho, etc. Y sólo queda, cual soberano omnímodo, un profesor bonachón y endiosado por la burguesía (incrédula respecto al catolicismo, pero beata respecto al liberalismo o al marxismo) que se cree y, en olor de multitud, es aceptado como profeta de los nuevos tiempos, como protagonista de lo que Freud llamaría «una nueva ilusión» y Albert Camus denominaría «último ascenso absurdo de Sísifo», previo a su descalabro inevitable.
La «revolución cultural» trasciende el agnosticismo
Pero toda esta mitología de usted, profesor Tierno Galván, este nuevo avatar de la utopía, ni es original ni es siquiera agnóstico.
***
Ni usted ni su utopía son verdaderamente agnósticos, porque:
1. Usted no se siente «perfectamente instalado en su finitud», sino que necesita ser homenajeado o adulado por sus conciudadanos hasta poder levantar en el Ateneo su mano haciendo con los dedos el signo de victoria, como Churchill.
2. Usted no se considera feliz ni encuentra feliz a una humanidad mutilada, resignada, contraída a su finitud, a sus limitaciones naturales y materiales, puesto que trata de lanzarla en pos de esa «revolución cultural» engañosa, que en todas partes fracasa, haciendo al hombre todavía más desgraciado y más esclavo.
La experiencia muestra que toda mística se corrompe, incluso la socialista
3. Usted se contradice a sí mismo, deja de ser agnóstico en tanto en cuanto trasciende el área de sus sentidos y de su razón práctica. Los sentidos, la observación empírica a usted, como a Sorel en sus «Matériaux d'une théorie du prolétariat» (pág. 83), deben convencerle de que continúa siendo cierta esta comprobación del propio Marx: «Todos los movimientos sociales hasta aquí han sido llevados a cabo por minorías en beneficio de minorías», de «la nueva clase tecnoburocrática», como hacen patente tanto el socialista Milovan Djilas como el trotskista- Marc Paillet. Y es que, como observaba con sus sentidos (valga la redundancia) otro socialista, Charles Péguy (que gastó el patrimonio de su mujer imprimiendo inútilmente literatura socialista), incluso la mística socialista, «toda mística se corrompe, así que se convierte en política», incluso la «revolución cultural» por usted preconizada.
La «revolución cultural» será moral o no existirá
A Péguy, sus observaciones —y a cualquier agnóstico— sólo le autorizaron a inferir que «la revolución social será moral o no será». Como Péguy piensan todos los corazones cristianos de intención (de San Pablo a E. Mounier): que es trascendiéndose, injertándose en la naturaleza divina, participando en la comunión de los santos, aceptando la ley moral heterónoma, como se consigue «una nueva criatura» que produce una humanidad reconciliada, como añadidura a la búsqueda exclusiva del Reino de Dios. Usted, por el contrario, nos propone una revolución amoral, porque cuando nos invita a contraernos y satisfacernos con nuestra finitud, con nuestras limitaciones, con nuestra materialidad, cuando intenta conferir atributos divinos a la finitud, como diría Feuerbach, ya no tiene sentido hablar de moral y sólo es coherente el conato de descubrir cuáles son las leyes físico-químicas deterministas de la materia, para adaptarnos a ellas, renunciando a nuestra libertad y, por ende, a toda moralidad.
La industria socialista también contamina
4. Es una antinomia, una contradicción, una falta de consecuencia, invitarnos a que nos quedemos satisfechos e instalados en nuestra finitud, pero sin resignarse a que la humanidad, el mundo, el planeta Tierra lleguen a su fin, verifiquen su finitud, se extingan por completo, como resultado de su naturaleza y de la actividad material y materialista del hombre.
5. Y es un pecado contra el realismo, es decir, contra la actitud normal del agnóstico, el dejar de observar que la ciega utilización de los recursos del planeta, la contaminación del medio ambiente no es el fruto exclusivo del capitalismo, sino efecto igualmente del socialismo que usted, engañosamente, nos propone como remedio: basta leer el libro del científico Andrei D. Sajarov (padre de la bomba nuclear soviética, perseguido en su país) «La liberté intellectuelle en URSS et la coexistence».
La libertad en la granja animal socialista
6. Usted no es agnóstico, sino utópico o contradictorio, a no ser que adopte la actitud de espíritu escéptico y pasivo de otro gran socialista y comunista, honrado consigo mismo y permeable a la verdad percibida con los sentidos: Albert Camus. Para Camus, «todo socialismo es utópico, y ante todo el (llamado) científico (el de Marx-Engels- Lenin). La utopía reemplaza a Dios por el porvenir, «según nos muestra agnósticamente en «L'Homme Révolté», viendo en el hombre a un Sísifo impenitente, recalcitrante, que sube una y otra vez hasta la cima esa carga que es su utopía, su «revolución cultural», sin lograr coronarla nunca. La razón de un agnóstico (es decir, la que se limita a combinar y extrapolar los datos que ofrecen los sentidos, convirtiendo esos datos en leyes físicas, la que no hace ciencia-ficción, ni fantasea ideologías) convence de que «la revolución cultural» es una eterna quimera, que desemboca inexorablemente en un reforzamiento del Estado, en un mayor totalitarismo, en una «granja animal», en la que sólo tiene libertad el granjero.
El profesor Tierno tampoco es original, sino leninista
7. La convocatoria de usted, profesor Tierno, es utópica, queda invariablemente frustrada a lo largo de la historia; pero es que tampoco resulta original. Mucho mejor que usted y de manera más seductora nos la proponía -sin aludir a China- Roger Garaudy, en «L'Alternative» (1972), ¡hace cuatro años!, y nadie le ha hecho caso: era una ecléctica combinación de la tesis conocida de Marx («transformar el mundo»), de Rimbaud y de los surrealistas («cambiar la vida») y de fe cristiana («la fe cristiana y la vida del militante marxista son una misma cosa», según el Garaudy de «L'Alternative» y de «Parole d'homme»).
• Usted nos explica sin originalidad, pero con cierta agudeza, ¿que es ser agnóstico?, y nos invita a que todos
nos hagamos así |
Pero ya el mismo Garaudy nos explica («L'Alternative», páginas 127-128) que la «revolución cultural», ideada o arbitrada por Lenin en 1923 para remediar el fracaso de la aplicación del marxismo a la realidad rusa, sólo podía llevarse a cabo mediante la «autogestión», el «socialismo “por” el pueblo», lo cual exigirá «tal grado de cultura en el pueblo», que «resulta imposible sin una verdadera revolución cultural»; es decir, según Garaudy, no sólo mediante la socialización de la propiedad, sino de la del tener, del poder y del saber», esto es, cuando todos tengamos igual, podamos igual y sepamos igual. Es decir, nunca.
El hombre sin Dios sólo organiza una sociedad contra el hombre
Y el intento siempre fallido de lograr esa utopía sólo consigue aumentar los sufrimientos de los hombres convertidos por el marxismo en simple trozo de materia, sin valor ni significación alguna. Diciéndolo con palabras del teólogo jesuíta H. de Lubac, en «Le drame de l'humanisme athée»: «Es falso que el hombre no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo que es verdad es que, sin Dios, a fin de cuentas, el hombre no puede organizar la tierra más que contra el hombre. El humanismo exclusivo (excluyente de Dios) es un humanismo inhumano», porque «espíritu, razón, libertad, verdad, fraternidad, justicia, todas esas cosas sin las cuales no hay verdadera humanidad..., cosas que el cristianismo había fundamentado, se convierten rápidamente en irreales, en cuanto ya no aparecen como una irradiación de Dios, en cuanto la fe en el Dios vivo no las alimenta con sus jugos. Entonces se convierten en formas vacías».
Del agnóstico sólo puede esperarse despotismo
8. La experiencia hasta hoy, la conclusión a que puede y debe llegar un agnóstico consecuente, es la misma que, en 1834, al revolucionario Lamennais le hacía prevenir al pueblo: «Habéis abolido las leyes de la esclavitud, y habéis tenido leyes de sangre; y después nuevas leyes de esclavitud. Desconfiad, pues, de los hombres que se interponen entre Dios y vosotros, para que su sombra os lo oculte. Estos hombres tienen malos designios... ¿Qué puede hacer por vosotros un hombre que no tiene por regla más que su pensamiento ni tiene por ley más que su voluntad?»
Otro socialista ingenuo que padeció la persecución de Lenin, Berdiaeff, escribirá en «Una nueva Edad Media»: «Por nada del mundo quiero ser liberado de Dios; yo quiero ser libre en Dios y para Dios. Mi sed de una libertad sin límites tiene necesidad de comprenderse como un conflicto con el mundo, no con Dios.»
Sin Dios se disipan el hombre y sus derechos
Ahí está el filósofo y periodista del ultraizquierdista «Le Nouvel Observateur» Maurice Clavel para ratificar lo anteriormente expuesto. Véase su «Ce que je crois», de 1975, polemizando contra todos los intelectuales franceses, estructuralistas, marxistas y liberales: el hombre abandonado a sí mismo —nuestra «finitud», profesor Tierno— acaba desvaneciéndose, a semejanza del dibujo que trazamos a la orilla del mar, en la arena de una playa, según afirma el estructuralista Foucault. La persona humana es un ente que hizo posible la teología trinitaria del siglo IV, como observa Denis de Rougemont; que hizo posible la filosofía cristiana del siglo IV al XIII (de Boecio a Santo Tomás): no hay derechos humanos, no hay libertad ni justicia, si no estamos seguros de que el hombre es un trasunto y una hechura inviolable de Dios.
No hay derechos del hombre si no hay hombre, si lo que hay solamente es materia, «finitud», como dice usted, profesor Tierno. Para respetar y conservar al hombre, para hacer un mundo más feliz y una sociedad más justa, mejor organizada, es menester trascender el hombre, ir al infinito de donde viene ya donde va, reconstruirlo todo en el contexto divino, «le milieu divin», como diría Teilhard, tornar al humanismo teocéntrico, convencer al hombre de que es forzoso girar en la órbita que tiene por centro a Dios, abandonando los ídolos, las ideologías, los opios con los que pretenden alucinar al pueblo los presuntos agnósticos, los que sientan cátedra de agnósticos. «En realidad —como escribía fray Sertillanges en «Athées mes fréres»—, no hay ateos; solamente hay gentes que creen ser ateos, es decir, que ignoran su propio corazón.»
Restaurar en Cristo incluso la cátedra de Tierno en Salamanca
A los presuntos incrédulos, el propio Sertillanges les propone esta reflexión que vale para usted, profesor Tierno, para sus discípulos, lo mismo que vale para nosotros los católicos: «Si Dios existe. Él lo es todo; si Dios existe, le debéis todo; si Dios existe, todo debéis esperarlo de Él. Sacad conclusiones.» Y si Dios no existe, si la religión y la teología fueran sólo obra del hombre, es decir, «finitud», ¿por qué preferir la finitud propuesta por Marx o por usted, profesor Tierno, que la propuesta por los maestros cristianos?
Nosotros, los católicos, que, a diferencia de los agnósticos, tenemos convicción y vocación de infinitud, eterna insatisfacción, hemos sacado la misma conclusión que San Pedro: que no podemos despegarnos de Jesucristo, porque sólo Dios tiene palabras de vida eterna. Y la única «revolución cultural» que estamos dispuestos a secundar es el retorno a la cristiandad. Si usted, profesor Tierno, y sus correligionarios socialistas sólo tienen como ideal servir generosa y liberalmente a los hombres, sírvannos, satisfágannos a los hombres que tenemos el apetito insaciado de «instaurar todas las cosas en Jesucristo», incluso la cátedra de usted en Salamanca, aun cuando haya que pagarle a usted por no desempeñarla. Es lo único que puede «vencer al mundo: nuestra fe». Es palabra de Dios.
Eulogio RAMÍREZ
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